Historia del Rock Andaluz
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Historia del Rock Andaluz

Retrato de una generación que transformó la música en España

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Retrato de una generación que transformó la música en España

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Historia del Rock Andaluz es la crónica indispensable de un tiempo que, sin proponérselo, transformó a una generación. La música en España no volvió a ser la misma tras la irrupción de aquellos melenudos mal vistos por una dictadura que vivía su agonía en el fragor de una naciente democracia. En este ensayo el autor ha dado la palabra a los protagonistas de un tipo de música surgido en los primeros años 70, fruto de la fusión del rock progresivo que ya se hacía en Gran Bretaña y Estados Unidos, y que comenzaba entonces a oírse en España, con la cultura más tradicional de este país. Esa música, nacida sin etiquetas, se bautizó poco tiempo después con el nombre de «rock andaluz».Historia del Rock Andaluz está estructurado en tres partes: La primera está dedicada a los antecedentes. Nada surge de la nada ni nace por casualidad. Todo es fruto, siempre, de un proceso. En la segunda parte del libro se analiza el rock andaluz más puro, el que se ajustó a los cánones, a veces difíciles de definir pero siempre reconocibles, que fijaron bandas como Triana, Alameda o Medina Azahara. La tercera parte del libro aborda esos otros caminos que, partiendo del que abrieron los pioneros del rock andaluz, supieron encontrar nuevos terrenos igualmente fértiles para la fusión de la música anglosajona con la tradición flamenca.

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Información

Año
2018
ISBN
9788417418717
1. ¿QUÉ ES EL ROCK ANDALUZ?
Los adjetivos definen. Pero también limitan. Describen, en ocasiones, aunque a veces también construyen una realidad que no es física, sino emocional. Ayudan a comprender, si de lo que se trata es de aislar una parte del conjunto para explicarla. Aunque esa parte contenga, a su vez, la suma de otras muchas diferentes entre sí. A veces, los adjetivos terminan por convertirse en etiquetas, y entonces dejan de definir, limitar, describir o explicar la realidad para cosificarla. Es el estereotipo.
Cuando hablamos de rock andaluz ocurre algo parecido. Ni lo que hoy entendemos como tal nació con ese nombre, pues en aquella época —hablamos de la década de los 70— era sólo rock, el rock que se hacía en una determinada parte del mundo, ni tiene una limitación geográfica realmente. No todo lo que podemos englobar bajo la etiqueta de «rock andaluz» se ha hecho en Andalucía —ahí están, por ejemplo, el grupo madrileño Azahar, cuyo cantante Dick Zappala era egipcio y uruguayo su bajista, Jorge Flaco Barral, y de hecho Triana nació en Madrid—, ni todo el rock surgido en Andalucía puede considerarse, de ningún modo, rock andaluz. Otro ejemplo: Miguel Ríos puede ser, tal vez, el rockero andaluz más universal. Pero ni su inconfundible acento de Granada ni su disco Al Andalus (1977), con el que hacía una incursión, sólo una en su amplísima carrera musical, son suficientes para considerarlo parte de ese movimiento que, con el tiempo, hemos convenido en darle el nombre de «rock andaluz». Y ello ni quita ni añade méritos a su trabajo.
La mayor parte de los músicos, de cualquier estilo y en cualquier época, empiezan por copiar a los que les precedieron y marcaron de esa forma el camino a seguir. En la música clásica tenemos el ejemplo de Johannes Brahms, cuya Primera Sinfonía muchos consideran la décima de Beethoven, por las evidentes influencias que, pese a no haber coincidido ni en el espacio ni en el tiempo —Brahms nació en 1833, seis años después de que muriera Beethoven—, el maestro de Bonn ejerció sobre el joven músico de Hamburgo.
Esto ocurre, como queda dicho, en todos los géneros y estilos musicales y en todas las épocas. También en el rock. A finales de los años 60 y principios de los 70, los jóvenes músicos españoles querían ser Frank Zappa, Pink Floyd, King Crimson, Steve Winwood o Jimi Hendrix. Y, sin embargo, por sus venas corría el ADN de Antonio Mairena, Juan Talega, Perrate, Manuel Torre, La Niña de los Peines, Fernanda y Bernarda de Utrera… Todo ello, en cierta manera, se entremezcló en una coctelera de la que surgió un tipo de música que en algún momento, por mor de una crítica especializada demasiado dada a los clichés, comenzó a denominarse «rock andaluz».
La expresión, hoy, nos lleva a pensar en un tipo de música muy concreto, representada por un puñado de bandas como Triana, Alameda, Medina Azahara, Imán Califato Independiente, Cai, Guadalquivir y unas cuantas más. Todas hacen, aunque con grandes diferencias entre ellas, un tipo de música en la que se identifican algunos rasgos estilísticos comunes. Es, aunque con matices, la fusión de ciertas cadencias españolas, no sólo flamencas, con las formas del rock progresivo, sinfónico o psicodélico que se estaba haciendo en aquellos momentos en EEUU y Gran Bretaña.
Pero no son sólo las formas las que definen al rock andaluz. Éste es también hijo de un momento concreto, por la música que se estaba haciendo en aquel presente fuera de España, pero también por lo que ocurría dentro. Es la época del mayo francés y del movimiento hippy, protagonizado por una juventud desencantada por la guerra de Vietnam, de la canción protesta y del LSD. La dictadura franquista agonizaba, y el régimen empezaba a mostrar fisuras —algunas por donde menos se podían esperar, como las bases militares americanas surgidas a raíz de los Pactos de Madrid de 1953, firmados entre EEUU y el Gobierno de Franco—, por las que se colaba todo aquello. Con la Transición, España dejaba atrás cuarenta años de franquismo y comenzaba una nueva aventura democrática de ventanas abiertas y aire fresco.
Los protagonistas de aquel movimiento musical coinciden, con sus matices, en situar el origen del mismo en esta época de la que hablamos. Pero las coincidencias no son tantas a la hora de valorar su vigencia o actualidad. Gonzalo García Pelayo, productor de los Smash —antes ya lo había sido de Gong—, de los tres primeros discos de Triana y de buena parte de los álbumes que forman parte de la historia del rock andaluz, y su hermano Javier, que ha sido manager de prácticamente todas las bandas que han hecho este tipo de música en los últimos cuarenta años, mantienen que el «rock con raíces» que ellos promovieron, con una visión más amplia y menos encorsetada que el rock andaluz que terminó por imponerse, sigue tan vivo como siempre. Medina Azahara, liderada por el incombustible Manuel Martínez, sigue en la carretera y pisando los escenarios. Y hay bandas como Zaguán, nacida en vísperas del cambio de siglo, que siguen teniendo un tirón importante entre el público, ondeando, eso sí, la bandera de la música que hizo Triana. Incluso siguen surgiendo grupos nuevos, bien entrado el siglo XXI, como Malabriega, que hasta 2017 no publicó su primer disco, Fiebre, con temas propios… y buena acogida por parte de la crítica y el público.
Por el contrario, también hay quienes piensan que el rock andaluz tuvo su momento y que éste ya pasó. Pepe Roca, cantante, guitarrista y líder de Alameda, que sigue haciendo puntualmente conciertos con el nombre de la banda y los temas de hace décadas, cree que la movida madrileña impuso una estética musical en la que ya no tenía cabida el rock andaluz. Manuel Imán no culpa a la movida, pero cree que la sociedad y los gustos evolucionaron, y no así los grupos que hacían rock andaluz. Y Chano Domínguez entiende que aquélla fue una música que obedecía a un tiempo social y político, que coincide con la muerte de Franco y la época en la que en España se empieza a vivir en libertad, y que ya ha pasado el tiempo de seguir haciendo la misma música que se hacía hace cuarenta años.
Frente a quienes piensan así, Gonzalo García Pelayo, tenga o no razón, sigue defendiendo con vehemencia que el rock andaluz continúa bien vivo. «No se puede enterrar a la gente antes de tiempo. A los medios de comunicación nunca les gustó el rock andaluz. No le hicieron caso hasta que vieron el éxito de masas que alcanzó, que los dejaba en evidencia, porque ellos nunca se imaginaron que llegaría a ser lo que fue. Les pasó como al de la Decca que no cogió la cinta de los Beatles y que, cuando se dio cuenta de lo que había hecho, lo que quería era que los Beatles desaparecieran. Así que probablemente fuera él quien envió a Yoko Ono para que se separaran. Los medios están obsesionados con que el rock andaluz acabe. Mientras más tiempo permanezca vigente, más en evidencia quedarán quienes no supieron ver lo que se venía encima».
Lo que sí parece estar claro es que, por una parte, las dimensiones que alcanzó el fenómeno en los años setenta, su época de máximo esplendor —Triana llegó a abarrotar el Parque de Atracciones de Madrid y se convirtió en el primer grupo español que colgaba el «no hay billetes» en el Pabellón de Deportes de Montjuïc—, no han vuelto a ser las mismas a partir de mediados de los años 80, cuando el rock andaluz empezó a experimentar un progresivo retroceso. Desde entonces, lo que había sido un movimiento de masas cedió el testigo a un tipo de música de público minoritario —también la oferta se volvió minoritaria— y, con frecuencia, nostálgico de un tiempo pasado. Y por otro lado, la música que se hace en la actualidad bajo el paraguas del rock andaluz no representa una ruptura con lo que se había venido haciendo hasta ahora en España, al contrario de lo que ocurrió en los setenta, ni, a diferencia de entonces, es fruto tampoco de investigación musical alguna, de la búsqueda activa de un nuevo sonido o de la experimentación instrumental, sino sólo la perpetuación de los esquemas que se introdujeron en la música hace cuarenta años. Dicho de otro modo: si Triana, Alameda, Cai y los otros fueron revolucionarios en su momento por hacer este tipo de música, quienes siguen haciéndola hoy, como Medina Azahara, o quienes se han incorporado después, hace tiempo que dejaron se ser revolucionarios de la causa para convertirse en conservadores de las esencias.
El propio Jesús de la Rosa, en una cita recogida por el crítico Luis Clemente en su libro Triana. Una historia, explicaba esto mismo del siguiente modo: «El rock andaluz somos un grupo de gente que ha aprendido a hacer música sin parecernos a nadie de por ahí fuera, sino simplemente a lo que nosotros siempre hemos sido, o sea, andaluces. Lo que últimamente resulta bastante desagradable es la gente que hay por ahí intentando cargárselo sin darle tiempo a que evolucione. Creemos que hay que seguir luchando sin hacer caso de algunas críticas con mucho veneno que se echan por ahí. Además, todas las cosas grandes producen este tipo de enemigos, así que algo bueno tenemos que tener. El rock andaluz tiene futuro, y mucho, si lo dejan y no lo ahogan, claro».
FLAMENCO Y ROCK: INGREDIENTES PARA DISTINTAS RECETAS
Afrontar con cierto rigor el estudio de la historia del rock andaluz requiere delimitar previamente el campo de trabajo. La mezcla de ciertas dosis de flamenco con elementos del rock ha dado fruto a muchas formas musicales diferentes, relacionadas entre sí por compartir los mismos o parecidos ingredientes, pero con sabores claramente diferenciados.
Lole y Manuel surgieron, como formación musical, al mismo tiempo que Triana. Incluso flirtearon con la posibilidad de formar, todos ellos, parte de una misma formación antes de decidirse por recorrer caminos separados. Sus respectivos primeros discos, Nuevo día y El patio —realmente no tenía nombre, pero así ha pasado a ser conocido—, se publicaron prácticamente a la vez, en 1975, poco antes de la muerte del dictador. No pasaría mucho tiempo antes de que José María López Sanfeliu, Kiko, y los hermanos Rafael y Raimundo Amador engendraran Veneno, un disco fundamental en la historia de la música en España, del que el primero tomaría su apellido artístico para la carrera que posteriormente emprendió en solitario. No había comenzado aún la década de los 80, cuando José Monje Cruz, Camarón de la Isla, consagrado como un flamenco cabal ya en aquella época, se embarcó en un proyecto tan inclasificable hoy como entonces y sacó La leyenda del tiempo, uno de los mayores fracasos comerciales de la historia y, a pesar de ello, uno de los trabajos más influyentes en la música española contemporánea.
En cualquier catálogo, La leyenda del tiempo, El patio, Nuevo día y Veneno, pese a sus, por lo general, difíciles arranques —Ricardo Pachón, responsable de tres de estos cuatro trabajos, se define a sí mismo como un coleccionista de fracasos; y García Pelayo, productor del resto, también suma unos cuantos—, ocupan lugares de predominio en la historia de la música en España. Todos ellos, de alguna manera, combinan elementos del rock y el flamenco para ofrecer cócteles de sabores muy dispares. Con algunas cosas en común, aromas de otro tiempo y brillos de otro lugar, pero también con diferencias sustanciales entre uno y otro.
Triana marcó el camino que siguieron las bandas que hicieron rock andaluz a partir de mediados de los setenta. Pero de ese camino partían también sendas igualmente inexploradas, en aquel momento, cuyo trazado discurriría en paralelo al del rock andaluz. Frente al movimiento protagonizado por Triana, Alameda y Medina Azahara —bandas entre las que también existen diferencias de concepto notables—, nos encontramos con otros estilos musicales a los que la crítica, para explicarlos, o los propios músicos, en un afán por marcar y hacer vendible su particular territorio musical, han colocado etiquetas en las que han dejado escritas expresiones como flamenco-rock, nuevos flamencos o hasta, si se quiere, el flamenco billy que inventó de la nada Mártires del Compás, tomando el nombre de su primer álbum. Ni ellos mismos saben explicar qué hace diferente su música y, aun así, ésta llegó a crear una escuela en la que se graduaron formaciones como Los Delinqüentes.
Si pensamos en el barcelonés de Pueblo Nuevo Manolo García y su banda, El Último de la Fila, con ese mestizaje de ritmos árabes y aflamencados tan característicos, podríamos caer en la tentación de considerarlo parte del rock andaluz. Pero resulta obvio que no lo es. Y ello, a pesar de que el primer disco de Manolo García, grabado en los primeros años 80 con el sello Seven, especializado en covers y en el que el catalán ingresó para diseñar las portadas de muchos de los casetes que luego llenarían los expositores de las gasolineras de toda España, fue un álbum de versiones de Triana, precisamente. Y eso lo marcaría para siempre.
Ricardo Pachón opina que la expresión «rock andaluz» se ha consolidado referida a sólo una parte del rock hecho con sabor de Andalucía y excluye otras manifestaciones que no andan demasiado lejos. Hubo una época en que la música que se hizo en España era inclasificable, según los cánones de lo que se había hecho hasta ese momento. Le pasó a Triana, pero también a Lole y Manuel. Y a Veneno. Y a Pata Negra. Y a Silvio Fernández Melgarejo, rockandrollero antes que rockero, y el único Silvio al que al sur de la Gran Bretaña no le hacen falta apellidos. O al Tabletom de Roberto González, Rockberto, que además de rock y flamenco, fusionó también jazz, reggae y blues, y cuyo primer disco, Mezclalina, producido precisamente por Pachón, subió a la formación al carro del rock andaluz, del que lo apearon los siguientes, a causa de su particular malditismo.
Así podría seguirse enumerando grupos y artistas indefinidamente, dando cuenta de la granada fruta que ha producido la semilla del rock plantada y germinada en la tierra fértil del flamenco y la música de raíz española. La influencia que el flamenco, e...

Índice

  1. PREÁMBULO
  2. PRIMERA PARTE
  3. 1. ¿QUÉ ES EL ROCK ANDALUZ?
  4. 2. ANTES DEL ROCK ANDALUZ
  5. 3. SMASH VINO A GOLPEAR CON EL GARROTÍN
  6. 4. TRIANA, AÑO CERO
  7. SEGUNDA PARTE
  8. 5. LAS PORTADAS DE MÁXIMO MORENO
  9. 6. ALAMEDA, AIRES DE COPLA
  10. 7. EL ROCK DURO DE MEDINA AZAHARA
  11. 8. DE CAI, CAI
  12. 9. EL MAGNETISMO DEL CALIFATO INDEPENDIENTE
  13. 10. GUADALQUIVIR, EL MANANTIAL DE LAS SEIS CUERDAS
  14. 11. DE VIEJOS Y NUEVOS ROCKEROS
  15. TERCERA PARTE
  16. 12. VENENO DE PATA NEGRA
  17. 13. TIEMPO DE LEYENDA
  18. 14. SILVIO Y TABLETOM, ESPÍRITUS LIBRES
  19. AGRADECIMIENTOS
  20. DISCOGRAFÍA BÁSICA DEL ROCK ANDALUZ
  21. ÍNDICE ONOMÁSTICO