XII. ENRIQUE MORENTE
Los años transcurrían al compás de una distinción que poco a poco iba renovándose. Así en la XII edición del premio no solo se elegiría a un galardonado, sino que también se incluiría una mención especial; en este caso, a la Cátedra de Flamencología de Jerez. La estatuilla, que ya se había posicionado como uno de los reconocimientos de mayor relevancia en el ámbito del Arte Flamenco, recayó sobre el maestro Enrique Morente.
Enrique El Granaíno, como se lo conoció en un principio, se acercó al cante a través de las reuniones familiares que acontecían en el Albaicín, emblema nazarí donde nació un 25 de diciembre de 1942. Mientras tanto, ejercía como seise en la Catedral de Granada. Y con tan solo 14 años se dirigió a Madrid para saciar el ansia y la sed que el conocimiento de su cultura le provocaba. Fue allí donde el maestro Pepe de la Matrona se interesó por aquel joven que enmudecía con humildad y respeto al escuchar cantar. No obstante, el salto a la profesionalidad, por llamarlo de algún modo, tendría lugar unos años más tarde con el Ballet Mariemma (1964).
Desde esa fecha, participaría en numerosos festivales junto a las primeras figuras del momento, como Antonio Mairena o Juan Talega, y grabaría sus primeros trabajos discográficos en el 67. En Cante Flamenco, con la guitarra de Félix de Utrera o Cantes Antiguos del Flamenco, acompañado por Niño Ricardo, muestra los amplios conocimientos que ya poseía sobre el cante ortodoxo. En aquellas grabaciones podemos escuchar algunas de las bases fundamentales de toda la obra de Morente, como son las de Antonio Chacón o el propio Mairena. A mi juicio, referencias algo olvidadas por algunos a la hora de recordar y valorar el legado del maestro.
Durante su formidable y diversa carrera artística, viajó con el flamenco bajo el brazo por todo el mundo. Trabajó junto a guitarristas como Manolo Sanlúcar, Los Habichuela, Vicente Amigo, Tomatito o Sabicas. Y acercó su música hacia la poesía de altura con extremada delicadeza, así su Homenaje Flamenco a Miguel Hernández (1971) fue Premio Nacional de Música al reeditarse en el 95. Entonces sus discos aparecerían atestados de versos de poetas como García Lorca, Lope de Vega o San Juan de la Cruz.
Además, uno de los rasgos más característicos de la obra del Ronco del Albaicín es su capacidad creativa e interés por otros géneros musicales, lo que le llevó a trabajar con artistas que nada tenían que ver con el flamenco. Ahí quedaron las Voces Búlgaras que hoy nos recuerda uno de sus principales discípulos: Arcángel; sus grabaciones con el grupo de rock Lagartija Nick en Omega, disco que abrió un sendero hasta entonces desconocido para otros artistas; sus interpretaciones de textos sacros o El Pequeño Reloj, donde trataba de captar la esencia del paso del tiempo en un continuo vaivén entre lo tradicional y lo nunca visto.
Si la guitarra de Juan Habichuela era el himno de Granada, Morente fue su voz. Porque, como ha dicho el periodista y flamencólogo José María Castaño, «Enrique cantaba como lloran las fuentes de Granada». Y, con su ronquera húmeda y afinada, hería sin excederse, a veces hasta en el susurro. Que se lo digan a Leonard Cohen o a los cientos de personas que cayeron prendadas en su universo.
Por desgracia, el eco que le puso voz a una ciudad se apagó en el mes de diciembre de 2010, tras una operación que suscitó numerosas polémicas. Sus tres hijos, Estrella, Soleá y José Enrique, quienes hoy se dedican al cante flamenco, Andalucía y la escuela que dejó tras de sí continúan en busca de esa fuente, porque su claridad nunca será oscurecida, aunque sea de noche.
A lo largo de su vida, ciertos pasajes de su inmensa creación fueron duramente criticados por algunos sectores de la afición. Parece que, pasados unos años, su obra comienza a entenderse con mayor precisión, aunque quizá hayan de pasar algunos más para analizar su figura con mayor perspectiva. Pues el genio de Morente se fue sin decir adiós, con las leñas de diciembre que le vieron nacer.
HABLA ESTRELLA MORENTE
(cantaora hija de Enrique Morente)
¿Qué le gustaba escuchar a su padre?
Mi padre era una persona a la que le gustaba empaparse de la vida, de todo. Por eso su música es tan rica en melisma. Él tiene tantas anécdotas, tiene tantos amigos y se ha metido en tantos campos… Y a todos esos lugares le han llevado los caminos del cante, nunca mejor dicho. El camino del cante, como se llama la publicación en la que escribes, es su verdadero secreto. Cuando nazco yo en los años 80, mi padre ha hecho varios discos importantísimos de flamenco, que son fuentes en las que beber. Por eso lo primero que hay es la base del cante flamenco. Según él, eso es lo que le saca de la ignorancia. La necesidad de cantar textos nuevos le lleva a aprender a leer, a escribir, a desglosar a los grandes poetas y esto le lleva, evidentemente, a otros géneros musicales. Pero sobre todo lo que le mueve es ese camino del cante. Y también su libertad y su bondad como ser humano.
Como te decía antes, cuando nazco yo, él ya había hecho La estrella, había tocado con rockeros, había hecho su homenaje a Miguel Hernández… Es decir, ya había una obra. Yo me encuentro a un Enrique Morente que escucha a cualquiera, que se bebía la vida, que está en pleno momento. Eso me lleva a mí a escuchar a Frank Sinatra desde niña, Bob Marley, etc. Y, por supuesto, música clásica por la mañana. Después él se acostaba con el flamenco. Y para despertarnos, en casa, lo primero que recuerdo es a mi padre afeitándose, cortando a tiempo el grifo continuamente, con la música. Todo eso es lo que a él le lleva al rock, a la vanguardia, a la música sacra, a la francesa, portuguesa o la sefardí: el conocimiento.
¿Destacaría algún momento, algún disco o espectáculo en concreto?
Leonard Cohen fue su banda sonora durante muchos años seguidos. Mi padre se inspiraba en Leonard Cohen y escuchaba a Judy Collins y todas esas personas antes de que hiciese Omega, por eso ese disco tan reconocido es una consecuencia de su carrera. Si tuviese que quedarme con una cumbre, yo quizá diría Omega.
Él, sin embargo, cuando hablábamos de esto, decía que le costaba trabajo decidirse por alguno. «Lo que hago es tirar para adelante, nunca miro lo que he hecho sino lo que quiero hacer», decía. Pero si tuviera que quedarse con algo creo que diría la misa flamenca. Yo entendí Omega como su obra clave. Pero él, cuando se acerca a los textos sacros de San Juan de la Cruz, debió sentir una elevación especial como creador.
Yo, por mi parte, me quedaría con la Niña de Los Peines y Bethooven (risas). Pero, por supuesto, mi padre ha sido el artista que más me ha marcado a mí y a mucha gente.
¿Cómo valora la escuela que deja Morente?
No se pueden contabilizar los seguidores. Hay gente que lo sigue sin saberlo. Mi padre ha sido alguien que ha penetrado en la historia, y la historia marca. Cuando alguien tiene ese peso, hay mucha gente que lo sigue en el mundo entero; no solo en un país, un barrio o una casa, sino en el mundo. No solo porque gusten sus canciones y su creación, sino por su gran voz. Era un canario, un jilguero, un ruiseñor de La Alambra. Él, sin pretenderlo, ha abierto una serie de puertas, por eso le hacía gracia cuando le decían que había derribado fronteras: «Que no he tirado ningún tabique», decía. Lo que hizo fue investigar con una gran curiosidad y afición.
Mi padre lo llevaba con mucha discreción y no le gustaba ser exagerado, pero tengo que confesarte que hay mucha gente enamorada del universo Morente. Y hay gente que lo sabe y gente que no. A veces, escucho a personas cantando el Aunque es de noche (cantiñea) sin saber de quién es. Y mis hijos lo bailan en bautizos. Aparte que como persona era extraordinario. Todos sus compañeros y amigos, Vicente Amigo, Arcángel, Paco de Lucía, Habichuela, Riqueni… lo veneraron y lo han recordado con mucho cariño y respeto. Seguimos recibiendo cartas, recuerdos de todos los que tuvieron un encuentro con él. Eso es tan grande que me abruma.
¿La obra de su padre se ha entendido o tendrán que pasar varios años para medir el impacto que ha tenido sobre la música?
Cuando se coincide en la misma época con un artista es difícil valorarlo. Aunque él siempre ha contado con el reconocimiento desde el principio como creador y como alguien que se renovaba continuamente. Hay a quien le gusta más y a quien le gusta menos, pero no escucho a casi nadie que no le guste. Sí tenía contrarios, por sus ideas, sus maneras, sus formas. Pero incluso esos mismos, después de su desaparición, también han comprendido la labor tan maravillosa que hizo. Además, mi padre siempre llevaba un mensaje en sus trabajos, un mensaje sencillo y directo al corazón. Eso se cuela por los poros de la piel. Y, finalmente, decirte que lo que le ha hecho pasar a la historia ha sido que siempre respetó a todo el mundo y aprendía de todo el mundo. Respeto hacia él mismo y hacia los demás.
XIII. MATILDE CORAL
En la XIII edición, el jurado señalaría en su mención especial a La Cuadra, de Salvador Távora, «por su permanente respeto y aportación a las raíces dramáticas del Flamenco». El galardón del Compás del Cante, por «su trayectoria artística, seriedad profesional y magisterio en la formación de nuevas figuras», se abriría paso entra las manos arrabaleras de Matilde Corrales González, Matilde Coral.
La gran impulsora de la llamada escuela sevillana de baile nació en Triana, en la antigua Plaza de Chapina, a comienzos del verano de 1935. Al igual que sus hermanos Manuel El Mimbre y Pepa Coral, desde esa otra orilla del flamenco donde un día convivieron artistas y poetas, gitanos y alfareros, se empaparía de río y baile desde el balbuceo de su vida.
Sus primeras pinceladas artísticas tuvieron lugar en el cortijo El Guajiro, icono de la fiesta sevillana del siglo pasado donde conoció a quien sería su marido: el bailaor Rafael El Negro. En 1957, se traslada a Madrid al tablao El Duende, que pertenecía a Gitanillo de Triana y Pastora Imperio, quien se convertiría en una de sus principales maestras. Más adelante comenzaron los viajes con las compañías por todo el mundo, con ...