Historia de la Revolución Mexicana. 1917-1924
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Historia de la Revolución Mexicana. 1917-1924

Volumen 3

Álvaro Matute, Leonardo Lomelí

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Historia de la Revolución Mexicana. 1917-1924

Volumen 3

Álvaro Matute, Leonardo Lomelí

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Información del libro

En la década de los cincuenta del siglo pasado Daniel Cosío Villegas integró a un grupo de historiadores para elaborar la Historia moderna de México, finalmente publicada en diez gruesos volúmenes, resultado de diez años de investigación. Esta obra abarca desde la República Restaurada hasta el Porfiriato. El Colegio de México, fiel al compromiso de Cosío Villegas, decidió concluir los trabajos para ofrecer una historia integra de la primera mitad del siglo pasado. Así, lo que el lector tiene en sus manos, ahora en ocho volúmenes, es, finalmente, la conclusión del proyecto y el pago de aquella deuda con nuestra historia.

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Información

Año
2019
ISBN
9786075642611
Categoría
Historia

PRIMERA PARTE
LAS DIFICULTADES DEL NUEVO ESTADO

Álvaro Matute

INTRODUCCIÓN

DESDE LA PERSPECTIVA DE LA HISTORIA OFICIAL, el 5 de febrero de 1917 fue la fecha conclusiva de la Revolución mexicana; o, mejor, de la etapa armada de la revolución, pues ésta es permanente. Sin embargo, tomar la fecha de la promulgación de la Constitución emanada del movimiento revolucionario como parteaguas de la historia, no deja de tener sus riesgos. Hay, desde luego, elementos afirmativos. Por ejemplo, argumentar que la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos promulgada en el Teatro Iturbide de Querétaro es la base del nuevo Estado. Lo frágil de la afirmación anterior es la vigencia real de la Constitución: el nuevo Estado existía más en el papel que en la realidad. En rigor, a partir de 1917 comenzó a formarse el nuevo Estado y pasarían 20 años más para que acabara de alcanzar sus dimensiones más amplias. Es por ello que vale la pena observar de cerca el enorme conjunto de vicisitudes que surgieron a partir del momento en que entró en vigor la “nueva” Constitución, y con ella, el compromiso del “nuevo” gobierno para echar a andar el “nuevo” Estado. El propósito de este trabajo es hacer un recorrido por los tres primeros años posteriores a la lucha armada.
La primera hipótesis al respecto es la existencia de una inercia histórica manifestada por lo menos en dos aspectos. El primero, es el peso del pasado inmediato, es decir, de los siete años de luchas internas en los cuales resultó victorioso el constitucionalismo, acaudillado por don Venustiano Carranza. En términos militares, el enemigo todavía estaba ahí, si bien menos amenazante que en 1915, pero no completamente derrotado. Era tarea inminente para el nuevo gobierno llevar a cabo lo que se denominó “política de pacificación”, de modo que el radio de acción estatal no se viera entorpecido por la presencia de grupos armados en muchas regiones del país que impedían la aplicación de la nueva legislación revolucionaria. No era ésta, sin embargo, la única manifestación del peso de la historia. Los propios revolucionarios, convertidos en gobernantes, eran víctimas de la etapa previa a la propia revolución. Muchos de ellos se “porfirizaron”, en la medida en que la dinámica engendrada por la lucha armada propició que los jefes militares ejercieran poderes caciquiles en las zonas a su cargo, por lo cual muchos fueron constantemente movilizados a otras: se pensaba que al desarraigarse, sus intereses no permanecerían. No obstante, la movilización no fue suficiente y el surgimiento de cacicazgos “revolucionarios” resultó incontenible.
A lo largo de 1917-1920 se dio una lucha constante entre pasado y presente, entre lo nuevo y lo viejo, entre las permanencias y las aspiraciones. El gobierno a veces se inclinaba de un lado y a veces del otro. En algunas esferas sí pudo mantener un carácter firme y lineal; en otras, sus oscilaciones lo hacían buscar apoyo en sectores contrapuestos que todavía no alcanzaba a equilibrar. Da la impresión de que aún no asimilaba lo nuevo y sus patrones de conducta eran los aprendidos antes de la lucha armada.
El camino por la historia de los tres años en cuestión se recorre en tres diferentes esferas de acción, lo cual puede constituir una segunda hipótesis, a saber, que la historia de un Estado nacional tiene, por lo menos, dos limitaciones, una definida al exterior y la otra hacia su propio interior. ¿Significa esto que la historia puramente nacional no existe? No lo afirmo, pero me inclino a sospecharlo. Existe en función de que se trata de una invención. La historia nacional es la dotación de sentido a un gran conjunto de hechos, y, por lo tanto, existe. Sin embargo, lo nacional es algo que adquiere su unidad y su sentido frente a otros entes semejantes, es decir, ante otros estados nacionales, cada uno de los cuales con su historia propia. Es frente a los otros donde la gran dispersión nacional deja de serlo y se convierte en unidad, y cuando el jefe de Estado se convierte en interlocutor de sus semejantes y representa a sus nacionales. La historia, vista desde la relación internacional, tiene un sentido muy diferente al que resulta desde la dispersión regional. Se trata, en suma, de dos dimensiones distintas de la misma historia. El Estado nacional es frente a otros semejantes. Sin embargo, su unidad se ve puesta en tela de juicio de manera severa ante las distintas partes que la constituyen.
El auge que recientemente ha alcanzado la historiografía regional ha puesto en evidencia la falta de sentido unitario de muchas acciones supuestamente nacionales. Por lo que toca a la Revolución mexicana, ha quedado plenamente demostrado que se manifestó de manera muy diferente en los distintos espacios del territorio mexicano. No fue la misma en intensidad y en alcances la que se gestó en el norte que la del sureste; no buscaban lo mismo los zapatistas que los soberanistas oaxaqueños y, sin embargo, ambos tenían razón de ser. De ahí que se haya dado en los años recientes una saludable reacción contra el discurso unitario acerca de la revolución, pues se trata de un discurso impuesto desde la cúspide del poder y es producto de la ideología, no de la realidad. A la imposición de la unitariedad se ha respondido con la defensa de la pluralidad, de la regionalización, del señalamiento de aspiraciones diversas. No se debe olvidar que, entre otras cosas, la revolución, como reacción al largo gobierno autocrático de Porfirio Díaz, tendió a la dispersión frente a la unidad autoritaria a que lo había sometido el gobierno porfiriano. Esta dispersión no cesó en el momento de la promulgación constitucional sino que acompañó al gobierno de Venustiano Carranza durante los tres años que duró, del 1 de mayo de 1917 al 21 del mismo mes de 1920. Sí hubo intentos y manifestaciones claras de parte del gobierno de establecer un espacio nacional, no sólo ante el exterior, sino en el interior del país. Al respecto hubo avances y limitaciones, que el lector advertirá a lo largo de esta obra.
La división del trabajo responde al afán descrito en los últimos párrafos. Se presentan tres partes, una dedicada al condicionamiento internacional, a lo que le llegó a México desde fuera, sobre todo a partir del ingreso de Estados Unidos a la gran guerra. A partir de esa experiencia queda muy claro el papel que le corresponde al país de soportar la vecindad con una gran potencia mundial. En ese sentido, cabe advertir cómo México pudo aprovechar, aunque fuera de manera muy restringida, la existencia del conflicto. De ese modo, Carranza pudo proclamar su política de neutralidad, a pesar de las fuertes presiones externas. Ciertamente, pagaría las consecuencias en 1919, cuando una acción sucedía a la otra, de enero a diciembre, con el fantasma de la intervención. En esto, y a pesar de que Estados Unidos conocía muy bien la división interna de México, el gobierno de Carranza supo mantener la unidad y la representatividad estatal nacional. De ello se da cuenta, de manera amplia, en los capítulos que integran la mencionada primera parte.
La segunda, por contraste, se refiere a la dispersión interior. En ella se presenta un gran mosaico de regiones dentro de las cuales se agrupan los distintos estados de la República. Aunque no hubo el mismo tipo de dificultades en las 32 entidades federativas, por lo menos en las más tranquilas la lucha por la gubernatura echó por tierra la calma provinciana. Otras regiones eran teatro de rebeldes mayores: Villa, Zapata, Peláez, Díaz, revolucionarios y contrarrevolucionarios que no aceptaban el gobierno de Carranza ni la Constitución de 1917. Además de ellos, hubo muchos rebeldes de menor renombre o dimensiones, pero igualmente efectivos a la hora de poner límites al radio de acción federal.
Hay una tercera parte, dedicada a lo nacional. Esto implica asumir que sí existe algo que reúne y da sentido a lo disperso y que no necesariamente tiene que ver con el exterior. Es el intento de ver el conjunto a partir de una serie de acciones gubernamentales o de reacciones de sectores de la sociedad frente al gobierno o al Estado —o a ambos, en muchos casos. Ahí se ubica, por ejemplo, la reacción de los empresarios frente al artículo 123 de la Constitución, o las constantes acciones de los obreros organizados que buscan el aceleramiento de la reglamentación del nuevo artículo constitucional. El Estado tiene interlocutores adecuados para ambos sectores, a los cuales trata de hacerles sentir confianza. En esa parte, además, se pasa revista a algunos elementos económicos, para dar una somera idea de los ingresos del Estado y a algunos problemas sociales que afectaron el conjunto nacional, como la epidemia de influenza española de 1918.
La división de la historia en las tres esferas descritas anteriormente, internacional —o mundial—, regional y nacional implica algunas dificultades. Hay elementos que caben en cada una y que, sin embargo, resulta complicado separar, por ejemplo, el petróleo. Sus productores y consumidores finales son extranjeros. Se produce en algunas regiones muy específicas, en esos años, fundamentalmente en la Huasteca; el Estado se beneficia al cobrar impuestos y ejerce un control al legislar sobre la perforación y la explotación. Se dio preferencia a tratarlo dentro del contexto internacional, pese a que, como se dijo, cabe en las tres partes. Por ejemplo, se hace referencia en el capítulo respectivo a Peláez, pero asimismo, se le trata de manera separada en la parte regional, por lo que toca a sus acciones militares y a su peso como rebelde mayor.
Pese a ese tipo de obstáculos, la división tripartita funciona. Mediante ella se trata de contemplar el conjunto que una historiografía cada vez más monográfica pierde de vista, si bien en este caso lo monográfico lo da el carácter temporal, que no el espacial, de la investigación. Interesa de manera particular ver el conjunto, aunque sea en poco tiempo, el suficiente para observar la historia de un gobierno, el primero regido por la Constitución de 1917, a la cual a veces se acercaba y de la cual muchas veces se alejaba, no por negarse a cumplirla, sino porque ella rebasaba las posibilidades de acción de ese primer gobierno constitucional. Creo que no fue hasta el de Lázaro Cárdenas cuando se llevó a la práctica —no sin muchas reformas— la Constitución de 1917, y, por consiguiente, cuando el Estado emanado de la revolución completó su existencia. Aquí sólo se da una imagen del primer tramo del trayecto.
En suma, se parte de las hipótesis de que existe la inercia histórica o peso del pasado, y de que para obtener una visión del conjunto histórico es preciso conocer las esferas internacional, regional y nacional. Esa inercia es el freno que elementos del exterior, de las localidades más pequeñas o de las altas esferas de poder nacional, contraponen al proyecto de país, planteado por los constituyentes en Querétaro, que a su vez respondía a las aspiraciones de muchos de quienes se empeñaron en la lucha revolucionaria, tanto vencedores como vencidos.
La presente investigación cumple sólo de manera limitada el paradigma del agotamiento de fuentes. Sirva como disculpa el carácter no monográfico del trabajo, es decir, que no tiene el propósito de agotar particularidades muy precisas, sino de verlas dentro de un conjunto mayor. En ese sentido, el trabajo parte de datos obtenidos, de manera cuantitativa, en primer lugar, de la prensa periódica, en segundo, de dos archivos, ciertamente principales, y en tercero, de otros archivos, de documentos publicados, de fuentes secundarias y de nuevos estudios sobre algunos puntos. Cabe discutir el porqué de este tipo de fuentes y su pertinencia.
Generalmente, se tiende a desacreditar el uso de la prensa periódica. En uno de sus textos autobiográficos, José Vasconcelos llegó a afirmar que los historiadores del futuro debían examinar la prensa de 1929 y ver en ella exactamente lo contrario a lo que realmente sucedió. Cabe destacar que en la época a que hace referencia Vasconcelos no había direcciones de comunicación social en las agencias gubernamentales ni el Estado había creado el monopolio de la PIPSA. Pese a ello, el uso de la prensa es defendible. Es una fuente que permite el seguimiento de muchos acontecimientos y, sobre todo, su trascendencia pública. Prescindir de ella para sólo servirse de fuentes inéditas de archivo traería el peligro de magnificar hechos que no pasaron de las intenciones de quienes redactaron algún documento. Lo que publica la prensa es compartido por muchos, es algo que se ventila y evidencia la voluntad de quienes la elaboran de que se conozca lo que ahí se dice. Ciertamente, debe haber crítica de las fuentes y, en este sentido, este trabajo parte de dos diarios de la Ciudad de México: Excélsior y El Universal. No se trata de periódicos oficiales ni oficialistas, aunque tampoco de oposición. Indudablemente que Excélsior era más crítico contra el gobierno y contra todo lo que se excediera en revolucionarismo, según sus estrechos parámetros respecto de lo último. El Universal sí resulta más sospechoso de filiación gobiernista, aunque, por ejemplo...

Índice

  1. PORTADA
  2. TÍTULO DE LA PÁGINA
  3. PÁGINA DE DERECHOS RESERVADOS
  4. TABLA DE CONTENIDO
  5. PRESENTACIÓN
  6. PRIMERA PARTE: LAS DIFICULTADES DEL NUEVO ESTADO
  7. SEGUNDA PARTE: LA CARRERA DEL CAUDILLO
  8. TERCERA PARTE: EL CAUDILLO EN EL PODER
  9. BIBLIOGRAFÍA
  10. ÍNDICE ANALÍTICO