CAPÍTULO III: EL JUICIO ANTE EL SANEDRÍN
Cronología de la Pasión. Pascua y Ácimos
Hemos aceptado el año 30 como el más probable para datar el proceso y muerte de Jesús. Sin embargo, conviene recordar una vez más que se trata tan sólo de una hipótesis, quizá la más sólida, entre una franja cronológica situable entre los años 29 y 34 d.C., años que conocieron la presencia en Judea de Poncio Pilato, el cual, según la opinión ampliamente mayoritaria de los especialistas, estuvo al frente de la provincia entre los años 26 y 36 d.C.
El asunto se complica todavía más cuando nos preguntamos por la determinación del día del mes en que tuvo lugar la Última Cena y la detención posterior en el huerto de Getsemaní. Es evidente que se acepta de forma general que el enjuiciamiento de Jesús está relacionado inmediatamente con la fiesta de la Pascua. En este punto concuerdan las cuatro narraciones evangélicas: Mt 26, 2; Mc 14, 1; Lc 22, 1; Jn 13, 1. De esta manera, de nuevo aproximada, podemos decir que estamos en el mes de abril del año 30. A la posible discrepancia entre los Evangelios sinópticos y el de Juan acerca del día de la crucifixión —15 de nisán para los primeros, 14 de nisán para el cuarto Evangelio— nos referiremos más adelante.
La fiesta de la Pascua comenzaba el 14 de nisán (marzo/abril) con el sacrificio del cordero. En la época de Jesús la Pascua y los Ácimos, dos fiestas inicialmente distintas, habían sido unificadas desde hacía ya larguísimo tiempo. La Pascua propiamente dicha consistía en el sacrificio del cordero; a él seguía la cena, seder, que tenía lugar en la noche del 14 al 15 de nisán. Como es sabido, dado que los judíos contaban el comienzo del día desde el oscurecer de la tarde anterior, esta cena se celebraba el 15 de nisán. La noche del 14 al 15 correspondía a la primera luna llena después del equinoccio de primavera. En total, la fiesta, Pascua-Ácimos, se prolongaba durante siete días (ocho en la diáspora). Los peregrinos solían llegar a Jerusalén el 8 de nisán, buscando así llevar a cabo las prácticas necesarias de purificación. En sentido estricto, el primer acto de la fiesta de la Pascua consistía en el sacrificio del cordero. Desde el siglo II a.C. la inmolación no tenía lugar ya al anochecer sino a partir de las dos de la tarde.
El obstáculo más importante para la determinación de los días 14 y 15 de nisán del año 30 —o de los años inmediatamente anteriores o posteriores— escapa a la rotundidad de los estudios astronómicos y el subsiguiente ajuste entre el calendario judío antiguo (veremos que había al menos dos), el calendario juliano y el calendario gregoriano. El problema consiste en que cada mes se determinaba por observación física: el principio del mes coincidía con la visión del novilunio. Pero si el cielo estaba nublado (o se añadía alguna consideración derivada de las circunstancias políticas) el comienzo del mes podía retrasarse, de forma que el 14 de nisán «real», astronómico, podría corresponder, por poner un solo ejemplo de los posibles, al 15 de nisán «social», establecido por las autoridades y esta última fecha sería la que de manera explícita o implícita aparece en las fuentes. Recuérdese que la luna nueva se celebraba como una fiesta litúrgica de institución mosaica que exigía, la toma de declaración de testigos por parte de la autoridad sacerdotal.
Aunque el resultado parezca a primera vista desalentador, deberíamos recordar, conforme a las pautas que fueron señaladas en el primer capítulo de esta obra, que, en los estudios de historia antigua establecer con cierta seguridad la temporalidad de un acontecimiento dentro de un arco de unos pocos de años, no constituye en ningún caso un fracaso. Por otra parte, es preferible dejar el asunto abierto que proponer una fecha con pretensiones exclusivas de veracidad, cuando nuestros conocimientos no permiten una plena certeza.
El aparente problema de Mc 14, 12 y Lc 22, 7
Leemos en Mc 14, 12: «El primer día de los Ácimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, le dijeron a Jesús sus discípulos: “¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua?”». Y en Lc 22, 7: «Llegó, pues, el día de los Ácimos, en que se debía sacrificar la Pascua».
Según puede constatar cualquier lector del Nuevo Testamento, de Flavio Josefo y de Filón de Alejandría, hay en los textos una cierta ambivalencia en el uso de los términos «Pascua» y «Ácimos». En su sentido más restringido la Pascua recae sólo en el día 14 de nisán, que es cuando se sacrifica el cordero: Ex 12, 6; Lv 23, 5-6 establece: «El día catorce del primer mes, al atardecer, es la Pascua del Señor. El día quince del mismo mes, es la fiesta de los Panes Ácimos dedicada al Señor». Como escribimos más arriba, la unificación de Pascua y Ácimos, con la cena pascual situada en el límite entre ambas fiestas, dio lugar a una identificación entre ambas. Por eso los evangelistas y otros autores de la época no suelen tomarse el trabajo de separar con precisión los dos elementos de una fiesta desde hacía siglos única. Esta unificación de la Pascua y de los Ácimos explica la ambivalencia de la terminología utilizada. No es preciso acudir a otro tipo de hipótesis más complicadas.
La entrada en Jerusalén
El «domingo» 10 de nisán Jesús realizó una entrada pública en Jerusalén. En nuestra exposición seguiremos como hilo conductor la exposición de Juan. Este evangelista, como suele ser habitual, ofrece una visión complementaria (en ese sentido, independiente) a la de los sinópticos, aunque aquí no añada ningún dato sustancialmente relevante a las otras versiones. El caso es que una multitud salió a recibirlo con ramas de palma, Jn 12, 13. En este punto concreto Juan rectifica o precisa la narración de Marcos, el cual habla de ramas cortadas en el campo o follaje cortado de los campos (Mc 11, 8; la segunda traducción es la de Bover-O’Callaghan); ramas de los árboles, Mt 21, 8; Lucas guarda silencio sobre el particular.
La aparición de las palmas sitúa con claridad el ambiente en que se produjo esta «entrada triunfal». Las palmas se utilizaban como símbolo del triunfo bélico: significan la victoria sobre el opresor. Hay, pues, un simbolismo político que tuvo que ser evidente para los participantes y otros asistentes. Los gritos de aclamación no permiten albergar ninguna duda sobre esta intencionalidad: «¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor, el Rey de Israel!». La utilización de algunas palabras del salmo 118 se completa con el uso de la expresión Rey de Israel. En Lc se lee «¡Bendito el Rey que viene en nombre del Señor!» (Lc 19, 38). En Mt 21, 9, se invoca al Hijo de David. Y en Mc 11, 9: «¡Bendito el Reino que llega, el de nuestro padre David!» (Mc 11, 10). Tanto Mateo como Juan citan Zacarías 9, 9: «¡Salta de gozo Sión; alégrate, Jerusalén! Mira que viene tu Rey, justo y triunfador, pobre y montado en un borrico, en un pollino de asna», dado que efectivamente Jesús realiz...