PARTE II
LA SALA DE LOS PAISAJES
LOS UNIVERSOS SIMBÓLICOS DEL ESTADO LIBERAL
Desde finales del siglo XVIII se consolidó un lenguaje visual extendido por toda Europa mediante un mercado común de imágenes.1 Estas ilustraciones se vendían sueltas o insertadas en los populares relatos de viajes y llegaron a publicarse verdaderas obras de arte: catálogos, guías y colecciones litográficas en las que se intentaba condensar la esencia de los parajes y las culturas visitadas. Voyage pittoresque et historique de l’Espagne del reconocido Alexandre de Laborde, Views in Spain, de Edward Locker, y Picturesque sketches in Spain taken during of years 1832 & 1833, del ilustrador David Roberts, se convirtieron en ventanales portables desde los que disfrutar de un paseo por España.2 Se trataba de un viaje distorsionado, edulcorado e influido por el pintoresquismo y el romanticismo. Este conjunto de panorámicas paisajísticas y urbanas se popularizaron por toda Europa y se convirtieron en la imagen de presentación de la España romántica.3 Junto a ellas, el creciente uso de la cámara oscura difundió un modelo de mirada y de registro de la Europa dieciochesca llevado a la práctica en la comercialización de vistas ópticas en las que se retrataban espacios urbanos y monumentales.
El éxito de este género está ligado al desarrollo de la cultura viajera desde mediados del siglo XVIII. Texto e imagen quedaron plenamente vinculados en publicaciones y guías de viaje en las que se reconstruyó un lenguaje simbólico desde el que el gran público interpretaba la realidad de su tiempo. Estos vestigios del pasado componen un fondo documental a partir del que rastrear los modelos de representación y difusión del conocimiento con los que se construyó una cultura visual común.4 En el caso del estudio urbano, la combinación de diversas fuentes –planos, estampas, litografías, relatos de viaje– componen el paisaje político de una ciudad, entendido como la transformación de un paraje natural por la sociedad que impulsa ese cambio. Así, las ciudades son obra de modificaciones legislativas, culturales y sociales fruto de la autorrepresentación ciudadana.5
El análisis de estas fuentes históricas desde la historia sociocultural permite la aproximación de los investigadores al complejo mundo del campo cultural, a sus códigos y a sus significados. Una tipología de estudios en donde la cultura es comprendida como una herramienta esencial a la hora de descodificar el universo simbólico de la sociedad.6 El concepto de representación se convierte en un instrumento fundamental en esta tipología analítica y permite indagar en la identidad de grupo, de la nación y de la cultura política. Describir en unas líneas la evolución de este concepto desde la historia de las mentalidades hasta la actualidad es imposible; aunque dentro de esta complejidad deben destacarse las investigaciones de Roger Chartier y Peter Burke que influyen especialmente en este trabajo.7 Junto a ellos, la metodología utilizada también bebe del análisis de imaginarios y representaciones nacionales del siglo XIX promovidos por la historiografía española y francesa.8
A pesar de las dificultades que presenta su concreción, se han llegado a consensuar tres postulados esenciales sobre la conceptualización de la representación: los individuos perciben su realidad influidos por las representaciones colectivas, los códigos simbólicos que conforman estas representaciones se difunden públicamente por diversos medios como las imágenes o las ceremonias y, por último, la consolidación de las representaciones llega con la institucionalización de sus códigos.9
Gracias a estos postulados, se puso el foco en el estudio de las relaciones sociales a través del análisis de las prácticas –políticas, sociales, culturales–, lo cual permitió la aproximación a los espacios de mediación entre los discursos emitidos por las esferas de poder y la recepción de estos por parte de los grupos destinatarios.10 Con ello, se abrieron las puertas a los historiadores para reflexionar tanto sobre la temporalidad de la historia como sobre sus espacios.11
El análisis de los espacios está estrechamente ligado a la aparición de la sociabilidad como objeto de estudio histórico. Concepto introducido en España por Maurice Agulhon con el que los historiadores se adentraron en el análisis de la sociabilidad cultural.12 Los casinos, liceos, cafés y teatros fueron los primeros escenarios analizados en este ámbito. Este listado se ha ampliado desde los años noventa, cuando se incluyeron las plazas, las calles, los paseos y las avenidas en el análisis de las prácticas sociales espontáneas. Al mismo tiempo que la sociología, la historia urbana se aproximó a la sociabilidad y a sus escenarios. Esa vía de análisis se introdujo en los estudios culturales, como fue en el caso de los trabajos de Anaclet Pons y Justo Serna. Ambos historiadores trataron de conocer el espacio en el que se envolvía la burguesía urbana y la importancia de la ciudad con el estudio de redes.13 Desde estas perspectivas, el espacio urbano se entiende como un producto sociocultural creado por la combinación de procesos socioeconómicos, políticos y de prácticas ciudadanas. Las transformaciones en el paisaje urbano son un reflejo de los cambios de una sociedad.14 La aparición de ensanches, la creación de estructuras –mercado, bolsa, zona industrial– se concibe como las respuestas ante la transformación social.
El interés creciente en la sociabilidad informal y sus escenarios incentivó los trabajos dedicados a los espacios urbanos y públicos, este último bastante presente en las teorías sociológicas desde hace tiempo.15 Frente a la sociabilidad formal, más sencilla de rastrear a causa de su institucionalización, la informal plantea serias dificultades para su estudio, especialmente en el rastreo de fuentes.16 A pesar de los problemas iniciales, la historiografía contemporánea se ha aproximado a esos escenarios en los que esta sociabilidad espontánea se desarrolla. A pesar de los avances, aún queda por profundizar en la interacción de los diversos discursos simbólicos que aparecen en las avenidas, las calles y las plazas –consideradas la «máxima expresión del espacio público»–.17 En definitiva, estos espacios públicos constituyen un escenario de mediación entre la ciudadanía y las instituciones cuyas narrativas simbólicas deben ser conocidas y estudiadas. Dentro de esta concepción del paisaje urbano, los museos han comenzado a ser estudiados como un elemento esencial en la construcción del espacio público. La aparición de distritos culturales, a partir de los que se emiten valores ideológicos y cívicos, configuró un espacio idílico trasladado al imaginario social por medio de estampas, litografías y grabados.18
Así, la historia sociocultural proporciona herramientas que permiten plantear nuevos objetivos en los estudios sobre la política. La historia política ya no se limita al análisis de estructuras, de la esfera institucional y de los discursos explícitos. Su objeto de estudio se ha ampliado y es posible aproximarse a las prácticas, a los imaginarios y a las representaciones del mundo político a través del estudio de las conmemoraciones, las festividades, los ritos y la memoria.19
En esta línea de actuación, la construcción simbólica de la nación ha sido el área más frecuentada por la aproximación cultural a la historia política. En palabras de Jordi Roca Vernet, existen dos tipos de estudio que indagan en la construcción simbólica de la nación. El primero de ellos se centra en los organizadores de las prácticas nacionalizadoras: quiénes eran, por qué y cómo desarrollaban su proyecto simbólico. Mientras que el segundo se adentra en el análisis de la recepción y aceptación de ese discurso construido. Ahora bien, al igual que los investigadores pueden aproximarse a la construcción nacional por medio de los discursos simbólicos. ¿Se podría consolidar una cultura de Estado a través de representaciones, imaginarios y prácticas sociales? La respuesta a esta pregunta es el objetivo principal del siguiente apartado. Concretamente, en las siguientes páginas se rastrean varios fenómenos culturales, que utilizaron especialmente el lenguaje iconográfico, y se indaga en la representación de un modelo –o modelos– de Estado nacional, cómo se construyó este discurso iconográfico, y si se asimilaba a la narrativa oficial de los museos y sus colecciones.
Las fuentes iconográficas se han revalorizado en las últimas décadas, junto con la literatura, en los estudios sobre la construcción de las identidades nacionales. La pintura de historia fue el género por excelencia estudiado para este objeto. No obstante, existen una variedad fuentes pictóricas que ayudan a comprender la construcción cultural del Estado y, en este caso, el estudio se focaliza en el análisis de las vistas monumentales y urbanas difundidas desde la primera mitad del siglo XIX hasta la Restauración.
En el caso del paisaje monumental, los investigadores se han aproximado a su producción y a su identificación como representación simbólica de la nación tal y como se difundía desde el romanticismo de la época.20 El paisaje fue revalorizado a partir de la segunda mitad de la centuria. La popularidad de pintores paisajistas como Carlos de Haes y el interés de los miembros del Instituto Libre de Enseñanza vincularon su mensaje a una idea de España representada en campos de Castilla.21
Las vistas urbanas quedaron relegadas a ejercicios pictóricos, populares entre la élite urbana, a través de las que se ofrecía la modernidad de las capitales europeas por medio de la transformación de sus infraestructuras desde la mitad del siglo. ¿Cómo estas fuentes pueden aproximarnos al estudio del Estado? Por sí solas sería imposible, hay que conocer el proceso comunicativo puesto en marcha en cada una de ellas, ya que todas se adhieren a una cultura visual creada desde diferentes vías: la oficial y la extraoficial.