XXII
Sorprende leer las descripciones de algunos episodios, hechas por ciertas personas en forma totalmente diferente a como a mí me consta que sucedieron. Ya he dicho que no es mi objetivo, ni sería factible, rebatir la sarta de falsedades que se han escrito sobre los últimos acontecimientos de la guerra de España. En la enorme cantidad de libros, estudios y artículos periodísticos que se han escrito sobre nuestra guerra se puede leer tal cúmulo de estupideces y mentiras que no bastaría una vida entera para rebatirlas, ni valdría la pena hacerlo en la mayoría de los casos, por su evidente tergiversación de la verdad, muchas veces ya aclaradas por historiadores serios que se basaron en documentos o testimonios fehacientes.
Sin embargo, como simple ejercicio no puedo resistir la tentación de referirme a algunas de estas narraciones “históricas”, tomadas al azar, pues considero que no estarán de más ciertas puntualizaciones sobre determinados hechos importantes. Haré alusión frecuentemente al libro del general Segismundo Casado Así cayó Madrid, debido a que su autor participó como personaje central en los acontecimientos de los días finales del conflicto, por lo que se supone que su relato, en cuanto a hechos concretos, no sujetos a interpretación subjetiva, debería estar apegado estrictamente a la realidad.
En cuanto al libro de Manuel Aznar —cuyos merecimientos literarios o de historiador desconozco—, lo cito únicamente como uno de tantos ejemplos del género bufo. Desde luego no he tenido el valor de leer completa esa historia. A cierta edad se hace difícil asimilar una obra tan extensa y prolija —casi 900 páginas— especialmente cuando en ella se tratan aspectos técnicos que no domino. Sin embargo, me he solazado con algunas de sus simpáticas páginas y no puedo resistir la tentación de comentarlas.
En las páginas 291 y 292 de su edición citada —cuando aún no se disipaba del todo el humo de la contienda—, se puede leer lo siguiente:
La ventura ha querido que cayera en mis manos un documento en que con viveza de pluma se describen episodios interesantes. Ese documento es absolutamente fehaciente y refleja con exactitud lo que por aquellos días sucedía entre los rojos. [Con el rigor histórico que lo caracteriza, no explica cómo cayó en sus manos tal documento, quién lo escribió y por qué le consta que es “absolutamente fehaciente”. Se trata, pues, de un artículo de fe.]
Acto seguido procede a elaborar un folletín, del que entresacamos esta “emocionante” escena:
Poco después, Miaja recibía el encargo [de Largo Caballero] de defender la plaza de Madrid en caso de ataque [sic]. El futuro héroe del comunismo universal acogió la orden con positivo desagrado. Empañados los ojos de lágrimas [¡oh emoción!, digo yo], quiso rehuir:
—¡Señor ministro! ¿Cree usted que yo soy el más indicado?
El ministro contestó secamente:
—¡Claro! ¿No es usted el jefe de la plaza? ¿No me pidió el mando de la Primera División? Vuelva esta tarde, a las cuatro, para reunirse con la Junta de Defensa. A esa hora recibirá la orden por escrito.
Además de lo cursi y ridículo de la narración, parecería que nuestro autor se refiere a otra guerra diferente, no obstante lo confiable que asegura es su fuente informativa.
Lo acontecido el 6 de noviembre de 1936 —que es a lo que se refiere Manuel Aznar en las cómicas líneas anteriores— ha sido descrito extensamente por diversos autores, coincidentes todos ellos hasta en los más mínimos detalles, con base en documentos de indudable autenticidad y en los testimonios de innumerables personas que tuvieron participación en los acontecimientos de la defensa de Madrid. Resulta casi inútil insistir en ello.
Aproximadamente a las dos de la tarde de ese día el presidente del Consejo de Ministros y ministro de la Guerra don Francisco Largo Caballero requirió por vía telefónica la presencia del general Miaja en el Ministerio de la Guerra. Allí le comunicó, en breve conversación, que en aquellos momentos estaba reunido el Consejo de Ministros para discutir sobre la conveniencia de que el gobierno trasladara su sede fuera de Madrid, y quería conocer su opinión sobre el particular, por su calidad de jefe de la Primera División Orgánica, con cabecera en la capital del país y comandante militar de la plaza.
A esta pregunta el general Miaja respondió que a su juicio el gobierno debería haber salido de la ciudad cuando lo hizo para instalarse en Barcelona el presidente de la República, don Manuel Azaña. Le manifestó que era difícil predecir la reacción del pueblo al enterarse de una salida intempestiva, precisamente cuando el enemigo se encontraba en las puertas de la ciudad, pero que cualquiera que fuera la decisión él estaba a las órdenes del gobierno para cumplir con su deber. Largo Caballero no dejó entrever ningún indicio de cuál pudiera ser la resolución de las autoridades sobre tan delicado asunto.
A las siete de la tarde del mismo día, víspera del ataque sobre Madrid, nuevamente fue solicitada telefónicamente la presencia del general Miaja en el Ministerio de Guerra. Esta vez, conjuntamente con el general don Sebastián Pozas, jefe del Ejército del Centro, fue recibido por el subsecretario de la Guerra, general don José Asensio. El gobierno se había trasladado ya a Valencia y él tenía el encargo de entregar sendos sobres a ambos generales. Una vez hecha la entrega el subsecretario salió también para Valencia a reunirse con el gobierno. Cada uno de los sobres tenía la siguiente leyenda manuscrita: “Muy reservado. Para abrirlo a las seis de la mañana”.
No obstante, ambos jefes decidieron abrirlos de inmediato, lo que con toda certeza evitó la caída de Madrid al día siguiente, pues las órdenes contenidas en los dos sobres estaban equivocadas: el sobre dirigido al general Pozas contenía la orden dirigida al general Miaja, y en el dirigido a éste la orden cuyo destinatario era el general Pozas. Se hubieran perdido preciosas horas si hubieran acatado las instrucciones de esperar hasta las seis de la mañana.
La orden dirigida al general Miaja decía, textualmente:
Ministerio de la Guerra. El gobierno ha decidido, para poder continuar su primordial cometido de defensa de la causa republicana, ausentarse de Madrid, y encarga a V.E. la defensa de la capital a toda costa. A fin de que se le auxilie en cometido tan trascendental, al margen de los organismos administrativos, que continuarán actuando como hasta ahora, se constituye en la capital una Junta de Defensa de Madrid, con representaciones de todos los partidos políticos que forman parte del gobierno, y en la misma proporción que en éste tienen. La presidencia de la Junta la ostentará V.E. En ella tendrá V.E. facultades delegadas del gobierno para la coordinación de todos los medios necesarios para la defensa de Madrid, que habrá de llevarse a su más extremo límite. En caso de que, a pesar de todos los esfuerzos que se realicen para conservarla, haya que abandonar la capital, ese organismo quedará encargado de salvar todo el material y elementos de guerra, así como todo cuanto pueda ser particularmente útil al enemigo. En tal caso desgraciado, las fuerzas procederán a la retirada en la dirección de Cuenca, para establecer una línea defensiva en el lugar que indique el general jefe del Ejército del Centro, con el cual estará V.E. en contacto y relación de subordinación para los movimientos limitados, y del que recibirá órdenes para la defensa, así como el material de guerra y abastecimiento que se les pueda enviar. El cuartel general de la Junta de Defensa de Madrid se establecerá en el Ministerio de la Guerra, actuando como Estado Mayor de este organismo el del Ministerio de la Guerra, aunque privado de aquellos elementos que el Gobierno considere indispensable llevarse consigo. Madrid, 6 de noviembre de 1936. Largo Caballero.
Como se ve, ni el ministro ni el subsecretario de la Guerra dieron al general Miaja la orden verbal de hacerse cargo de la defensa de Madrid, sino a través de una comunicación escrita, lo que evidentemente echa a perder la “dramática” escena descrita por Manuel Aznar.
Los originales de estos interesantísimos documentos, cuyos textos íntegros han sido transcritos en dive...