Breve historia de las ciudades del mundo medieval
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Breve historia de las ciudades del mundo medieval

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Breve historia de las ciudades del mundo medieval

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La Breve historia de las ciudades del mundo medieval presenta los cambios y las transformaciones que experimentaron ciudades como Angkor, París, Bagdad, … describe su grandeza, su evolución, auge y decadencia, llegando, de modo resumido, a la situación actual

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Información

Año
2019
ISBN
9788499672113
Categoría
Storia
1
Del Bizancio griego
a la Nova Roma de
Constantino
LA CIUDAD DE LOS CIEGOS
Y EL ALMIRANTE
BYZAS
Existen lugares en el mundo que parecen predestinados a brillar a lo largo de la historia. El estrecho del Bósforo es uno de ellos. Situado en el contacto entre dos mares interiores (el Mediterráneo y el mar Negro) y en el lugar donde más se aproximan las masas continentales de Europa y Asia (la península balcánica y la península de Anatolia, respectivamente). Este emplazamiento privilegiado ha sido, desde hace casi tres mil años, puente de paso de grandes civilizaciones y, a la vez, objeto de deseo para las mismas.
El papel estratégico que juega el Bósforo hoy en día es muy importante, pero en épocas anteriores lo fue todavía mucho más. Quien controlase ese territorio, dominaba también la navegación entre Europa, Asia y África a través del Mediterráneo. Pero además, quien se adueñase de él, lo hacia también de las rutas comerciales que ponían en relación Oriente y Occidente.
image
Imagen de satélite del estrecho del Bósforo. Constantinopla
se encontraba ubicada en la península de forma triangular a
la izquierda, junto al golfo denominado Cuerno de Oro.
Pero esto no es todo, a la entrada del Bósforo, desde el mar de Mármara, existe una pequeña lengua de tierra de varios kilómetros de longitud. Esta diminuta península goza, por su posición estratégica, de unas condiciones aún más excepcionales, si cabe, que todo lo que hasta ahora hemos descrito.
Inmediatamente al norte de esta península existe un golfo estrecho que la rodea y que recibe el nombre de Cuerno de Oro o Cuerno Dorado, así denominado porque su forma recuerda a una especie de cuerno. La península recibe, además, a una serie de arroyos procedentes de lejanas montañas que vertían su agua hacia el mar de Mármara y hacia el Bósforo.
No es de extrañar, por tanto, que el lugar llamara la atención de quienes lo visitaban, por lo general tribus que aprovechaban la proximidad entre los dos continentes para atravesar por él o navegantes que se adentraban hacia el norte.
Situémonos en el siglo VII a. C., cuando el pueblo griego se encontraba en pleno proceso de expansión colonial. Entonces, en aquellos tiempos, los helenos vivían en numerosas polis situadas en torno a las orillas del mar Jónico, hoy llamado mar Egeo. Era una tierra pobre y árida en general, sin embargo, sus ciudades estaban superpobladas para las posibilidades de la época, y sus habitantes ansiaban encontrar lugares más feraces donde iniciar una nueva vida.
Al norte del Bósforo existe una gran extensión de agua que los griegos llamaban Ponto y que nosotros conocemos como mar Negro. Las orillas de ese mar, en especial las llanuras que existen al norte del mismo, eran (y son) particularmente fértiles. En ellas se producía un gran volumen de cereales, fundamental para poder alimentar a las ciudades griegas, siempre escasas en alimentos.
Esas llanuras estaban habitadas por el pueblo escita. Actualmente conocemos a esa zona como Ucrania. Entre ellas y Grecia surgió un intenso comercio en el cual los barcos griegos llevaban el grano hacia el sur, mientras que regresaban hacia el norte cargados de objetos manufacturados.
Semejante hecho le otorgó una gran importancia estratégica al Bósforo, pues quien controlara su paso poseía a su vez la llave para el abastecimiento de alimentos a Grecia, de ahí que el interés de la zona creciera y que, hacia el año 675 a. C., se fundase la ciudad de Calcedonia con el objetivo de dominar el comercio por el estrecho.
Pero Calcedonia había sido fundada un poco más al sur de la entrada del mismo, en una zona costera bastante rectilínea y que por tanto no resultaba fácil de defender.
Pocos años después, un navegante de la ciudad de Megara (cerca de Atenas) al que la tradición llama Byzas, convenció a algunos de sus conciudadanos para que emprendieran con él un viaje en el que buscar un lugar adecuado donde fundar una nueva ciudad e iniciar una vida mejor.
En aquella época, era costumbre de los antiguos griegos que, cuando se quería emprender un proyecto de gran envergadura, se consultara previamente al afamado oráculo del santuario de Delfos, que era el que tenía más renombre en cuanto a la predicción del futuro. En él residía la sibila o pitonisa, una mujer con poderes mágicos que era capaz de adivinar lo que sucedería más adelante y por tanto era también la que más sabiamente podía aconsejar sobre la mejor forma de obrar ante una nueva empresa.
Sólo había un problema por lo general. La sibila (que probablemente se encontraba hipnotizada bajo la influencia de unas emanaciones gaseosas que salían por una grieta del terreno) casi siempre hablaba utilizando un lenguaje oscuro y poco claro, por lo que en la mayor parte de las ocasiones resultaba muy difícil interpretar sus ambiguas palabras.
Cuando Byzas acudió a ella en busca de ayuda, tras haber hecho la pertinente ofrenda al templo, la sibila al ser consultada respondió: «Si quieres fundar una ciudad próspera que perdure durante el resto de los siglos, debes navegar hacia el norte y construirla enfrente de la ciudad de los ciegos».
Byzas y sus conciudadanos se quedaron perplejos con la respuesta del oráculo. Nadie en el mundo tenía conocimiento de la existencia de una ciudad de los ciegos. Pese a este contratiempo, la influencia de lo que decía la sibila era tan enorme en toda Grecia, y el deseo de los megarenses por emigrar tan intenso, que decidieron aparejar sus naves y poner rumbo hacia el norte en busca de esa ciudad de los ciegos que nadie decía conocer.
En su camino atravesaron el Helesponto, estrecho que hoy conocemos con el nombre de los Dardanelos, y penetraron en la Propóntide, actual mar de Mármara. En la orilla oriental de este mar pudieron contemplar la ciudad de Calcedonia, pero seguía sin aparecer ninguna ciudad de los ciegos.
Sin embargo, Byzas observó que unos pocos kilómetros al noroeste de Calcedonia se encontraba una lengua de tierra que estaba deshabitada, pero que presentaba un emplazamiento excepcional para ubicar allí una ciudad. Byzas comprobó que esa pequeña península de forma triangular estaba rodeada de agua por todas sus partes excepto por una que la unía al continente. Bastaba con fortificar la parte de ese lado para que la ciudad bien protegida y con un puerto adecuado, pudiera convertirse en un asentamiento inexpugnable que controlase todo el tráfico que pasaba por el estrecho.
Cuando Byzas reflexionó, pensó que había que estar ciego para no haberse dado cuenta de ello y sin embargo, mucha gente había llegado allí antes que él y no lo habían notado, pues prefirieron fundar una ciudad en la costa que quedaba enfrente, donde la posición era considerablemente peor. Lo comentó con sus compatriotas y estos le dieron la razón, los de Calcedonia estaban «ciegos» por no haberse dado cuenta de este hecho y así la apodaron la ciudad de los ciegos de la que les había hablado el oráculo.
En el año 657 a. C., Byzas y sus colonos desembarcaron en esa lengua de tierra y comenzaron las obras para construir una nueva urbe. A esta se le puso el nombre de su fundador, y por derivación, se la conoció como Byzantion o Bizancio, como la llamamos nosotros.
EL BYZANTION DE LOS GRIEGOS
La ciudad de Byzas era, sin embargo, relativamente pequeña, aunque eso sí, dotada de una serie de infraestructuras como las de cualquier otra colonia griega. Se la rodeó de una muralla, ubicándola en la punta de la lengua de tierra, sobre una colina en la que se situó la acrópolis de la ciudad.
Byzantion poseía dos plazas o ágoras, gimnasios, un teatro y se la dotó con dos puertos. Estos y la muralla eran la clave de su poder. Aquella la defendía por tierra, los puertos favorecían tanto al comercio como al abastecimiento de la población en caso de asedio, pero sobre todo servían de base a la marina bizantina para controlar el paso de cualquier barco por el estrecho.
Y fue en esto último donde se gestó en un principio la prosperidad de la ciudad. Cada vez que un barco intentaba atravesar el Bósforo, los barcos de Bizancio le cortaban el paso y no lo dejaban navegar hasta haber satisfecho un considerable impuesto a los bizantinos. De esta forma, la ciudad se fue enriqueciendo considerablemente.
Pero no sólo la riqueza jugaba un papel de gran importancia, quizás lo era aún más la estratégica posición en la que se encontraba la ciudad para el control de las rutas, no el de las comerciales únicamente, sino también el de las militares, pues cualquier ejército o armada que tuviera que atravesar este territorio había de pasar forzosamente cerca de Bizancio.
Si la ciudad quería permitir el tránsito libremente a cualquiera no existían problemas para que este se moviese. Pero si quien lo intentaba era su enemigo y los bizantinos se oponían, el paso resultaba prácticamente imposible, y para poderlo llevar a cabo era necesario en primer lugar tener que tomar la ciudad, algo que, como se pudo comprobar posteriormente en numerosas ocasiones, resultó verdaderamente difícil si los bizantinos se oponían con la voluntad suficiente a un enemigo, guarecidos tras la seguridad de sus murallas, al tiempo que podían ser abastecidos de alimentos por su escuadra.
Entre los siglos VI y II a. C., Bizancio se vio envuelta en las convulsiones bélicas de las guerras griegas (Médicas, del Peloponeso, contra Macedonia, etc.). Las grandes potencias de la época (persas, espartanos, atenienses, etc.) eran plenamente conscientes de su importancia estratégica como llave de paso de los estrechos y como puente intercontinental, de ahí que intentaran controlarla por todos los medios a su alcance. En ocasiones, la política bizantina fluctuó entre unos y otros, pero casi siempre intentó mantenerse independiente, o al menos conservar una gran autonomía.
A mediados del siglo IV a. C. apareció ante la ciudad uno de los reyes más poderosos de aquella época, el macedonio Filipo II. Filipo había tomado la decisión de invadir el Imperio persa, mas para ello necesitaba previamente controlar aquella ciudad desde la que podría pasar fácilmente a la orilla asiática.
Pero los bizantinos se negaron a concederle lo que pedía y, en el año 340 a. C., Filipo decidió poner sitio a la misma. Tras varios meses de infructuoso asedio, pensó que no podía perder más tiempo ante aquellos muros, por lo que tuvo que abandonar momentáneamente el proyecto y dirigir sus ejércitos contras las ciudades griegas del sur, que se habían sublevado. Fue la primera vez en la que el emplazamiento estratégico de Bizancio demostró su transcendental importancia militar.
Filipo murió asesinado en el año 336 a. C. y le sucedió su hijo Alejandro, llamado el Magno, que acabaría por convertirse en uno de los mayores conquistadores de todos los tiempos. Alejandro retomó la tarea inconclusa de su padre, puso sitio a Bizancio y la conquistó con relativa facilidad en el 334 a. C., con lo que pudo iniciar desde allí su ataque contra los persas.
Los bizantinos, sin embargo, no se vieron demasiado perjudicados por este hecho. Alejandro necesitaba los puertos de la ciudad para abastecer a sus ejércitos y para mantener el contacto con Grecia, de ahí que no sólo la respetara sin causarle daños, sino que incluso mejoró sus instalaciones.
Cuando Alejandro murió en el 323 a. C., Bizancio recobró su independencia y retomó su actividad comercial. Se recuperó con gran rapidez y volvió a prosperar considerablemente.
Pero una ciudad rica es también una ciudad muy apetecible y, así, después de los macedonios, muchos otros reyes (Lisipo, Antígono, Mausolo, etc.) intentaron conquistarla. Ninguno lo consiguió. Sus murallas la hicieron de nuevo inexpugnable y su flota se encargó, como era costumbre, de abastecerla de alimentos y de agua siempre que lo necesitó.
EL B YZANTIUM ROMANO
Bizancio continuó durante varios siglos en esta situación, cada vez más rica y floreciente, y, a finales del siglo III a. C., apareció una nueva potencia en el Mediterráneo, Roma, que en poco más de medio siglo, se adueñó de casi todas las ciudades griegas. Bizancio no deseaba enfrentarse al poder romano, y este prefería no tener que perder el tiempo conquistando una ciudad que precisaba un largo asedio. De esta manera se llegó a un acuerdo. Los bizantinos pagarían impuestos a los romanos, y estos a cambio respetarían su libertad y le concederían su protección, aunque sus decisiones más importantes tendrían que ser siempre aprobadas por el Senado romano.
El acuerdo duró algo más de un siglo, hasta que en el I a. C., el general romano Pompeyo decidió anexionarla a los dominios de Roma. Aún entonces, Bizancio conservó un cierto autogobierno y gozó de algo de autonomía local, aunque ya dependía de las decisiones de Roma para casi todo.
Un siglo después, en el I de nuestra era, el emperador Vespasiano decidió acabar con cualquier tipo de autogobierno de la ciudad y la incorporó definitiva y totalmente al Imperio romano. De esta formaba se iniciaba el proceso de romanización de la ciudad, que aunque había perdido su libertad, prosperaba, de nuevo, comercial y urbanísticamente.
Así, en el siglo II se construyeron nuevos edificios como el teatro de Plinio, un arco de triunfo y se la dotó por primera vez de abastecimiento de agua gracias al acueducto que mandó construir el emperador Adriano. Por esta época, Bizancio se encontraba de nuevo en la cúspide de su riqueza y de su importancia.
Sin embargo, la Pax Romana también llegó a su fin. A finales de aquel siglo se iniciaron una serie de luchas para conseguir el trono imperial que había quedado vacante tras el asesinato de Cómodo. Para su desgracia, Bizancio se vio totalmente envuelta en medio de esas luchas.
Uno de los aspirantes al trono, Pescenio Niger, consciente de la importante situación estratégica de la ciudad, decidió instalarse en ella y convertirla en su base de operaciones. Pero otro de los candidatos, el más poderoso de todos ellos, ...

Índice

  1. Portada
  2. Portadilla
  3. Título
  4. Derechos de autor
  5. Índice
  6. Introducción
  7. Capítulo 1. Del Bizancio griego a la Nova Roma de Constantino
  8. Capítulo 2. De la Constantinopla de Justiniano a la Estambul de los sultanes turcos
  9. Capítulo 3. Las ciudades islámicas: Bagdad y El Cairo
  10. Capítulo 4. Las ciudades islámicas en Europa. Córdoba, capital del califato de al-Ándalus
  11. Capítulo 5. El urbanismo medieval en la Europa cristiana: París
  12. Capítulo 6. El desarrollo urbano en las civilizaciones del Extremo Oriente asiático: Chang Any Angkor Wat
  13. Capítulo 7. Las ciudades americanas: Tenochtitlán y Cuzco
  14. Bibliografía
  15. Contraportada