La crisis
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La crisis

Salir de la crisis del capitalismo o salir del capitalismo en crisis

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  1. 256 páginas
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Salir de la crisis del capitalismo o salir del capitalismo en crisis

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Información del libro

La crisis actual no es ni una crisis financiera ni la suma de crisis sistémicas múltiples (energética, alimentaria, ecológica, climática), sino la crisis del capitalismo oligopólico, que ha alcanzado el estado de senilidad.El principio de acumulación sin fin que define al capitalismo es sinónimo de crecimiento exponencial, y éste, como el cáncer, lleva en sí la muerte. Y son las contradicciones internas propias del proceso de acumulación del capital las responsables del hundimiento financiero del 2008. Por eso, la profundización de la crisis no podrá evitarse, ni siquiera aceptando la hipótesis de una recuperación exitosa —aunque temporal— del sistema de dominación del capital por parte de los oligopolios. En estas condiciones, la radicalización posible de las luchas no debe verse como algo imposible. ¿Conseguirán converger estas luchas para abrir el camino a la larga ruta de transición al socialismo mundial?

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Información

SAMIR AMIN

La crisis

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SAMIR AMIN

LA CRISIS

Salir de la crisis del capitalismo
o salir del capitalismo en crisis
Traducción de Josep Sarret
E L V I E J O TO P O
La crisis 10/11/09 12:36 Página 6
Título original: La crise
© Samir Amin, 2009
Edición propiedad de Ediciones de Intervención Cultural/El Viejo Topo Diseño: Miguel R. Cabot
ISBN: 978-84-92616-43-5
Déposito Legal: B-27.853-09
Imprime: Novagràfik
Impreso en España
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Presentación
El capitalismo, un paréntesis en la historia El principio de la acumulación sin fin que define al capitalismo es sinónimo de crecimiento exponencial, y este, como el cáncer, lleva a la muerte. Stuart Mill, que lo había comprendido muy bien, imaginaba que un “estado estacionario” pondría fin a este proceso irracional. Keynes compartía este optimismo de la Razón. Pero ni uno ni otro estaban equipados para comprender de qué modo podría imponerse la necesaria superación del capitalismo. Marx, dando a la nueva lucha de clases el lugar que le correspondía, pudo, en cambio, imaginar cómo se produciría el derrumbamiento del poder de la clase capitalista, concentrado actualmente en las manos de la oligarquía.
La acumulación, sinónimo igualmente de pauperización, traza el marco objetivo de las luchas contra el capitalismo. Pero se expresa principalmente mediante el contraste cada vez mayor entre la opulencia de las sociedades del centro, beneficiarias de la renta imperialista, y la miseria de las sociedades de las periferias dominadas. Este conflicto se ha convertido de hecho en el eje central de la alternativa “socialismo o barbarie”.
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La tesis central de este libro es que la crisis actual no es ni una crisis financiera ni la suma de crisis sistémicas múltiples, sino la crisis del capitalismo imperialista de los oligopolios, cuyo poder exclusivo y supremo corre el riesgo de ser cuestionado, una vez más, tanto por las luchas del proletariado general como por las de los pueblos y naciones de las periferias dominadas, aunque estos sean en apariencia “emergentes”.
El auténtico desafío es pues el siguiente: ¿conseguirán converger estas luchas para abrir el camino –o los caminos– a la larga ruta de la transición al socialismo mundial? ¿O permanecerán separadas e incluso entrarán en conflicto unas contra otras, y por ello, ineficaces, deja-rán la iniciativa al capital de los oligopolios? Este libro no pretende dar una respuesta a esta pregunta, sino solamente, y en el mejor de los casos, aportar elementos para el análisis del desafío que representa.
La pauperización a escala mundial, en el centro de la crisis de la civilización capitalista
Para establecer esta relación, central en mi análisis, me ha parecido indispensable en primer lugar someter la lectura de la historia moderna al test de la “larga duración”. Remontarse una vez más a los orígenes de la formación del capitalismo a partir de las contradicciones de los sistemas anteriores (los “sistemas tributarios”, como les llamo yo).
Sobre todo teniendo en cuenta que, en este plano, me sitúo entre la pequeña minoría de quienes piensan que el capitalismo no ha sido el producto del “milagro” europeo, de la “excepción europea”. Sostengo, al contrario, que las mismas contradicciones fundamentales caracteri-zaban a todos los sistemas tributarios premodernos, y que su superación por la invención del capitalismo estaba igualmente en marcha en otros lugares, y no sólo en Europa.
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El capitalismo “europeo” no ha sido más que una de las formas posibles de la respuesta a las exigencias de la evolución general. Es, pues, importante destacar las características específicas de esta forma. Las he resumido en una frase simple: la acumulación por expropiación, no solamente en el origen (la “acumulación primitiva”) sino en todas las etapas de su despliegue. Una vez constituido, este capitalismo “atlántico” partió a la conquista del mundo y lo remodeló sobre la base de la permanencia de la expropiación de las regiones conquistadas, que de este modo se convirtieron en las periferias dominadas del sistema.
No es la historia (antigua y anticuada), sino el presente (y también el porvenir en la medida en que nos mantengamos en la lógica del capitalismo histórico) lo que preocupa al capitalismo actual –y no hay otros capitalismos posibles.
Esto significa que todas las contradicciones del capitalismo –en sus formas antiguas y nuevas– y el desafío que constituyen –tanto en sus expresiones antiguas como en las nuevas– han de ser resituadas en este marco. Han de ser rearticuladas en torno al eje central constituido por la mundialización polarizante, forma propia de la mundialización capitalista desde sus orígenes, hace cinco siglos, hasta hoy mismo.
Esta mundialización no es nueva. Se inició con la destrucción de las Américas, remodeladas en función de las exigencias de la acumulación por expropiación, y se remató durante el siglo XIX, hacia 1850 aproximadamente.
Esta mundialización “victoriosa” se ha revelado incapaz de imponerse de una manera duradera. Apenas medio siglo después de su triunfo, que pudo parecer que inauguraba el “fin de la historia”, ya era cuestionada por la revolución rusa y por las luchas (victoriosas) de liberación de Asia y África que llenan la historia del siglo XX: la primera oleada de luchas por la emancipación de los trabajadores y de los pueblos.
El capitalismo histórico será pues lo que se quiera menos duradero.
No es más que un paréntesis breve en la historia. Su cuestionamiento 9
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fundamental –que nuestros pensadores “de izquierdas” no creen que sea “posible” (o siquiera “deseable”)–, es simultáneamente cuestionado por las luchas por la emancipación de los trabajadores (el “proletariado general”, en mi lenguaje) y por las de los pueblos dominados (los de las periferias, el 85% de la humanidad). Y estas dos dimensiones son indisociables. No será posible salir del capitalismo solamente mediante la lucha del proletariado general, ni solamente mediante la lucha de los pueblos dominados. Sólo será posible salir del capitalismo cuando –y en la medida en que– estas dos dimensiones del mismo desafío se arti-culen una con otra. No es “seguro” que esto vaya a pasar, en cuyo caso el capitalismo será “superado” por la destrucción de la civilización (más allá del malestar en la civilización, para decirlo con las palabras de Freud), y tal vez por la destrucción de la vida en el planeta. Pero esto es igualmente posible.
De una larga crisis a otra
El desmoronamiento financiero de setiembre de 2008 ha sorprendido probablemente a los economistas convencionales de la “mundialización feliz” y ha dejado desconcertados a algunos de los fabricantes del discurso liberal triunfante después de “la caída del muro de Berlín”, como se suele decir. Si en cambio el acontecimiento no nos ha sorprendido a nosotros –que ya lo esperábamos (sin haber predicho la fecha en que se produciría, por supuesto, porque no tenemos una bola de cristal), ha sido simplemente porque, para nosotros, se inscribía naturalmente en el desarrollo de la larga crisis del capitalismo envejecido que se había iniciado durante los años setenta.
Vale la pena remontarse a la primera larga crisis del capitalismo que modeló el siglo XX por lo sorprendente que es el paralelismo existente entre las etapas del desarrollo de estas dos crisis.
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El capitalismo industrial triunfante del siglo XIX entra en crisis a partir de 1873. Las tasas de beneficio se hunden, por las razones puestas en evidencia por Marx. El capital reacciona con un doble movimiento de concentración y de expansión mundializada. Los nuevos monopolios confiscan en beneficio propio una renta extraída de la masa de la plusvalía generada por la explotación del trabajo. Aceleran la conquista colonial del planeta. Estas transformaciones estructurales permiten un nuevo despegue de los beneficios. Inician la “belle époque” –de 1890 a 1914– del dominio mundializado del capital de los monopolios financiarizados. Los discursos dominantes de aquella época hacen un elogio de la colonización (la “misión civilizadora”), consideran la mundialización como sinónimo de paz, y la socialdemocracia obrera europea se suma a este discurso.
El “largo siglo XX” –1873/1990– es por tanto el del despliegue de la primera crisis sistémica profunda del capitalismo senil (hasta el punto de que Lenin piensa que este capitalismo de los monopolios constituye la “fase suprema del capitalismo”), y al mismo tiempo el de una primera oleada triunfante de revoluciones anticapitalistas (Rusia, China) y de movimientos anti-imperialistas de los pueblos de Asia y de África.
La segunda crisis sistémica del capitalismo se inicia en 1971 con el abandono de la convertibilidad en oro del dólar, casi exactamente un siglo después del inicio de la primera. Las tasas de beneficio, de inversión y de crecimiento se desmoronan (y ya no recuperarán jamás los niveles que habían alcanzado desde 1945 a 1975). El capital responde al desafío como en la crisis precedente por medio de un doble movimiento de concentración y de mundialización. Erige de este modo las estructuras que definirán la segunda “belle époque” (1990/2008) de mundialización financiarizada que permitirá a los grupos oligopolísticos retener su renta de monopolio. Con los mismos discursos de acom-pañamiento: el “mercado” garantiza la prosperidad, la democracia y la 11
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paz; es el “fin de la historia”. Y con la misma adhesión de los socialistas europeos al nuevo liberalismo. Y sin embargo esta nueva “belle époque” ha ido acompañada desde el primer momento por la guerra, la del Norte contra el Sur, iniciada en 1990. Y del mismo modo que la primera mundialización financiarizada tuvo como consecuencia el 1929, la segunda ha producido el 2008. Hemos llegado actualmente a ese momento crucial que anuncia la probabilidad de una nueva ola de
“guerras y revoluciones”. Tanto más cuanto que los poderes vigentes no prevén sino la restauración del sistema tal como era antes del desmoronamiento financiero.
La analogía entre los desarrollos de estas dos crisis sistémicas largas del capitalismo senil es impresionante. Existen sin embargo diferencias entre ellas cuyo alcance político es importante.
¿Salir de la crisis del capitalismo o salir del capitalismo en crisis?
Detrás de la crisis financiera, la crisis sistémica del capitalismo de los oligopolios
El capitalismo contemporáneo es en primer lugar y ante todo un capitalismo de oligopolios en el sentido estricto del término (cosa que hasta ahora sólo había sido parcialmente). Entiendo por esto que los oligopolios son los que controlan la reproducción del sistema productivo en su conjunto. Son “financiarizados” en el sentido de que solamente ellos tienen acceso al mercado de los capitales. Esta financiarización da al mercado monetario y financiero –su mercado, el mercado en el que compi-ten entre ellos– el estatus de mercado dominante, que modela y dirige a su vez los mercados del trabajo y del intercambio de productos.
Esta financiarización mundializada se expresa por medio de una transformación de la clase burguesa dirigente, convertida en plutocracia rentista. Los oligarcas ya no son solamente rusos, como se dice 12
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demasiado a menudo, sino mucho más estadounidenses, europeos y japoneses.
Es igualmente importante precisar la nueva forma de la mundialización capitalista que corresponde a esta transformación, por oposición a la que caracterizaba a la primera “belle époque”. Yo la he expresado con una frase: el paso del imperialismo conjugado en plural (el de las potencias imperialistas en conflicto permanente entre sí) al imperialismo colectivo de la tríada (Estados Unidos, Europa, Japón).
Los monopolios que emergieron en respuesta a la primera crisis del tipo de beneficio se constituyeron sobre unas bases que reforzaron la violencia de la competencia entre las principales potencias imperialistas de la época, y desembocaron en el gran conflicto armado iniciado en 1914
y proseguido a través de la paz de Versalles, primero, y de la Segunda Guerra Mundial después, hasta 1945. Es lo que Arrighi, Frank, Wallerstein y yo mismo hemos calificado desde los años 1970 de “guerra de los treinta años”, una expresión que otros han hecho suya después.
En cambio, la segunda oleada de concentración oligopolística, iniciada en los años 1970, se formó sobre unas bases muy distintas, en el marco de un sistema que yo he calificado de “imperialismo colectivo”
de la tríada (Estados Unidos, Europa y Japón). En esta nueva mundialización imperialista, la dominación de los centros ya no se ejerce por medio del monopolio de la producción industrial (como era el caso hasta aquí), sino por otros medios (el control de las tecnologías, de los mercados financieros, del acceso a los recursos naturales del planeta, de la información y de las comunicaciones, de las armas de destrucción masiva). Este sistema, que yo he calificado de “apartheid a escala mundial” implica la guerra permanente contra los Estados y los pueblos de las periferias recalcitrantes, una guerra iniciada en 1990 por el despliegue del control militar del planeta por Estados Unidos y sus aliados subalternos de la OTAN.
La financiarización de este sistema es indisociable, en mi análisis, de 13
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su carácter oligopolístico reafirmado. Se trata de una relación orgánica fundamental. Este punto de vista, que desarrollaré en esta obra, no es precisamente el dominante, no ya en la voluminosa literatura de los economistas convencionales, sino tampoco en la mayoría de escritos críticos relativos a la crisis en curso.
Es este sistema en su conjunto el que está ahora en dificultades Los hechos están ahí: el derrumbamiento financiero está ya a punto de producir no una “recesión”, sino una verdadera depresión profunda.
Pero antes incluso que el derrumbamiento financiero se han formado en la conciencia pública otras dimensiones que van más allá de la crisis del sistema. Conocemos sus grandes títulos –crisis energética, crisis alimentaria, crisis ecológica, cambio climático– y cotidianamente se producen numerosos análisis de estos aspectos de los desafíos contemporáneos, algunos de ellos de una gran calidad.
Sin embargo, yo mantengo mi actitud crítica con respecto a este modo de tratamiento de la crisis sistémica del capitalismo que aísla demasiado las diferentes dimensiones del desafío. Yo redefino, pues, las diversas “crisis” como diferentes facetas de un mismo desafío, el del sistema de la mundialización capitalista contemporánea (liberal o no) basado en la sangría que lleva a cabo la renta imperialista a escala mundial en beneficio de la plutocracia de los oligopolios.
La verdadera batalla se libra en este terreno decisivo entre los oligopolios que buscan producir y reproducir las condiciones que les permiten apropiarse de la renta imperialista, y todas sus víctimas, trabajadores y pueblos.
Así, la “crisis de la energía” no es una consecuencia de la rarefacción de algunos de los recursos necesarios para su producción (el petróleo desde luego), ni tampoco una consecuencia de los efectos destructores de las formas energetívoras de producción y de consumo vigentes. Esta 14
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descripción –correcta– no va más allá de las evidencias banales e inmediatas. Esta crisis es el producto de la voluntad que tienen los oligopolios del imperialismo colectivo de asegurarse el monopolio del acceso a los recursos naturales del planeta, escasos o no, para apropiarse de este modo de la renta imperialista, tanto si la utilización de dichos recursos sigue siendo como es ahora (despilfarradora, energetívora) como si se somete a unas nuevas políticas “ecologistas” correctivas.
Del mismo modo, la crisis alimentaria no es el producto de la expansión de la producción de agrocarburantes en detrimento del cultivo de plantas comestibles, pese a que esta expansión es un hecho real e indiscutible. Es el producto de la acumulación por expropiación de los campesinados del mundo, cuyo movimiento se ha acelerado durante la
“belle époque” que tal vez está concluyendo ante nuestros ojos. Esta expropiación de los campesinados (de Asia, África y América Latina) constituye la forma contemporánea más importante de la tendencia a la pauperización (en el sentido que daba Marx a esta “ley”) asociada a la acumulación. Su puesta en práctica es indisociable de las estrategias de captación de la renta imperialista por parte de los oligopolios, con o sin agrocarburantes.
¿Salir de la crisis del capitalismo o salir del capitalismo en crisis?
Esta fórmula, que he utilizado en el título de esta obra, la propusimos André Gunder Frank y yo mismo en 1974.
El análisis que propusimos de la nueva gran crisis que consideramos que se iniciaba nos había llevado a la importante conclusión de que el capital respondería al desafío mediante una nueva ola de concentración sobre cuya base procedería a una serie de deslocalizaciones masivas.
Conclusión que las evoluciones ulteriores han confirmado ampliamente. El título de nuestra intervención en un coloquio organizado por Il Manifesto en Roma aquel año (“No esperemos a que llegue el 1984”, en 15
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