1. RELACIÓN CRISTIANISMO Y PAGANISMO
De los cánones citados en el apartado anterior, que pretenden regular la vida de los fieles cristianos, en su forzosa convivencia con el paganismo, podemos destacar lo siguiente.
En primer lugar, las decisiones tomadas en el concilio pretenden que no se disuelva la comunidad religiosa católica en tiempos de persecución (de ahí la rigidez de las mismas y sus penas que, al ser difíciles de soportar, ponen a prueba la honestidad y fidelidad del creyente, que ha asumido, con el bautismo y su etapa de catecumenado, un pacto con Dios y con la Iglesia). Es necesario concretar que no es un tiempo de persecución en sí, como antes especifiqué, pero sí se trata de una Iglesia que ha salido de un tiempo de persecución, que goza de una determinada paz y libertad de actuación y organización (con una virtual sensación de perpetuidad —de lo contrario no se tomarían la molestia de este tipo de actuaciones eclesiásticas—), pero que aún debe vivir la terrible persecución de Diocleciano.
1.1. PARTICIPACIÓN EN LOS RITOS PAGANOS
En lo referente a la participación en las tradiciones y ritos con sus conciudadanos paganos con los que convivían, los cristianos, en la búsqueda de no romper con sus raíces y costumbres ancestrales y, también como forma de cohesión y promoción social, a la hora de participar en los actos cívicos, cabe destacar los cánones siguientes:
Flaminado
En primer lugar, está el controvertido tema de los flámines. Con anterioridad ya se ha mencionado las reticencias que los cristianos tenían a sacrificar a los dioses paganos, así como en participar de cualquiera de sus ritos y costumbres, por el que inexorablemente se unían en comunión con lo que ellos consideraban démones o falsos ídolos, prostituyéndose espiritualmente, negando la fidelidad debida a la Santísima Trinidad, al sellar el pacto con el Dios cristiano en el sacramento del bautismo.
Los flámines, en este momento de la tardo-antigüedad, coincidente con la celebración del concilio de Elvira, tenían una función que cumplir con los deberes cívicos, insertos en la búsqueda de la pax deorum; ocupar el empleo de flamen garantizaba una forma de ascenso social en el mundo romano, por ello, también en Hispania, el ministerio podía ser desempeñado por libertos que aspiraban a encontrar un lugar en la sociedad pagana, ejercer en el futuro oficios de mayor importancia, un respeto ante la comunidad y, sobre todo, conseguir un estatus superior. Por tanto, su compromiso no era ya, meramente, de carácter religioso. Por esta razón, hay flámines que se van integrando en las comunidades de los fieles cristianos. Han sido bautizados y participan de los ritos católicos.
Encontramos igualmente condenas a cristianos que han sacrificado o han realizado ofrendas a los dioses. Distinguirlos de aquellos que ocupan cargos sacerdotales paganos, como mera función cívica, aunque el sacrificante no crea en el contenido religioso del rito que está ejecutando, a veces no es nada fácil, pues nos encontramos en una época entre persecuciones, donde proliferan lapsis, traditores, libelláticos, etc. Pues hay un gran número de personas que han renegado de su fe, dando la espalda a sus principios y traicionando a sus correligionarios para salvar su vida, de ahí la importancia religiosa que tomarán en esta época, y en otras posteriores, la presencia de los mártires y el culto a las reliquias derivado de éstos, al considerarse que están imbuidos o inmersos en la santidad de Dios y que, por lo tanto, son sus intercesores.
Al margen de este problema puntual de los flámines cristianos y sus sacrificios y ofrendas a los dioses de los gentiles, el concilio de Elvira dedica 8 cánones, a saber: cánones 1, 2, 3, 4, 40, 41, 55 y 59.
El Sacrificio
Antes de examinar estos cánones en profundidad, es necesario puntualizar qué es un sacrificio para los paganos, para saber el porqué de la reticencia de los cristianos a participar en estos ritos en los que ya no creían y que veían falto de significado, de contenido. Para Jean Bayet, en una visión muy primitiva de este ritual elemental en las religiones antiguas, y aún con presencia en algunas religiones contemporáneas, el sacrificio (sacrificium) es la sacralización de un objeto o un ser sustrayéndolo de uso profano. Remite al significado etimológico de sacer, que podríamos traducir como «lo intocable» o lo «reservado». Participar de lo sacrificado o consagrado a los dioses era participar de los dioses, de su ser, de su esencia, pues el sacrificante u oferente quedaba ligado a la divinidad, con la que sellaba un pacto a través de este acto religioso sublime.
Aunque, como dije con anterioridad, esta definición clásica es algo primaria y, tal vez, anticuada, pues el rasgo más característico, y que autores como Karl Kerényidestacarán por encima de otros elementos rituales relacionados con el contenido religioso del sacrificio, es el banquete ritual, que une a los dioses y hace a los creyentes partícipes de la convivencia con el dios, dotado de una fuerza sacra incomprensible que les excede como simples mortales, les hace partícipes de su gracia y, dependiendo del culto y de qué dios se trate, participan de la misma divinidad en íntima comunión, les hace partícipes de su ser, los transforma en el dios mismo, quedando así imbuidos, inmersos, posesos de la divinidad (caso de Dionisos en las Bacanales, donde sus acólitos entraban en trance al ser poseídos por el dios, en un proceso bien conocido denominado enthusiasmós).
Pero estas definiciones orientadas a un mundo religioso, vivido profundamente, como algo colectivo, en la Antigüedad Tardía ha pasado a ser una mera obligación cívica y religiosa con los dioses (una pax deorum que busca la bendición de los dioses y apaciguar la ira de los mismos por el abandono de los deberes y obligaciones que atan a los hombres a ellos, como sus creadores, benefactores y sustento de toda vida), unos dioses que, en ocasiones, se perciben como algo lejano, tan trascendente que resulta intrascendente para el hombre (como para las restringidas escuelas filosóficas como es el caso de los epicúreos). Aunque para los cristianos, con un profundo trasfondo bíblico-cultural judío, el sacrificio a los dioses paganos, es unirse a ellos y participar de ellos, del mismo modo que la comunión une a los cristianos de forma íntima con Cristo, en un sacrificio que no solo se rememora, sino que se perpetúa cada vez que se recibe a Dios como sacramento unitario. De manera que unirse a otros dioses, aunque no se creyera en lo que se estaba haciendo, resultaba una actitud execrable, repugnante y profanadora en una comunidad cristiana. De ahí la importancia que cobraba el apartar a los fieles de estos actos profanos (siempre bajo una perspectiva cristiana), condenar estos hechos sobre todo de cara a la comunidad y, llegado el momento, siempre y cuando la tendencia de la época y el lugar (todas las iglesias católicas no actúan igual aunque se trate de la misma casuística, pues todo depende de la evolución —es decir, los cambios producidos a lo largo del tiempo— que haya vivido cada comunidad, obedeciendo a la tradición [patrística, liturgia, ritos, textos disponibles, etc.] que cada una sigue y de la que es deudora), perdonar a estas personas y reintegrarlas en sus comunidades.
El concilio de Elvira busca un fuerte compromiso de sus fieles, una firmeza en su fe y buenas costumbres y que atesoren una moral intachable, tanto los clérigos y otras personas consagradas, como el resto de los cristianos. Esto, unido a que se celebró en una etapa inter-persecutoria de la historia primitiva de la cristiandad, suscitó la necesidad de buscar creyentes íntegros en una comunidad coherente en sus actitudes, lo que ocasionó que la Iglesia impusiera penas mucho más rígidas y severas en lo que se refiere a la participación directa (sacrificios, holocaustos, ofrendas…) con las divinidades paganas. Si el contacto con el mundo pagano era inevitable para los cristianos, había que buscar las formas de desapegarse del mismo, bien fuese de forma paulatina o inexorablemente, como en el caso de Elvira.
Sacerdotes paganos, oferentes y sacrificantes.
Entrando en el contenido de los cánones previamente mencionados, es el momento de observar los diferentes casos que aquí se contemplan:
El primer canon de Elvira, de título «Sobre los que, después del bautismo, sacrifican a los ídolos», es en el que se impone la mayor pena.
«Se acordó entre ellos: el adulto que, después del compromiso del bautismo de salvación se acerque al templo del ídolo para idolatrar y cometa ese delito capital, que es el más alto grado de iniquidad, se acordó que no reciba la comunión ni al final de su vida».
Le siguen castigos similares para casos con matices diferentes:
El canon n. 2, «Sobre los sacerdotes de los gentiles que después del bautismo han inmolado», dice:
«Los flámines que, después del compromiso del ...