1. ANTECEDENTES POLÍTICOS DE MÉXICO, 1808: ESTADO TERRITORIAL, ESTADO NOVOHISPANO, CRISIS POLÍTICA Y DESORGANIZACIÓN CONSTITUCIONAL
HORST PIETSCHMANN
Universidad de Hamburgo
I. INTRODUCCIÓN
Cuando en 1971 el insigne historiador británico David Brading publicó su libro ya clásico Miners and Merchants, traducido al español y ampliamente conocido, dio a la primera parte de su estudio el título “Revolution in government”. Todos sabemos que una revolución necesita de revolucionarios. Como esta revolución en el gobierno empezó a orquestarse en la metrópoli, es decir desde Madrid, es necesario definir ¿qué podía tener de “revolucionaria” la política llevada a cabo desde Madrid? Desde esta perspectiva ya de entrada se insinúa, al menos de forma implícita, que los acontecimientos desde 1808 hasta 1824 en México podían haber sido una contrarrevolución exitosa. Otra línea de interpretación histórica europea que se ocupa del periodo de la independencia, la alemana muy particularmente, insiste sobre todo en el tema de la “formación del Estado” y aún en la actualidad caracteriza como “segunda conquista”, lo que Brading llamó revolución en el gobierno. Esta segunda interpretación niega de forma implícita el carácter de “Estado” incluso a los virreinatos, resaltando el carácter de colonias, equiparando así de forma indirecta a todos los reinos y provincias hispanoamericanas. De esta manera Paraguay, Chile, Perú, Venezuela, Guatemala, la Nueva España etc., al menos en lo estatal, se tratan en un pie de igualdad como simples colonias, aunque el denominador de “segunda conquista” contiene en sí mismo una fase previa si no de independencia a lo menos de autonomía. El mismo proceso llamado por Brading “revolución en el gobierno” y por König “segunda conquista” fue calificado recientemente por Luis Jáuregui como “proceso de modernización”. Excluyendo interpretaciones más radicales que o interpretan a Hispanoamérica como reinos y provincias de la monarquía española en un pie de igualdad con los reinos y provincias de la Península —como por ejemplo Aragón, Castilla, Navarra, Valencia etc.— o, al contrario, resaltan el carácter de explotación colonial, particularmente el “imperialismo ecológico europeo”, las tres líneas de interpretación mencionadas representan los rubros más frecuentes bajo los cuales se resumen los desarrollos históricos anteriores al estallido del proceso de emancipación. Con frecuencia estas tendencias interpretativas se agrupan bajo el concepto de “Imperio” con algún adjetivo adicional, ya sea “español”, “comercial”, “atlántico” en estudios de mayor amplitud temporal o profundización temática o visión comparativa. Simplificando quizás de forma excesiva se podría concluir que los historiadores especializados en particular en la historia colonial evitan por lo común generalizaciones centradas exclusivamente en la situación “colonial”, mientras que los especialistas de épocas históricas posteriores a la independencia tienden precisamente a hacerlo. A pesar de que sería de interés analizar más a fondo estas líneas historiográficas, su origen, significado y hasta su relación con las tradiciones historiográficas nacionales, tanto europeas como americanas, no es posible en este contexto porque nos apartaríamos demasiado del propósito central de este aporte. Confiamos, sin embargo, que los ejemplos mencionados servirán de ejemplo para mostrar el alcance de las implicaciones de los conceptos utilizados.
Estos conceptos tradicionales se han visto cuestionados en los tiempos recientes también por la historiografía sobre la España del siglo XVIII al hablarse de unas “Españas vencidas” con respecto a Cataluña y, de forma más general, de los antiguos reinos de la Corona de Aragón. Se produjo todo un debate que comparaba la monarquía hispánica con una entidad política semejante al imperio austrohúngaro, multilingüe, y con la presión política y cultural de generalizar el castellano frente al catalán, vascuence, mallorquín etc., en el cual se distinguen lealtades e identidades muy variadas con anterioridad al propio imperio austrohúngaro. El autor citado las considera tan fuertes e importantes que sirven para crear lealtad y confianza hasta en el Perú lejano cuando dos individuos que, encontrándose por primera vez, descubren que se entienden en vascuence u otro de los idiomas peninsulares regionales. Se destaca que esta España vencida incluso desarrolló una Ilustración diferente de la dominante, mucho más orientada hacia Italia, Austria y la Prusia de Federico el Grande. Estos debates en y sobre el XVIII peninsular afectan de forma muy concreta a la historia hispanoamericana no solamente por la ascendencia económica catalana durante el siglo XVIII y su repercusión en el comercio americano, sino también en ocurrencias precisas si pensamos solamente en el caso de Lorenzo Boturini. Este ilustrado de origen italiano que pasó por la Nueva España recogiendo códices indígenas, que le secuestró la Audiencia de México, era evidentemente de esta filiación ilustrada aragonesa-catalana-valenciana. A pesar de que la Corona ordenó al virrey en México devolverle a Boturini la colección de códices, éste no lo hizo, alegando que no era posible, que andaban ya dispersos y eran de poco valor, un testimonio bien claro de que estaba consciente de que las aspiraciones discursivas de Boturini con respecto a la población indígena frente a criollos y peninsulares no parecían muy convenientes para la situación novohispana.
Pero sea como sea, en este caso preciso la obra de E. Lluch citada demuestra de forma bien clara que la perspectiva que opone una postura política más o menos coherente peninsular frente a intereses comunes hispanoamericanos no viene ya al caso y que, todo lo contrario, la situación del conjunto de la monarquía era mucho más compleja de lo que generalmente se admite en la bibliografía sobre los antecedentes de la independencia hispanoamericana. Así lo comprueban también otras investigaciones recientes, que sugieren que para el análisis de los antecedentes de la independencia hispanoamericana se requiere una perspectiva más amplia, tanto en lo cronológico como en lo espacial, ya que sobre todo la historia de la Península misma demuestra profundas rupturas ocasionadas por la sucesión borbónica y por la guerra de sucesión misma, que a ciertos niveles históricos continúan a lo largo del siglo XVIII y desembocan ya bajo Fernando VII en nuevas guerras civiles. De suerte que se observan paralelismos históricos profundos tanto entre los reinos peninsulares mismos como también entre los reinos y provincias hispanoamericanas. Por cierto que el frenesí bicentenario creciente actual parece servir más bien para encubrir que para descubrir los respectivos paralelismos.
De forma más general, como es bien sabido, se suele caracterizar la historia del siglo XVIII con el vago denominador de siglo de las “reformas borbónicas”. Las reformas borbónicas se observan no solamente dentro de un conjunto de reinos gobernados por la dinastía de los Borbones, sino que se ponen en vigor amplias reformas en prácticamente todas las monarquías europeas, mientras las repúblicas existentes parecen encontrarse más en una fase de estancamiento. Antiguamente estas reformas se vinculaban de alguna manera vaga con el avance de la Ilustración, pero entretanto se diferencia más. Se distingue entre el reformismo dirigido a modernizar el ejército, a reformar la Real Hacienda para poder financiar ejércitos modernos, lo cual a su vez tuvo por consecuencia la necesidad de reformar la administración, de aumentar la autoridad estatal y, como consecuencia general, de fomentar la economía para lograr el sustento de la nueva máquina estatal, por un lado, y el impacto de la Ilustración, por el otro. Desde esta perspectiva se pusieron en tela de juicio conceptos tradicionales como “despotismo ilustrado” o “absolutismo ilustrado”, como es bien sabido.
De estos debates surgió el concepto de “Estado territorial” que resume las tendencias de reformar el aparato estatal en los aspectos mencionados de ejército, hacienda, administración, economía y en lo eclesiástico. Se interpreta como un cambio en la metodología de gobierno. Antes, los reyes y príncipes gobernaban sobre vasallos que por el sistema estamental formaban más o menos una pirámide social en cuya cumbre se encontraba el rey o príncipe con la función esencial de administrar justicia según un orden legal antiguo, basado en última instancia en el feudalismo, ahora se aspiraba a gobernar sobre el territorio sometido a la autoridad del príncipe. Esta aspiración desembocó también en un interés creciente en la cartografía, proceso que llevó incluso a un autor a formular lacónicamente “putting the state on the map”. Muy recientemente en una obra que intenta resumir la historia napoleónica, el historiador francés Etienne François concluye rotundamente que, en política, Napoleón realizó las que eran las aspiraciones políticas de los príncipes europeos del siglo XVIII, es decir: centralizar el poder en lo propio y fomentar la descentralización de lo ajeno, debilitando en lo posible al vecino. Paralelamente a esta mirada europea en general se profundiza, al parecer durante el siglo XVIII, en la Europa del norte la visión de un sur europeo atrasado en comparación con los desarrollos históricos a la altura de los tiempos dieciochescos. Por cierto que estas apreciaciones las observamos en muchos viajeros europeos coetáneos por España y en viajeros hispanoamericanos por Europa, por ejemplo en el mismo Simón Bolívar. Con su Concierto barroco, Alejo Carpentier escribió un novela moderna sobre el fenómeno y entre los mismos políticos españoles, que propugnan las reformas, se refleja esta apreciación europea, de manera que nos encontramos delante de un fenómeno mental evidentemente de larga duración que no conviene...