Tomás de Aquino Esencial
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Tomás de Aquino Esencial

El ente es el objeto propio del intelecto

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  1. 160 páginas
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Tomás de Aquino Esencial

El ente es el objeto propio del intelecto

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Información del libro

Entre 1225 y 1274, años que abarcan la vida de Santo Tomás de Aquino, profesor universitario y escritor fecundo, tanto en el ámbito filosófico como en el campo religioso, Europa vivió una serie de vicisitudes, que después, en el renacimiento y en la modernidad, desplegaron su fuerza innovadora. En estos momentos de evolución, y situado en el centro de un gran debate cultural, el Aquinate elaboró un sistema de pensamiento, con el intento de armonizar lo que se presentaba como separado e incluso enfrentado: el platonismo y el aristotelismo; la tradición medieval y las lucubraciones de los filósofos y científicos árabes y judíos; la razón y la fe religiosa; y el orden temporal y el espiritual o sagrado.La clave de bóveda del sistema tomista es su original doctrina del ser. Desde ella, se pueden ordenar todos los seres de la realidad, desde los inertes, hasta todos los vivientes y espirituales. Tomás de Aquino esencial ofrece esta sólida síntesis, destacando sus principios fundamentales y sus consecuencias, de un modo a la vez claro y riguroso.Eudaldo Forment (1946, Barcelona) es catedrático de Metafísica en la Facultad de Filosofía de la Universidad de Barcelona, Académico ordinario de la Pontificia Accademia Romana di S. Tommaso d'Aquino y Profesor visitante de varias universidades europeas y americanas. Encargado de la dirección de la revista de filosofía "Espíritu" y autor de casi una treintena de libros, la mayoría dedicados a la vida y a la obra de Santo Tomás de Aquino.

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Información

Editorial
Montesinos
Año
2008
ISBN
9788496831599

Antología de textos

1. Vida y obras filosóficas y teológicas
59
2. La filosofía: su división y sus relaciones 62
3. Filosofía tomista: síntesis del platonismo y del aristotelismo 78
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4. Doctrina del ser, fundamento de todo el sistema tomista 81
5. Composición y distinción entre la esencia y el ser 84
6. La participación del ser
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7. La escala de los seres
90
8. Dios, creador de los seres
96
9. El hombre, imagen de Dios
108
10. El hombre y su ser espiritual
113
11. El hombre, compuesto de alma espiritual y materia 123
12. Ser personal, entendimiento y voluntad 133
13. La dimensión ética de la persona
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14. La persona y la sociedad
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Bibliografía

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Introducción: Ser, vida y espíritu
1. Vida y obras filosóficas y teológicas Tomás de Aquino nació en 1225 en el castillo de Roccasecca, del condado de Aquino, a medio camino entre Roma y Nápoles. Se crió en un ambiente de gran nobleza. Cuando contaba cinco años sus padres lo llevaron a la escuela monacal del monasterio benedictino de Montecassino, con la idea que después entrara en el estado religioso. En la primavera de 1239 tuvo que abandonar la abadía por el enfrentamiento del emperador Federico II con la Iglesia, que culminó con la ocupación del monasterio.
Tomás continuó su formación en la Universidad de Nápoles, fundada por Federico II. Allí conoció la Orden dominicana. A finales de 1243 solicitó el ingreso, pero sin consultar a su familia, por temor a que se opusiera. Sus familiares siempre habían pensado que Tomás podría ser abad de Montecassino. De la Orden de Predicadores le atraía la dedicación al estudio orientado al apostolado intelectual. A principios de mayo de 1244 partió hacia París, con el Maestro General, la autoridad suprema de la Orden, y otros tres dominicos, para realizar sus estudios de noviciado Su madre avisó a sus otros hijos, militares al servicio del Emperador, para que le arrestaran. En una fuente cerca de Aquapendente, al norte de Roma, fue secuestrado por sus hermanos. Conducido al castillo de Montesangiovanni, después quedó recluido en el castillo de Roccasecca. A finales de 1245 pudo fugarse ayudado por un dominico.
Viajó a París para seguir su formación en la Orden. En 1246 terminó en la Facultad de Artes de la Universidad de París sus estudios de 9
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bachiller, que había comenzado en la Universidad de Nápoles. Al año siguiente inició sus estudios de Teología. Siguió los cursos de San Alberto Magno, que gozaba ya de un enorme prestigio. En 1248, el papa Inocencio IV ofreció al joven Tomás ser abad de Montecassino, oferta que no aceptó. Al finalizar el curso académico de aquel año acompañó al maestro Alberto a Colonia en calidad de ayudante. En su tercer curso académico en la Universidad de Colonia, en 1250, se inició como profesor bachiller.
A finales del verano de 1252 fue enviado a París para ocupar una vacante de profesor sentenciario (comentarista de las llamadas Sentencias, compendio de teología cristiana compuesto por Pedro Lombardo). Al llegar a la Universidad de París, el Aquinate se encontró con la fuerte oposición de los maestros seculares a que los frailes fuesen profesores. Intervino directamente en la defensa fren-te a estos ataques. Preparó el Escrito sobre los cuatros libros de las Sentencias del Maestro Lombardo, primer intento del Aquinate de realizar una síntesis filosófica y teológica. En 1256 fue promovido al grado máximo de maestro, o doctor. Aunque ocupó su cátedra, debido a la lucha contra las órdenes mendicantes (franciscanos y dominicos), no pudo incorporarse al claustro de la universidad, al igual que San Buenaventura. En esta misma época escribió varios opúsculos, entre ellos Sobre el ente y la esencia, en el que presenta una sistematización filosófica que ya no abandonará, sino que únicamente desarrollará y completará. También escribió los comentarios a dos obras de Boecio, las Cuestiones disputadas sobre la verdad y algunas de las Cuestiones quodlibetales (o “Cuestiones diversas”) (de la VII a la XI).
Al finalizar el curso académico 1258-1259 regresó a Italia, estable-ciéndose en el convento de Santo Domingo de Nápoles. Le acompañó Reginaldo de Piperno, su secretario. Terminó la redacción de la Suma contra los gentiles, iniciada en París, un tratado filosófico aunque acompañado de una parte teológica. A los dos años fue nombrado lector del convento dominicano de Orvieto, ciudad en la que residía el papa Urbano IV. El Papa, que le valoraba y apreciaba, lo tomó como consejero teológico. Le encargó la Glosa continua (Cadena áurea) 10
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sobre los cuatro evangelios. También le encargó la liturgia del Corpus Christi, para establecer dicha festividad en honor de la Eucaristía.
Además de varios escritos teológicos preparó la Exposición sobre el libro “Sobre los nombres divinos” de Dionisio.
En 1265, Clemente IV, el nuevo Papa, designó a fray Tomás arzo-bispo de Nápoles. Tomás, sin embargo, no aceptó este honor. La Orden le encargó la creación de un estudio provincial en Roma.
Preparó varias obras: Cuestiones disputadas sobre la potencia de Dios, Cuestiones disputadas sobre el mal y otros textos de este género. En 1266 terminó el comentario a las catorce epístolas de San Pablo, iniciado en Nápoles. Al año siguiente fue enviado a Viterbo, ciudad a la que se había trasladado el Papa, para ocupar el cargo de lector en el convento dominico. Allí conoció a Guillermo de Moerbeke, el tra-ductor de Aristóteles, que le facilitó textos latinos más fieles al original griego.
En 1268 terminó la primera parte de la Suma teológica, considerada por muchos la obra más representativa de toda la Escolástica. Al año siguiente fue enviado de nuevo a la Universidad de París, en donde se había reiniciado la lucha antimendicante. Publica, en 1270, Sobre la unidad del entendimiento contra los averrroístas. El 10 de diciembre de 1270, el obispo de París condenó trece proposiciones del averroísmo.
Santo Tomás tuvo que defenderse de los ataques de los teólogos de la Facultad de Teología, que seguían la Escolástica tradicional, por incorporar doctrinas aristotélicas. En ese mismo año terminó la primera sección de la segunda parte de la Suma teológica, también la Cuestión disputada sobre el alma y algunas otras más. Al mismo tiempo inició el comentario a las obras de Aristóteles. De esta época es la obra teológica Exposición sobre el Evangelio de San Juan. En 1272 terminó la segunda sección de la segunda parte de la Suma teológica y escribió las primeras cuestiones de la tercera parte, así como las restantes Cuestiones quodlibetales (de la I a la VI y la XII).
En este año dejó la Universidad de París para regresar a Italia, llamado por el nuevo rey Carlos I de Anjou para fundar la Facultad de Teología de la Universidad de Nápoles. Continuó la redacción de la tercera parte de la Suma teológica. Inició el Compendio de teología, que, 11
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al igual que la Suma teológica, no pudo terminar. Durante los cuatro cursos impartidos en la Universidad de París y en la de Nápoles escribió varios opúsculos filosóficos.
El día 6 de diciembre de 1273, festividad de San Nicolás, durante la misa en el convento de Nápoles, Tomás experimentó un singular éxtasis místico. Como consecuencia dejó de escribir. Además pasaba algunos momentos abstraído. Fray Reginaldo atribuyó el cambio de su maestro a un agotamiento intelectual. Hay suficientes indicios para pensar que la experiencia mística extraordinaria que vivió Tomás fue idéntica a las excepcionales y únicas atribuidas a Moisés y a San Pablo. A finales de enero de 1274 emprendió viaje a Lyon para asistir al Concilio Ecuménico, convocado para el 1 de mayo de aquel año. Se sabe que antes de llegar a Borgonuovo, en el camino de la vía latina de Nápoles a Roma, Tomás se golpeó en la cabeza contra un árbol tendido en el camino. Su último escrito fue un texto breve pero difícil sobre una pregunta teológica que le formuló el abad de Montecassino ( Respuesta al abad Bernardo Ayglier).
A mediados de febrero, durante el viaje, se encontró mal y pidió que le trasladaran al cercano monasterio cisterciense de Fossanova.
En la enfermería de dicho monasterio, el miércoles 7 de marzo, murió. Se desconoce la causa precisa de su muerte. La gran mayoría de los historiadores la atribuyen a una enfermedad. También se ha dicho a veces que murió envenenado. Según dicha hipótesis, Carlos I de Anjou habría dado la orden de que le fuese administrado un vene-no. Esta explicación cuenta con muchos testimonios favorables, entre ellos el de Dante –que, junto con otros, igualmente importantes, han sido muchas veces silenciados–, lo que da suficientes motivos para imputar el homicidio al rey francés.
Tomás de Aquino fue canonizado en 1323 y declarado doctor de la Iglesia en 1567. El papa Pío XI le dedicó en 1923, en el sexto centenario de su canonización, la encíclica Guía principal en los estudios, en donde se le nombra oficialmente Doctor común o universal y Doctor Angélico. Con ocasión del VII centenario de su muerte, en 1974, se publicó la carta Luz de la Iglesia, sobre la importancia de su pensamiento, y en 1980 se le proclamó Doctor de la Humanidad.
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2. La filosofía: su división y sus relaciones Por establecer una neta distinción entre razón y fe, con la trascendencia y precedencia de ésta última, pero con una positiva aportación de la primera, Santo Tomás también establece los límites entre la filosofía y la teología. La distinción y primacía de la fe sobre la razón no implica el conflicto entre ambas.
La razón humana y la revelación tienen ambas su origen en Dios, que no puede contradecirse. Si se advierte una contradicción entre la razón y la fe es únicamente aparente. La supuesta oposición puede ser debida a dos motivos. Por la falsedad de las tesis racionales, que se han tomado por verdaderas, o porque los contenidos de la fe no han sido entendidos o expuestos correctamente.
Por ser Dios autor y origen de toda verdad, concluye también Santo Tomás que la fe y la razón se ayudan mutuamente. La razón presta un doble auxilio a la fe: demuestra los fundamentos racionales de la fe y, además, es utilizada por la ciencia teológica. A su vez, el socorro de la fe a la razón es también doble: la fe libra y defiende a la razón de muchos errores, y asimismo le proporciona muchos conocimientos.
Conceptos y tesis afirmadas por la teología cristiana, como la noción de Dios —existente, creador, personal y libre—, la concepción del hombre como un ser espiritual e inmortal, la doctrina de la dignidad e igualdad del hombre, la de la libertad, el enfoque adecuado al problema del mal, la visión lineal de la historia, y otras más, son estrictamente filosóficas. Aun siendo rigurosamente racionales, antes de la fe cristiana no fueron descubiertas por el hombre. Quizá hubieran permanecido siempre inaccesibles a la razón, si no se hubieran propuesto junto con otras verdades de contenido sobrenatural, que pertenecen sólo al ámbito de la religión. Estas nociones son una aportación directa de la fe al pensamiento filosófico.
A estos contenidos filosóficos de la revelación cristiana Santo Tomás los llama “preámbulos de la fe” o “preámbulos a los artículos de la fe”, porque considera que son la base racional inmediata de los contenidos exclusivos de la fe, aquellos que no son cognoscibles por la razón natural. Sin embargo, este saber natural o racional, apoyo de la fe, para 13
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muchos hombres no es conocido, o lo es con dudas y errores, porque existen muchos impedimentos para ello, naturales, personales y culturales. De ahí la necesidad de la revelación de estas verdades naturales.
Esta distinción y asociación entre la razón y la fe y, consecuentemente, entre la teología y la filosofía, le permite establecer a Santo Tomás una relación armónica entre ellas. En este sentido la filosofía es como la
“sierva de la teología”, en cuanto que ambos saberes se relacionan necesariamente, a pesar de su propia autonomía. La filosofía y la teología colaboran en su común búsqueda de la verdad, aunque por caminos distintos, pero concordes, de la razón y de la fe, prestándose, además, mutuamente una función crítica y estimulante.
La relación armónica circular entre la filosofía y la teología, que respeta las competencias y el valor de ambas, implica, en primer lugar, el reconocimiento de la “racionalidad” de la fe. En segundo lugar, la necesidad de confrontación de la búsqueda filosófica con la revelación. Filosofía y Teología se necesitan mutuamente, porque ninguna de ellas puede suplir las funciones de la otra.
Además de este vínculo con la teología, la filosofía para Santo Tomás guarda también una estrecha relación con el sentido común o la razón natural, la inteligencia natural y espontánea. El saber filosófico es un conjunto de conocimientos que no están separados del recto conocimiento sencillo y de los afanes ordinarios de la vida diaria. La filosofía es un saber propio del mismo conocimiento humano, aunque en un grado más profundo que en su actividad espontánea y que, por ello, ha requerido un mayor esfuerzo y cultivo. Sin embargo, por ser su perfec-cionamiento gradual, está en un mismo plano que el conocimiento ordinario. De ahí que no sea posible abandonar nunca el entendimiento en su funcionamiento natural.
El conocimiento filosófico es la plenitud humana del saber natural o sentido común, y por ello es también un saber o sabiduría humana. La filosofía, como indica la etimología de la palabra, es sabiduría ( sophia).
Según una tradición que se remonta a los platónicos, Pitágoras inven-tó el término para indicar que los hombres no poseen una sabiduría perfecta, propia de Dios, sino sólo son amantes o aficionados a ella.
Santo Tomás recoge esta tradición, que de Cicerón ( Disputaciones en 14
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Túsculo, V, 3, 8) había pasado a San Agustín (La Ciudad de Dios, VIII, 2).
Santo Tomás repite muchas veces, siguiendo a Aristóteles, que el sabio y, por tanto, el filósofo es capaz de ordenar, tanto en el sentido de orden–organización como en el de orden–orientación-al-fin. Esta función principal queda justificada por otra fundamental, la del conocimiento de las causas. El sabio puede ordenar, porque conoce las causas.
En sus distintos grados y en sentido analógico, la sabiduría implica siempre un conocimiento por causas.
El conocimiento de las causas permite establecer una segunda función principal de la sabiduría, la de juzgar. La sabiduría incluye la inteligencia, que conoce los primeros principios, y la ciencia, que demuestra nuevas verdades a partir de dichos principios. La sabiduría, por incluir estas otras dos actividades intelectivas, implica el acto de juzgar.
De sus dos tareas, ordenar y juzgar, y de su fundamento, el conocimiento por causas, infiere Santo Tomás que la sabiduría tiene por objeto la verdad.
También asume el concepto aristotélico de filosofía y su división en racional, natural o real, y moral. El saber filosófico se ocupa del orden universal. Puede distinguirse un cuádruple orden —natural, lógico, moral y artificial— que permite establecer la división de la filosofía en sus distintas partes —filosofía natural (física y metafísica), filosofía racional o lógica, filosofía moral o ética, y las artes mecánicas o técni-cas—. Estos cuatro géneros de saberes se pueden todavía subdividir...

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