Territorio Vikingo
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Territorio Vikingo

  1. 368 páginas
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Territorio Vikingo

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Información del libro

Viaje por Suecia, Dinamarca, Noruega, Islandia y las Islas Británicas y descubre cómo vivían los vikingos a través de sus museos, restos arqueológicos, exposiciones, festivales y mercados. Coge tu mochila y prepárate para realizar un viaje alucinante al territorio que recorrieron los vikingos hace siglos de la mano de Manuel Velasco, incansable viajero que ha puesto rumbo al norte en numerosas ocasiones, para ver por sí mismo aquello que los libros cuentan y así poder dar su visión personal de los hechos. Partiendo de la isla de Gotland en Suecia, continuarás hasta Noruega, Dinamarca e Islandia, pasando por las Islas Británicas y terminando en Francia en una región que pasó a llamarse Normandía. Territorio Vikingo te ayudará a descubrir, gracias a su autor, este pueblo cuajado de leyendas y aventuras, su atractiva historia, sus curiosas costumbres, sus increíbles viajes en sus característicos barcos. Te mostrará a través de multitud de fotos y descripciones de los museos, festivales y lugares emblemáticos el maravilloso mundo de los vikingos.

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Información

Año
2019
ISBN
9788499673622
Categoría
Travel

I
ESCANDINAVIA

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Sello de correos islandés que muestra el mapa del norte
de Europa dibujado por el cartógrafo Ortelius en 1570.
La palabra Escandinavia, con la forma Scatinavia, aparece escrita por primera vez en la Naturalis Historiae, de Plinio el Viejo, que la cita como una isla al norte.

SUECIA

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Aunque en este país confluyeron los pueblos gauta y svia, prevalecieron los últimos, que le dieron el nombre genérico de Svitjod. Con el tiempo, el nombre derivó en svear y el país en Svearike, de donde tenemos Sverige, que es su nombre actual en idioma sueco.

GOTLAND, LA ISLA DE LOS GODOS

Mi primera incursión en territorio vikingo se produjo en Suecia y concretamente en la mayor de sus islas: Gotland. Llegué una mañana de mayo, en un ferri procedente de Estocolmo, para completar un reportaje sobre las islas bálticas que más tarde publicaría en la revista GeoMundo. Eran tiempos pre-internet y no sabía muy bien qué podría encontrar allí, a excepción de elementos muy diferenciados respecto a los suecos continentales, tal como había encontrado el año anterior en las otras islas de aquel mar nórdico. Pero ese viaje tuvo mayor trascendencia de la esperada gracias a un elemento histórico al que hasta entonces no había dado demasiada importancia.
Memorable para mí fue el día en que entré en el Gotlands Fornsal. Fue en este museo de historia de la isla donde comenzó mi afición por los vikingos de una manera que aún me resulta difícil de explicar. Cuando su director, el arqueólogo Dan Carlsson, me explicó que Gotland es el nombre moderno de la antigua Gotia, tierra de godos, le conté que en España también hubo godos. ¿Se trataba del mismo pueblo? ¿Estamos lejanamente emparentados españoles y gotlandeses? No sería de extrañar, ya que aquel pueblo se esparció por media Europa; uno hacia el este (ostrogodos) y otros hacia el oeste (visigodos), de forma parecida a como estaban distribuidos en las regiones suecas que habitaron: Ostrogotia y Vestragotia (aunque algunos historiadores apuntan a que los prefijos visi y ostro realmente significaban nobleza y lustre, respectivamente). En cualquier caso, el origen gotlandés de los godos ya fue expuesto por el historiador Jordanes, allá en el siglo VI en su De origine actibusque Getarum (Origen y gestas de los godos).
Otro instante de fascinación fue ver el mapa con las rutas comerciales de los vikingos: desde Groenlandia y el resto del Atlántico Norte, hasta Bizancio y Bagdad, pasando por el Báltico y varios ríos rusos. ¿Cómo se puede haber considerado bárbaro a un pueblo capaz de crear y mantener tal ruta internacional por donde circulaban todo tipo de productos? Posteriormente, siempre he defendido la imagen del vikingo constructivo por encima del pirata (que, por supuesto no negaré), y mi seguridad de que aquellos mares y ríos fueron surcados, más por barcos mercantes que por los famosos barcos de guerra con cabeza de dragón.
Nueva sorpresa en la sala de piedras rúnicas del museo, aunque en Gotland se quejan de que el gobierno central «les ha robado» las mejores, que están en el Museo de Estocolmo. Las originarias de esta isla tienen la peculiaridad de ser totalmente gráficas (con muy pocas excepciones), sin el complemento de la escritura, como es habitual entre las piedras de otros lugares.
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Ormkvinna, una mujer con dos serpientes en las manos bajo un triskel serpentiforme. Esta es una de las piedras rúnicas de Gotland de más difícil interpretación.
Los símbolos más recurrentes son las espirales, los discos giratorios, el lindorm (serpiente o dragón enroscados). También hay imágenes que muestran escenas más reconocibles, como el barco cargado de vikingos o la valkiria ofreciendo el cuerno de hidromiel al guerrero. Finalmente, la inclusión de cruces cristianas integradas como un ornamento más. Seguramente toda esta imaginería también se encontraba en su tiempo en madera, cuero, telas, adornando casas, escudos o mobiliario, pero sólo la piedra ha permanecido.
Algunas imágenes dan la impresión de ser un antiguo cómic que cuenta una historia en varias viñetas, pero eso no ayuda demasiado a su interpretación, ya que se han perdido las claves iconográficas que en su tiempo todos debían comprender. En la mayoría es fácil adivinar que, al igual que las de otros lugares, conmemoran a familiares fallecidos en lejanas latitudes, y no sería arriesgado afirmar que gran parte de ellos cayeron en la Ruta del Este, de la que los gotlandeses fueron uno de los pueblos pioneros. Pero otras, como la que aparece en la silueta de una ormkvinna, mujer con serpientes en sus manos, lleva a pensar en complejas creencias de ultratumba o de su concepción espiritual de la existencia.
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Una de las piedras del Museo de Historia, procedente de Hablingbo, con un símbolo usado posteriormente en heráldica con los nombres de «Nudo de Bowen», «Cruz de Tristán» o «Nudo de Salomón» (y también en la tecla «comando» de los ordenadores Apple). Este icono es frecuente verlo en los países nórdicos, ya que sirve para identificar, en los mapas y en las señales de tráfico, los lugares de interés cultural.
Esta isla conoció tiempos de gran prosperidad, prueba de ello son los tesoros que todas las primaveras salen a la luz bajo el arado en cualquier campo, hasta el punto de ser calificada en un documental alemán como «la auténtica isla del tesoro». Muchos vikingos enterraron sus riquezas para protegerlas de posibles ladrones. A muchos de ellos la muerte les sobrevino sin que hubiesen comunicado el lugar a nadie, convirtiendo la isla, como dicen algunos arqueólogos, en un grandioso cofre. Según me contó el director del museo, hace años los campesinos se callaban, pues el comunicarlo a las autoridades suponía paralizar las labores del campo a cambio de casi nada, pero ahora el gobierno les paga muy bien por sus descubrimientos.
Finalmente, entre las paredes de ese museo me enteré de que en un pueblo de Galicia, llamado Catoira, se celebraba un festival vikingo; pronto lo conocería y sería un paso fundamental para escribir mi primera novela, La Saga de Yago y, años más tarde, la obra de teatro El anillo de Balder.
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Visby fue uno de los enclaves comerciales más antiguos de los vikingos, que tomó el relevo tras la decadencia de Birka. De aquí salieron los pioneros que abrieron la Ruta del Este, remontando los ríos rusos para llegar hasta Miklagard (Constantinopla). Con el tiempo, sería la Liga Hanseática quien tuviese en esta ciudad uno de sus principales puertos, renovándola con su inconfundible estilo arquitectónico.
El paseo por Visby comienza en Almedalen (el Valle de los Olmos), al lado del puerto. Como ocurre con otras islas del Báltico, la tierra crece un poco cada año, y justo en este lugar, donde ahora hay unos bonitos jardines con un estanque artificial en el centro, estuvo el primer puerto. Detrás, la muralla de piedra caliza, apenas retocada después de los siglos, por la que sobresalen los rojos tejados y las oscuras torres de la catedral de Santa María. Fue levantada por la Liga Hanseática, sustituyendo la empalizada portuaria de los vikingos, cuando estableció en Visby una de sus más importantes sedes, haciéndolo tanto para defender la ciudad de los piratas como de los propios campesinos de la isla; y es que éstos no aceptaron muy bien a los comerciantes alemanes, por lo cual tuvieron que rodear la ciudad completamente, siendo actualmente la muralla medieval más grande que se conserva en Europa, con sus tres kilómetros y medio de perímetro.
El paseo continúa por las calles de la zona baja, jalonadas por antiguos edificios que parecen envueltos en una atmósfera antigua que me hace caminar más pausado; por momentos, tengo la sensación de haber sido transportado dentro de una leyenda medieval, sobre todo cuando atravieso Strandgatan, que siempre fue la calle principal de la ciudad. De ella sale otra muy pequeña, pero que es la más fotografiada de Visby cuando florecen miles de rosas que adornan las fachadas de sus casitas. Algunos de los viejos edificios han sido restaurados y reconvertidos, como el propio Museo Gotland Fornsal, que fue una destilería, o la oficina de correos, sede de una asociación mercantil; o la casa de Burmeister, un rico mercader de Lübeck, que ahora aloja una tienda de artesanía.
Al día siguiente salgo de la ciudad en dirección a Tofta, al sur de Visby, donde está la playa más visitada por los turistas suecos, que aquí tienen su particular Mediterráneo. Como no tengo el más mínimo interés por una playa sueca fuera de temporada, me voy derecho al cercano poblado vikingo, Vikingabyn. Tras pasar por debajo de la torre de vigilancia, que hace las veces de puerta, destaca especialmente la casa de madera con el techo a dos aguas y los típicos adornos de cabeza de dragón sobresaliendo del vértice. En el interior se celebran banquetes vikingos durante el verano, e incluso se puede alquilar para fiestas privadas. Fuera, es posible hacerse una pieza de pan desde el principio (es decir, moliendo los cereales), intentar vencer a un vikingo profesional con una espada de madera o probar suerte con arco y flechas. E incluso tratar de emular a otro vikingo, capaz de levantar en el aire un tronco, sujetándolo desde un extremo, lo que me recordó una de las pruebas escocesas de los gathering games. En principio, no me pareció gran cosa este lugar, pero… estábamos fuera de temporada.
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Este tipo de tumbas con silueta de barco recibe en Suecia el nombre de skeppssättning. Esta es la de Gnisvärd, al sur de Visby.
Y, de regreso a Visby, me desvío del camino para ver una de las skeppssättning (tumba con piedras formando el perfil de un barco) que hay en la isla. Esta, la de Gnisvärd, es una réplica hecha por el dueño de ese terreno con las más viejas piedras que encontró en su granja. El perímetro mide cuarenta y siete metros de largo por siete de ancho. Bien es cierto que no es una tumba vikinga genuina, pero, teniendo en cuenta el deterioro de las auténticas, está muy bien para poder ver una skeppssättning con la silueta completa.
A la mañana siguiente, la directora de la oficina de turismo me lleva en su coche hacia el norte para ver la pequeña isla de Farö. Allí se encuentran los raukar, extrañas y espectaculares formaciones de piedra caliza talladas durante siglos por la acción del viento y las olas, que, junto con la silueta medieval de Visby, se han convertido en la imagen más representativa de la isla. Contemplándolos durante un tiempo, no es de extrañar que se les diesen interpretaciones mitológicas a estas dramáticas piedras, en algunas pueden entreverse rasgos antropomórficos, como la que asegura que eran gigantes (algunas llegan a cuarenta metros de altura) que se retrasaron en llegar a tierra, lo que resultaba mortal para ellos, ya que, según su naturaleza, si eran sorprendidos por los rayos de sol, quedaban instantáneamente petrificados.
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Los raukar de la isla de Farö son formaciones rocosas formadas en la última glaciación. El naturalista sueco Linneo dijo que eran como «estatuas, caballos y todo tipo de espíritus y demonios».
En mis últimas horas en Visby, subí por unas intrincadas escaleras hasta la parte alta de la ciudad, con la intención de contemplar desde allí la puesta de sol, sobre el mar que separa la isla de la península escandinava. Alguien más había tenido la misma idea: dos jóvenes que, soplando una rudimentaria trompa de madera, despidieron al astro rey a la antigua usanza.
Desde allí traté de imaginar cómo sería aquella Visby que llegó a ser uno de los enclaves comerciales más antiguos de los vikingos, e incluso una vez terminada la «era vikinga», de lo cual dan fe algunos de los viejos edificios del centro de la ciudad, casas y al...

Índice

  1. Cubierta
  2. Portadilla
  3. Título
  4. Créditos
  5. Dedicatoria
  6. Índice
  7. Introducción
  8. I. Escandinavia
  9. II. Las islas británicas
  10. III. Normandía
  11. Otros libros del autor
  12. Contraportada