Capítulo 1
Ellinor de Aquitania, la madre
I como ya jurada por Princessa,
isa eminente público tablado;
que de fragante olor no cessa
i sobre cedro se orna de brocado.
El vasauro
Pedro de Oña
Un domingo soleado y demasiado caluroso de julio, se oía tocar xanfainas –esas trompetas largas de cobre utilizadas para la llamada al homenaje– en lo alto de la pequeña torre que se encuentra adjunta a la gran catedral de San Andrés en Burdeos. Un bullicio de gente deseosa de ver el acontecimiento solemne se agolpaba en los aledaños de la misma, mientras numerosos limosneros, harapientos y mullidos empujaban a los soldados para ocupar los escalones de la entrada principal al gran templo cristiano.
Al momento, un sonido estremecedor obligaba al público, agolpado en la fachada este del edificio, a taparse los oídos. Eran las campanas de aquella torre que gemían heridas ante el volteo descontrolado, y su estruendoso repique advertía y aclamaba el anuncio de una buena nueva a golpe del tañido de sus cinco grandes moles de bronce: el matrimonio del heredero al trono francés. Luis, a sus dieciséis años se casaba con la joven Ellinor que no alcanzaba los quince y cuya templanza hacía honor a la herencia que la perseguía desde su nacimiento. Esta herencia no era otra que el gran ducado de Aquitania, ansioso y deseado trofeo para el poder real francés.
Un joven barbilampiño, de mirada perdida, cuidadoso en sus maneras, criado entre la educación ampulosa del mundo feudal y el sentimiento monástico del concepto altomedieval ofrecía su brazo a una niña, altiva en su mirada, refinada en sus encantos y nacida bajo el culto selectivo de la música y la poesía. Ella, sin conocimiento de causa, ofrecía su mano como moneda de cambio a la búsqueda del equilibrio dinástico sin que el amor pudiera condicionar las relaciones con el tiempo.
Leonor de Aquitania. De esta gran mujer, la llamada «reina de Europa», se han realizado numerosas ilustraciones, pinturas y esculturas, por la importancia que tuvo en la Europa medieval. En este caso, corresponde a una ilustración del códice medieval del beato de Provenza.
BURDEOS, CAPITAL DE LA OCCITANIA
Burdeos era una ciudad bulliciosa por entonces. Había nacido como villa, siglos atrás, con el nombre de Burdigala, creada por los bituriges vivisques, «una tribu gala de la región de Bourges». Pero el tiempo la había hecho crecer en demasía, convirtiéndola en el centro de un extenso territorio: en la capital de la región de Aquitania. Era un puerto anclado en el río Garona y fue llamada la Bella Durmiente, apelativo que la definía en admiración por todos los territorios de aquellos tiempos. Ellinor la despertaría de su infinito sueño. Esta ciudad era, a su vez, parte de Gascuña, hecho que, a finales del siglo X, la hizo formar parte de la herencia de sus condes, los mismos que habían defendido la ciudad del ataque constante de los vikingos.
En el siglo XI, a finales, se comenzó la construcción de su magnífica catedral. Iniciada en un románico austero, fue evolucionando hacia un protogótico y pronto empezaría a deslumbrar por su belleza y majestuosidad. Fue concebida con una planta de cruz latina y una nave única muy grande que le daba solemnidad en cada acto. El propio papa Urbano II la consagraría para el culto en un acto lleno de júbilo y devoción, ya que necesitaría de una bendición especial por estar edificada sobre un suelo de marismas. Sus dos campanarios abrumaban con la elevación de sus agujas, camino del espacio divino, apenas dibujadas sobre el azul de un cielo inseguro pero, a la vez, majestuoso. El aire mecía cada una de ellas, como detalle del anuncio de un acontecimiento que mimbrearía las cestas de la historia de Francia. Las marismas sujetaban ansiosas los pináculos de sus dos torres, mientras que el arranque de sus arcos ojivales dejaba traspasar el suave viento que silbaba entre algún arbotante de doble vuelo. En la atmósfera reinante, el tañir de sus campanas amansaba al viento y sus sonidos metálicos llegaban hasta la desembocadura de su río en las aguas del Atlántico.
La tranquilidad de sus habitantes se había roto con la llegada de la joven reina Ellinor. Como nieta del rey trovador, había mamado desde sus primeros meses los desafíos musicales de aquellos trovadores que, cantando la excelencia del amor, rondaban constantemente a las damas, yendo de corte en corte.
En su boda, en el año 1137, un fluir de músicos llegados desde la Aquitania endulzaba las rudimentarias escenas de los burdigaleses. Mientras, las gentes sonreían ante la comitiva, buscando en ese gesto de aceptación la limosna que sanase tímidamente su pobreza de siervo. Las flores, producto de los campos del interior, cromatizaban los caminos al paso solemne de la comitiva presidida por banderas y estandartes dinásticos, mientras los atabales sonaban a su paso.
Los trovadores incitaban al baile. Los invitados quedaban maravillados del fluir constante de versos musicales que no dejaban oculto al vecino allí congregado ni un instante. Ellinor sonreía ante la música. Su cara rezumaba felicidad por sentirse rodeada de sus músicos, aquellos que desde su nacimiento habían aderezado su espíritu inquieto, gracias a los deseos de su abuelo Guillermo el Trovador. Tal fue así que Ellinor había aprendido a tocar la vihuela a los tres años, un instrumento ovalado de forma plana, de cinco cuerdas, y que se hacía sonar con un arco curvo que apenas podía desdeñar como niña que era. En la misma boda cogió uno de aquellos instrumentos que siempre llevaba consigo, heredado del padre de su padre, y se puso a tocar mientras varios iuvenes la acompañaban con sus letras. Estos caballeros jóvenes, hijos segundones de las familias nobles de entonces, dedicaban gran parte de su vida al mundo caballeresco y al de la música. Aquel día, había muchos invitados al convite real –procedentes de los territorios occitanos que habían formado parte de la dote de su madre– y, con suspicacia y habilidad, aprovechó el momento.
Con tan sólo quince años, Ellinor ostentaba los títulos de duquesa de Aquitania, condesa de Poitiers y duquesa de Gascuña, títulos que la adornaban desde el mismo momento de su boda con el futuro rey francés, y su vestido de escarlata le daba el aire de solemnidad que requería aquel acto, a pesar de su rostro infantil bien definido.
EL DUCADO DE AQUITANIA Y EL REINADO
DE ELLINOR EN FRANCIA
Aquitania era la comarca francesa más grande en extensión. Estaba envuelta entre los Pirineos y el océano Atlántico; sus límites llegaban casi a los pies de París. El lugar que ocupaban sus bástidas y castillos entre bosques de landas y, ahora, extensos viñedos la hicieron paraíso del vino. En Poitiers, la ciudad histórica situada entre la cuenca del Loira y el golfo de Aquitania, numerosos peregrinos a Santiago hacían escala obligada. Y Gascuña, al lado del río Garona, fue aquella gran comarca feudal que Carlomagno hiciera grande y que luego se uniese a Aquitania.
Era un convite majestuoso. El salón real estaba envuelto en cortinajes de raso y de seda, colgando entre sus muros las enseñas de las casas de los Capetos y del ducado de Aquitania. Las mesas, bien aderezadas con flores en el centro, estaban a rebosar de platos jugosos y bien presentados. Los reyes, en el centro, eran objeto de la mirada de nobles, obispos y abades, mientras los soldados vigilaban las dos puertas de entrada a la sala.
Los numerosos pajes y camareros servían un excelente vino de Guyena, tierras de ella, mientras la vihuela y la flauta sonaban cada vez con más fuerza. Los mil invitados no paraban de jalearse y gritar en un festín impensable. Todo fluía en un marco de alegría y distensión propio de aquellas cortes francesas, herederas de los merovingios.
El 8 de agosto de 1137, Ellinor fue proclamada reina consorte de Francia, al contraer matrimonio con el rey Luis VII, en París, donde residirían a partir de entonces. Ella añoraba su Gascuña, pero tenía que seguir el ritual por ser la mujer más poderosa de toda Francia. Sin embargo, supo adaptarse enseguida a los nuevos modos de la corte y a todos los gustos tan diferentes de su esposo.
Habían sido educados de forma muy distinta. La educación de Luis había sido casi monástica, con su conocimiento perfecto de las llamadas siete artes liberales, es decir, el conocimiento de la aritmética, geometría, música y astronomía, junto a las tres ciencias del pensamiento, gramática, retórica y dialéctica. Se enfrentaba a la educación más profana de Ellinor, perfecta conocedora del latín de Ovidio y adaptada al conocimiento de aquella lírica trovadoresca, cuyo canto hacía gala de una constante exaltación al amor, la belleza, las virtudes y sus veleidades.
Esta diferencia en los gustos también la llevó a un duro enfrentamiento con su suegra, la reina madre Adelaida de Saboya, quien vería cómo una mujer de carácter conseguía imponer su dominio sobre la timidez del rey, que estaba más vinculado a la vida monástica que al poder real.
Sin embargo, el amor de Luis hacia su esposa iba creciendo con el paso del tiempo, pero, a su vez, también los celos. Y así lo demostró en cuantas ocasiones tuvo. Recordaba la reina la llegada del trovador Marcabrú, un personaje conocido de la época, cuando este, a solicitud de ella, se acercó a la corte parisina desde Aquitania para alegrar el buen convite de la celebración de la coronación real, algo que habitualmente hacía el rey Luis cuando la ocasión lo permitía. Ante la exposición de sus versos –recitados en tono jocoso y enamoradizo–, él se sintió herido en su devoción amorosa hacia la reina e, inmerso en una red de celos, expulsó repentinamente al alegre trovador.
Pero los años pasaban y Ellinor, ya con veintidós años, seguía sin descendencia. Tal era la preocupación del reino que el propio Bernardo de Claraval, hombre santo canonizado por las multitudes, será quién, a petición de la propia reina, intervendrá en ese deseo, pidiendo a Dios con todas sus fuerzas la llegada de un vástago.
Notre-Dame-la-Grande, Poitiers. La iglesia parroquial más importante de esta ciudad, capital de la Aquitania francesa. Antigua colegiata de estilo románico del siglo XI. Posiblemente sea la más conocida de toda la región de Poitou-Charentes. Fue consagrada por el papa Urbano II. En ella, Ellinor de Aquitania solía orar durante toda su juventud. Fotografía del autor
SAN BERNARDO DE CLARAVAL Y
LA ORDEN DEL CÍSTER
Era una mañana fría del mes de febrero. El cielo estaba nublado y un gris oscuro intenso anunciaba tormenta. Fuera de las murallas, la abadía de Saint-Denis destacaba por su belleza. Era el primer templo de un gótico primigenio, adaptado a las exigencias de la Orden monástica del Císter, la misma que exigía rectitud y sobriedad.
La comitiva del fraile iba en silencio compartiendo la propia sintonía de un día triste por su condición invernal, pero, a su vez, era un día importante para la comunidad cristiana inducida a una petición divina. Entre la penumbra del camino, dejando atrás la ciudad de París casi a oscuras, uno de los soldados que acompañaban a fray Bernardo paró su caballo en seco y le preguntó con cierta timidez:
—Padre Bernardo, ¿por qué se la llama abadía de Saint-Denis?
El monje, pensativo en su peregrinaje hacia el templo, casi no oyó la pregunta del soldado, pero, inducido por el relincho del caballo que lo acompañaba, giró su cabeza y, mirándolo, contestó:
—Porque aquí murió martirizado san Dionisio, el primer obispo de París.
Tal vez era una propuesta del cielo. El monje hizo un ademán a toda la comitiva para que hiciese una parada en su camino y, aprovechando con ello la inesperada pregunta, debía adecuar la prerrogativa del buen discípulo y hacer apostolado de fe ante el devoto.
—Sabéis, en el siglo III d. C., los romanos, en su persecución sanguinaria a los cristianos, martirizaron a san Dionisio y a sus dos acólitos en esta pequeña colina donde se ubica la iglesia. Por esta razón, se hizo levantar un primer pequeño templo cristiano en honor del santo mártir hasta que, poco a poco, se ha ido transformando en abadía, la misma que tenéis frente a vuestros ojos –refrendó con voz armoniosa.
El soldado, perplejo por las explicaciones, miró hacia el edificio y levantó la mano para santiagüarse con devoción intensa. Lo hizo tres veces. El fraile –sonrien...