Dorothy Day
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Dorothy Day

Activista y mística

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Información del libro

Dorothy Day (1897-1980) fue ante todo una mujer orgullosa de serlo, que apreció la familia como comunidad, donde se establece la relación entre lo personal y lo comunitario. Una mujer que amó el mundo, amó a su hija, a su familia, especialmente a su hermano pequeño, John, de quien le separaban catorce años, a sus amigos, a los hombres y a Dios. Anheló el amor humano y deseó fervientemente despertar al lado de un hombre. «Yo no podía ver que el amor entre el hombre y la mujer fuera incompatible con el amor a Dios».

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Información

Año
2021
ISBN
9788412327458

I. VIDA

Dorothy Day nació en Brooklyn, que en aquel momento era un municipio cerca de Nueva York, el 8 de noviembre de 1897. Day pertenecía a una familia episcopaliana de clase media. Su padre, John Day, que se autoproclamaba ateo, era un hombre conservador, fue un periodista deportivo y su madre, Grace, que era ama de casa, tuvieron, además de Dorothy, tres hijos más y una hija. El primer hijo, Donald, nació en 1895, y el segundo, Sam, un año después. Los dos hermanos, reputados periodistas, nunca fueron muy cercanos a Dorothy, mientras que con su hermana Della, que nació en 1899, tuvo una mayor cercanía, que duró toda la vida. En 1904 el padre de Dorothy recibió una oferta de trabajo en California para cubrir las noticias hípicas, lo que hizo que toda la familia se trasladase allí. Dos años más tarde en Berkeley, Day tuvo la primera percepción del sentimiento religioso. Lo expresa así: «Recuerdo que estábamos en el ático. Yo estaba sentada detrás de una mesa, haciendo de profesora, leyendo en voz alta de una Biblia que había encontrado. Lentamente, mientras leía, una nueva personalidad dejaba una impresión en mí. Estaba conociendo a alguien y supe casi inmediatamente que estaba descubriendo a Dios»[1]. Cuando tenía ocho años aconteció el terremoto de San Francisco, que la marcó la solidaridad y el calor humano de la gente para ayudarse, tal y como dejó escrito en su libro Mi conversión[2]. Después del terremoto, en 1916, su familia se mudó a Chicago, ciudad en la que les tocó vivir en unas condiciones muy pobres como consecuencia de la pérdida de trabajo de su padre, hasta que fue contratado como periodista deportivo
Por aquella época Dorothy conoció por primera vez a una persona católica, la madre de su vecina, llamada Kathryn:
Fue la señora Barrett quien me dio mi primer impulso hacia el catolicismo. Eran sobre las diez de la mañana cuando fui a buscar a Kathryn para salir a jugar… En la habitación de delante estaba la señora Barrett arrodillada, diciendo sus oraciones. Se giró para decirme que Kathryn y los niños habían ido a la tienda y siguió con su oración. Yo sentí una cálida explosión de amor hacia la señora Barrett que nunca he olvidado, un sentimiento de gratitud y felicidad que aún da calor a mi corazón cuando la recuerdo. Ella tenía un Dios y había belleza y felicidad en su vida.[3]
Dorothy a los doce años se bautizó y confirmó en una iglesia episcopaliana. Es en esta época cuando Day comienza a escribir sus diarios.

1.1 Adolescencia y juventud

En mayo de 1912 nació su hermano pequeño, ocupando la mayor parte de su tiempo. Fue al instituto Robert Waller. Sus asignaturas preferidas eran las lenguas griego y latín. Por este tiempo lee a Jack London, Aldous Huxley y Upton Sinclair. Durante su adolescencia, Dorothy se alejó de la Iglesia porque, como ella mismo dijo más tarde, «no vi nunca a nadie quitarse el abrigo para dárselo a un pobre». Por eso Dorothy estuvo apartada de la religión hasta los veinte y nueve años en que fue recibida en la Iglesia católica. Es en esta época cuando comienza a buscar lecturas que reflejaban su interés y atracción por los más necesitados: los pobres. Comienza a interesarse por la realidad social, una realidad de miseria y de conflictos. Entra en la Universidad de Illinois, en 1914, gracias a una beca, aunque deja de estudiar dos años después, experiencia que la marcará: su padre la rechaza y no la deja volver a casa. Busca vivienda y se instala en el barrio judío de Eastside. En las pequeñas ocupaciones de trabajos precarios, Dorothy descubre la pobreza de las clases trabajadoras. Se familiarizó entonces con el pensamiento libertario de Kropotkin[4] e ingresó en las filas del partido socialista. Preocupada más por comprar libros que por adquirir alimentos, se ganó la vida en una ocupación, el periodismo, que la puso en contacto con el lado menos amable del sueño estadounidense: desempleo, desahucios, protestas sociales. En aquellos momentos, la izquierda y la religión le parecían conceptos antagónicos. El mundo se dividía en ricos y pobres y la iglesia era el lugar donde los primeros recibían alabanzas y los segundos, mientras tanto, tenían que conformarse con unos valores conformistas.
Después de afiliarse al partido socialista de la Universidad de Illinois y de leer a los grandes novelistas rusos como Dostoyevski o Tolstoi, se dio cuenta de que tenía un conflicto entre la religión y las nuevas realidades que iba descubriendo. En su libro La larga soledad escribe: «La religión es el opio del pueblo, para no dejarse convencer. Además, hacerse católica significaría afrontar la vida en solitario y yo me aferraba a mi vida familiar. Resultaba duro pensar en renunciar a un marido para que mi hija y yo pudiéramos convertirnos en miembros de la Iglesia. Si yo abrazaba la religión católica, Forster no tendría nada que ver con ella ni conmigo. Por ese motivo esperé»[5].
Descubre que la gran masa de los pobres y los trabajadores eran los católicos en este país; y éste fue el hecho que la llevó a la Iglesia y lo que le ayudó a integrar el conflicto con una frágil síntesis. Esta batalla no se acabó con la incorporación a la Iglesia, por supuesto. Vive en tensión entre su convicción de que la Iglesia es la Iglesia de los pobres y los escándalos que ve en ella. En medio de esta situación, viaja a Washington DC como periodista para cubrir la Marcha contra el Hambre, liderada por los comunistas, y allí se produce una nueva síntesis en la resolución de ese conflicto a la edad de treinta y cinco años. Entró en el santuario de Washington y allí ofreció a la Virgen «una oración especial, una oración acompañada de lágrimas y angustia, pidiendo encontrar la manera de usar mis talentos a favor de mis compañeros trabajadores, de los pobres»[6]. Cuando volvió a Nueva York, Peter Maurin la estaba esperando.
A Dorothy Day la mueve un amor irresistible por la condición de vida obrera y los oprimidos de la industrialización. Y, al mismo tiempo, se descubre dotada para la escritura. A partir de 1916, se dedica al periodismo, en periódicos socialistas. En 1917, participa con las sufragistas en las manifestaciones contra la entrada en guerra de los Estados Unidos. Por esto, pasa un tiempo en la cárcel, lo que la marcará para toda su vida. En 1919 se queda embarazada y recurre al aborto. Esto le dejará el gusto amargo de un lento descenso a los infiernos. Su desordenada vida en New York la deja en estado de intensa insatisfacción. Le asaltan dudas sobre su existencia.

1.2 Anarquista y socialista

Miembro del Partido Socialista de América, Dorothy se convirtió en una activista de los derechos humanos. Comienza a colaborar publicaciones izquierdistas como el diario socialista The Call y el New Masses. Allí escribe sobre las manifestaciones de protesta, las brutales intervenciones de la policía o los mítines de huelgas. Se involucra en asuntos candentes como: los derechos de la mujer, el amor libre y el control de la natalidad. Estuvo varias veces en la cárcel por participar en huelgas. En 1917 celebró la Revolución rusa y se unió a los piquetes delante de la Casa Blanca para protestar por el tratamiento brutal dado a las mujeres que reclamaban el voto femenino y estaban en la cárcel. La policía detuvo a treinta manifestantes entre las que se encontraba Day. Todas las detenidas fueron puestas en celdas separadas. La experiencia de soledad resultó muy dura para Dorothy:
A mi alrededor solo percibía oscuridad y desolación. La hebra de oro que cada mañana dibujaba el sol durante una breve hora en el techo me escarnecía; a última hora de la tarde, cuando las celdas estaban a oscuras y se apagaban las luces del corredor, se apoderaba de mí la angustiosa convicción de que la vida era repugnante e inútil, de modo que, incapaz de llorar, permanecía sumida en mi profunda desdicha.[7]
Sobrevivió a una huelga de hambre en prisión por oponerse a la entrada de su país en la Primera Guerra Mundial, hecho que la marcará para toda su vida.
Las horas eran interminablemente largas. Yo pasaba el tiempo tumbada en la litera mirando la abertura en la parte de arriba de la celda a través de la cual un fino rayo de luz solar entraba durante unas horas al día. Podía oír los pájaros de fuera y el sonido de los guardias caminando por los pasillos. Pero aparte de eso, había un completo silencio. Una puerta se abría de vez en cuando y un guardia entraba y miraba. Había un baño en una esquina de la celda, pero la cadena se tenía que tirar desde fuera. Una vez al día uno de los guardias nos escoltaba hacia un baño que estaba al final del edificio. Íbamos una por una, y solo nos encontrábamos con nuestras compañeras en ocasiones. No había posibilidad de intercambiar palabra[8].
Estando en la cárcel pidió una Biblia, porque sabía que era el único libro que le iban a dejar. Se dedicó a leer los Salmos, lo que le dio cierta paz pero la preocupó:
No quería acercarme a Dios derrotada y apesadumbrada. No quería depender de Él. Era como una niña que quiere andar por si misma y que aparta de sí la mano que la sostiene. Trataba de convencerme de que leía por puro placer literario. pero las palabras seguían resonando en mi corazón. Imploraba, y no sabía que imploraba[9].
La huelga de hambre duró diez días. El presidente Wilson firmó un indulto y, después de dieciséis días, todas fueron liberadas.
Aunque al principio se resistió porque le parecía una forma de colaborar en la guerra, en los últimos meses del conflicto trabajó en un hospital como enfermera de la Cruz Roja, pero lo dejó para retomar su vocación de escritora. Transitó del comunismo y de ser defensora del aborto al catolicismo, sin abandonar nunca su preocupación por los pobres y los marginados. Así lo explica en sus memorias:
No negaré que, muchas veces, el amor del comunista hacia el hermano, hacia el pobre y el oprimido, es más real que el de muchos que se autodenominan cristianos. Pero cuando, de palabra y de obra, el comunista incita a un hermano a matar al hermano, a una clase a destruir y a odiar a otras clases, no puedo creer que su amor sea auténtico. Ama a su amigo, pero no a su enemigo, que también es su hermano. No hay en eso fraternidad humana: esta no puede existir sin la paternidad de Dios.
También se inscribió en un programa de formación para atender a los enfermos en Brooklyn. En 1919 conoció a un chico judío, Lionel, del que se enamoró, cuya relación la llevó a abortar para que no la dejara. Esto le dejará el gusto amargo de un lento descenso a los infiernos. Su desordenada vida en New York la deja en estado de intensa insatisfacción. Le asaltan dudas sobre su existencia. Conoció a un rico escritor llamado Barkeley Tobey, veinte años mayor que ella, y se casó con él en la primavera de 1920. Dorothy Day escribió a una amiga: «Sobre el matrimonio, te contaré más algún día. Duró menos de un año. Me casé con el hombre por despecho, después de una infeliz historia de amor. Me llevó a Europa y cuando volvimos le dejé. Supe que le había utilizado y me sentí avergonzada»[10].

1.3 El nacimiento de su hija

El invierno de 1922-1923 le resultó bastante duro, debido a su enfermedad. Sin saber lo que tenía, pasaba días enteros en la cama. La ayudaron dos chicas que vivían con ella. Por aquel tiempo Dorothy terminó su novela The Eleventh Virgin, ilusionada de que fuese publicada para poder vivir de los derechos de autor. En otoño de 1923, con su hermana Della se mudaron a Nueva Orleans, donde Dorothy encontró trabajo como reportera en el periódico Item, puesto que ocupó hasta 1924. Después regresó a su ciudad natal donde conoció a Foster Batterham, el amor de su vida, con quien tuvo una hija el 4 de marzo de 1926. Así lo describe Dorothy: «El hombre al que amé, y con el que establecí una relación de hecho, era un anarquista de ascendencia inglesa y biólogo de profesión»[11]. Su conversión interior se hizo definitiva al quedar embarazada. «Yo era feliz, pero mi misma felicidad me hizo ver que de la vida se podía obtener una felicidad mucho mayor»[12]. Con el nacimiento de Tamar Teresa la primavera llegó a sus vidas. La alegría de Day era tan grande, que desde el hospital escribió un artículo en el New Masses sobre su hija con la intención de compartir su alegría con el mundo. Su hija Tamar fue el motivo de su conversión. En medio de la sorpresa general, se vuelve hacia Dios y la religión católica, que, sin embargo, había combatido con ardor...

Índice

  1. Breve cv del autor
  2. INTRODUCCIÓN
  3. I. VIDA
  4. II. OBRA
  5. III. ESPIRITUALIDAD
  6. CONCLUSIÓN
  7. Bibliografía
  8. NOTAS