Cartas familiares. Tomo VI
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Cartas familiares. Tomo VI

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Cartas familiares. Tomo VI

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Recopilación de cartas familiares que escribió el Padre Isla a María Francisca, su hermana por parte de padre, y al marido de esta, Nicolás de Ayala. En este primer tomo se recogen las cartas escritas entre 1758 y 1781, dando muestra de su exilio en Italia.-

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Información

Editorial
SAGA Egmont
Año
2021
ISBN
9788726794762

Carta CXIII

Escrita en Pontevedra a 6 de junio de 1763
Muy señor mío: Dos cartas recibo —126→ de Vmd. a un mismo tiempo, a cual más preciosa, una impresa que habla conmigo como parte del público, y otra manuscrita en 21 del pasado que me retira a un lado, y me habla dos palabras en particular. ¿Pero que palabras? Tales que si los viejos fuéramos capaces de ponernos colorados, era preciso que al leerlas hiciese yo demostración de que esto era posible. No me salieron los colores a las rugas de la cara porque la sangre añeja es pedrugosa, y no puede brincar tanto, pero se me llenó de ellos toda la razón. Utinam talis essem qualem me existimas, es todo cuanto puedo decir al concepto que Vmd. ha formado de mí, pero sin empeñarme en desvanecérsele. Yo —127→ me guardaré bien de eso. El hombre de bien nunca debe fingirse el que no es, dijo un filósofo antiguo; pero puede permitir el engaño de los que le suponen más de lo que es, cuando él no influye positivamente en el error. No sólo no he influido en el que Vmd. padece acerca de mis talentos y de mi literatura, sino que las mismas pruebas en que se funda, son las más concluyentes de su equivocación. ¿Será esto en Vmd. falta de discernimiento? Nada menos. Estos dos primeros rasgos de su pluma que he visto hasta ahora, hacen evidencia de que le tiene muy fino y muy delicado. ¿Pues que será? Mirar mis cosas con ojos franceses; es decir llenos de cortesanía y de bondad. —128→ Siga pues Vmd. en un inocente engaño que me trae tantas conveniencias, y reciba duplicadas gracias por lo mucho que Vmd. me honra poniendo de su casa el mérito y el premio.
Mi correspondencia no será equívoca, pues se reducirá a obedecer pronta, ciega y sinceramente en lo que me manda. Intímame Vmd. que haga de su papel la crítica que mepareciere más justa, dando una razón que acredita su gran juicio; pues resolviendo yo (añade Vmd.) hacer crítica de los papeles de los demás, y no hallándome juez competente parasentenciar en mi propia causa, daré una prueba de que uso conmigo la misma imparcialidadque protesto —129→ al público. No es posible razón más racional. Está fundada en aquel gran principio, que es como el cimiento, y debiera ser el distintivo de nuestra naturaleza: Noquieras para otro lo que no quieras para ti; y en el otro, que lo es de nuestra miseria: Ningunoes buen juez en causa propia. El primero no admite excepción alguna; el segundo ha tenido muchas, y sin salir de la presente materia sabe Vmd. muy bien que algunos autores han hecho la crítica de sus mismas obras; pero tan imparcial, tan justa y tan severa, como la pudieran hacer aquellos censores avinagrados de quienes se dijo: Nihil apud ipsos purum quibus velPluto displeceret. O yo me engaño mucho —130→ o Vmd. es uno de aquellos pocos a quienes seguramente se les pudiera fiar que se juzgasen a sí mismos; pero al fin no lo quiere hacer, y absolutamente desea que yo lo haga: voy a servirle.
La idea no puede ser más vasta, ni más útil: Moral, Política, Metafísica, bellas letras,fenómenos de la naturaleza, noticia, extracto y crítica de libros y papeles nuevos. Es un campo interminable, a cuyo fin no han llegado hasta ahora las vidas de todos los siglos, y en que tendrá siempre que adelantar la de Vmd. aunque dure tantos como yo la deseo. La utilidad no necesita de prueba; pues a excepción de las materias metafísicas, todas las demás son las más —131→ necesarias al hombre, y las más deliciosas a la racionalidad. ¿Pero bastará un hombre solo para tanto? Conforme: si se contenta con decir algo de todo, puede sobrar mucho hombre para eso: si pretende decir mucho de cada cosa, es imposible; sólo para la última y más delicada de todas, Extracto y crítica de los libros son menester muchos. Nunca fueron veinte y dos los que se empleaban en el famoso Diario de Trevoux, como lo equivocaron algunos, pero siempre fueron bastantes. Con cuatro comenzó el nuestro, que en mi sentir no era inferior a aquel, y ninguno de ellos sobró, siendo muy verosímil que si nuestra desgracia no hubiera hecho abortar aquella importantísima obra, hoy —132→ estaría por lo menos triplicado el número de sus autores.
Temo pues, que no alcancen a tanto las fuerzas de Vmd., ni las físicas, ni las mentales, aunque aquellas sean las más robustas, y estas las más vigorosas y comprehensivas. Para hacer la crítica de todo es menester un hombre quimérico en el concepto de los que saben algo.
Aun supuesto este imposible no me atreveré yo aconsejar a Vmd. que lo emprenda. La experiencia de lo pasado, es lección y es escarmiento para lo presente. Cortose nuestro Diario puntualmente cuando todos teníamos consentido en que iba a tomar el mayor vuelo debajo de la protección real. Siguiose algunos años —133→ después un cierto quid pro quo en el Cordón crítico que prometía lo mismo debajo de diferente título; pero apenas le dejaron salir del informe estado de embrión. Mucho es de temer que suceda lo propio a cuantos se empeñen en llevar adelante el mismo intento. El genio de la nación no se ha mudado, ni verisímilmente se mudará en este particular. Nuestros autores no entienden raillerie, ni mucho menos nuestros autorcillos, que en España como en todas partes son en mucho mayor número. O se les ha de alabar, o no se les ha de contradecir. No reconocen otro tribunal para juzgarlos, que el de la fe, y el de las buenas costumbres y regalías. Niegan la jurisdicción a la crítica, —134→ y si esta quiere erigir algún tribunal con autoridad privada, no es ya liga, es conspiración, es furor, es alboroto popular el que se levanta para aniquilarle, y a título de la paz se ve en precisión el magistrado de sosegar el motín, quitándole la materia. Acaso disimulará con Vmd. por los respetos de extranjero, y querrá añadir esta atención más a las otras muchas de que Vmd. mismo se reconoce deudor, no tanto en beneficio de la hospitalidad, como de su extraordinario mérito; pero yo no salgo por fiador de que llegue a tanto su deferencia, y más cuando no es muy añejo el ejemplar de otro Nacional de Vmd. a quien el público español tributó iguales atenciones, hasta —135→ que se metió en hacer la crítica de cierta clase de escritos. Entonces cesaron las politesses, y comenzaron los gritos y las invectivas; pues aunque le confesó la razón en los verbigracias que puso, se la negó en la generalidad con que quiso extenderse a todos los desaciertos de algunos. No temo que incurra Vmd. en el mismo descuido; mas no por eso dejo de recelar, como Vmd. mismo lo recela, que le traten mal todos aquellos que salieren reprehendidos, y mucho peor los que más merezcan serlo.
El dar a luz esta obra en papeles periódicos o semanales, hoy es un problema para la utilidad del público, aunque no lo sea para la del autor. Dije con cuidado que hoy era un —136→ problema porque antiguamente no lo era. Antes que se inventase la imprenta, y con más especialidad antes que se descubriese el uso del papel egipcio, del bombáceo, del de algodón, y del actual, todas las obras se publicaban, si no periódicamente, esto es a determinado espacio de tiempo, a lo menos a trozos por partes y disipados; ni era posible otra cosa, ya por la dificultad de multiplicar los ejemplares, y ya por la mayor en abultar los volúmenes, cuando se escribía en plomo, tablas, pergamino, lienzo, cortezas hojas de árboles, pieles de peces &c. Entonces era necesidad lo que hoy es arbitrio. Si esto es de más perjuicio que de utilidad a los lectores, es lo que yo no me —137→ atreveré a resolver. Vmd. se esfuerza a persuadir las ventajas; pero disimula con prudencia los inconvenientes. Y no hablo precisamente de los del bolsillo; porque estos son notorios. Dos pliegos impresos, y vendidos separadamente cuestan por lo menos un real, cuando no pasan de cuatro cuartos unidos en un justo volumen, y esto sin contar los portes, que necesariamente se han de pagar, si se quieren leer fuera de Madrid, y a poca distancia suben más que el principal. Pero el inconveniente mayor es que estas obras publicadas y leídas a retazos, sirven más para una curiosidad pasajera, que para una instrucción sólida. Cuando llega el segundo papel ya se olvidó el primero; —138→ y si quedó pendiente la conversación, es preciso repetir la letura del uno para tomar el hilo a la materia del otro. Finalmente poco adelantará en ninguna facultad, y poco se aprovechará de cualquiera libro, el que sólo lea media hora en él cada semana. Por estas y otras consideraciones no he gastado, ni pienso gastar un maravedí en otros papeles periódicos que en las Gacetas, y en los Mercurios. Estas son noticias del día que interesan la curiosidad presente. Los otros por excelentes que sean, no corre priesa el leerlos; y si la experiencia, o la voz pública acreditare su mérito, se compran con mayor conveniencia, y se leen con mayor utilidad unidos, que destrozados.
—139→
Hasta aquí he dicho algo precisamente acerca de la idea; voy a decir otro poco acerca de la ejecución. Intitula Vmd a la obra, y aun se intitula a sí mismo, El hablador juicioso. Todos los que lo sean alabarán su modestia: los que sin serlo lo quieren parecer, encontrarán en este título aquella especie de extravagancia gótica, o por mejor decir caballeresca, que a su modo de concebir encuentran en los estrafalarios dictados de los Académicos de la Arcadia Crusca. Pero los que ciertamente no le perdonarán la contradicción serán nuestros espíritus escolastizados. Al leer esta junta de adjetivos el hablador juicioso dispóngase Vmd. a oír en confusa gritería escolástica un implicas —140→ in terminis que le dejará tiritando, y ellos quedarán muy satisfechos, pareciéndoles haber convencido la implicación no menos que con aquella sentencia del Espíritu Santo in multiloquio non deerit peccatum, en el mucho hablar nunca faltará pecado. Compadézcase Vmd. de su materialidad, y no mude el título. Nunca habla mucho el que habla bien, y nunca habla poco el que habla mal: no es locuacidad la abundancia, sino la garrulidad. Todos los indicantes de estos dos papeles dan a entender que Vmd. no tiene de hablador más que la copia de especies y de voces; todo lo demás es juicio, método, delicadeza y substancia.
Hay mucho de esto en el primer —141→ discurso Elogio y dedicatoria al público. Notáranle algunos de lisonjero con demasía por el arduo empeño de probar que no hay vulgo en el público de España. A la verdad un público sin vulgo sería un público bien particular. Pero debieran observar que Vmd. intitula aquel discurso Elogio y dedicatoria, y que en este género de composiciones, ya que no la razón, por lo menos la costumbre ha introducido representar los objetos, no como son, sino como debieran de ser. Añádese que el que lo dice es un extranjero que se reconoce obligado, que se muestra agradecido, y que solicita la continuación de la benevolencia del público, cuando va a salir a él, porque en cierta —142→ manera guardó hasta aquí el incógnito. En estas circunstancias alguna gracia se le ha de hacer, y más cuando un asunto, que por su misma naturaleza es incapaz de pruebas sólidas, le promueve con las más ingeniosas y más delicadas que se pudieran alegar.
En el segundo discurso que es otra especie de dedicatoria al público de las mujeres, con el epígrafe de nueva defensa de su sexo, está Vmd. divino. Verdaderamente es una defensa nueva, a lo menos para mí; pues no he leído otra por el rumbo que Vmd. apunta. Fundarla en la filosofía y en la razón, apoyada esta y aquella en la historia y en la experiencia, es el camino trillado de todos —143→ los que han tratado este asunto tan justo como verdadero; con tal que la defensa se ciña a los términos de concederlas igualdad, sin adelantarse a darlas preferencia a nuestro sexo. Creo que el que se llama bello, y lo es sin duda, se dará por satisfecho de esta justicia, no obstante ser tan ambicioso de gloria, pues aunque en lo general exceda al nuestro en algunas prendas que son más amables, también es excedido en lo general por el nuestro en otras que son más útiles, y con esta compensación queda perfecto el equilibrio.
Digo que fundar esta apología en la filosofía y en la razón es el camino trillado; pero apoyarla en la metafísica como Vmd. lo ofrece, y —144→ desde luego lo comienza a cumplir, es una senda desconocida hasta ahora, por lo menos para mí. No dudo del desempeño a vista de la primera prueba: el hombre (dice Vmd.) fue formado del lodo, y la mujer del hombre, luego la materia original de la mujer hace tantas ventajas a la materia organizada del hombre cuantas esta hace a la del barro. El polvo en Adán se elevó a ser hombre: luego el hombre en Eva se elevó a ser mujer. Los antecedentes son físicos: las consecuencias metafísicas, y sin duda muy delicadas. ¿Pero son igualmente sólidas? Compóngase Vmd. con los filósofos, sean de la secta que se fueren, que en sus respectivos primeros principios de las substancias —145→ corpóreas, no reconocen desigualdad ni diferencia, sino que sea a lo sumo en la figura, como los corpusculares. Todos le dirán que los corpúsculos, los átomos, los turbillones, la materia, el fuego, el aire, la tierra y el agua, tómese de donde se tomaren, son unos mismos en especie última, tanto en el lodo, como en Adán y en Eva. Concedéranle los antecedentes, negáranle las consecuencias, y se quedarán muy frescos. Pero los que no entiendan mucho de metafísicas se enamorarán de la disposición, se dejarán encantar de la brillantez, admirarán la delicadeza, y se darán por convencidos. Son estos sin comparación los más; y así esté Vmd. seguro de la fortuna de su —146→ nueva defensa respecto del mayor número.
Lo que no admite duda es que todos los que se conocen bien en materia de estilo no hallarán voces para elogiar la nobleza, la propiedad, la pureza, la elevación y la urbanísima naturalidad de el de Vmd. Pasmáranse de que un francés posea nuestra lengua con tanta perfección como la poseen pocos españoles, y a vista de este bello ejemplo se debieran correr aquellos nacionales que hacen indecente y ridícula gala de hablar el español a la francesa. Un extranjero los enseña prácticamente a estimar su idioma, sin despreciar los extraños; pero tampoco sin hacerles una lisonja indigna en agravio —147→ de el propio. Se puede decir de Vmd. que enseña a Madrid su lengua, como se dijo del otro escocés que enseñaba a Roma la suya: Romam Romano qui docet ore loqui.
Esta memoria de la lengua latina me excita una especie que ya se me olvidaba trayéndome a ella la del padre de este idioma. Habla Vmd. de Cicerón en la página 3 y 4 de su discurso: dice con mucha razón que le favorecieron poco las musas; pero alega en prueba de eso dos dísticos, que si fueran suyos probarían todo lo contrario: los dísticos por lo que toca a la versificación, a la naturalidad y a la gracia (prescindiendo del pensamiento) serían dignos de Marcial, y si no que lo digan ellos:
—148→
Crede ratem ventis, animum recrede puellis:
Namque est fæminæ tutior unda fide.
Fæmina nulla bona est, vel si bona contigit ulla,
nescio qua fato res mala facta bona est.
Pienso que ningún latino de buen olfato poético extrañaría ver este epigrama entre los más naturales, y más salados del poeta de Calatayud. Por lo mismo no quieren convenir los mejores críticos en que dichos versos sean de Cicerón, como no lo puede Vmd. ignorar, pues en nada se parecen a aquel ridículo hexámetro: O fortunatam natam me Consule Romam, que sólo se sabe de cierto hubiese compuesto el príncipe de los oradores, —149→ y fue recibido con desprecio universal por la insulsa y pueril recancanilla de o fortunatam natam: es verdad que por este preciso capítulo tampoco merecía mucha estimación aquel otro epigrama de Marcial, que quizá por lo mismo se puso el último en algunas ediciones:
Defunos, fungis homines Marciani negabas;
boleti leti causa fuere tui.
Sin embargo no por eso dejó de ser reputado por el príncipe de los poetas líricos.
Tengo dicho brevemente lo que concibo de la idea, del plan, y de la ejecución de la bella, erudita y útil obra, a que ha dado Vmd. feliz principio. La carta en que Vmd. me honra —150→ con la confianza de solicitar mi dictamen, acredita su noble ingenuidad, y mi respuesta no desmiente la mía. Confiesanmela cuantos me conocen y me tratan, y ni aun yo mismo puedo dejar de concedérmela, no como prenda digna de elogio, sino como un temperamento natural del corazón que me tocó por suerte.
La mayor torpeza de un hombre de bien es engañar a otro, sea el que fuere; pero mentir a quien se confía de él, es un engaño con circunstancias de alevosía. En la nación de Vmd. me enamora su genial franqueza: en la mía no me he podido acomodar a su reserva nacional, no porque la condene cuando no excede los límites de una prudente cautela, —151→ que eso sería condenar lo que alaba y aconseja el mismo Espíritu Santo: sino porque la considero muy propensa a declinar en el extremo contrario. Cuénteme Vmd. en el número de sus apasionados por lo que honra a nuestra nación, por lo que promueve nuestra literatura, y por lo que favorece a mi persona.
Las otras, especies reservadas que me toca Vmd. en su estimada carta, piden mucha consideración. Es cierto tengo los papeles que Vmd. me apunta, cuya noticia llegaría a sus oídos no por algún familiar suyo, sino por algún familiar mío. De esta casta de diablillos meridianos, y de duendezuelos caseros, ninguno se puede librar, ni hay conjuro que alcance —152→ a exterminarlos. No es menos cierto que tengo otros muchos de mi propia cosecha, por cuya divulgación me han instado los que sólo consultan la pasión y el gusto para sus resoluciones. Para las mías procuro oír el voto de la razón y de la prudencia. Estas me aconsejan y me dictan que en mis ci...

Índice

  1. Cartas familiares. Tomo VI
  2. Copyright
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  5. Carta LXXIV
  6. Carta LXXV
  7. Carta LXXVI
  8. Carta LXXVII
  9. Carta III
  10. Carta IV
  11. Carta V
  12. Carta LXXXVII
  13. Carta LXXXVIII
  14. Carta LXXXIX
  15. Carta XC
  16. Carta XCI
  17. Carta XCII
  18. Carta XCIII
  19. Carta XCIV
  20. Carta XCV
  21. Carta XCVI
  22. Carta XCVII
  23. Carta XCVIII
  24. Carta XCIX
  25. Carta C
  26. Carta CI
  27. Carta CII
  28. Carta CIII
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  30. Carta CV
  31. Carta CVI
  32. Carta CVII
  33. Carta CVIII
  34. Carta CIX
  35. Carta CX
  36. Carta CXI
  37. Carta CXII
  38. Carta CXIII
  39. Carta CXIV
  40. Carta CXV
  41. Carta CXVI
  42. Carta CXVII
  43. Carta CXVIII
  44. Carta CXIX
  45. Carta CXX
  46. Carta CXXI
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  49. Carta CXXIV
  50. Carta CXXV
  51. Carta CXXVI
  52. Carta CXXVII
  53. Carta CXXVIII
  54. Carta CXXIX
  55. Carta CXXX
  56. Carta CXXXI
  57. Carta CXXXII
  58. Carta CXXXIII
  59. Carta CXXXIV
  60. Carta CXXXV
  61. Carta CXXXVI
  62. Carta CXXXVII
  63. Carta CXXXVIII
  64. Sobre Cartas familiares. Tomo VI