1 Buscando una nueva senda en momentos volátiles
La base sobre la que construir una nueva mirada resulta siempre compleja, por supuesto nunca lineal y continuamente sujeta a las necesidades sentidas por los implicados que se encuentran afectados por las dudas sobre cómo reciben una práctica o cómo la llevan a cabo. A esto hay que añadir, en el caso de los profesionales, la necesidad de una elemental identificación con los nuevos postulados.
En la búsqueda de todos estos elementos para la discusión se hacía necesario que todos los involucrados se reconocieran en esta nueva perspectiva. Creamos una iniciativa, a modo de espacio común, por la que observar los rasgos de proximidad y las diferencias entre el trabajo social y la práctica narrativa. De este modo los participantes generaron una confluencia para someter a su consideración las premisas que permitan gestionar un nuevo enfoque de trabajo social. Nuestro objetivo es intentar describir los diferentes factores que apoyaron nuestra elección y que ayudan en la construcción identitaria de un nuevo perfil profesional sustentado en un nuevo enfoque de práctica, que genere un nivel de satisfacción de la práctica profesional y que lleve en consecuencia un mejor bienestar a los consultantes. Ponemos la mirada en aquello que más nos identifica, que no es otra cuestión que nuestra orientación hacia la intervención.
Iniciamos esta tarea haciendo una inmersión por completo en los territorios de la práctica narrativa,1 partimos del significado del término. En el anterior punto hemos aportado la definición que nos ofrecía el profesor Tomm en White y Epston (1993), o mejor dicho, cómo ve él lo que sus creadores hacen. Pero en una práctica donde el lenguaje cobra un sentido tan trascendental es necesario perfilar más, así que vamos a ver otras contribuciones a la definición de PN que nos aporten una fotografía con más matices y claves sobre las que operar una alternativa para la práctica del trabajo social.
La visión que dan los propios fundadores de la PN es muy parecida, si bien ellos enfatizan la gestión que se hace del poder, cuestión capital en todo su enfoque y que tendremos tiempo de desarrollar. De este modo describen ellos su modelo de trabajo:
Partimos del supuesto de que las personas experimentan problemas, por los que frecuentemente acuden a consulta, cuando las narrativas con las que [historizan] su experiencia y/o las que otros utilizan para [historiar]2 no representan suficientemente su experiencia real; y que, en esas circunstancias, su experiencia tendrá aspectos muy significativos contrapuestos a estas narrativas dominantes [...] (White y Epston, 1993: 14-15).
O como la define White (2002: 261), que la orienta hacia la emancipación psicológica y la formula como «un enfoque liberador que ayuda a las personas a cuestionar y superar las fuerzas de la represión del modo que puedan llegar a ser quienes realmente son, de modo que puedan identificar su autenticidad y dar a esto una expresión verdadera».
Otra aproximación la encontramos en M. White (1994: 39). En ella el autor argumenta que
las personas que vienen a consulta tienen una historia que contar, un mapa que mostrar. Suelen estar perturbadas, confundidas, preocupadas y sentirse derrotadas. Sus historias están saturadas del problema, pero son, para ellas, reales y representan adecuadamente lo que recuerdan y lo que están experimentando. Esta historia saturada del problema merece ser respetada y creída. Pero hay otras historias.
En esta descripción se centra el autor en el estado emocional de las personas con las que abordamos la intervención. Partiendo de estas primeras aproximaciones al enfoque de PN intentaremos exponer los indicios que se observan, en nuestra opinión, de vecindad entre la PN y el trabajo social e identificaremos esas relaciones, esas conexiones que se identifican tanto con este enfoque y que inclinan a interrogarnos sobre la posibilidad de desarrollar un modelo de trabajo social desde las prácticas narrativas en ámbitos públicos o en ONG de carácter social, y que favorezcan el debate entre las profesionales.
Consideramos que son varios los rasgos comunes del trabajo social y de la PN, pues observamos que comparten varios elementos de su identidad. La antropóloga M. Carman (2006) plantea, con referencia a la temática de las identidades, que estas no se inventan en el vacío, sino que se encuentran ancladas en experiencias previas significativas. Por ello buscaremos dichas similitudes partiendo de la visión del trabajo social más sociogénica y familiogénica de los trastornos mentales, el uso consciente del proceso de relación de ayuda, la visión acerca del cambio del cliente, el trabajo comunitario y el trabajo social feminista, los escenarios de supervisión, el trabajo con las familias, etc.
1. Otras esferas para la práctica social
Una vez aclarada cuál es la apuesta de la profesión y hacia dónde se genera el debate en el trabajo social, este se realiza en el paradigma de la posmodernidad3 y desde el posestructuralismo, pues se considera que es la respuesta más adecuada a las demandas que están recibiendo por parte de las personas que les consultan acerca de sus vidas, pero también es donde se ofrece al profesional un espacio de trabajo en horizontalidad, algo de lo que carecen ahora y lo que vienen propugnando algunos de ellos. Friedman considera que este paradigma genera profesionales (figura 1).
Además, la posmodernidad ve las experiencias de la realidad o el significado que le damos a nuestras vivencias, que se construyen a través de interacciones con otras personas y que no dependen solo de cuestiones individuales. Todo ello nos lleva a pensar que desde este paradigma se da una adecuada respuesta a los dilemas de los usuarios y los trabajadores sociales (TS) tal y como hemos presentado anteriormente. Ahora bien, ¿por qué la práctica narrativa y no otro modelo dentro del paradigma de la posmodernidad? La respuesta la situamos en dos planos fundamentales: el primero y según sus fundadores es que la PN es «posestructuralista», y respecto al segundo, adoptando una postura posestructuralista, White (2002: 32-37) propone que en la intervención no es muy útil pensar en términos de profundo y superficial, y prefiere hablar de descripciones ricas, densas o gruesas y descripciones frágiles, simples o delgadas (Ryle4 en Geertz, 1973: 20-24).
Figura 1. Características de los profesionales posmodernos.
Fuente: elaboración propia adaptado de Friedman (1996: 450-451).
Una historia «densa»5 (en el relato de nuestros clientes) está llena de detalles, se conecta con otras y, sobre todo, proviene de las personas para quienes esa historia es relevante. Una historia «delgada» (la elaborada por un profesional) generalmente proviene de observadores de fuera, no de las personas que la están viviendo, y difícilmente tiene lugar para la complejidad y las contradicciones de su experiencia. Cuanto más «densa» sea una historia más posibilidades abrirá para la persona que la vive.
Esta postura se acerca más a lo que estamos buscando para un cambio de práctica en trabajo social, ya que las descripciones estructuralistas de la experiencia humana parten de la idea de que existen estructuras subyacentes que no podemos observar, solo podemos ver sus manifestaciones externas o superficiales (White, 2002).
Ducan, Hubble y Miller (2003) plantean que la práctica positivista imposibilita el cambio, pues las etiquetas diagnósticas definen un marco de expectativas que limita dicho cambio. Para Hardy Schaefer (2014), la idea clave en el trabajo clínico, que a nuestro parecer puede hacerse extensiva a cualquier tipo de práctica social, es la acomodación.6 Es decir, en primer plano, adecuar la intervención al usuario, considerando sus recursos, motivaciones y la alianza esperada.
Schaefer establece las diferencias entre prácticas de corte tradicional en psicoterapia y prácticas posestructuralistas.
TABLA 1
Diferencias en las prácticas tradicionales y posestructuralistas
Criterios | Práctica estructuralista | Práctica posestructuralista |
Importancia de la teoría | Imprescindible la teórica | Prescindible la teórica |
Proceso clínico | Proceso guiado por la teoría Guía ejercida por el profesional | Conversación guía el proceso Guía ejercida por el cliente |
Profesional/cliente | Experto/inexperto (intervención) | Colaborador/experto (alianza) |
Lenguaje | Representativo de la realidad Uso como descripción | Constitutivo de la realidad Uso como construcción |
Esencia/construcción | Pauta (individuo o familia) (necesidad de diagnóstico) | Construcción y deconstrucción permanente (sin diagnóstico) |
Queja o problema | Anomalía estructural y déficit | Relato restrictivo y monológico |
Cambio | Reestructuración Posibilidades previstas | Apertura del relato Posibilidades no previstas |
Práctica | Intervención técnica Recorrido anticipado | Conversación clínica Recorrido emergente |
Fuente: Hardy Schaefer (2014).
Y el segundo plano, viene determinado por la semejanza en modelos de intervención entre las prácticas narrativas y el trabajo social, así como en procesos de construcción de las disciplinas. Podemos encontrar varios de estos elementos, pero aquí solo señalaremos algunos de ellos, es decir, aquellos que han sido objeto del acercamiento a esta práctica.
Comenzaremos por mencionar que, por ejemplo, la narrativa y el trabajo social, además de trabajar con las personas y con las familias, también trabajan con la comunidad, hecho que no encontramos en las otras prácticas posmodernas, o al menos con la riqueza de experiencias que aparecen en la narrativa ni con el despliegue de técnicas de registro, como: el árbol de la vida, el equipo de tu vida, las cartas, etc. Otra similitud que nos aproxima a las prácticas narrativas es la visión de género, ya que para ellos es fundamental; de hecho, la práctica narrativa lo plantea como elemento filosófico de su intervención: se cuestiona los efectos del poder sobre las vidas y las relaciones. En el caso del trabajo social ha generado incluso un modelo de práctica; esto tampoco ocurre en las otras prácticas posmodernas.
Y por último la práctica clínica como generadora del conocimiento. En trabajo social la intervención también es fuente de conocimiento, ambos son saberes aplicados, al contrario que otras disciplinas, que se plantean un análisis o que elaboran propuestas pero sin un compromiso claro con los clientes por el cambio. En el caso que nos ocupa, la práctica, la acción es fundamental, siendo lo que les da sentido a nuestros saberes.
El trabajo social es una profesión de ayuda cuyo objetivo es atender a las personas que atraviesan situaciones difíciles, que van desde la desorientación o desinformación a la marginación o a la exclusión social (Lázaro, Rubio, Juárez, Martín, Paniagua, 2007), y en ambas disciplinas el elemento determinante es la intervención. La PN rechaza la idea de encuadrarse en la posmodernidad, ya que hay al menos una contradicción fundamental, que no es otra cuestión que este paradigma fija sus bases en el relativismo, lo que implica un cuestionamiento de todos los presupuestos y que puede llegar al relativismo extremo (si bien adopta el criterio de la posmodernidad en cuanto al cuestionamiento del estructuralismo de la modernidad).
Por su parte, la práctica posestructuralista cuestiona estas verdades del conocimiento experto y analiza cómo se han producido estos significantes como referentes de nuestra cultura. Ello invita a abandonar la búsqueda de fundamentos, los diagnósticos y la postura del experto. Esta propuesta es más asumible por el trabajo social, pues como profesionales de la acción social la toma de postura debe ser consustancial a nuestra práctica.
Por último, por si estos argumentos no fueran suficientes, queremos señalar que la posición narrativa es política y ética, algo que se plantea también desde el trabajo social. Ideas como el perfeccionismo, la influencia de la pobreza, la marginación social, el machismo, etc., históricamente se han abordado desde el trabajo social y las vemos también reflejadas en las prácticas narrativas. Estos cuatro paralelismos son los que nos han llevado a plantearnos una propuesta de modelo de prácticas narrativas en trabajo social, con elementos suficientes para enriquecer la discusión sobre su viabilidad como alternativa de práctica. Pasemos a ver algunas de las referencias que acabamos de mencionar con más detalle.
2. La práctica clínica, territorio para la construcción de conocimiento
La pregunta que nos formulamos en este punto es cómo llegamos aquí, o mejor dicho, cómo se construyó este modelo. Seguramente a través de un proceso reflexivo, que en este caso pasaría por la práctica clínica llevada a cabo por sus fundadores durante varias décadas, más los interrogantes que se suscitaron de dicha intervención y la inquietud de buscar respuestas, y como colofón una postura profesional que rechaza las pretensiones de verdad de los discursos dominantes.
La evolución de la PN se ha generado al igual que otros postulados, que son el producto final de un proceso en donde se crea una corriente entre la teoría y la práctica. Pero aquí ha de entenderse teoría como sinónimo de práctica reflexionada, de experiencia previa teorizada. La experiencia sin teoría es ciega, pero la teoría sin experiencia es un juego intelectual, diría Immanuel Kant (1724-1804). La PN ha seguido el mismo camino que su predecesora, la modalidad de terapia familiar sistémica, considerada un paradigma científico desde la segunda mitad del siglo XX. Es decir, trabajar (práctica), cuestionarse dicho trabajo y elaborar alternativas que mejoren la vida de sus consultantes (teoría).
Este proceso reflexivo White lo consideraba esencial para generar un debate que favoreciera una mejor práctica. En una entrevista concedida a un medio local de información preguntado sobre su trayectoria profesional, él ya describía dicho proceso de id...