LUGARES MISTERIOSOS
Los megalitos de Carnac, los últimos gigantes en pie
En la Bretaña francesa, en la localidad de Carnac, cuyo significado etimológico es «el lugar de los carn» (término celta que se empleaba para designar agrupaciones de piedras con sentido ritual), se encuentra el más impresionante conjunto megalítico (del griego mega: gigantes; litos: piedra) del mundo, sobre todo, por el número de sus alineamientos o disposiciones en hilera de menhires (en bretón, men: piedra; hir: larga), sus dólmenes (dol: tabla o mesa) y sus cromlechs (crom: círculo; llech: piedra, en galés).
Se conservan unos 3.000 megalitos de los aproximadamente 10.000 que llegó a haber. Pero los más de 6.000 años transcurridos desde que comenzó a levantarse el conjunto, han ido destruyendo, más por la mano del hombre que por la incidencia del tiempo, este impresionante conjunto prehistórico de aquella Europa que frisaba el Neolítico y la Edad de Bronce cuando en el Próximo Oriente y Egipto (el Creciente Fértil) ya se había entrado en la Historia.
Para los celtas, Carnac fue un lugar de culto que mereció todo su respeto. Pero otros pueblos más prácticos e indolentes, como los romanos, solo pensaron en servirse de sus piedras para pavimentar sus calzadas y construir sus domus. Otros, fanáticos, como los cristianos medievales y modernos, lo tomaron por restos de culturas heréticas a las que había que castigar con la desaparición y se ensañaron en lograrla. También la ignorancia de algunos amigos de lo esotérico se empeñó en encontrar signos ocultos entre las piedras y no dudaron en demoler y derribar lo que se les puso por delante buscando lo que fuese para descubrir tesoros impensados o mensajes crípticos con los que hilvanar teorías descabelladas.
Fantásticas o no, las explicaciones a tan impresionante conjunto megalítico no han dejado de sucederse en esta área que, en origen, llegaría a abarcar unos ocho kilómetros en línea, de los cuales, hoy, solo pueden observarse menos de la mitad, unos tres.
Sobre el espacio, pueden distinguirse tres conjuntos de alineaciones:
- La de Le Ménec, situada al oeste de Carnac, que cuenta con una longitud de 1.170 metros. Precedida por un crómlech semicircular, comprende un total de 119 menhires cuyas alturas oscilan entre los 80 centímetros y los 3,70 metros, correspondientes al Gigante de Le Ménec. Separado por la carretera, se encuentra Toul-Chignan, que es la prolongación de Le Ménec. Entre ambos, llegarán hasta 1,2 km de longitud.
- La de Kermario, a unos 250 metros de la anterior, donde se hallan los megalitos más grandes de todo el conjunto. Consta de 1.029 menhires de entre 50 cm y más de 7 m de altura, repartidos en diez filas que ocupan una longitud total de 1.120 m. Al igual que en Le Ménec, a medida que el alineamiento se acerca al Este, los megalitos son cada vez más pequeños. Al lado del Gigante de Kermario, cercano a los 7 m, se encuentra formando un cuadrado un recinto funerario delimitado por piedras de 1 m de altura, que se conoce como Le Manio.
- La de Kerlescán, la mejor conservada de todo el complejo, que, precedida por un cromlech semicircular, al igual que la primera, consta de trece filas en las que se disponen agrupados 594 megalitos en una longitud de 880 m.
Además de estas alineaciones, se hallan otras construcciones diseminadas sin orden aparente, destacando, entre todas, el gran túmulo de Saint-Michel, que cuenta con 120 m de longitud y 12 de altura, en cuyo interior dispone de varias cámaras funerarias. También destaca otra construcción de las mismas características, el túmulo de Kerkado, de dimensiones inferiores pero no modestas: 30 metros de diámetro y 3,5 de altura.
En cuanto al significado que podría tener este impresionante conjunto megalítico, parece claro que la función solar es la más evidente, estando relacionada con las posiciones del astro rey en determinadas épocas del año. Así lo propuso ya en el siglo XIX, Jacques Cambry, a quien siguió, en la centuria siguiente, Alfred Devoir sosteniendo que la alineación de Kermario tiene que ver con la salida del Sol en el solsticio de verano, mientras la de Kerlescán tiene relación con el mismo fenómeno en los equinoccios y la de Le Ménec con las fases intermedias. Lo más interesante es observar cómo los menhires, en cada una de las alineaciones citadas, se hallan dispuestos en orden decreciente, es decir, de mayor a menor altura.
Estas explicaciones dieron lugar a que el conjunto se tomase por una especie de calendario solar, que podría estar relacionado con las incipientes faenas agrícolas que comenzaban a desarrollarse por parte de estos pueblos. No obstante, parece una explicación demasiado simple para un conjunto tan impresionante. ¿Tanto esfuerzo a lo largo de miles de años era necesario para predecir la bondad de las cosechas? El menhir de Locmariaquer tiene unas 350 toneladas de peso. ¿Cuántos hombres a lo largo de cuántos días hicieron falta para disponerlo sobre el suelo? Demasiada desproporción entre objetivo y finalidad.
Abundando en ello, al inicio de los años 70 del pasado siglo, el británico Alexander Thom se inclinó porque Carnac se trataba de un observatorio lunar para predecir los eclipses, como lo demostraban algunos menhires alejados del conjunto, por ejemplo el de Quiberón, distante unos 15 kilómetros, que habría servido de lugar de observación para el punto extremo de declinación de nuestro satélite.
Otro tipo de explicaciones de carácter más trascendental se han propuesto para adivinar el significado de tan impresionante conjunto megalítico. Ya los antiguos druidas, la casta sacerdotal celta, tomó este lugar, milenios después de haberse edificado, por un santuario. ¿Fue esa la primitiva finalidad que aquellos magos adivinaron? No sería extraño, aunque, así y todo, los rituales no dejarían de estar relacionados con los astros del firmamento. Sin una finalidad mágico religiosa no se comprende semejante derroche de energía, teniendo en cuenta, además, que estamos hablando de pueblos prehistóricos.
Se ha dado igualmente una explicación funeraria a Carnac, partiendo de la palabra bretona Kermario, que significa «ciudad de los muertos», aunque hay que señalar que la presencia de los bretones en este lugar es muy posterior a la edificación del conjunto.
Un misterio, hoy por hoy imposible de averiguar, continúa abierto en Carnac.
El crómlech de Stonehenge, un guiño al sol
El crómlech de Stonehenge («horca de piedra», según los sajones), enclavado en la llanura inglesa de Salisbury, condado de Wiltshire, al sur de Inglaterra, es un monumento megalítico formado por más de ochenta piedras gigantescas dispuestas en forma anular, en lo cual se halla la magia, el enigma y el misterio de su construcción.
En principio, hay que señalar que un crómlech se forma por la disposición en círculo de tres clases de megalitos: menhires, dólmenes de mesa y trilitos. El primero consiste, como vimos en el anterior epígrafe, en una gran piedra colocada de forma vertical sobre el terreno; el segundo está formado por dos piedras verticales sobre las que se halla dispuesta otra horizontal; y el tercero es una variante del anterior, compuesta por tres piedras verticales en lugar de dos para soportar la que se encuentra sobre ellas.
Todo el conjunto de Stonehenge se halla inscrito en una gran circunferencia de unos 100 metros de diámetro con un foso de entre 1,5 y 2 metros de profundidad. En su interior consta de tres anillos concéntricos: el primero delimitado por 56 hoyos en los que se han encontrado restos óseos calcinados, que han dado lugar a las observaciones que luego veremos sobre la posible función funeraria de este resto del final de la etapa prehistórica del ser humano. El segundo y el tercer círculo concéntrico se hallan delimitados, asimismo, por idénticos hoyos, en número de 30 y 29 respectivamente, conteniendo también restos óseos humanos calcinados. A continuación, en la parte central, se halla el corazón del monumento: dos anillos formados por dólmenes y trilitos dispuestos de manera continua y otras dos filas situadas en forma de herradura. Aparte, existen otros cinco menhires aislados del conjunto: dos en la zona de los llamados «hoyos de Aubrey», en honor a su descubridor, que los primitivos dueños del recinto cambiaban de posición según la época del año y por eso se conocen como «piedras de estación»; otro que se halla en la galería que lleva al crómlech, llamada «piedra de talón» por su curiosa forma; y dos aras destinadas a ejecutar los sacrificios: una a la entrada y otra haciendo de altar mayor en el centro del conjunto.
Levantado a lo largo de varias fases, la obra principal procede de finales del Neolítico y principios de la Edad del Bronce, unos 1900 años antes de Cristo, si bien el lugar estuvo habitado durante el milenio anterior.
Se habla de tres etapas principales en la construcción del megalito de Stonehenge. La primera, hacia 3200, comprendería el foso y los terraplenes. Después de haber sido habitado el lugar a lo largo de medio milenio, fue abandonado durante más de otro tanto tiempo y, entre el 2100 y otros doscientos años después, se completó la construcción del conjunto con las piedras de arenisca azulada y las rocas silíceas traídas desde la colina Marlbourgh, distante unos 30 kilómetros en dirección norte, realizándose, así mismo, algunas estructuras en forma de herradura.
El primer escritor británico que se ocupó de Stonehenge fue Geoffrey de Monmouth en su Historia Regum Britanniae («Historia de los reyes de Bretaña», 1136), en la que llama al conjunto, con acierto, la «Danza de los gigantes», seguramente por el tamaño de sus piedras o bien porque pensaba que aquella construcción debía haber sido utilizada por personajes de descomunal estatura.
Lo que sí afirma, en su supersticiosa hilaridad, es que fue el mago Merlín quien trasladó por arte de magia las colosales piedras hasta su emplazamiento en la llanura con el fin de conmemorar el entierro de gran cantidad de bretones muertos en combate defendiendo su tierra. De ahí que quedara en el inconsciente bretón que todo había sido obra del brujo, tal como aparece en una miniatura del siglo XIV, donde unos hombres admiran la magia de Merlín, que le permite coronar los dinteles del círculo sin ningún esfuerzo. En este lugar, mágico ya para siempre en la leyenda, es donde todos los nobles de Inglaterra prestaron juramento al rey Arturo.
Es cierto que aunque algunas piedras proceden de Avebury (a unos 20 kilómetros al noroeste del lugar), otras —de más de 50 toneladas— fueron traídas desde el sur del País de Gales, a casi 300 kilómetros de distancia, concretamente de las canteras de Prescelly y de Milford Haven, características por su tono azulado, como los riolitos de la segunda etapa constructiva, que procederían incluso de la vecina Irlanda, según algunas versiones. Llevadas primeramente sobre trineos provistos de ruedas hasta la costa, fueron embarcadas luego en enormes balsas y transportadas por vía fluvial hasta su emplazamiento actual, donde se izarían por medio de grandes cuerdas después de haber cavado los hoyos para fijarlas sobre el suelo. En el proceso participarían tanto seres humanos como animales de tiro, formando espectaculares cadenas en las que no faltarían los accidentes y las muertes por aplastamiento.
Ríos de tinta se han vertido, a pesar de los más de dos mil años de desfase cronológico, sobre la supuesta relación de la construcción del crómlech de Stonehenge con los cultos celtas de los druidas, que realizaban sacrificios animales y humanos en este lugar, lo cual solo se ha podido especular a partir de los escritos de John Aubrey (1626-1697) y William Stukeley (1687-1765), que hablaron de Stonehenge como de un antiguo templo celta; y, aunque seguramente así ocurrió, no significa que lo construyeran los sacer...