Al pie de la torre Eiffel
eBook - ePub

Al pie de la torre Eiffel

  1. 55 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
eBook - ePub

Al pie de la torre Eiffel

Detalles del libro
Vista previa del libro
Índice
Citas

Información del libro

Al pie de la Torre Eiffel es una crónica de viajes de Emilia Pardo Bazán en la que relata tanto un viaje a Francia como la visita a la Exposición Universal de 1889.-

Preguntas frecuentes

Simplemente, dirígete a la sección ajustes de la cuenta y haz clic en «Cancelar suscripción». Así de sencillo. Después de cancelar tu suscripción, esta permanecerá activa el tiempo restante que hayas pagado. Obtén más información aquí.
Por el momento, todos nuestros libros ePub adaptables a dispositivos móviles se pueden descargar a través de la aplicación. La mayor parte de nuestros PDF también se puede descargar y ya estamos trabajando para que el resto también sea descargable. Obtén más información aquí.
Ambos planes te permiten acceder por completo a la biblioteca y a todas las funciones de Perlego. Las únicas diferencias son el precio y el período de suscripción: con el plan anual ahorrarás en torno a un 30 % en comparación con 12 meses de un plan mensual.
Somos un servicio de suscripción de libros de texto en línea que te permite acceder a toda una biblioteca en línea por menos de lo que cuesta un libro al mes. Con más de un millón de libros sobre más de 1000 categorías, ¡tenemos todo lo que necesitas! Obtén más información aquí.
Busca el símbolo de lectura en voz alta en tu próximo libro para ver si puedes escucharlo. La herramienta de lectura en voz alta lee el texto en voz alta por ti, resaltando el texto a medida que se lee. Puedes pausarla, acelerarla y ralentizarla. Obtén más información aquí.
Sí, puedes acceder a Al pie de la torre Eiffel de Emilia Pardo Bazán en formato PDF o ePUB, así como a otros libros populares de Literatura y Literatura general. Tenemos más de un millón de libros disponibles en nuestro catálogo para que explores.

Información

Editorial
SAGA Egmont
Año
2021
ISBN
9788726685237
Categoría
Literatura

CARTA 1

¡FRANCIA! AQUEL PARÍS.....
Madrid, 7 Abril.
Si yo no conociese bastante la gran capital de Francia, ¡qué emoción experimentaría al encontrarme, como quien dice, puesto el pie en el estribo para salir hacia hacia ella, con objeto de escribir del magno acontecimiento, la Exposición Universal de 1889!
Quien nunca vió á París, sueña con la metrópoli moderna por excelencia, á la cual ni catástrofes militares y políticas, ni la decadencia general de los Estados latinos, han conseguido robar el prestigio y la mágica aureola que atrae al viajero como canto misterioso de sirenas. Para el mozo sano y fuerte, París es el placer y el goce vedado y picante; para el valetudinario, la salud conseguida por el directorio del gran médico especialista; para la dama elegante, la consulta al oráculo de la moda; para los que amamos las letras y el arte, el alambique donde se refina y destila la quinta esencia del pensamiento moderno, la Meca donde habitan los santones de la novela y del drama, el horno donde se cuecen las reputaciones... y, por último, para los políticos, el laboratorio donde se fabrican las bombas explosibles, el taller donde se cargan con dinamita los cartuchos y los petardos que han de estallar alarmando y consternando á Europa... París (lo único vivo en toda Francia) será siempre, y más si se mira desde lejos, la ciudad madre que cantó Víctor Hugo; “fuego sombrío ó pura estrella, araña que supo tejer la inmensa tela en que las naciones vienen á enredarse; fuente de continuo atestada de urnas que esperan el agua vivificadora, donde las generaciones acuden á apagar su sed de Idea”. (De esto de vivificadora responda Hugo).
Años después de muerto el excelso poeta, y á tiempo que su fama empieza á palidecer bajo el implacable sol de la crítica, todavía conmueve, en vísperas de un viaje á París, leer aquel fragmento de sus Voces interiores, donde expresa con tal energía el papel providencial de París en los destinos europeos. “Cuando París,” dice, “pone manos á la obra, arrebata á los demás pueblos (por felices y valientes que sean) sus leyes, sus costumbres, sus dioses; y en el candente yunque de colosal taller, funde, transforma y renueva esa ciencia universal que robó á la humanidad.”
“Después de tan gigantesca labor, devuelve á los pueblos atónitos sus cetros, sus coronas, sus sistemas y preocupaciones, torcidos y abollados ya por las manos vigorosas de París. ¡Ah! París es — sin saberlo — el depósito de las fasces como el de los incensarios; cada mañana eleva una estatua, cada noche apaga un sol; con la idea, con la espada, con la realidad, con el sueño, reconstruye, clava y erige la escala que une al cielo con la tierra, y edifica — en este escéptico siglo—una Babel para todo hombre y un Panteón para todo numen. Ciudad envuelta en una tormenta continua, que día y noche despierta á la vasta Europa al tañido de la campana y al redoble del tambor, y que noche y día zumba á su oído como enjambre de abejas en el bosque. ¿Y qué sería del rumor del mundo el día en que tú ¡oh París! enmudecieras?„
* * *
Nunca mejor ocasión de repetir estas estrofas del ilustre anciano; parecen hechas expresamente para saludar la apertura del gran Certamen internacional que al tañido de la campana despierta á toda Europa, y para servir de himno á la Babel contemporánea. Tampoco encontraremos mejor coyuntura de meditar las frases que Víctor Hugo consagra á la futura destrucción de París; á esa época venidera en que el Sena correrá silencioso y pálido entre olvidados y solitarios escombros, y en que de todo el esplendor de la antigua Lutecia quedarán sólo dos torres de granito construídas por Carlomagno y un pilar de bronce erigido por Napoleón. En efecto, si París dista mucho de haber llegado al caso de inspirar canciones del género de la malamente atribuída á Rioja sobre las ruinas de Itálica, es indudable que su estrella se obscurece desde la caída del Imperio, proscripción de la estirpe napoleónica y triunfo de Prusia.
Al comparar los resultados internacionales de la primer Exposición Universal francesa y la que hoy se anuncia, vemos clarísima la verdad de esta observación. Nótese cuál fue la actitud de las naciones al recibir el convite para tomar parte en la liza. Alemania, desde lo alto de sus victorias, y mostrando su perseverancia en la línea de conducta política que se ha trazado, contesta muy clarito á la nota de Flourens que no le es posible acudir, y que ni oficial ni extraoficialmente estará representada en el Certamen. Austria-Hungría, con menos sequedad, pues siempre se ha preciado de cortés, pero con igual escrúpulo, declara que si facilitará á sus industriales y artistas medios de acudir y lucirse, no puede tener representación oficial. Italia, con su coquetona impudencia de bella meadica, sonriendo, alega que es muy pobre, y que, mediante razones económicas, no le es factible estar representada tampoco. Inglaterra, correcta y prudente según costumbre, aduce la fecha del Centenario que ha de conmemorar la Exposición para abstenerse; mas como al fin es el país de la actividad y la iniciativa individuales, el lord Alcalde no vacila en aceptar la presidencia del Comité de la Exposición, y la industria inglesa pide en el Campo de Marte, para su instalación, la friolera de doce mil quinientos metros de área. Rusia misma, la gran simpatizadora, la aliada resuelta de Francia, no se determina á comprometerse enviando un comisario oficial; y si privadamente se mueve y coopera todo lo posible llevando al Certamen el atractivo de su arte oriental, de sus curiosas costumbres y sus típicos productos, delante de gente no permite rozar el armiño del imperial manto con la escarapela tricolor del sans culotte parisiense.— ¿Y España?
* * *
España merece párrafo aparte. Si consideramos á Francia, se nos presentan dos problemas, el industrial y el político: el primero es de datos claros y fácil solución. Con ningún estado de Europa realiza España mayor cantidad de transacciones que con el francés; con ninguno está en más inmediato contacto, ni tiene mayor interés en conocer sus medios de adelanto y perfeccionamento industrial para establecer hasta donde quepa una competencia lícita, que nos emancipe de muchas tutelas y redima en parte el formidable censo de cerca de trescientos millones de pesetas anuales que pagamos á la nación vecina por importación de artículos que aquí no sabemos aún fabricar, ó á los cuales no hemos acertado á imprimir sello propio y gracia moderna. Nosotros, que dominábamos en mejores tiempos el arte de la cerámica, prescindimos de nuestra loza y encargamos vajillas á Limoges y á Sèvres; nosotros, que poseímos el secreto de las más ricas sederías, despreciamos el damasco de Valencia por el paño de Lyon; nosotros, que en forjar y cincelar el hierro eclipsábamos á los florentinos adornamos nuestras casas con bronces y níqueles franceses; nosotros, que cebamos en Galicia los más orondos capones y en Granada el más suculento pavo, dejamos salir de España todos los años ¡cuatro millones de pesetas! gastados en pulardas del Mans, en patos gordos gansos y faisanes. Pero así y todo, Francia nos compensa, tomando nuestros caldos, desde el añejo Valdepeñas al dorado Jerez, los minerales de nuestras sierras, el corcho de nuestros alcornocales, el aceite de nuestros olivos, la suave lana de nuestros borregos. De modo que no es Francia para nosotros una enemiga industrial; quien lo será en breve, y terrible, si Dios no lo remedia, es Alemania, que nos exporta poquísimo y á bajo y ruinoso arancel— escasamente doce millones anuales,—y nos saca noventa y cinco por bujerías de cuarto orden, de lo más inferior que puede verse en nuestros bazares y en nuestras tiendas de bisutería y quincalla. ¿Qué ha de esperar España, en punto á ventajas comerciales, de una nación populosa y vasta, amiga de empinar el codo y donde, sin embargo, sólo se consumen nuestros vinos por valor de dos millones quinientas mil pesetas? Nuestros vinos, néctares amasados con fuego del cielo, perfumados con fragancia de azahar, tintados con oro derretido, tan diferentes de los aceitosos jugos de las viñas del Rin, los cuales, á guisa de muchacha clorótica que se pinta las mejillas, necesitan que el color del cristal les disimule la palidez? Yo los prefiero, es verdad; pero hay quien se indigna al ver el desastre de los vinos españoles.
Industrialmente, no cabe duda: estamos al lado de Francia más bien que al de Alemania, y las complacencias de nuestro Gobierno con el del Canciller en la cuestión de aranceles, no nos han reconciliado con el país de los juguetes de plomo y los alcoholes amílicos. Políticamente.... ya es harina de otro costal.
* * *
Políticamente, si Francia no es ya nuestra adversaria, tampoco es una amiga segura. Latina, sí.... pero la frase pueblos latinos es muy elástica. España lleva en las venas más sangre finesa, fenicia, celta, semítica ó goda, que romana: España hubiese estado antes al lado de Aníbal que al de Escipión, y era más que latina cartaginesa: España tiene mayor afinidad con Francia por el lado céltico que por el latino, el cual en ambas naciones representa la opresión extranjera y la conquista. Y evitando remontarnos á edades tan lejanas y á tan nebulosos períodos,—siempre Francia ha sido la piedra en que tropezamos, la fosa en que caímos, la enemiga declarada ó embozada, y en este último caso más funesta, que acechó nuestras desventuras para explotarlas, que observó nuestros lados débiles para herirlos, y que nos quitó con pérfida habilidad, como el que realiza un acto premeditado y un plan maduramente concebido, y aprovechando nuestro inconcebible descuido, la hegemonía de los pueblos que por no llamar latinos, llamaré romanizados. Mediante los manejos de Francia perdimos un riquísimo florón de nuestra corona, Portugal, y á poco perdemos otros dos no menos ricos, Cataluña y Navarra. Por Francia, nos hubiésemos quedado sin nombre ni nacionalidad á principios de este siglo; y la espantosa energía que contra la invasión desplegamos, prueba cumplidamente que en el fondo de nuestra conciencia existía el convencimiento de que al rechazar á los franceses rechazábamos la absorción. La hoguera del odio no se ha extinguido por entero después de sesenta y siete años. Aún en las masías de Cataluña el nombre de francés suena de siniestro modo, y aún en las bodegas de Castilla os enseñarán con orgullo la inmensa cuba de vino cuyo mérito y paladar consiste en tener francés, es decir, en que en su fondo yace el esqueleto del granadero de la vieja Guardia chapuzado allí por el más feroz patriotismo.
* * *
Concretando: las naciones se han mostrado con Francia reservadas y frías, otorgándole tan sólo lo que dentro del derecho internacional no podían negarle. La misma Bélgica, especie de retoño ó prolongación del Estado francés, con el cual lleva excelentes relaciones y sostiene el comercio más activo, no se atrevió á salirse del campo de la neutralidad, y trató de quedar bien echando un requiebro á la bandera francesa, á la cual llamó arco iris del progreso; Holanda imitó la conducta del país belga; Suecia torció el gesto; Rumania, por no ser menos, tampoco quiso enviar representación oficial; y ¿qué más? hasta China se mostró para Francia remilgada y desdeñosa. El activo de adhesiones explícitas quedóse reducido á los Estados jóvenes, impúberes casi, como Grecia, Servia, Monaco (jóvenes algunos de puro viejos, y otros resueltamente viejos ya y sin esperanzas de renovación; por ejemplo, Marruecos y Egipto); al evolucionista Japón, que no pierde coyuntura de asomarse á Europa, y á todas las Repúblicas de la América meridional. La del Norte no ha sido tan franca: á despecho de su papel de centinela avanzado, manifestó diplomática reserva, á fin de no desafinar en el concierto de las naciones.
* * *
Es evidente el carácter político de tan mascada abstención. A la Francia monárquica ó imperial, nadie la desairaba, Francia no ha sabido ó no ha podido curarse de sus aficiones de propagandista, ni renunciar oportunamente á su oficio de mecha encendida y aplicada sin cesar al barril de pólvora de las revoluciones. Un siglo va á cumplirse desde que á los gritos de la multitud derribó la vieja y sombría Bastilla; un siglo lleva demoliendo, y no se ha cansado. Parécele que no agitó lo suficiente al mundo; aún se estremecen sus entrañas con movimientos convulsivos, y al pronunciar las palabras de “paz, trabajo y concordia,” duda de sí y no se cree apta para realizar plenamente tan halagüeña divisa. Este lema es pura fórmula mercantil. Nada violento persiste; y así como España, para respirar y vivir, tuvo que renunciar á sus pronunciamientos y sus guerras civiles, Francia necesita dejarse de revoluciones. La actitud de las potencias se funda en la fecha del Centenario que la Exposición conmemora, la demolición de la Bastilla: para unas habrá motivos, para otras pretexto; para todas razón suficiente. Viene muy á pelo recordar aquí otros versos de Víctor Hugo, una estrofa de los Cantos del crepúsculo. “¡Oh Dios!”—exclama el vate—“Si tus alas cobijan á la nación francesa, no permitas, Señor, estas perennes luchas, este levantar y derrocar de tronos, estas tristes libertades, hoy concedidas y suprimidas mañana; este negro torrente de leyes, pasiones, ideas, que se derrama en desatadas olas; estos tribunos que no se reunen sino para oponer á los abusos de granito constituciones de yeso; este flujo y reflujo incesante; esta guerra más honda y sombría cada vez, del Gobierno contra los partidos y de los partidos contra el Gobierno!” ¿No parece que presintió el estado de incertidumbre y angustia política que precede á la apertura de un Certamen cuya corona debiera tejerse con las rosas de la alegría y las olivas de la paz?
* * *
De todas maneras, y acaso por lo mismo que Francia se encuentra metida en el atolladero, en la Exposición tendrá fijos los ojos el mundo; ¡y quién sabe si al cerrarse el concurso, el país republicano y revolucionario por excelencia (que es en el fondo el más partidario de la autoridad y la jerarquía), obedecerá al dictador, al amo con quien sueña en secreto, como apasionada é indómita mujer que suspira por el querido tirano!
¿Quién lo duda? París rebosará de gente y harán su agosto los hosteleros, los tenderos, las cortesanas y las modistas que chupan al incauto viajero la substancia. Yo sé que en París todo resulta, porque conozco aquella capital. Dos ó tres inviernos he pasado en el cerebro del mundo, haciendo hasta las cuatro de la tarde la vida del estudiante aplicado, y de cuatro á doce de la noche la del incansable turista y observador.
Segura de ser respetada, porque aquel es un país culto, y bastante conocedora de la topografía física y moral de los barrios parisienses para no exponerme con frecuencia á ser robada ó asesinada miserablemente en algún rincón de la inmensa capital, la he recorrido sin perdonar callejuela, ni olvidar Museo ó teatro.
París está en prosa. Allí se piensa mucho en comer. Recuerdo que me ha divertido infinito la gastronomía parisiense. He comprado fresas en Enero, melones en Junio, castañas asadas á los saboyanos que las venden en la calle, y patatas fritas, envueltas en un cucurucho. He visto fabricar el turrón ó nougat, me he enterado de cómo se acaramelan las violetas dobles, de cómo se falsifica el champagne y de cómo se fabrican artificialmente las trufas. He visitado el vientre de París, según le llama Zola, ó sean los mercados. He visto desempaquetar de entre témpanos de nieve, los esterletes del Volga; he compartido el cocido de garbanzos y el bacalao á la vizcaína que comen en París los naranjeros de Murcia, encargados de abastecer de narranca á las fruteras parisienses; he observado cómo volvían del campo los carricoches de las verduleras, atestados de aquellas zanahorias con que aplacó su hambre el infeliz anarquista héroe de la novela de Zola; cómo viajan los gansos de Estrasburgo, con su infarto en el hígado y sus ojos atravesados por cruel punzón; conozco las cocinas italianas, con sus frascos de Chianti y sus ravioli; las cervecerías alemanas donde se ostenta un salchichón más grueso que el tronco de un mediano roble; las fondas rusas, en que abren el apetito la sardina curada y el caviar; las tiendas españolas en que se compra legítimo mansanilla...; en fin, no hay nada tan variado y complejo como la bucólica parisiense, y creo que es uno de los ramos más interesantes que pueden estudiarse en París y de las cuestiones más vitales para el francés contemporáneo.
* * *
Pues ¿y las tiendas? El anuncio, el modo de engalanar el escaparate á fin de que atraiga los ojos y entreabra el bolsillo; la tentación hábil, insidiosa, continua, que llega á convencerle á uno de que necesita con urgencia un objeto en que no pensaba cinco minutos antes, ni en su vida ha echado de menos; la maña del vendedor, sus palabritas de miel, sus agasajos, la tupida red de seda en que envuelve al marchante, la seducción que ejerce sobre sus sentidos y hasta sobre su conciencia... es otro capítulo que mi sexo me obliga á conocer, y que adicionado con las visitas al taller de las modistas y modistos favorecidos del público derrochador, podría inspirar un tratado edificante y moral, demostrando el tremendo papel que desempeña en la moderna sociedad esa hoja de parra que nuestros progenitores, en el feliz Edén, obtenían sin más trabajo que extender la diestra hacia las enredaderas y los floridos arbustos.
* * *
Pero mis predilectas excursiones eran á los Museos. Los domingos, como no se podía trabajar en la Biblioteca, refugiábame en el Louvre, el Luxemburgo ó Cluny, y me pasaba horas y horas mirando cuadros, estatuas, esmaltes, lozas, casullas viejas, joyas de orfebrería, retablos ó hierros primorosos; solamente prescindía de estas dominicales artísticas cuando iba á entretener la mañana en el famoso desván de Edmundo de Goncourt, mi viejo maestro y amigo.
* * *
En Madrid todavía no se dispone la gente á visitar la Exposición; pero así que la primavera asome, empezará el movimiento. El viajero que más abunda en la coronada villa es el que calcula económicamente la salida veraniega, y resuelve pasar en París quince días, sin conocer palabra del idioma, ni jota de las costumbres, ni haber realizado nunca otra excursión más que la clásica del Sardinero ó la obligada de la Concha. Así, desde que pasa la frontera y se ve entre desconocidos y extranjería, todo le sorprende, todo le escama, todo le amontona, todo le subleva. La cortesía francesa le parece baja adulación; la útil ley, irritante traba; el abuso que con él comete un hostelero ó un fondista, se lo achaca á la nación en conjunto. Ve que por un vaso de agua (con azúcar y azahar) le cobran un franco, y ...

Índice

  1. Al pie de la torre Eiffel
  2. Copyright
  3. Other
  4. PRÓLOGO
  5. EPÍLOGO
  6. CARTA 1
  7. CARTA II
  8. CARTA III
  9. CARTA IV
  10. CARTA V
  11. CARTA VI
  12. CARTA VII
  13. CARTA VIII
  14. CARTA IX
  15. CARTA X
  16. CARTA XI
  17. CARTA XII
  18. CARTA XIII
  19. CARTA XIV
  20. CARTA XV
  21. CARTA XVI
  22. CARTA XVII
  23. CARTA XVIII
  24. CARTA XIX
  25. CARTA XX
  26. CARTA XXI
  27. CARTA XXII
  28. CARTA XXIII
  29. CARTA XXIV
  30. CARTA XXV
  31. BIBLIOTECA DE LA MUJER
  32. SobreAl pie de la torre Eiffel
  33. Notes