Breve historia de Felipe II
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Breve historia de Felipe II

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Breve historia de Felipe II

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La auténtica historia del Rey Prudente, el monarca más poderoso de su época que convirtió sus dominios en el primer imperio mundial. Un apasionante recorrido histórico por los principales acontecimientos históricos y las intrigas de la corte. Desde las guerras, El Escorial y la Armada Invencible hasta las políticas secretas del rey maquiavélico, su inmenso legado y la Leyenda Negra.Acérquese a Felipe II, el rey que dirigió los designios de Europa y del mundo en el momento histórico que le tocó vivir. Sus decisiones políticas, los problemas familiares, las intrigas de corte, etc., así como el carácter humano del personaje.Breve historia de Felipe II le ayudará a comprender a este personaje a través de la historia de su vida y de su reinado, que fueron en paralelo y a veces estuvieron entremezcladas. A través de los hechos históricos, se revelarán las debilidades del hombre: sus dudas, sus miedos, su desconfianza, su rigidez y su soberbia, pero también su religiosidad, su concepto de la justicia y de la monarquía, su responsabilidad, su capacidad de entrega al trabajo, y también sus escasos momentos de esparcimiento del alma como los paseos por los bosques de Valsaín o los jardines de Aranjuez, su afición a la caza o a la música sacra.Su autor, José Miguel Cabañas, experto en el tema, le aproximará con un lenguaje directo, breve y sencillo, pero no exento de rigor, a todo aquello que hay que saber de Felipe II y su reinado, así como de los hitos históricos que se produjeron durante su monarquía: la revuelta de los Países Bajos, la batalla de Lepanto, la Armada Invencible, las Revueltas de Aragón y el proceso a Antonio Pérez, entre otros.

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Información

Año
2019
ISBN
9788499678887

1

Panorama sociopolítico de Europa al nacimiento de Felipe II

EL SACO DE ROMA: FELIPE II LLEGA AL MUNDO ACOMPAÑADO DEL «TERROR ESPAÑOL»

El rey y emperador Carlos I de España y V de Alemania, el césar del siglo XVI, había contraído matrimonio con su prima hermana Isabel de Avis, más conocida como Isabel de Portugal, en Sevilla, el 10 de marzo de 1526, y pasaron su luna de miel en la Alhambra de Granada, donde fue concebido el futuro Felipe II. Se ponían así, una vez más, las bases para hacer cumplir algún día el viejo sueño de los Reyes Católicos de reunificar la península ibérica bajo un mismo monarca, volviendo al origen que fue el reino cristiano visigodo perdido en el 711 por la conquista árabe. Este sueño se cumpliría por fin bajo el reinado del niño que acababa de nacer.
Felipe II nació en Valladolid el 21 de mayo de 1527. Cualquier vallisoletano conoce la historia de cómo fue sacado por la ventana del palacio de Pimentel —aún hoy en pie— el día en que fue bautizado. El alumbramiento fue, como todos los nacimientos reales, un acontecimiento feliz, en el que toda la ciudad en particular, y la christianitas en general, se regocijaron en fiestas y celebraciones que duraron semanas. Fue un parto difícil: trece horas duró, en las que la emperatriz no osó proferir la más mínima queja, a pesar de que las comadronas así se lo aconsejaban por el feliz resultado del mismo alumbramiento. Finalmente, después de mucho esfuerzo, a las cuatro de la tarde de aquel 21 de mayo y bajo el signo de Géminis nacía el primer retoño habido en el matrimonio imperial (no era el primer hijo de Carlos, que ya había tenido escarceos amorosos antes de su matrimonio, y había procreado más de un hijo bastardo). El recién nacido fue presentado a su padre en una bandeja de plata. El infante fue bautizado por el arzobispo de Toledo, don Alonso de Fonseca, en la iglesia de San Pablo. El niño, primogénito y varón, y por lo tanto heredero de Carlos si no se malograba por el camino, recibiría el nombre de Felipe por imperativo de su progenitor, quien quería que llevara el mismo nombre que su padre, aquel Felipe I de Castilla, más conocido como Felipe el Hermoso, esposo de la reina doña Juana la Loca. Se daba la circunstancia de que este sería el primer monarca español nacido en España desde hacía más de cincuenta años.
El día de su bautismo, el niño fue sacado por una de las ventanas del palacio de los Pimentel, donde se había alojado la pareja imperial con sus cortesanos. En Valladolid existía la tradición de que los infantes debían ser bautizados en la iglesia parroquial más cercana a la puerta de la casa por donde saliera el cortejo. Como la iglesia más cercana a la puerta del palacio de los Pimentel era la iglesia de San Martín, más pobretona y menos regia que la de San Pablo, que era más del gusto del emperador, se optó por sacarlo por la ventana en lugar de por la puerta, para así escamotear la tradición. Extraña historia que bien pudiera ser leyenda pero que en Valladolid se tiene por dogma de fe.
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Palacio de Pimentel, Valladolid. En este palacio vino al mundo Felipe II el 21 de mayo de 1527. Por una ventana de este palacio fue sacado el recién nacido para llevarlo a cristianar en la pila del bautismo en la contigua iglesia de San Pablo.
Una vez cumplida esta extravagante solución, el cortejo bautismal se puso en marcha hacia el templo de San Pablo, donde el infante recibiría las aguas del cristianismo: a la cabeza, el condestable de Castilla, quien portaba al recién nacido en sus brazos, y el duque de Alba. Detrás, sus padrinos, el duque de Béjar y la reina Leonor, hermana de Carlos V y prometida con el secular enemigo de este, el rey de Francia Francisco I. A continuación, los condes de Salinas y de Haro y los marqueses de Villafranca y de los Vélez, y, en fin, toda la flor y nata de la más alta aristocracia española.
Pero toda la alegría del primer momento quedó ensombrecida por las noticias que llegaban desde Roma; primero con cuentagotas, fragmentadas y difusas; después más claras y terribles, confirmaban los peores augurios: Roma, la capital de la cristiandad, había sido asaltada y saqueada por las tropas imperiales. La terrible paradoja era que quien más estaba luchando en defensa de la fe católica, asediada en estos momentos por el protestantismo, estaba siendo, sin proponérselo, el responsable último de aquel terrible ataque al mismo centro de la cristiandad y a su representante, el papa de Roma. Curiosamente coincidió la llegada al mundo de quien más se iba a destacar por su firme lucha en defensa de la religión católica con la destrucción de la capital del catolicismo a manos de un ejército del rey de España.
El 5 de mayo, más de veinte mil soldados deseando pasar a la acción, ebrios de sangre, lujuria y codicia, se encontraban ya a las puertas de la Ciudad Eterna. El papa, aterrorizado, se refugió con sus cardenales en la fortaleza romana de la época del emperador Adriano contigua a su palacio Vaticano, el Castel Sant’Angelo. El 6 de mayo entraron en tropel en Roma. Cuando el condestable de Borbón fue alcanzado mortalmente por el arcabuzazo del artista Benvenuto Cellini —según su propio testimonio—, quien se aprestó a defender al papa, las hordas imperiales quedaron sin liderazgo y se lanzaron a una orgía desenfrenada, cometiendo todo tipo de pillaje, profanaciones, sacrilegios, violaciones y asesinatos de proporciones bíblicas, que duraron varias semanas. Por lo que nos cuentan las crónicas de la época, no quedó un palacio, una iglesia, un convento o un monasterio sin asaltar, y sus ocupantes fueron violados y asesinados salvajemente. Se calcula que perdieron la vida unas diez mil personas, y no fue respetado ni el estado eclesiástico de la mayor parte de las víctimas, ni las mujeres ni los niños. En una semana, la incomparable ciudad, llena de tesoros artísticos de incalculable valor, se vio reducida a escombros y edificios incendiados por todas partes. El saco de Roma marcó un antes y un después en la historia de esta metrópoli universal, y traumatizó a sus habitantes más que muchos otros episodios de su historia. Para los historiadores marcó el fin de la alegría de vivir de la Roma renacentista, para sumirse en otra época mucho más triste y oscura.
El ejército imperial, y, por asociación, el español, se rodeó a partir de este momento de un aura de terror ante los europeos que le dio una ventaja psicológica frente a sus enemigos, quienes temblaban ante su sola mención, lo que reforzaba aún más la fama terrorífica que ya tenía. Por los siglos de los siglos muchos europeos han guardado en la memoria el saco de Roma, que enturbió la reputación de la nación española, sin caer en la cuenta de que fueron más bien las tropas alemanas y luteranas las que cometieron los peores ultrajes. Probablemente ningún otro suceso afectó más negativamente a la actitud de los italianos en general y de los romanos en particular hacia España a lo largo de las generaciones siguientes, poniendo las bases de lo que andando el tiempo se dará en llamar la leyenda negra antiespañola.
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El saco de Roma. Recreación historicista del saco de Roma por el artista Francisco Javier Amérigo y Aparici, Biblioteca Museo Víctor Balaguer, Villanueva y Geltrú, Barcelona (1887). El saqueo de Roma por las tropas de Carlos V escandalizó a toda la cristiandad y puso a la opinión pública europea en contra de los españoles.

GUERRAS DE RELIGIÓN: CATÓLICOS CONTRA PROTESTANTES

Diez años antes de este terrible suceso un monje agustino alemán había desafiado a toda la cristiandad al clavar en la puerta de la catedral alemana de Wittemberg sus noventa y cinco tesis contra la Iglesia oficial de Roma. Con esta actuación, aquel monje provocó una revolución sin precedentes en las conciencias de los europeos. Su nombre: Martín Lutero.
Hacía ya mucho tiempo que se venía pensando en la conveniencia de reformar la Iglesia, especialmente su cabeza, la curia romana, ya que la moralidad de estos prelados y de los papas del Renacimiento dejaba mucho que desear y escandalizaba al mundo entero con su corrupción, nepotismo, simonía y todo un elenco de pecados capitales de los que hacían gala sin el menor recato. Desde finales del siglo XV, muchas voces recorrían Europa clamando contra la corrupción de la Iglesia. Desde Savonarola hasta el humanista más grande y reputado de su época, Erasmo de Rotterdam, criticaban los vicios y abusos de la Iglesia en general y del papado en particular. Pero nadie hasta Lutero se había atrevido a tanto, desafiando abiertamente al papado, señalándolo con su dedo acusador y acusándolo ante Dios de tener secuestrada a la cristiandad, comparándolo con un nuevo cautiverio de Babilonia y a Roma con una ramera. Por supuesto la respuesta del papa, a la sazón León X, no se hizo esperar, y lanzó una bula de excomunión contra ese fraile insolente. Pero esta vez las amenazas del máximo jefe de la Iglesia no sirvieron de nada, pues, a diferencia de otros muchos anteriores a Lutero que quisieron reformar la Iglesia y que acabaron en la hoguera, este tuvo el apoyo de los poderosos príncipes alemanes que le secundaron y ampararon, sentando las bases de una nueva Iglesia reformada e independiente de Roma y controlada por ellos mismos, con lo que se inició un cisma en la cristiandad sin precedentes entre dos formas distintas de concebir al dios cristiano y de vivir la religión. Había nacido en el seno de la cristiandad lo que se dio en llamar el protestantismo, una corriente religiosa y espiritual que pugnará por hacerse con la mayor parte de fieles en toda Europa, y que será contestada y combatida a sangre y fuego por los que decidieron mantenerse en la fe católica de siempre, bajo la obediencia al papa de Roma.
Desde que Lutero irrumpe violentamente en la escena de la historia, la lucha religiosa entre católicos y protestantes será la tónica que caracterice la historia europea durante todo el siglo XVI y buena parte del XVII. Muchas atrocidades se cometerían y mucha sangre se derramaría por esta causa religiosa y de conciencia, mezclándose también con pura conveniencia política algunas veces, así como con pura demostración de fuerza muchas otras.
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Martín Lutero. Lucas Cranach el Viejo. Lutherhaus Wittenberg, Alemania. Este monje alemán provocó un auténtico terremoto en las conciencias europeas al poner en entredicho la legitimidad del papa como cabeza de la Iglesia. Su revolución espiritual dividió el continente entre católicos y protestantes, quienes se profesarán un odio mutuo que los llevará a las guerras de religión que caracterizaron la segunda mitad del siglo XVI.
No hay que perder de vista, si se quiere entender la historia de este momento, que la religión era algo vital en las vidas de los hombres y mujeres de esta época; estaba en juego ni más ni menos que la vida eterna, la única que importaba, y así lo creían sinceramente casi todos, por lo que valía la pena luchar hasta la muerte, si era preciso, por la salvación del alma. El cisma que provocó Lutero en la sociedad de entonces hizo que muchos creyesen que dicha salvación estaba precisamente en la lucha contra los católicos, a los que veían como los que se habían apartado del mensaje original de Cristo. Para los católicos en cambio, los que se habían apartado de la ortodoxia religiosa que había perdurado durante más de mil quinientos años eran los protestantes, a los que consideraban una secta de herejes. En un mundo donde la vida terrena tenía mucho menos valor que hoy en día, pues la muerte acechaba en cada esquina, la salvación eterna justificaba más que cualquier otra causa, cualquier guerra o cualquier condena a muerte de quienes la pusieran en peligro, ya fueran protestantes para los católicos o católicos para los protestantes. Por esta causa, durante buena parte del siglo XVI se llevó a cabo en Europa una verdadera guerra total de exterminio de un credo religioso contra el otro, una guerra en la que no cabía ningún sentimiento de piedad ni de tolerancia hacia el enemigo, salvo en contadas excepciones. En esta guerra, algunos monarcas, como Catalina de Medici en Francia, llevaron a cabo una política religiosa más conciliadora y tolerante, con nefastos resultados, ya que por ejemplo no se pudo evitar una guerra civil entre católicos y hugonotes, que era como se conocía a los protestantes en Francia, y esta duraría décadas, pues la mayor parte de sus súbditos no estaban por la tolerancia y sí en cambio por la guerra. Otros, sin embargo, como Felipe II, tuvieron desde el principio una clara postura intolerante y combativa contra aquellos súbditos que se atrevieron a desafiar su autoridad, pues en la monarquía confesional católica que él representaba la disidencia religiosa era concebida como un desafío directo a la autoridad del monarca, algo que no estaba dispuesto a permitir. El diferente resultado que consiguió Felipe II con su postura intransigente —como se encargaba él mismo de recordar a su suegra en cuanto tenía ocasión— fue el de la paz social en sus reinos, por ...

Índice

  1. Portada
  2. Créditos
  3. Índice
  4. Introducción
  5. 1. Panorama sociopolítico de Europa al nacimiento de Felipe II
  6. 2. Infancia y educación de un príncipe del Renacimiento
  7. 3. Preparándose para rey
  8. 4. Felipe, rey de Inglaterra
  9. 5. Felipe, rey
  10. 6. Uniformidad religiosa y cruzada confesional
  11. 7. Felipe II en la intimidad
  12. 8. Tiempo de revueltas
  13. 9. El avispero flamenco: el mayor quebradero de cabeza de Felipe II
  14. 10. Auge y declive de la monarquía de Felipe II
  15. 11. Fin de un reinado y fin de una época
  16. Bibliografía
  17. Contraportada