Fray Gerundio de Campazas. Tomo II
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Fray Gerundio de Campazas. Tomo II

  1. 80 páginas
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Fray Gerundio de Campazas. Tomo II

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En esta obra el Padre Isla nos presenta a fray Gerundio, una suerte de don Quijote eclesiástico a través del cual Isla pone de manifiesto los aspectos más ridículos de la predicación culterana de la época.En este segundo tomo somos testigos del aprendizaje de las artes por parte de Fray Gerundio y de sus complicaciones para estudiar y entender filosofía, dificultad que no detiene a Fray Gerundio y le permite continuar progresando en el mundo de la predicación.-

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Información

Editorial
SAGA Egmont
Año
2021
ISBN
9788726794830
Categoría
Literature

Libro II

Capítulo I

Concluido su noviciado, pasa a estudiar artes
Ya tenemos a fray Gerundio en campaña, como toro en plaza, novicio hecho y derecho como el más pintado, sin que ninguno le echase el pie adelante, ni en la puntual asistencia a los ejercicios de comunidad, porque guardaba mucho su coleto; ni en las travesuras que le había pintado el lego, cuando podía hacerlas sin ser cogido en ellas, porque era mañoso, disimulado y de admirable ligereza en las manos y en los pies. No obstante, como no perdía ocasión de correr un panecillo, de encajarse en la manga una ración, y en un santiamén se echaba a pechos un jesús, cuando ayudaba al refitolero a componer el refectorio, llegó a sospecharse que no era tan limpio como parecía. Y así el refitolero como el sacristán le acusaron al maestro de novicios, que cuando fray Gerundio asistía al refectorio o ayudaba a las misas, se acababa el vino de éstas a la mitad de la mañana, y a un volver de cabeza se hallaban vacíos uno o dos jesuses de los que juraría a Dios y a una cruz que ya había llenado; y aun que nunca le habían cogido con el hurto en las manos, pero que por el hilo se sacaba el ovillo, y que en Dios y en conciencia no podía ser otra la lechuza que chupaba el aceite de aquellas lámparas.
2. Era el maestro de novicios un bellísimo religioso, devoto y pío hasta más no poder, pero sencillo y cándido como él mismo. En viendo a un novicio con los ojos bajos, con la capilla calada, las manos siempre debajo del escapulario, poco curioso en el hábito, traquiñándose al andar, y andando siempre arrimado a la pared, puntual a todos los actos de comunidad, silencioso, rezador, y que en las recreaciones hablaba siempre de Dios: ¿pues qué, si naturalmente era bien agestadillo y vergonzoso? ¿Si le pedía licencia para hacer mortificaciones y penitencias extraordinarias y ocultas, aunque nunca las hiciese? ¿Si acudía frecuentemente a comunicarle las cosas de su espíritu y a darle cuenta de los sentimientos que tenía en la oración, especialmente si había algo que oliese a visión imaginaria? Sobre todo, ¿si en tono de caridad, de escrúpulo o de celo, iba a contarle las faltas que había notado, o que quizá sólo había aprendido en los otros su malicia? Para el buen maestro no había más que pedir. No creería cosa mala de este novicio, aunque se la predicaran frailes descalzos; y si alguno le acusaba de alguna faltilla, lo tenía por envidia o por emulación, diciendo, casi con lágrimas, que la virtud hasta en los claustros es perseguida. Los bellacos de los novicios, aunque por la mayor parte de poca edad, ya tenían bastante malicia para conocer esta flaqueza o esta bondad de su maestro; y así los más ladinos se la pegaban tan lindamente, haciéndole creer que eran los más santos. Nuestro Gerundio no iba en zaga al más raposilla de todos. Antes bien, en esta especie de farándula, los hacía muchas ventajas, y se sabía que era el queridito del maestro, y más añadiéndose a su buen parecer, disimulo y afectada compostura el ser ahijado y tan recomendado de nuestro padre provincial; porque, si bien es verdad que el maestro de novicios era varón espiritual y místico, no embargante todo eso, a mayor gloria de Dios y por el mayor bien de la religión, hacía con purísima intención su corte a los mandones, y no querría disgustar a un padre grave por cuanto tuviese el mundo.
3. En esta disposición del maestro, dicho se está lo mal recibidas que fueron las acusaciones del refitolero y del sacristán. Díjoles el bendito varón que conocían mal al hermano fray Gerundio, y que no sabía con qué conciencia hacían juicios tan temerarios y levantaban aquellos falsos testimonios a un novicio tan angelical; que si supieran bien quién era aquel mancebo, se tendrían por dichosos en poner la boca donde él ponía los pies; y que si era verdad que les faltaba el vino, sería sin duda porque el diablo tomaba la figura del santo novicio para beberle y para desacreditarle; concluyendo con decirlos que si la orden tuviera media docena de fray Gerundios, esa media docena de santos más adoraría con el tiempo en los altares.
4. Sucedió que mientras el bueno del maestro de novicios estaba dando esta repasata a los dos legos acusadores, el angelical fray Gerundio pasó (no se sabe si por casualidad, o por aviso que tuvo) por delante de la despensa. Y viendo a la puerta de ella una cesta de huevos, se embocó media docena en el seno, y con la mayor modestia del mundo siguió su camino para el noviciado, y se fue derecho a la celda del maestro a darle cuenta de lo que le había pasado en la oración de aquel día. Entró, como acostumbraba, con los ojos clavados en el suelo, la capilla hasta como dos dedos sobre la frente, las manos en las mangas debajo del escapulario, sonroseado adredemente, para lo cual le vino de perlas la travesurilla que acababa de hacer, y en todo caso (lo que era mucho del conjuro) amagando a una risita. Luego que el maestro le vio entrar, se le renovó todo el cariño: mandole sentar junto a sí, comenzó la cuenta de oración, y comenzaron las mentiras, ensartando todas cuantas se le vinieron a la cabeza; pero tan bien concertadas, y dichas con tanta gracia y con tanta compostura, que el bonazo del maestro, sin poderse contener, se levantó de la silla, y para alentar más y más a su novicio, le dio un estrechísimo abrazo. En hora menguada se le dio; porque, como le apretó tanto en el Señor, se estrellaron en el pecho los huevos que el angelical mancebo traía escondidos en él, y comenzaron a chorrear yemas y claras por el hábito abajo, que parecía haberse vaciado el perol donde se batían los huevos para las tortillas de la comunidad. El maestro quedó atónito y confuso, y le preguntó al novicio:
-¿Pues qué es esto, hermano fray Gerundio?
El santo mozo, que era asaz sereno y de imaginación pronta y viva para salir con lucimiento de los lances repentinos, le respondió sin turbarse:
-Padre, yo se lo diré a su reverencia. Como ha dos meses que su reverencia me dio licencia para tomar disciplina en las espaldas, por no poderla ya tomar en otra parte, se me han hecho unas llagas, y llevaba estos huevos para ponerme una estopada. Y no me atreví a decirlo a su reverencia, porque su reverencia no me privase del consuelo de esta corta mortificación.
Tragó el anzuelo el bonísimo varón, y pasmado de la estupenda mortificación de su novicio, volvió a darle otro abrazo, aunque menos apretado que el primero, por no lastimarle en las llagas de las espaldas, y por no mancharse con la chorrera del hábito. Y contentándose con advertirle blandamente que mejor es la obediencia que no los sacrificios, le despidió, dándole orden de que se fuese a mudar otra saya y otro escapulario.
5. Con estas trazas pasó nuestro fray Gerundio su noviciado, y hizo su profesión inoffensopede, sin que le faltase voto. Y como todavía duraba el provincialato de su padrino y padre de hábito, le envió luego a estudiar las artes a un convento de los más graves de la provincia, sin que pasase por la regular aduana de corista, por dos o por tres años, como pasan los demás frailes en canal que no tienen arrimo.
6. Era lector un religioso mozo, como de hasta treinta años escasos, de mediano ingenio, de bastante comprehensión, de memoria feliz, estudiantón de cal y canto, furiosamente aristotélico, porque jamás había leído otra filosofía, ni podía tolerar que se hablase de ella; eterno disputador, para lo cual le ayudaba una gran volubilidad de lengua, una voz clara, gruesa y corpulenta, una admirable consistencia de pecho y una maravillosa fortaleza de pulmones: en fin, un escolástico esencialmente tan atestado de voces facultativas, que no usaba de otras, ni las sabía, para explicar las cosas más triviales. Si le preguntaban cómo lo pasaba, respondía:
- Materialiter bien; formaliter, subdistingo: reduplicative ut homo, no me duele nada; reduplicative ut religioso, no deja de haber sus trabajos.
En una ocasión, se le quejó su madre de que, en las cartas que la escribía, no la hablaba palabra de su salud. Y él respondió: «Madre y señoría mía: Es cierto que signate no decía a usted que estaba bueno, pero exercite ya se lo decía. Ahora pongo en noticia de usted como estoy explicando a mis discípulos la trascendencia o la intrascendencia del ente: yo llevo la analogía, y niego la trascendencia. A mi hermana Rosa dirá usted que me alegro mucho lo pase bien, así ut quo como ut quod, y que en cuanto a las calcetas con que me regala, la materia ex qua me pareció un poco gorda, pero la forma artificial viene con todos sus constitutivos. De las cuatro libras de chocolate que usted me envía, diré in rei veritate lo que me parece. Las cualidades intrínsecas son buenas, pero las accidentales le echaron a perder, por haber estado aplicado más tiempo del conveniente a la naturaleza ígnea, mediantela virtud combustiva. B. L. M. de usted su hijo inadaequate et partialiter, y su capellán totaliter et adaequate. -Fray Toribio, lector de artes».
7. Por aquí se puede sacar el carácter del padre lector fray Toribio, que en un argumento a todos se los llevaba de calle; porque con la voz sonora, con el pecho fuerte, con la lengua expedita y con la abundancia de términos, no había quien le resistiese, y así le llamaban el azote de los concursos. Tenía atestada la cabeza de apelaciones, ampliaciones, alienaciones, equipolencias, reducciones, y de todo lo más inútil y más ridículo que se enseña en las súmulas, sirviendo sólo para gastar el tiempo en aprender mil cosas inútiles. Ejercitábase él, y hacía que sus discípulos se ejercitasen, en componer contradictorias, contrarias, subcontrarias y subalternas, en todo género de proposiciones: en las categóricas, en las hipotéticas, en las simples, en las complejas, en las necesarias, en las contingentes y en las de imposible, gastando meses enteros en estas bagatelas impertinentísimas. Sobre la importante y gravísima cuestión de si blictiries término, era cosa de espiritarse; y si alguno le quería defender que la unión era tan término como todos los demás, y que en ella se resolvía la proposición tan resolvidamente como en el sujeto y el predicado, era negocio de volverse loco, y a lo menos no le faltaba un tris para perder el juicio.
8. El mismo exquisito gusto y la misma buena elección que tenía en las súmulas, mostraba en lo perteneciente a la lógica. Aunque sabía muy bien que ésta no es más que un arte que ayuda a la razón natural a discurrir con penetración y con solidez, enseñándola el modo de buscar y descubrir la esencia de las cosas, de formar diferentes ideas de una misma, según los diversos respetos, nociones o formalidades con que se presenta al entendimiento; y que estas diferentes formalidades, nociones y respetos le dan bastante fundamento, no para que de una sola cosa haga dos, sino para que conciba como si fueran dos la que en realidad es una sola; y que supuesta esta penetración y esta división total, pueda ir después raciocinando y discurriendo acerca de ellas, hasta llegar muchas veces a la demostración, y casi siempre a un prudentísimo asenso. Repito que aunque el buen padre lector no ignoraba que ésta, y no otra, era la verdadera lógica, de nada menos cuidaba que de instruir a sus discípulos en lo que conducía para esto. Y de los nueve meses del curso, gastaba los siete en enseñarlos lo que de maldita la cosa servía, sino de llenarles aquellas cabezas de ideas confusas, de representaciones impertinentes y de idolillos o figuras imaginarias. ¿Si consiste en un único hábito, cualidad o facilidad científica, o en un complejo de muchos, correspondientes a la variedad de los actos logicales? ¿Si es ciencia práctica o especulativa? ¿Si la docente se distingue de la utente, esto es, si la instrucción en las reglas se distingue del uso de ella? ¿Si su objeto es un entecillo duende enteramente fingido por el entendimiento, o una entidad que tiene verdadero y real ser, aunque puramente intelectual? ¿Si la lógica artificial es tan necesaria para aprender otras ciencias que sin ella ninguna pueda aprenderse, ni bien ni mal? Y así de otras cuestiones proemiales, que de nada sirven y para nada conducen, sino para perder tiempo y para quebrarse la cabeza lo más inútilmente del mundo.
9. Esto es, por paridad, como si un maestro de obra prima (que así se llama, no se sabe por qué, a los zapateros) con un aprendiz que quisiese instruirse en el oficio, gastase un mes en enseñarle si la facultad zapateril era arte o ciencia; y si arte, si era mecánico o liberal. Otro en instruirle si era lo mismo saber cortar que saber coser, saber coser que saber desvirar, o si para cada una de estas operaciones era menester un hábito o instrucción científica que las dirigiese.
-Señor, que yo quiero aprender a hacer zapatos.
-Espérate, tonto, ¿cómo has de saber hacerlo, si no sabes si el objeto del arte zapateril es el zapato que realmente se calza, o aquel que se representa en la imaginación, como idea del que después se ha de hacer?
-Señor, yo no quiero hacer zapatos imaginarios, sino estos que se palpan, se tocan y se calzan.
-Eres un orate. Por ventura, ¿sabrás nunca hacer esos zapatos, no estando bien enterado de si las reglas que se dan para hacerlos son o no son diferentes del uso y práctica de ellas?
-Señor, ¿qué se me da a mí que lo sean ni dejen de serlo? Enséñeme usted esas reglas, pues ha cuatro meses que estoy en su casa, y hasta ahora ni siquiera una me ha enseñado.
-Ven acá, idiota. ¿Cómo te las he de enseñar yo, ni cómo las has de aprender tú, mientras no estés plenísimamente instruido en que esta arte, que llamamos de obra prima, es en parte práctica, y en parte especulativa? Práctica, porque su fin es enseñar a hacer zapatos ajustados, airosos y duraderos; especulativa, porque las reglas que da para eso, es menester que dirijan primero a la razón, sin lo cual no se gobernarían bien las manos.
-Por vida de... -y echole redondo- que vuestra merced matará a un santo. Y dígame, señor, para que yo aprenda esas reglas, ¿qué me importará saber si el oficio es plático o culativo, o la perra que me parió?
10. Si alguno fuera al padre lector con este cuento, bien sé yo que no lo había de contar por gracia; porque, sobre abundar de un humor escolástico flavobilioso, que hiriendo en un momento las fibras del celebro, se comunicaba rápidamente al corazón por el nervio intercostal, con movimiento crispatorio, y de aquí, por una instantánea repercusión, volvía al mismo celebro, donde agitaba con igual o con mayor crispatura las fibras que se ramifican en la lengua, estaba tan furiosamente poseído de todas estas vanas inutilidades, que era capaz de chocar con el mismo sol, si pretendía alumbrarle en este punto. En primer lugar, luego daba en los hocicos con aquella prodigiosa multitud de hombres grandes que se han ocupado loablemente en estas materias, y eran tenidos de todo el mundo por hombres sapientísimos. Si alguno le replicaba que los hombres más sabios y los hombres más grandes al fin son hombres, y que no se habían acreditado, ni de grandes ni de sabios, por haber gastado el tiempo en esas fruslerías, sino por haber escrito grave y doctamente otras materias utilísimas; y si se habían empleado en aquellas impertinencias, no era por no conocer que lo fuesen, sino porque la obediencia o la política los había precisado a no desviarse del camino carretero y a seguir el uso común, le faltaba poco para romperle los cascos. Y si lo dejaba de hacer, era de pura compasión, despreciándole como a un pobre mentecato. Después echaba mano de aquel otro lugar común con que se defienden los que no tienen bastante valor ni bastante generosidad para confesar que éstas son impertinencias, diciendo que sirven de mucho, aunque no sirven de otra cosa que de materia para aguzar los ingenios y para ejercitarlos en la disputa.
11. No había que reponerle, lo primero, que siendo la lógica la que enseña a discurrir y a disputar, parecía cosa ridícula comenzar a aprenderla arguyendo y disputando. Porque, o ya se sabían las reglas de la disputa, o se ignoraban. Si se sabían, era ociosa la lógica. Si se ignoraban, ¿cómo era posible que se disputase, sino diciendo en la materia y en la forma cuatrocientos disparates? Y así vemos que las partes más mecánicas y los oficios más fáciles no se comienzan a aprender por el ejercicio, sino a lo menos por aquellas reglas generales que son necesarias para saber imperfectamente ejercitarle. No hay oficio más fácil que el de aguador, porque en sabiendo echar al burro la albarda, y el camino del río o de la fuente, está aprendido el oficio. Con todo, es indispensable, antes de ir por agua, saber echar la albarda al burro y saber el camino. Si a un aprendiz de herrero le dijesen desde el primer día que hiciese una sartén, se reiría del maestro. Primero es menester darle una noticia general de todos los instrumentos del oficio, del uso particular de cada uno, del modo de manejarlos, y de disponer la materia para recibir la forma artificial que se pretende darla; después irle ejercitando en lo más fácil. Pues ahora, ¿hay cosa más graciosa que comenzar disputando si la lógica docente se distingue de la utente, y empedrar por precisión la disputa de toda la doctrina que se da acerca de los hábitos naturales, infusos y adquiridos; suponiendo ya sabido el modo con que éstos se engendran, y en qué consiste la virtud que tienen para producir después unos hijos enteramente parecidos a sus abuelos, esto es, a los actos que engendraron a los hábitos, siendo así que el pobre niño no tiene idea ni noticia de otros hábitos que de los hábitos largos de los curas, o de los hábitos de los frailes que vio predicar la Cuaresma y pedir el agosto en su lugar? ¿Qué concepto formará de toda aquella algarabía de hábitos, de actos, de semejanza específica, de semejanza genérica que es indispensable entienda, aun sólo para penetrar los términos de la cuestión, si nada de esto se le ha de explicar hasta que estudie la metafísica o la animástica?
12. No había que reponerle, lo segundo, que tolerado, y no concedido, que para ejercitar el entendimiento en la disputa fuese conveniente excitar algunas cuestiones proemiales, sería razón tomarlas de aquellos puntos históricos que pertenecen al fin, invención, progresos y estado actual de la misma lógica. Como, verbigracia: ¿para qué fin fue inventada la lógica, si solamente para enseñar a discurrir bien, o para evitar que otros no nos alucinasen con sofismas y con paralogismos? ¿Si la lógica es más antigua o más moderna que la filosofía en todas sus partes? Y aquí entraba naturalmente un curioso resumen historial del origen de la filosofía, y de su división en tanta variedad de sectas: la jónica, la itálica, la cirenaica, la heliaca, la megárica, la cínica, la estoica, la académica, la peripatética, la eleánica, la pirrónica o escéptica, la epicúrea, y finalmente la ecléctica; antes de hablar de los diversos sistemas de la filosofía moderna. Hallaríase que la lógica, respecto de unas sectas, había sido muy posterior, muy anterior respecto de otras, y respecto de algunas síncrona o coetánea.
13. Después se podía preguntar si la lógica se inventó por casualidad o de propósito. Y ...

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  1. Fray Gerundio de Campazas. Tomo II
  2. Copyright
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