Semana Santa insólita
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Delirios y visiones heterodoxas sobre la Semana Santa de Sevilla

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Delirios y visiones heterodoxas sobre la Semana Santa de Sevilla

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La Semana Santa de Sevilla es un motivo de inspiración artística mucho más amplio del que nos enseña la versión oficial o excesivamente localista. El complejo intelectual y emocional que envuelve esta fiesta ha provocado experiencias únicas en poetas, escritores, músicos, artistas plásticos, fotógrafos, cineastas, escenógrafos, ilustradores, procedentes de todos los rincones del planeta y de ámbitos que van desde la alta cultura, las vanguardias, el pop o la contracultura. Y, aunque paradójicamente poco conocidos, estos episodios han trascendido con mucho al fenómeno puramente local.Este libro pretende rescatar una memoria ignorada, recuperar un fresco que ayuda a componer esa otra Semana Santa de la contrasombra, la que no se ve, la que no se cuenta, la que sorprendentemente ha pasado desapercibida a pesar de que la firmaban grandes personajes de la historia de la Cultura. La nómina contiene la propia heterodoxia sevillana de Bécquer, Machado, Cansinos Assens, Chaves Nogales, Núñez de Herrera, Cernuda, Helios Gómez, Francisco Mateos, "Galerín", José Mas, Alfonso Grosso o Aquilino Duque… También a Sorolla, Silverio Lanza, Eugenio Noel, García Lorca, los argentinos Roberto Arlt y Oliverio Girondo o el brasileño Murilo Mendes. Músicos desde el Stravinsky totalmente sugestionado al Miles Davis saetero. Artistas de la imagen como Gustavo Doré, Hieschler, los hermanos Lumiére, Diaghilev, Man Ray, Picabia, Robert Capa, Brassaï, Pierre Verger, Antonioni o Tonino Guerra. Escritores e intelectuales como Max Nordau, Ronald Firbank, Mario Praz, Francis Carco, Paul Morand, Allison Peers, V.S. Pritchett, Henry Buckley, John Haycraft, Richard Wright, Marguerite Yourcenar… Y hasta episodios políticos, contraculturales e iconoclastas que tienen como protagonistas a la Inquisición; a bandoleros, liberales o cigarreras; al anarquista Durruti o al dictador Franco; al Partido Comunista de España, a Alfonso Camín, Agustín García Calvo, Ortiz de Lanzagorta, Rafael Pérez Estrada, Ocaña, Claudio Guerin o Vicente Tortajada… De este amplio y sorprendente panorama también emana una indagación en el otro lado, en la jugosa narración irónica, atrevida y extravagante sobre la Semana Santa de Sevilla, y que nos muestra la extraña y llamativa capacidad de la Semana Santa sevillana de trascenderse, incluso de transgredir, hasta alcanzar una dimensión insólita.

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Información

Año
2014
ISBN
9788416100408
Raros sevillanos
Bécquer, el vértigo de la historia
El poeta condena la Semana Santa, «un espectáculo con ribetes de bufonada», por suplantar la verdadera personalidad de Sevilla.
Gustavo Adolfo Bécquer (Sevilla, 1836-Madrid, 1870) es el hijo predilecto de un siglo convulso, asediado por las últimas dudas románticas y condenado para siempre a la bancarrota por las promesas ilustradas. El poeta se pasea por la ciudad, participa en los salones, hiere y es herido, mantiene conversaciones de amor, comparte libros, se cruza por la calle con antiguas amantes, conoce noches de amor imprevistas, horas de insomnio, se desahoga en los prostíbulos, cierra balcones, desordena sábanas. En definitiva, vive la existencia propia de la segunda mitad del siglo xix.
Y Bécquer se asoma a la Semana Santa de Sevilla desde el agitado mirador de las contradicciones de su tiempo. Lo hace con una voluntad estética revolucionaria y moderna, pero también desde su tradicionalismo político y su nostalgia espiritualista.
«El personaje periodístico de Bécquer camina por las ciudades y por los campos, viendo las grandes transformaciones del siglo y queriendo fijar con nostalgia aquello que se pierde con los avances inevitables, aquello que se homologa y se queda sin matices al ritmo de la industria», recuerda Luis García Montero en su obra Gigante y extraño.
El poeta devuelve el rostro a la Semana Santa de Sevilla en 1869, después de la revolución que destronó a Isabel II y expulsó del poder a sus amigos y correligionarios. Y lo hará desde el relato costumbrista, casi con un tono elegíaco, un texto hilvanado únicamente a propósito de narrar la Semana Santa de Toledo, donde vive semidesterrado con su hermano Valeriano. El texto aparece publicado en El Museo Universal. También en Toledo terminará el manuscrito de las Rimas, en un cuaderno que titula El libro de los gorriones.
«(…) La muchedumbre se agita en su ámbito, y por entre la cual desfilan, al compás de la música, aquellos miles de elegantes y perfumados penitentes de todos hábitos y colores blancos, negros, rojos y azules repartiendo a las niñas dulces de sus canastillas y arrastrando luengas capas de terciopelo o de seda, las andas cubiertas de flores y de luces, las imágenes cargadas de oro y pedrería, los coros de ángeles engalanados de plumas, flecos y oropel, las cohortes romanas con airones de papagayo, armaduras de hojalata y calzas de punto color de carne, como los saltimbanquis o los bailarines…», narra Bécquer.
Y prosigue el poeta: «Todo, en fin, lo que en ella se agita y reluce y suena durante esos días clásicos, ofrece un conjunto en que se mezcla y confunde lo profano con lo religioso, de manera que tiene a intervalos el aspecto de una ceremonia grave o la vanidad de un espectáculo público con sus puntas y ribetes de bufonada».
Estas duras palabras son la reacción de Bécquer a la transmutación que sufre Sevilla, escenario de sus leyendas, compañía de su niñez. Su ciudad natal, que abandona en 1854 en busca de la gloria de las letras, está condenada desde décadas atrás a relacionarse con el exterior por medio de la proyección de sus rasgos más peculiares.
El autor de las Rimas contempla una ciudad que ha perdido ya buena parte de su personalidad, oculta bajo la brillante máscara de sus notas más exóticas. Pero Bécquer ya advierte su derrota en esta batalla…
Tiempo atrás, Fernando VII había fundado la Real Escuela de Tauromaquia y el asistente José María de Arjona ya había comenzado la tarea de reconstruir la Semana Santa para convertirla en un acontecimiento capaz de atraer a miles de forasteros, o sea, en una celebración susceptible de convertirse en espectáculo vanidoso. Sevilla había pasado a ser un decorado de ópera y de ahí que esa Semana Santa de figurantes, coros angélicos y cohortes romanas de medias rosas se fuera consagrando como un drama multitudinario, como representación callejera y que, año tras año, va separando la fiesta ciudadana de la liturgia católica.
En estas manifestaciones, aunque vengan desde muchos siglos atrás, basaría la ciudad su recuperación cuando se dio cuenta de que la otra Sevilla, la de los siglos xvi y xvii, había muerto para siempre. Entre la indiferencia de los suyos. Sin remedio.
La «veladura» de Antonio Machado
El poeta sevillano, herido por esa ciudad «fuera del mapa y del calendario», se enfrentó a la Semana Santa desde su filiación liberal y republicana y sus presupuestos krausistas.
Sevilla es el paraíso intemporal, la ciudad fuera de los mapas y los calendarios… Y la terrible encarnación de todos los contravalores denunciados por los hombres de la generación del 98: la sede de una aristocracia ligada estrechamente al mundo rural, ayuna de una burguesía culta y emprendedora. Sevilla, capital del «taurinismo» y «flamenquismo».
Antonio Machado (Sevilla, 1875-Collioure, 1939) elabora una «teoría de Sevilla» fragmentaria y llena de contradicciones. A la ciudad infantil, convertida en sustancia de vida y poesía, el poeta opondrá la Sevilla castiza y pintoresca, que le desagrada, y la Sevilla barroquizante que disuena de sus convicciones estéticas, tal como recoge en sus juicios sobre la poesía de Gustavo Adolfo Bécquer.
«¡Qué lejos estamos en el alma de Bécquer, de esa terrible máquina de silogismo que funciona bajo la espesa y enmarañada imaginería de aquellos ilustres barrocos de su tierra! ¿Un sevillano Bécquer? Sí; pero a la manera de Velázquez, enjaulador, encantador del tiempo», afirma Machado a través de su heterónimo Juan de Mairena.
Esta realidad, Sevilla, ambivalente y plural, encontrará en los apócrifos de Antonio Machado toda su riqueza. Como asegura el catedrático de Literatura de la Universidad de Sevilla Rogelio Reyes Cano, «el juego de los apócrifos, que tanto le sirvió para darnos una visión realista del mundo, se aplica igualmente a esa realidad llamada Sevilla».
«¡Oh maravilla! / Sevilla sin sevillanos / ¡la gran Sevilla!», aparece en el cuaderno de Los Complementarios. Estos tres versos, fechados en 1914, se glosan más tarde por los años veinte: «Dadme mi Sevilla vieja/ donde se dormía el tiempo, / en palacios con jardines, / bajo un azul de convento. / Salud, oh sonrisa clara / del sol en el limonero / de mi rincón de Sevilla, / ¡oh alegre como un pandero, / luna redonda y beata, / sobre el tapial de mi huerto! / Sevilla y su verde orilla, / sin toreros ni gitanos, / Sevila sin sevillanos, / ¡oh maravilla!».
Esta severa crítica se transformará en elegía bufa y ridiculización del señoritismo en el conocido Llanto por las virtudes y coplas por la muerte de don Guido, elaborado ya con el escenario de fondo de la Semana Santa. Don Guido traza la auténtica sociología negativa del señorito sevillano: jugador, arruinado, aficionado a toros y caballos y con un sentido de la religión externo, interesado y versátil: «Gran pagano,/ se hizo hermano / de una santa cofradía; / el Jueves Santo salía, / llevando un cirio en la mano / —¡aquel trueno!—, / vestido de nazareno».
Antonio Machado se acerca a la Semana Santa desde su filiación liberal y republicana, su formación en los presupuestos del krausismo que lo acercarían más a una forma de agnosticismo tolerante y respetuoso, que se encontraba lejos, muy lejos, del catolicismo de «la España oficial», como demuestra el poema «La Saeta», que se publicó por primera vez en 1914, en Mundial Magazine, e iba dentro de un conjunto titulado Semana Santa en Sevilla, en el que también su hermano Manuel, con un acento ideológico distinto, había incluido su texto Sevillanas. Así, se refiere a la saeta dedicada al Cristo de los Gitanos como «el cantar del pueblo andaluz» elogiando ese «cantar de la tierra mía, que echa flores al Jesús de la agonía». No hay duda de que está el Machado popular, heredero de la pasión de su padre Demófilo por el saber del pueblo, pero a pesar de esta declaración de admiración de «la fe de sus mayores», el poeta confiesa que nada tiene que ver con él: «¡Oh, no eres tú mi cantar! / ¡No puedo cantar, ni quiero / a ese Jesús del madero, / sino al que anduvo en el mar!». Es decir, no puede rezar ante ídolos.
Lejos de la Sevilla castiza y rancia, Antonio Machado vivirá en una ciudad «fuera del mapa y del calendario», como recordó el poeta en la anécdota de la caña de azúcar: «No recuerdo bien en qué época del año se acostumbra en Sevilla a comprar a los niños cañas de azúcar, cañas dulces, que dicen mis paisanos. Mas sí recuerdo que, siendo yo niño, a mis seis o siete años, estaba una mañana de sol sentado, en compañía de mi abuela, en un banco de la plaza de la Magdalena, y que tenía una caña de dulce en la mano…».
Y concluye Machado recordando cómo le preguntó a su madre por la época del año en que los niños de Sevilla chupan la caña de azúcar. «“Es en Pascua —me dijo—, en la época d...

Índice

  1. Palabras a modo de explicación
  2. Los episodios
  3. Los delirios
  4. Los combatientes
  5. Los creadores
  6. Los fascinados
  7. Los desmitificadores
  8. Los inspirados
  9. Raros sevillanos