La ciencia contra Dios
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La ciencia contra Dios

Las preguntas claves en ciencia y fe

Javier Pérez Castells

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La ciencia contra Dios

Las preguntas claves en ciencia y fe

Javier Pérez Castells

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Índice
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Información del libro

El diálogo entre ciencia y fe se ha expresado en muchas ocasiones con preguntas acerca de tres aspectos fundamentales: el origen y evolución del universo, la vida y su transformación, y el ser humano con sus atributos especiales de autoconciencia y libre albedrío. Hemos escogido 12 preguntas que nos parecen relevantes y les hemos dado una contestación que pretende contrastar el esquema científico acerca de la formación y evolución del mundo, con los relatos de las sagradas escrituras y los postulados de la fe cristiana. No se trata solamente de evidenciar la perfecta sintonía y compatibilidad entre ambas visiones del mundo, sino de ir mucho más allá. Lo que la ciencia nos cuenta enriquece y estimula la fe.

Preguntas frecuentes

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Información

Año
2021
ISBN
9788412327427

1. Introducción

Francisco Molina Molina
«La fe y la razón son como las dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la verdad». Con esta frase se inicia la encíclica Fides et Ratio de Juan Pablo II.
Sin embargo, hoy en día muchos afirman que la fe en Dios y, en particular, la fe de los cristianos, es incompatible con la ciencia y, por lo tanto, una superstición que hay que combatir para que los humanos sean realmente libres.
Este supuesto conflicto entre la religión cristiana y la ciencia viene de atrás. Es cierto que desde antiguo ha habido en el ámbito del cristianismo personas que han pretendido interpretar la Biblia como un libro científico, afirmando que todo saber se deriva de ella e intentando, a partir de ahí, devaluar lo que decían los científicos de la época, principalmente centrados en Alejandría. Ya San Agustín en el siglo IV se enfrentó a estos cristianos afirmando tajantemente que si la ciencia nos muestra claramente algo que no es compatible con la interpretación que hacemos de las Escrituras, entonces tenemos que revisar esa interpretación de las Escrituras que concebimos. A estos escritos de San Agustín se refirió repetidamente Galileo en su carta a Cristina de Lorena, Gran Duquesa de Toscana, en defensa de su postura.
Existen personas de buena voluntad, a mi juicio no suficientemente bien informadas, que creen que realmente ciencia y fe son incompatibles. Otras personas usan la ciencia para luchar contra la fe y no con buena voluntad, sino como medio para conseguir otros fines.
Vale la pena entrar un poco en el caso de Galileo, porque es un asunto que se usa repetidamente como prueba de que la religión cristiana es incompatible con la ciencia.

1.1 El caso Galileo

Galileo, después de sus observaciones, defendió el heliocentrismo, forma de concebir el universo muy antigua, pero minoritaria hasta el siglo XVI. Ya la había defendido en la antigüedad Aristarco de Samos (siglo III a. C), aunque sin gran éxito. La teoría predominante desde siempre decía que la Tierra estaba en el centro del universo y los planetas y estrellas, incluido el Sol, giraban alrededor de ella. Esta opinión se corresponde con la experiencia diaria que tenemos todos, cuando decimos que el Sol sale y se pone. Es pues una forma de pensar fuertemente basada en la inducción y en el sentido común precientífico. Esta forma de pensar estaba recogida en la filosofía de Aristóteles y en ella se basaba también la teoría de Tolomeo, astrónomo griego residente en Egipto (siglo II), que incluía muchas observaciones del firmamento que se habían venido haciendo a lo largo de los siglos. Según la teoría tolemaica, los planetas giran alrededor de la Tierra, pero las observaciones indican que lo hacen de una forma muy irregular, de manera que para ajustarse a las observaciones hubo que ir incorporando supuestos suplementarios que iban aumentando su complicación, aunque es cierto que esta teoría, aunque muy compleja, seguía explicando bien los fenómenos observados. Nicolás Copérnico (siglos XV-XVI) clérigo prusiano (hoy en día se le considera polaco), después de muchos cálculos matemáticos, elaboró una teoría heliocéntrica, según la cual el sol ocupa el centro del universo y la Tierra y los planetas giran alrededor del Sol. Esta teoría, que fue publicada después de su muerte, era enseñada en varias universidades de Occidente. Otra teoría que se presentó por aquella época fue la del danés Tycho Brahe, que ponía a la Tierra en el centro del universo, con el Sol y la Luna girando alrededor de ella y los planetas girando alrededor del Sol. Estas tres teorías podían explicar aproximadamente igual de bien las observaciones de que se disponía en la época. Se consideraban hipótesis, esto es, formas de explicar matemáticamente los hechos, pero no un reflejo fiel y definitivo de la realidad.
Galileo, a partir de sus observaciones y de sus cálculos matemáticos, dedujo que la teoría heliocéntrica era la única verdadera, e insistía en que la Iglesia Católica la adoptara oficialmente. Se le propuso que la presentara como una hipótesis más, pero él no lo quiso. De hecho, aunque es verdad que la teoría heliocéntrica se da hoy en día por cierta, la teoría de Galileo no era perfecta: pensaba que el Sol ocupaba inmóvil el centro del universo, que las órbitas de los planetas eran circulares (en lugar de elípticas) y defendía que las mareas se deben al giro de la Tierra sobre si misma (hoy en día se atribuyen sobre todo a la atracción del Sol y de la Luna). En su condena influyó probablemente un carácter poco dialogante y el hecho de que por aquella época los luteranos acusaban a los católicos de no tomarse en serio lo que dice la Biblia, que habla de que el Sol se mueve en el firmamento. Así pues, su teoría no era perfecta ni era un reflejo fiel y definitivo de la realidad, cosa que él parece que pretendía, aunque si ha resultado tener razón en la tesis principal, el heliocentrismo. Dicho esto, considero que fue un error hacerle retractarse pues tampoco había pruebas que refutaran el heliocentrismo. Es un error que se ha tenido muy en cuenta en la Iglesia Católica desde entonces.
El hecho es que en la historia de la ciencia occidental y hasta el siglo XIX, prácticamente todos los científicos han sido cristianos, incluyendo el mismo Galileo. Y hoy en día, muchos científicos lo siguen siendo.
Pero no sólo la Iglesia Católica debe de aprender de su error, sino también los científicos deben aprender del caso Galileo. A lo largo de los últimos siglos han abundado los científicos que presentan sus teorías como un reflejo fiel y definitivo de la realidad, lo que entretanto la filosofía y la historia de la ciencia han demostrado que no se corresponde con los hechos del quehacer científico y del progreso del conocimiento humano, aunque si es una muestra de las debilidades de nuestra naturaleza. Hay quien ha afirmado que una teoría científica no deja de proclamarse cuando se ha demostrado que es falsa, sino cuando mueren sus últimos defensores, reflejando el hecho de que algunos se aferran a su teoría hasta el final.

1.2 Ciencia y científicos

Todos tenemos la necesidad de buscar la verdad, aunque sólo sea para poder dirigir nuestro comportamiento a fin de conseguir las metas a las que deseamos llegar.
La fantasía humana es capaz de construir complicadísimas estructuras que pueden ser muy sugerentes. Así, existe un gran número de sistemas filosóficos que pretenden todos ellos reflejar la realidad, siendo en muchos aspectos incompatibles entre sí. Esto da lugar a un panorama confuso, porque si alguno de esos sistemas refleja fielmente la realidad los otros tienen que ser falsos, al menos parcialmente. ¿Cómo es posible decidir entre ellos? Algo parecido sucede con las distintas religiones. ¿No hay otra manera de buscar la verdad, que nos dé resultados de los que nos podamos fiar en mayor grado?
Una respuesta a esta pregunta es: la Ciencia. El estudio sistemático y riguroso de la realidad, permite que las observaciones y experimentos se puedan repetir por otras personas y constatar si los resultados son reales. Después, cuando se hayan obtenido varios resultados consolidados, se busca la relación coherente entre todos ellos, llegando así a una conceptualización más amplia de la realidad subyacente y de las relaciones causa-efecto que en ella rigen. A esa conceptualización la llamamos teoría. Una vez lograda una teoría que explique satisfactoriamente los datos de que se dispone, la misma se pone a prueba, derivando de ella consecuencias que todavía no se han constatado, lo que llamamos hipótesis. La experimentación posterior comprueba si esas consecuencias se producen de la manera predicha. En el caso de que así sea, la hipótesis de la que partimos se ve confirmada y la teoría fortalecida, esto es, podremos tener mayor confianza en que es correcta y en que corresponde a la realidad. Cuando de una teoría se han generado muchas hipótesis que han resultado confirmadas, decimos que esa teoría está consolidada, aunque, como se ha venido comprobando, nunca lo estará definitivamente.
En una época se pensaba que la ciencia, y en particular la Física, era el único camino válido para el conocimiento de la realidad. Al final del siglo XIX se veía la Física, basada en Newton y con sus ulteriores desarrollos, como la descripción definitiva del mundo, a falta de sólo de un par de detalles. Sin embargo, luego vinieron la teoría de la relatividad de Einstein y la mecánica cuántica a revolucionar todo el panorama.
Poco a poco se ha ido aceptando que la ciencia es una labor en continua evolución. No cabe duda de que la ciencia bien hecha y bien interpretada es un camino excelente para el conocimiento de la naturaleza, pero, al fin y al cabo, es obra de humanos, con todas las limitaciones y debilidades que eso comporta. Existe una abundante bibliografía que describe la ciencia como empresa humana con todos los avatares (Kuhn, 1962). En esa bibliografía se mencionan aspectos como los siguientes: muchos científicos, después de pasarse durante años una buena cantidad de horas diarias en el laboratorio se han enamorado de su teoría y no sólo piensan, sino que sienten, que es importante y quizá definitiva. Por otra parte, del éxito de la teoría dependen promociones, fama y dinero. La creciente especialización hace que se sepa mucho de una cosa, pero prácticamente nada de otras muchas que podrían ser relevantes, por lo cual falta el contexto. Existen relaciones de poder, por las cuales una determinada escuela se impone sobre las demás, no porque las teorías que defienden sus miembros se ajusten mejor a la realidad, sino porque es capaz de obtener financiación o porque tiene mayor influencia política o acceso a las revistas científicas.
Esos factores y otros similares ocasionan que la ciencia real sufra sus modas y bandazos. Tiene sus dogmas, que luego pueden caer. Por citar algunos ejemplos de esto último: se ha afirmado de forma tajante y aparentemente definitiva a lo largo de la segunda mitad del siglo XX que las neuronas no proliferan en el cerebro humano, que no tenemos ninguna herencia genética del Neandertal y que casi todo el ADN humano es «ADN basura». Todas estas afirmaciones han caído.
En buena ciencia hay que limitarse al estudio de aquello que se puede observar de manera controlada, esto es, que se puede de alguna manera medir o contar y que además es observable siempre que se presenten determinadas circunstancias. Esto es el reduccionismo metodológico, que tiene que ser adoptado por todo buen científico. Otra cosa es afirmar que todo aquello que no se puede medir y contar simplemente no existe, este sería el reduccionismo ontológico. Muchos científicos que no creen en Dios han adoptado el reduccionismo ontológico, que va contra la experiencia diaria. De hecho, la inteligencia humana ha evolucionado mucho antes de que existiera la ciencia, para adaptarse a la realidad. Si no fuera porque nuestros sentidos y nuestra inteligencia son capaces de captar aspectos esenciales de la realidad, no habríamos sobrevivido en la evolución y no seríamos la especie dominante. De facto, la gran mayoría de las decisiones que tomamos en la vida práctica las tomamos sin podernos apoyar en evidencias científicas. Muchas cosas en las que nos basamos para guiar nuestra actuación no han sido comprobadas científicamente, pero tenemos suficientes indicios para creer que son ciertas. En realidad, el mismo reduccionismo ontológico es una afirmación carente de pruebas científicas y, por lo tanto, es una creencia. Es curiosa la resistencia que muestran algunos ateos a aceptar que rechazan la fe en Dios porque profesan otra creencia, que es incompatible con ella.
En justicia hay que decir que, después de los cambios que ha dado la ciencia y los avances del estudio de la misma como actividad humana, la mayoría de los científicos reconoce que los resultados a los que se llega son siempre provisionales y que la ciencia es un proceso sin fin, que a veces da giros inesperados que hacen que se vea de una manera diferente todo lo anterior. Pero abundan los intérpretes de la ciencia, filósofos o simplemente divulgadores, que siguen utilizando la ciencia para apoyar su sistema de ideas. Y esa labor no siempre se lleva a cabo de buena voluntad, porque la ciencia también puede ser utilizada para fines espurios, como veremos a continuación.

1.3 Poder y desinformación

La lucha por el poder ha existido siempre y, hoy en día y como resultado de la globalización, se desarrolla a nivel mundial. En buena parte, esta lucha se lleva a cabo mediante la manipulación y la desinformación. La desinformación consiste en transmitir a aquel a quien se quiere vencer o dominar información errónea, es decir, que no se corresponde con la realidad, de manera que el receptor, persiguiendo sus fines, actúe en la creencia de que con sus actos va a obtener resultados que le favorecen, mientras que en realidad obtiene otros resultados, que favorecen al emisor de la desinformación. Es una manera de controlar el comportamiento del receptor de la desinformación en provecho del emisor. A ese control se le llama también manipulación.
La desinformación y la manipulación, tomadas en un sentido amplio, no son privativas de los humanos, pues se encuentran ya en plantas y es abundante en animales. Un ejemplo en plantas serían las que devoran insectos o aquellas orquídeas que simulan la forma de una hembra de abeja, de manera que el macho intente copular con ellas y así traslade el polen de unas a otras, fecundándolas. El hecho de parecer algo que no se es con el fin de obtener alguna ventaja se llama mimetismo.
No podemos decir que haya intencionalidad en las plantas, aunque a veces nos lo parece. Simplemente, ese mimetismo es resultado de la evolución. En animales se presenta en muchas especies de manera instintiva. Tenemos abundantes ejemplos. Uno de ellos: varios tipos de aves simulan que tienen un ala rota, presentándose como presa fácil cuando quieren alejar a un depredador de su nido. Una vez que lo han conseguido, levantan el vuelo. Lo podríamos denominar engaño.
Entre los humanos, el engaño a veces se produce de una manera espontánea, como reacción defensiva (esconderse, disimular), pero también somos capaces de la mentira, que es desinformación consciente y calculada.
En todos los casos, para que la desinformación y en general la mentira, sea efectiva, esto es, para que ejerza el efecto deseado sobre el comportamiento del receptor al que se destina, tiene que ser emitida de una manera que al receptor o víctima le parezca verdad.
La desinformación siempre ha sido una forma de lucha, incluida siempre en la guerra, pero en la actualidad ha adquirido más relevancia, por varias razones. Una de ellas es el gran desarrollo de los medios ...

Índice

  1. Advertencia
  2. Breve cv del coordinador
  3. Prólogo
  4. 1. Introducción
  5. Parte I Cosmología
  6. 2. ¿Tuvo el universo un principio creativo? ¿Fue creado el universo?
  7. 3. ¿Tiene el universo una finalidad?
  8. 4. ¿Cómo afectaría a la teología la aparición de extraterrestres inteligentes?
  9. Parte II. La vida y la evolución biológica
  10. 5. ¿Puede la Química explicar por sí sola la vida?
  11. 6. ¿Es compatible la fe con la evolución darwiniana?
  12. Parte III El ser humano
  13. 7. ¿Se puede explicar la conciencia solo con la Neurociencia?
  14. 8. ¿Es el libre albedrío una ilusión?
  15. 9. ¿Podemos ser buenos sin Dios?
  16. 10. Transhumanismo: ¿la idea más peligrosa del siglo XX o la más brillante?
  17. 11. ¿Actúa Dios en el mundo? Milagros y Providencia
  18. 12. ¿Excluye la ciencia la posibilidad de un Dios personal?
  19. CONCLUSIÓN
  20. 13. Teísmo cristiano y ciencia. Algo más que compatibilidad