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Información del libro
El brillante historial del marino guipuzcoano Blas de Lezo, quien les había derrotado en anteriores ocasiones, debió haber prevenido a los ingleses. Pero tanta era su superioridad numérica y tan segura veían su victoria que antes de la batalla acuñaron una medalla conmemorativa de la toma de Cartagena de Indias. Penoso error. Ese puerto era la llave que abriría a la corona británica el dominio de toda América y la expulsión de los españoles. El ataque, llevado a cabo en 1741, se topó sin embargo con una defensa valiente, inteligente y eficaz, que humilló a Inglaterra y prolongó un siglo la potencia naval y territorial de España en el Atlántico. "El héroe del Caribe" relata con vigor y detalle esa hazaña, marco histórico en el que Fernando, joven oficial destinado en la plaza y entregado al combate, y Consuelo, a quien su madre quiere casar con otro a quien no ama, conocen la pasión, el dolor y la mentira. Estas páginas, con las que Juan Pérez-Foncea, el celebrado autor de "Los Tercios no se rinden", vuelve a evidenciar su maestría en la novela histórica, recogen además el enfrentamiento que tuvo lugar entre el almirante y el envidioso virrey Eslava. Pese a ser la suya la victoria militar más importante en los cuatro siglos de presencia española en América, Blas de Lezo fue menospreciado por la Corte, y sólo muy recientemente comienza a reivindicarse su memoria a nivel popular. Bien documentada y ambientada —el volumen incluye el diario real de Blas de Lezo sobre los hechos—, y narrada con emoción creciente —no en vano la batalla pudo cambiar su signo durante los dos meses que duró y hasta casi su conclusión—, "El héroe del Caribe" enaltece la figura de un gran héroe olvidado de España.La clarividencia y el arrojo de Blas de Lezo, manco, tuerto y cojo, con solo seis navíos a su disposición, conseguiría salvar a su país del mayor desembarco conocido hasta entonces, solo superado por el de Normandía, doscientos años después.
Preguntas frecuentes
Información
- Si la mañana había sido tibia para la época del año, al atardecer había comenzado a refrescar, y al anochecer el aire era cortante. La humedad que emanaba de las frías aguas del Támesis penetraba hasta los huesos.Un hombre alto y enjuto, de tez pálida y pelo muy negro, penetró en «George and the Dragon», una de las tabernas más concurridas al sur del río. Tenía unos treinta y cinco años e iba envuelto en un elegante abrigo entallado.El establecimiento se hallaba débilmente iluminado por pequeños quinqués de aceite que pendían de las paredes. El abundante humo en suspensión proveniente del tabaco, unido al penetrante olor a alcohol, unido a las constantes y entremezcladas voces y risotadas de las conversaciones, a menudo a gritos entre mesa y mesa, conferían al lugar una singular atmósfera, que lo hacía particularmente apetecible para sus parroquianos.Tal y como se esperaba el recién llegado, se encontró con que el establecimiento estaba lleno hasta los topes. Sin arredrarse por la cantidad de gentes a las que tuvo que sortear empleando un igualmente elevado número de disculpas y perdones, se dirigió directo hacia una de las esquinas al fondo del local.Allí encontró una diminuta mesa en la que sólo había sitio para dos personas. Estaba ocupada.Sin embargo, tan pronto como el recién llegado estuvo a la vista, uno de los ocupantes se levantó y, saludándole con una ligera inclinación de cabeza, le cedió el puesto.El hombre que permanecía sentado, un hombre calvo de cara regordeta y mejillas sonrosadas, le saludó con confianza. No lo hizo en inglés, sino en un perfecto español:—Buenas tardes, Lázaro, ¿cómo te ha ido?—A mí muy bien, he recabado una buena información, de primera mano, pero a Walpole, francamente mal.—¿Mal? ¿Qué quieres decir? ¿No me querrás hacer creer que ese petimetre de Jenkins ha conseguido meterse a los Comunes en el bolsillo?—No sé si será un buen marino, pero como actor no tiene rival.»Si Walpole no termina cediendo de ésta, tarde o temprano tendrá que hacerlo. No le queda otra salida, si quiere conservar el pellejo político.—Pero… ¡es absurdo! Es absurdo declararnos la guerra por semejante idiotez. ¡Por una oreja…! ¡Es lo menos que se le podía hacer a un contrabandista! ¡Además…, el suceso ocurrió hace nada menos que siete años…!»¡¡Esto es simplemente ridículo!!—¡Chsssst! ...
Índice
- PRIMERA PARTENUBES DE TORMENTA
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
- 6
- 7
- 8
- SEGUNDA PARTETRES MIL CONTRA TREINTA MIL
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
- 6
- TERCERA PARTELA HORA DE LA VERDAD
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
- CUARTA PARTE:MISERIA Y HONOR
- 1
- 2
- 3
- EPÍLOGO
- AGRADECIMIENTOS
- APÉNDICE