JAVIER SÁNCHEZ ZAPATERO
(EDS.)
GEOGRAFÍAS
EN NEGRO
Escenarios del género criminal
M O N T E S I N O S
E N S A Y O
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Créditos
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Yo creo en cuatro cosas malolientes y angélicas: una ciudad, unas calles,
una cierta cultura urbana, una cierta lógica de la noche
FRANCISCO GONZÁLEZ LEDESMA
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Para Jara Frutos López. Bienvenida.
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En mayo de 2008 se celebró en la Universidad de Salamanca la cuarta edición del Congreso de Novela y Cine Negro, una reunión científica caracterizada por su afán innovador que desde su creación en 2005
ha logrado convertirse en un referente para los aficionados y estudiosos del género negro. Dedicado en esta ocasión al estudio de las relaciones entre la ficción criminal y los escenarios urbanos, el evento reunió a destacados investigadores y creadores. Geografías en negro. Escenarios del género criminal recoge sus aportaciones, divididas en tres grandes bloques temáticos: artículos de investigación (“Escenarios de la teoría”), reflexiones de escritores y cineastas (“Escenarios de la creación”) y relatos (“Escenarios de la ficción”). Además de dejar constancia de las conclusiones del congreso y contribuir al aumento de la raquítica bibliografía especializada sobre género negro existente en español, con es-te volumen queremos agradecer la ayuda y el esfuerzo de todas las instituciones y personas que hicieron posible la existencia del IV Congreso de Novela y Cine Negro. Sin su colaboración, ni este libro ni el evento que le da origen hubieran sido posibles.
ÀLEX MARTÍN SÁNCHEZ y JAVIER SÁNCHEZ ZAPATERO
Editores de la obra y directores del Congreso de Novela y Cine Negro 11
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ÍNDICE
Geografías escenificadas en negro.
JOAN RAMON RESINA
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ESCENARIOS DE LA TEORÍA
Breve urbanización del género policiaco.
IVÁN MARTÍN CEREZO
23
Análisis de un escenario negro: Barcelona como identidad literaria.
ÀLEX MARTÍN ESCRIBÀ
41
Del barrio chino a la ciudad global: el largo viaje de Pepe Carvalho.
JOSÉ F. COLMEIRO
55
Entre la luz y la tragedia: la Marsella de Jean Claude Izzo.
ANTONIO MARCOS SÁNCHEZ
73
La paradoja de los géneros. La novela negra en el ámbito editorial.
JOSÉ ANTONIO CORDÓN
79
El gran reloj no para nunca o cómo escapar de una situación límite.
A propósito de “El gran reloj’ de Kenneth Fearing y sus adaptaciones al cine.
ENRIC SULLÀ ÁLVAREZ
97
El reflejo de la ciudad en “Días contados”: análisis comparatista y estudio de la adaptación.
JAVIER SÁNCHEZ ZAPATERO
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E.T.A. y el cine español: un territorio en conflicto.
MARÍA MARCOS RAMOS
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Crimen y ciudad en el cine de los orígenes (1897-1912).
FRANCISCO JAVIER FRUTOS ESTEBAN
173
ESCENARIOS DE LA CREACIÓN
Ciudad en negro.
JOAQUÍN LEGUINA
189
Jazz y blues en la novela negra americana.
LLUÍS GUTIÉRREZ
193
Madrid bajo la mirada de un outsider.
JOSÉ ÁNGEL MAÑAS
207
Asesino en la M-30.
ANTONIO JIMÉNEZ BARCA
223
Y Dashiell Hammett no llegó…: la Cosecha Roja Mexicana.
JOAQUÍN GUERRERO-CASASOLA
229
Cine negro para una ópera prima.
JORGE SÁNCHEZ CABEZUDO
243
ESCENARIOS DE LA FICCIÓN
Vidas por oficio.
JUAN MADRID
251
Los nudos invisibles.
AMIR VALLE
277
BIOGRAFÍAS
295
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GEOGRAFÍAS ESCENIFICADAS EN NEGRO
JOAN RAMÓN RESINA
Stanford University
Lo que primero salta a la vista del volumen que se me invita a prologar es la coherencia, uno diría que programática, con que se insinúa la relación entre escritura y espacio. Es cierto que el libro recoge los trabajos presentados en la IV edición del Congreso de Novela y Cine negro de la Universidad de Salamanca, y admite por tanto un cierto carácter misceláneo, pero la propuesta titular se mantiene con suficiente fidelidad en las aportaciones de las personas que contribuyeron al congreso y lo hacen ahora al libro cuidado por los organizadores. En este umbral titular, poderosamente evocati-vo, se avanzan no sólo algunos de los temas que irán dando densidad al libro sino también los vacíos, las ausencias y los oscuros que corresponden a las zonas iluminadas por los autores. Porque el misterio policiaco no se da única y exclusivamente en negro, sino que requiere el blanco, y también las zonas intermedias de baja definición, para suscitar la tensión epistémica y sin duda también metafísica, que lleva a sus incondicionales a quemar horas en la lectura, a extasiarse ante la evolución de la luz mortecina sobre una pantalla de cine, o a dejarse atravesar como insectos por la luz fosforescen-te que emite el televisor.
Y lo primero que encontramos en este umbral del libro es la sorprendente palabra “geografías”, erizada con el plural, como un arrecife de corales. El término sorprende, porque no es el más obvio dentro de la lógica de la novela criminal, en la que sin duda aparecen los mapas, o más frecuentemen-te los planos metropolitanos con sus áreas residenciales, industriales, y sus suburbios, e incluso los viajes regionales o internacionales, pero raramente el concepto de geografía, que remite más bien a la narrativa de descubrimiento y exploración del siglo XIX. Pero la extrañeza no procede sólo de la 15
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amplitud espacial evocada por el término frente al carácter eminentemente local de la mayor parte de las obras del género.
El término “geografía” nos habla de una superficie surcada de relieves, de marcas de todo tipo que constituyen nuestra experiencia inmediata de la tierra, de Geos, y es la base o principio —el Grund heideggeriano— de lo que podemos conocer intuitivamente desde nuestra existencia más desnuda (auténtica, diría Heidegger). Pues bien, multiplicado por su plural, en evidente consideración de un sujeto múltiple, este término se nos propone co-mo el marco o posibilidad de aparición de lo que se supone que ha de tener presencia en una novela o película para que se la reconozca como perteneciente a la especie criminal. La geografía, viene a decirnos el título de este libro, es el principio o la ratio de esta forma de narración que consiste en evocar retrospectivamente un hecho decisivo, en descubrir una verdad que siempre estuvo muy próxima y por eso mismo se desconocía. Una razón, merece la pena advertir, no deductiva, cartesiana, como la que propele al idealismo moderno, ni tampoco positiva, esto es basada en la acumulación de datos observables o mensurables específicos a los fenómenos, sino una razón correlativa, la de un destino o una revelación inscritos de alguna manera en una relación primordial, que, fieles a la secularidad del género, los editores denominan de manera harto apropiada “geográfica”.
Importa no perder de vista esta noción de lo geográfico, porque es un golpe de genio apuntarlo en el título del volumen, en sustitución del sus-tantivo “topografías” que cabría esperar de una visión más manida del tema.
Los lugares del crimen se desprenden, efectivamente, de los lugares comunes o topoi narrativos, de lo que podríamos llamar la retórica del género, o en términos matemáticos, su fórmula. Pero no es éste el énfasis a que invita la propuesta de Àlex Martín Escribà y Javier Sánchez Zapatero. A ellos les interesa la base, Geo, o sea el ámbito dentro o a partir del cual es narra-ble la novela criminal; es decir, les interesa la ratio de ésta, lo que renueva constantemente sus lectores, generando así la escritura colateral a esa intensidad lectorial o espectatorial. Ahora bien, estas geografías o razones de la novela criminal son “en negro”. ¡Cuidado! No son negras, como la novela así llamada, sino “en negro”. Esta precisión desplaza la negritud del género desde su “esencia” a su “estancia”. Las razones de la novela se encuentran según esto en oscuridad circunstancial, precisamente para poder pasar al blan-16
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co, a la iluminación del fenómeno y a su exposición narrada. Con ello deja-mos a un lado las explicaciones anecdóticas sobre el origen del nombre del género y topamos con la razón necesaria de su negritud.
Pero los editores precisan aún en el subtítulo: “escenarios de la novela criminal”. La palabra “escenario” nos remite indirectamente al término
“geografías” en virtud de su calidad metonímica a través de la noción—eje de espacio, pero también nos dirige al orden narrativo, porque “escenario”, en italiano, idioma del que procede el término, refiere a la trama de una obra dramática o cinematográfica. “Escenarios”, en suma, apunta a la naturaleza artificial, como de decorado, de las geografías de la novela criminal.
Estos escenarios se despliegan “en negro” en virtud del oscurecimiento de los hechos, pero también como efecto de una selección óptica que, sobre todo a partir de la adaptación cinematográfica de la novela criminal, tiene por objetivo la desfamiliarización de lo cotidiano.
Basta con una mirada al índice para apercibirse de la determinación de estos escenarios por lo urbano. La ciudad, que es la antigeografía, se convierte aquí en escenario característico y al parecer obligado del género.
Conviene, pues, preguntarse con todo rigor si no es la novela criminal un modo específico de reflexión sobre lo urbano, un modo relacionado con la aparición del observador de segundo orden, esa conciencia agente que dirige activamente su atención sobre la propia observación. ¿Qué es el detective sino un observador a la segunda potencia? Los momentos estelares de los clásicos del género son precisamente los islotes reflexivos en medio de la narración en que el detective expone sus razones epistemológicas fundadas por lo general en la observación del observador natural. Ahora bién, ¿por qué nos atraen tan poderosamente estos mitos urbanos? Puede aventurarse que por la razón apuntada hace un momento, cuando hablaba de la desfamiliarización de lo cotidiano. La novela criminal y sobre todo el cine negro nos recuerdan las fotografías de Eugene Atget que tanto fascinaban a Walter Benjamin. Calles vacías y escaparates con objetos rarificados por el momento en que pestañeó el objetivo de la cámara. Fijémonos en cómo las colaboraciones de este volumen muestran una predilección por la desfamiliarización de lo banal (la M-30), por la promoción de un imaginario urbano alternativo (el Barrio Chino), por la escenificación “en negro” de ciudades escasamente oscuras percibidas por la mirada alienada y alienadora del 17
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extraño, o de manera aún más mediata, a través de la música de películas, o incluso por panoramas urbanos desprendidos de toda posibilidad de experiencia directa. Esta desfamiliarización es esencial al género por razones intrínsecas a su mecánica —se precisa una desorientación inicial a fin de en-filar la ceremonia de ordenar los caminos que llevan a la luz— pero también, y esto no creo que se haya señalado, porque la observación de segundo orden es el resultado de una violencia cognitiva y en definitiva de una ruptura con la tradición.
No es necesario recordar que al lado de todo detective genial hay un policía mediocre o un cándido ayudante preso en las apariencias. Ese estar preso en las apariencias es el señalizador textual de una actitud continuista, rutinaria, en suma tradicional ante los fenómenos. Es el síntoma infalible de una mirada adormecida en el hábito de una luz sin grandes contrastes, donde las cosas aparecen en el lugar acostumbrado y desaparecen de acuerdo con las expectativas. Ahora bien, que las cosas desaparezcan en su obviedad, que se sustraigan a la mirada para abismarse en la superficialidad de su apariencia y reaparezcan bajo una mirada contorsionada y vuelta sobre sí misma, como en el caso de la carta robada, reclama una ruptura con la tradición naturalista, y de hecho con la tradición tout court. Poco importa que la genialidad de Poe degenere en los trucos manieristas de Christie, o se disuelva en las rarezas del detective norteamericano y sus epígonos globales.
Lo que de veras cuenta es la escenificación del momento espistemológico, y para ello la ciudad es el escenario en negro por excelencia. En negro porque es puro contraste y ruptura con la claridad milenaria de la vida rural. Esa vida que la sociología del siglo XIX y buena parte del XX (Ferdinand Tönnies, pronto seguido por Simmel y toda la escuela de Chicago) asimiló a las relaciones inmediatas y a los ritmos lentos, esto es, a la observación de primer orden y al conocimiento acumulativo de la tradición.
La ciudad, como geografía en negro o antigeografía, en tanto espacio donde los accidentes son de factura humana y donde la verdad se construye para una conciencia atormentada, es por excelencia el espacio de la desfamiliarización. La ciudad pone en entredicho la verdad entendida como transparencia del fenómeno, como resplandor o epifanía de las cosas, una noción de verdad tan vieja y extensa como la tierra, modulada al ritmo de los cambios climáticos, de las glaciaciones, de la sucesión de las generacio-18
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nes y de la composición y descomposición de los colectivos humanos; una verdad, en suma, primordial y originaria. Pero esta verdad roturada por la presencia humana sobre la tierra es precisamente a lo que alude el término
“geografía”, que resulta de unir los radicales Geo y graphos. Geografía quiere decir, pues, escritura de la tierra. Lo escrito en la tierra o lo escrito por la tierra, interpretación más radical, que apunta a la matriz sobrehumana (aunque no metafísica) de un significado determinante para la vida pero de lectura tan lenta que escaparía a la conciencia reflexiva. Se trataría de una verdad manifiesta en todo momento pero inasible por el pensamiento reflejo, como lo son los gritos que emiten algunos animales en frecuencias hu-manamente inaudibles, o los colores metálicos de ciertas mariposas nocturnas que el ojo humano es incapaz de discernir.
De esta escritura cósmica habría tomado nota la humanidad cuando menos desde el advenimiento de la agricultura, que es impensable sin la sin-taxis de las estaciones y la ortografía del arado (son civilizaciones agrarias las que desarrollan la escritura). Pero de una verdad fundada en la unidad de conciencia y objeto la novela criminal no sabe ni puede saber nada. En cambio se interesa por la polisemia, las combinaciones y permutaciones de las apariencias, en suma por la autonomía de los signos. Tal desarraigo de los fenómenos es posible bajo la égida del obse...