El Frente Interno de Hitler
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El Frente Interno de Hitler

La Vida en la Alemania Nazi Durante la Segunda Guerra Mundial

  1. 111 páginas
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El Frente Interno de Hitler

La Vida en la Alemania Nazi Durante la Segunda Guerra Mundial

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El libro trata sobre las vivencias del frente interno de Hitler durante la Segund Guerra Mundial.
Esta historia, dentro de lo posible, está organizada cronológicamente, por incidente y observación, comenzando a finales de 1939. Ciertamente, no es un estudio exhaustivo, pero he intentado capturar la naturaleza de la experiencia del frente interno, sus crueldades y sinsentidos, a través de las personas que lo vivieron como los soldados, esposas, líderes de partidos, niños, prisioneros, trabajadores forzados y periodistas.
En un espacio de tan solo catorce años, los Nazis – quienes comenzaron como un grupo de fanáticos descontentos en Bavaria – fueron capaces de construir una gran maquinaria política y convertirse en el único instrumento de estado, apuñaleando la democracia parlamentaria y estableciendo la dictadura más brutal jamás conocida.
Para el momento cuando explotó la guerra, ya habían penetrado cada fase de la vida social e individual del país. Con la guerra, la familia alemana sufrió un estallido detrás de otro – movilizaciones para trabajar, enfrentamientos, racionamiento, así como un terrible declive en la calidad de vida y la salud. El horror más visible fue el bombardeo intensivo de las ciudades, con la destrucción de casas y propiedades privadas, dándole la forma de una guerra totalitaria. Al principio del conflicto, los niños fueron evacuados, los esposos fueron reclutados y los hogares completamente devastados.
Las mujeres les temían a las bajas en los hogares y en el frente; los soldados se preocupaban por la inseguridad física de sus familias en sus casas, mientras que las mujeres más jóvenes enfrentaron un futuro como viudas de guerra o solteras.
Los Nazis se prepararon para las dificultades en el frente interno lo mejor que pudieron, pero mientras la guerra se extendía, la magnitud de la situación que los alemanes aguantaron se deterioró más allá de cualquier

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Información

Editorial
Memoria
Año
2019
ISBN
9781547599776
Categoría
Geschichte
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CAPÍTULO 1 - 1939

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LORE WALD, una estudiante de Alzey, sureste de Mainz, recordó el viernes, 1 de septiembre de 1939, como el día en que Alemania hizo lo correcto. Ella nunca olvidó cuando se sentaba en la cocina familiar para escuchar los comentarios de la agitada transmisión de radio sobre los extraordinarios eventos que ocurrían en Polonia. Lore, para entonces una chica de veinte años, con cabello rubio y ojos azul cielo, se deleitaba con cada segundo de la transmisión, mientras las tropas de Hitler se desplegaban en toda la frontera polaca. “Polonia tiene la culpa”, ella escribió en su diario. “Como el último año bajo el dominio de los checos, los alemanes en Polonia están sufriendo a causa del terror polaco”. Lore condenó a los polacos por los ataques en contra de los alemanes – los cuales, de acuerdo con su periódico local – incluyeron malos tratos, tortura y asesinato:
Cada día, a través del servicio informativo, escuchamos sobre los últimos actos despreciables de los polacos. Y en el paso fronterizo, la tortura de esos pobres [alemanes] está aumentando. [1]
En su punto de vista, la invasión fue una noble lucha en contra de la agresión polaca – era una opinión compartida generalizada debido a que la gente estaba engañada creyendo que era una “acción defensiva” en respuesta al ataque de los soldados polacos al transmisor en Gliwice. De hecho, las tropas de las SS, usando uniformes polacos, manipularon el incidente. Antes del final del día, Francia y Reino Unido demandaron el retiro de los soldados alemanes del territorio polaco en 48 horas, pero un tranquilo Hitler, disfrutando de su nueva gloria, dejó que el ultimátum se desvaneciera.
A través de la enorme cobertura que floreció durante estos graciosísimos días, el mundo aprendió una nueva palabra: Blitzkreig – un fresco y “moderno” tipo de terror. En la cúspide de su poder armado y con poco para interponerse en su camino, las tropas alemanas barrieron el campo polaco, destruyendo todo lo que encontraban a su paso. Los sucesos ocurrieron rápidamente, casi como si los relojes estuvieran corriendo demasiado rápido.
Aunque Hitler estaba a 1.75 metros, para Lore, parecía palpablemente gigantesco. Ella había escuchado que las personas que se encontraban con su mirada experimentaban sensaciones raras o se distraían con la brillantez de su presencia. Era cordial, modesto y escuchaba – las mujeres lo encontraban encantador, mientras que el jefe de la Fuerza Aérea, Herman Goring, lo elogió como “el mejor alemán de todos los tiempos” durante las celebraciones de su cumpleaños número 50. En medio de las mismas festividades, las banderas ordenadas por el ministro de propaganda, Dr. Joseph Goebbels, cuelgan de farolas, tuberías de desagües, techos, líneas telefónicas, campanarios, balcones y entradas de hoteles. El ministro Manchukuo en Berlín ofreció su propio tributo conmovedor, citando a Confucio: “cuando un hombre tiene 40 años deja de cometer errores, cuando tiene 50 escucha la voz del cielo”. El partido Nazi también se unió a la celebración presentando un regalo, sin escatimar en gastos, de cincuenta cartas antiguas escritas por el famoso rey de Prusia, Federico El Grande. El corresponsal de monitoreo británico WA Gibson Martin estuvo en Berlín durante las celebraciones del cumpleaños del Führer y encontró la magnitud del evento asombroso:
...proporcionó una experiencia interesante en evolucionar una ruta libre de tráfico, permitiéndome evitar la procesión militar para poder dedicarme a mi asunto legítimo. No tuve dificultad en pasar por delante o por detrás de la procesión militar, la cual se extendió a lo largo de algunas millas y se demoró cinco horas en pasar la base del saludo. La calle principal - Unter den Linden – y sus alrededores, estaban cerradas para todo tipo de tráfico por más de seis horas. Aun así, pude hacer varias visitas a lugares al norte y sur de la ruta de la procesión – la cual iba de este a oeste – ¡y todavía logré regresar al Hotel Adlon y ver a Herr Hitler pasar por el Piccadilly de Berlín!
Nunca más Adolfo Hitler, o cualquier otro líder alemán, disfrutaría semejante homenaje.[2]
El desmembramiento de Polonia fue rápido. Para el sábado – 24 horas después de la invasión – Hitler sostenía informes militares a pocas pulgadas de su nariz, pasando las páginas a razón de dos por minuto. Los documentos – presentados en letra grande debido a su terrible visión – detallaban cómo la mayoría de los aeropuertos polacos y aviones de combate habían sido destruidos mientras las defensas se derrumbaban. Las noticias eran tan buenas, que el Führer pensó que un viaje relámpago al Frente podría ser una buena idea. Sin embargo, la siguiente mañana soleada de otoño – domingo 3 de septiembre – a las 12:15 pm hora de Berlín, el estado de ánimo cambió de manera drástica y negativa como usando un interruptor cuando el Primer Ministro Británico Neville Chamberlain, cumpliendo su promesa de permanecer junto a Polonia, realizó una impresionante transmisión:
Esta mañana, el embajador británico en Berlín, envió al gobierno alemán una nota definitiva diciendo que, a menos que escuchemos que para las 11 en punto se preparen inmediatamente a retirar sus tropas de Polonia, un estado de guerra existirá entre nosotros. Debo decirles ahora que ninguna promesa ha sido recibida, y que consecuentemente, este país está en guerra con Alemania.
Ludwig Sager, un profesor de colegio de 53 años, escuchando en Neuenhaus, un pequeño pueblo cerca de la frontera holandesa, se sentó en su escritorio y mojó su pluma en la tinta: “las personas están calmadas y tranquilas”, anotó. “Las madres están preocupadas por las noticias de sus hijos en el Frente”. Más tarde ese día, observó una oleada de actividades que perturbaban la tranquilidad común del Sabbat, mientras los hombres trabajadores armaban un refugio antiaéreo en un sótano cercano. Al mismo tiempo, un periodista norteamericano, caminando por las calles de Berlín, observó “ni dureza, ni entusiasmo”. No había ninguna demostración afuera de las embajadas del Reino Unido y Francia, y “los centinelas que estaban allí no tenían nada que hacer” en contraste rigurosos con el estallido de la Primera Guerra Mundial – cuando una efusión de jubileo se apoderó del país. La silenciosa respuesta, según los Nazis, reflejaba “la madurez espiritual” obtenida bajo el liderazgo nacionalsocialista: “El pueblo alemán estaba completamente consciente de la gravedad de la guerra y de los grandes sacrificios que ésta demandaría. Esto explicó la compostura y la dignidad con que vieron la lucha que había sido impuesta sobre Alemania”.[3] En lo que respecta a los negocios, Berlín ya había visto un éxodo masivo durante los meses de julio y agosto, con Shell Oil, British- American Tobacco, Guardian Assurance, Oceanic Steam Navigation, Dunlop, Cunard White Star, Kodak, Columbia Gramophone, British Metal Corporation, Anglo- Persian Oil y Anglo-Argentine Cold Storage, todas empacando sus maletas.
El día que la guerra fue declarada no transcurrió sin ningún incidente. Una leve agitación de emoción llegó a las 7 pm cuando Berlín experimentó su primer aviso de ataque aéreo. La joven judía Inge Deutschkron estaba convencida de que la alerta era simulada para meter a la población en “modo de guerra”.[4] Su primer descenso al búnker debajo del bloque de su apartamento resultó ser una experiencia repugnante:
Las personas se sentaron en sus lugares, escuchaban el silencio y especulaban en conversaciones susurrantes sobre la alerta de bombardeo.
Afuera había un terrible silencio. El encargado de la vigilancia de ataques aéreos, con su nuevo uniforme gris, revisó su lista para saber cuáles residentes estaban presentes, y en su nuevo rol se convirtió en importante (...) A nosotros los judíos, nos ordenó movernos a un rincón del sótano, donde nos sentamos en silencio y no nos atrevimos a ver a nuestros compañeros de casa “Arios”. Cuando él dio el “está bien” después de 30 minutos de silencio absoluto, esperamos “respetuosamente” hasta que los “Arios” se fueran de la bodega.[5]
Más tarde ese día, Deutschkron dio un paseo por un Berlín a oscuras donde “ciudadanos respetuosos de la ley gritaban amenazas a los apartamentos donde se podía ver un rayo de luz”:
Cientos de residentes corrieron para ver Berlín sin las famosas señales de neón – como los famosos Sarotti-Mohrchen y la copa de vino espumoso de Deinhard. ¡Qué panorama! La luna y las estrellas dominaban la escena nocturna. Gedächtniskirche, el feo símbolo del oeste de Berlín en esos días, lucía casi hermoso como una silueta a la luz de la luna.
Un turista que pasó la tarde entreteniéndose en Alexanderplatz la comparó con “una ciudad perdida en el fondo del océano”. Para los trabajadores, el apagón se convirtió en una pesadilla inmediata, como un conserje en la oficina de impuestos en Berlín que reaccionó con horror al tener que cubrir 95 ventanas cada noche – un hecho que rápidamente le quitó el brillo a la novedad de la situación.
La mañana después de la declaración de guerra, la reacción más llamativa salió entre las visibles delgadas páginas del Volkischer Beobachter – el órgano de la jefatura del partido Nazi. Insistió que el Führer no era el culpable porque Inglaterra era “la perturbadora inescrupulosa de la paz”. En los días siguientes, los ministros y jefes de otros departamentos comenzaron a emitir una oleada de regulaciones, directrices, instrucciones y órdenes como el Decreto Económico de la Guerra el cual erradicaba el pago de horas extras, bonificaciones salariales y vacaciones reglamentarias.[6] Además, el pueblo estaba advertido sobre un fuerte aumento de impuestos que ascendía a 24 mil millones de marcos para el próximo año.[7] Herr Reinhardt, el Subsecretario de Estado en el Ministerio de Finanzas, pronosticó que el impuesto sobre la renta sería incrementado un 50 por ciento, mientras que impuestos adicionales a las bebidas alcohólicas, cerveza, tabaco y otros productos básicos estaban siendo considerados.
Como si eso no fuera lo suficientemente malo, recortes sin precedentes serían impuestos sobre proyectos sociales y culturales, y además de esto, el uso del auto iba a ser virtualmente prohibido, con permisos especiales necesarios para comprar gasolina. Todas las llantas de huele de propiedad privada fueron declaradas propiedad del Estado, mientras que, en los restaurantes, los lunes y viernes fueron proclamados “días sin carne”, provocando que un cliente en un gran hotel de Berlín se enojara porque el menú ofrecía sopa, arroz y coliflor, con pastel de postre, “pero los precios seguían siendo los mismos”.
El pueblo fue bombardeado con información – solo dos días después de la declaración de guerra, un decreto en contra de los enemigos públicos o “Pestes Nacionales” fue promulgado, el cual, en términos vagos, buscaba lidiar con aquellos que se aprovechaban de las condiciones de guerra para cometer crímenes – como saqueos, incendios provocados, robos o comportamientos antisociales. En términos prácticos, daba vía libre a los jueces para imponer largos periodos de cárcel o la pena de muerte incluso para ofensas que, en otras condiciones, hubiesen requerido una sentencia más corta.[8] Un decreto en contra de criminales violentos fue emitido el mismo día, el cual estipulaba que: “Cualquiera que use armas de fuego, cuchillos o espadas o medios igualmente peligrosos para cometer una violación, un robo en la calle, robo de banco u otro crimen de violencia grave – o amenace la vida de otra persona con esa arma – será castigado con la muerte”. La misma ley proporcionaba protección a cualquiera que personalmente se involucrara en la persecución de un delincuente.
A pesar de la carga informativa y los apagones, un periodista norteamericano notó que la vida en la capital todavía seguía siendo bastante normal: “Las óperas, los teatros, los cines, todos están abiertos y llenos de gente”. Pero, como siempre, merodeando entre el ajetreo y el bullicio, los agentes de la Gestapo trabajaban a toda potencia. El 13 de septiembre, judíos de descendencia polaca fueron sacados de sus casas en todo Berlín y cargados en trenes con destino a Oranienburg, la terminal que prestaba servicio al infame campo de concentración Sachsenhausen. Poco tiempo antes de la llegada, los funcionarios Nazis habían preparado una bienvenida especial difundiendo falsos rumores de que los cautivos eran judíos polacos responsables de matar a alemanes en Bromberg poco después del estallido de la guerra. Uno de los desafortunados prisioneros era Leon Szalet:
Una lujuriosa multitud de ambos sexos estaba parada al pide de las gradas. Incluso madres con sus hijos en brazos habían venido... viejos y jóvenes, voces de hombres y mujeres se mezclaban en un repugnante y sanguinario coro de “¡maten a los asesinos de Bromberg! ... ¡Maten a los francotiradores polacos!” Pero los gritos no era todo; nos arrojaron piedras, pedazos de madera, clavos y estiércol de la calle. Nos golpearon en la cara, en nuestros ojos. Muchos se quedaron ciegos y cayeron.
Aunque Alemania estaba en guerra con Francia y Gran Bretaña, los primeros meses no trajeron ninguna actividad militar relevante, motivando a algunos miembros del pueblo a pensar si la inactividad era resultado de la falta de entusiasmo de parte de alguien acerca de la guerra, o si iba a existir una paz arreglada. Una de las primeras manifestaciones físicas del conflicto armado llegó con un extensivo bloqueo naval británico apuntando a las exportaciones e importaciones alemanas, lanzado en represalia por numerosos incidentes en el mar, como el hundimiento del Athenia y el Simón Bolivar a manos de la marina alemana.[9] El bloqueo también fue catastrófico para la alguna vez floreciente industria naviera, mientras los pasajeros de cruceros atravesaban la tormenta para llegar a puertos de origen como Hamburgo y Bremerhaven, o buscaban refugio en puertos neutrales. Con el estallido de la guerra, muchos cruceros que no pudieron llegar a su destino fueron confiscados por los Aliados. Solamente en las Indias Orientales Neerlandesas, los cruceros Hamburg-Amerika y Norddeutscher Lloyd, Nordmark, Vogtland, Rendsburg, Cute, Naumburg, Essen, Stassfurt, Franken, Bitterfeld, Wuppertal, Rheinland y el barco de vapor Hansa, Soneck, todos fueron incautados.
Aunque el bloqueo tuvo un leve efecto inmediato en el suministro de alimentos, sí fue exitoso en incidir en el flujo de las grandes necesidades de aceite requeridas para mantener a las Wehrmacht.[10] También dificultó el suministro de aceite de ballena, un ingrediente esencial para la producción de margarina.
Debido a que la dieta del pueblo alemán había sufrido un giro hacia un nivel de guerra a lo largo de los años treinta, el inicio del racionamiento directo el 1 de septiembre simplemente incrementó las restricciones existentes. Desde esa fecha, las grasas, carne, mantequilla, leche, queso, azúcar y mermelada estaban disponibles en raciones; el pan y el huevo les siguieron el 25 de septiembre y para mediados de octubre, se introdujo el racionamiento de textiles. A partir de allí, la ropa solo se podía comprar por medio de una Reichskleiderkarte anual, la cual constaba de 100 puntos, donde, por ejemplo, un par de medias cuestan cuatro puntos, un suéter 25 puntos; una falda 45 puntos, y así. Todas las tarjetas de racionamiento eran expedidas por autoridades municipales y eran consideradas documentos oficiales, que solo se podían obtener con un carné de identidad. Antes de ser emitidas, los aplicantes debían informar cuáles de los miembros de sus familias estaban sirviendo en el Servicio de Trabajo del Reich o servicio militar, incluyendo a las chicas adolescentes. Una vez recibid...

Índice

  1. Título
  2. Derechos de Autor
  3. Derechos de Autor
  4. Agradecimientos
  5. INTRODUCCIÓN
  6. CAPÍTULO 1 - 1939
  7. CAPÍTULO 2 - 1940
  8. CAPÍTULO 3 - 1941
  9. CAPÍTULO 4 - 1942
  10. CAPÍTULO 5 - 1943
  11. CAPÍTULO 6 - 1944
  12. CAPÍTULO 7 - 1945
  13. CAPÍTULO 8