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La dinastía ptolemaica
Tras la caída del Imperio asirio en el año 612 a. C., Egipto ejerció de nuevo un papel fundamental en el recién instaurado equilibrio geopolítico de la región. Con la dinastía saíta (664-525 a. C.) –denominada así por tener su capital en Sais– Egipto conoció la última época de esplendor en la que dominó a sus rivales y promovió grandes empresas expedicionarias y constructoras, como la apertura de un gran canal entre el Nilo y el mar Rojo. El último rey de dicha dinastía fue Psamético III, que subió al trono en el año 526 a. C., tras la muerte de Amasis (570-526 a. C.). No obstante, Psamético III tan sólo estuvo en el poder durante un año, ya que en el 525 a. C. el rey persa Cambises II (528-521 a. C.), tras derrotarlo en la batalla de Pelusio, en el extremo nordeste del delta del Nilo, se apoderó de sus tierras convirtiéndolas en una nueva provincia del Imperio persa. Acto seguido, y bajo la dominación persa, Egipto entró de lleno en la XXVII dinastía (525-404 a. C.).
Pese a lo que pudiera parecer, los soberanos persas se mantuvieron respetuosos con las tradiciones egipcias. Sin embargo, durante las dinastías XXVIII (404-399 a. C.) y XXIX (399-378 a. C.), en Egipto se produjeron numerosos levantamientos contra la ocupación extranjera, que dieron origen al corto, pero a la vez próspero, periodo de la XXX dinastía (378-342 a. C.), con los últimos faraones propiamente egipcios, Nectánebo I (378-361 a. C.), quien reformó la legislación, restauró los principales templos de Egipto y reanudó las relaciones comerciales con Grecia y Oriente, y Nectánebo II (359-353 a. C.), que contó con el apoyo del pueblo espartano para lograr todos sus propósitos.
Tras la reconquista de Egipto por Artajerjes III en el 343 a. C., Egipto cayó por segunda vez bajo la dominación persa. El propio Artajerjes y sus sucesores, Arses y Darío III, no se autoproclamaron faraones, aunque sometieron a Egipto hasta el año 332 a. C., año en el que Alejandro Magno (356-323 a. C.), rey de Macedonia e hijo de Filipo II y de Olimpia, logró la victoria definitiva sobre los persas.
Los egipcios, que detestaban con todas sus fuerzas a los persas, acogieron efusivamente a Alejandro. En poco tiempo, el macedonio logró ocupar todo Egipto imponiendo una administración fiscal y militar de estilo griego sobre los órganos de poder egipcios. Como salvador y libertador del pueblo egipcio, se le concedió la corona de los dos reinos, esto es, del Alto y del Bajo Egipto, y fue nombrado faraón a fines del 332 a. C. en Menfis.
En este bajorrelieve procedente del complejo religioso de Karnak se representa a Alejandro Magno como faraón durante la entrega de ofrendas al dios Amón (finales del s. IV a. C.).
Dos acontecimientos significativos evidenciaron la presencia de Alejandro en Egipto: la fundación de Alejandría, la nueva capital, junto al delta del Nilo en el 331 a. C., y la visita al oasis de Siwa, en el desierto de Libia, para consultar el oráculo del dios Amón, que le reconoció como hijo prometiéndole soberanía universal. De esta manera, la autoridad del macedonio sobre Egipto fue legitimada directamente por el mundo divino.
LOS PTOLOMEOS
Con motivo de las nuevas campañas programadas por Alejandro en Oriente, en el año 331 a. C. el rey macedonio dejó en Egipto a un virrey que debía administrar el país en su nombre. Pero pocos años más tarde, en el verano del 323 a. C., mientras se encontraba en Babilonia preparando la expedición a Arabia, Alejandro murió, víctima muy probablemente de unas fiebres tremendas, a la temprana edad de treinta y tres años –se ha barajado asimismo la posibilidad de que fuese envenenado por los hijos de Antípatro, uno de los más ilustres generales macedonios de Filipo II–. Su cuerpo sería trasladado a Alejandría, donde se le daría sepultura.
Muerto Alejandro, sus generales se repartieron su inmenso imperio. Egipto fue asignado a Ptolomeo, el hijo de Lagos, uno de los más distinguidos generales que luchó junto al rey macedonio –de ahí que a la dinastía ptolemaica se la conozca también como dinastía «lágida»–, quien en un primer momento asumió las funciones propias de un virrey y ejerció el poder primero en nombre del hermano de Alejandro, Filipo Arrideo y, más tarde, de su hijo Alejandro IV.
En el 305 a. C., Ptolomeo se autoproclamó rey de Egipto iniciando un nuevo período en la historia de Egipto, el período helenístico. Busto marmóreo de Ptolomeo I Sóter (s. III a. C.). Museo del Louvre, París.
Sin embargo, en el año 305 a. C., se autoproclamó oficialmente soberano de un reino independiente con el nombre de Ptolomeo I «Sóter» –el Salvador– (322-282 a. C.). Como nuevo soberano de Egipto, logró un protectorado sobre numerosas islas griegas del mar Egeo y decidió consolidar y expandir sus dominios mediante lazos matrimoniales que garantizasen la paz con posibles enemigos. Asimismo, impulsó la organización económica y administrativa del país –introdujo la acuñación monetaria en Egipto–, restauró numerosos templos destruidos por los persas, estableció el culto al dios Serapis como divinidad sincrética greco-egipcia, procuró ofrecer una imagen de armonía dentro de la familia y mostró en todo momento benevolencia hacia sus súbditos. Sin embargo, con Ptolomeo I comenzó una fuerte división social entre greco-macedonios, egipcios y judíos que imperaría por el resto de los tiempos.
Serapis era una divinidad greco-egipcia a la que Ptolomeo I declaró deidad oficial de Egipto y de Grecia con objeto de vincular culturalmente a los dos pueblos. Estatua marmórea de Serapis. Copia romana del siglo II d. C. de un original griego del 320 a. C. Museo Pío-Clementino, Vaticano.
Los Ptolomeos procuraron en todo momento garantizar la sucesión pacífica del poder real de un miembro a otro mediante la asociación del soberano con el futuro sucesor del trono. Este fue el caso de Ptolomeo I, al asociar al trono a su hijo Ptolomeo II «Philadelphos» –‘el que ama a su hermana’– (285-246 a. C.). Para dotar a la dinastía de mayor estabilidad se recurrió también al matrimonio entre parientes. El primer caso se produjo entre Ptolomeo II y su hermana Arsínoe II, una poderosa y ambiciosa mujer que logró que su hermano repudiara a su primera esposa, Arsínoe I, la hija de Lisímaco, uno de los principales generales de Alejandro. El reinado de Ptolomeo II fue un período de gran prosperidad gracias a sus dotes diplomáticas: fundó nuevas ciudades a lo largo del mar Rojo para facilitar las relaciones comerciales con India y Arabia, dotó a la economía y a la organización administrativa de una estricta planificación y de un nuevo sistema monetario con objeto de maximizar la producción, impulsó programas de irrigación, respetó la religión de sus súbditos, oficializó el culto dinástico, es decir, el culto religioso al rey en vida, ordenó la construcción del faro, del museo y de la biblioteca de Alejandría y organizó juegos en honor del fundador de la dinastía que llegarían a superar a los Juegos Olímpicos.
Ptolomeo II hizo de Alejandría el principal núcleo cultural del mundo antiguo con la famosa biblioteca. Bajorrelieve en el templo de File en el que se representa a Ptolomeo II dando ofrendas a la diosa Isis (primera mitad del s. III a. C.).
Durante los reinados de Ptolomeo III «Evergetes» –‘el benefactor’– (246-221 a. C.) y de Ptolomeo IV «Philopator» –‘el amante de su padre’– (221-204 a. C.), el hijo y el nieto de Ptolomeo II, respectivamente, se produjo un gran desarrollo cultural y se alcanzaron victorias militares y diplomáticas en Cirenaica y en Siria. No obstante, en el año 208 a. C. se sucedieron varias revueltas en Egipto, concretamente en la Tebaida, en el Alto Egipto, que no fueron sofocadas hasta el reinado de Ptolomeo V «Epiphanes» –‘la manifestación del dios’– (204-180 a. C.). En este sentido, se perdieron definitivamente algunos territorios en Asia Menor, Palestina y el mar Egeo.
A comienzos del siglo III a. C., los Ptolomeos eran dueños de un inmenso imperio fruto de iniciativas diplomáticas y militares. Sin embargo, al final del mismo sus posesiones extraterritoriales quedaron limitadas simplemente a la isla de Chipre y a la ciudad de Cirene. Paralelamente, las intrigas y las rivalidades palaciegas fueron cada vez más frecuentes. Así las cosas, los cortesanos griegos Agatocles y Sosibio organizaron la sucesión de Ptolomeo V al trono tras haber asesinado en Alejandría a su madre Arsínoe III.
Durante el reinado de Ptolomeo VI «Philometor» –‘el amante de su madre’– (180-145 a. C.), el soberano seleúcida Antíoco V, dueño de Siria, invadió Egipto en dos ocasiones. En el año 168 a. C., un emisario de Roma, Popilio Lenates, llegó a Egipto obligando a Antíoco a que abandonara el país del Nilo. El seleúcida no pudo hacer otra cosa más que obedecer. A partir de entonces, la independencia del reinado de Ptolomeo VI dependía enteramente de la discreción y de la voluntad de Roma.
La coronación oficial de Ptolomeo V tuvo lugar en Menfis en el año 196 a. C. Con motivo de dicho evento, el clero egipcio publicó un decreto escrito en tres alfabetos –jeroglífico, demótico y griego– sobre una estela pétrea descubierta en 1799 y conocida como la Rosseta. Museo Británico, Londres.
Los años que transcurrieron entre los reinados de Ptolomeo VI y de Ptolomeo XI (88-80 a. C.), estuvieron marcados por una serie de conflictos entre hermanos enfrentados por el ejercicio del poder. El conflicto entre Ptolomeo VI y su hermano Ptolomeo VIII Evergetes II (145-116 a. C.) se saldó con el nombramiento de este último como soberano de Cirene. Acto seguido, Ptolomeo VIII, gracias a la intervención de Roma, consiguió convertirse en soberano de Egipto ordenando el asesinato del legítimo heredero al trono, Ptolomeo VII Neophilopator, hijo de Ptolomeo VI Philometor y de su hermana Cleopatra II.
Ptolomeo VIII Evergetes II (145-116 a. C.) mostró innegables facultades como hombre de Estado y político.
En el año 131 a. C., se produjo en Alejandría una revuelta instigada por Cleopatra II, y Ptolomeo VIII se vio forzado a abandonar Egipto, adonde únicamente volvió en el 127 a. C., tras reconquistar Alejandría. Paralelamente, Cleopatra II había huido a Siria pero volvería a Egipto en el 124 a. C.
Ptolomeo VIII tuvo dos hijos con su esposa, y a la vez sobrina, Cleopatra III: Ptolomeo IX Sóter II (116-107 a. C.) y Ptolomeo X Alexandros I (107-88 a. C.), quienes se enfrentaron por asumir el poder. El reinado de Cleopatra III y de Ptolomeo IX Sóter II comenzó con la muerte de Ptolomeo VIII en el año 116 a. C. Entonces, Cleopatra III expulsó a su hijo mayor del trono y lo sustituyó por su hijo menor Ptolomeo X, quien terminó asesinándola en el año 101 a. C. Acto seguido, Ptolomeo X gobernó junto a su esposa Berenice III, hija de Ptolomeo IX.
Fue Ptolomeo X quien llevó cabo un pacto ruinoso con Roma, mediante el cual legó Egipto como garantía de un préstamo, necesario para poder sufragar l...