Campeón
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Campeón

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  1. 144 páginas
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Información

Editorial
Montesinos
Año
2009
ISBN
9788492616107
Categoría
Literatura
Image 1
RING LARDNER
Campeón
RING LARDNER
Campeón
Traducción de Horacio Vázquez Rial
M o n t e s i n o s
Edición propiedad de Ediciones de Intervención Cultural/Montesinos Diseño: Miguel R. Cabot
Revisión técnica: Isabel L. Arango
ISBN: 978-84-92616-10-7
Depósito Legal: B-5931-09
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ZONA DE SILENCIO
—Bueno —dijo el doctor con energía—, ¿cómo se siente?
—Oh, supongo que estoy bien —replicó el hombre que estaba en la cama—. Aún me encuentro un poco aturdido, eso es todo.
—Estuvo anestesiado una hora y media. No es raro que todavía no esté completamente despierto. Pero se sentirá mejor cuando haya descansado toda la noche, y le he dejado a la señorita Lyons algo que le hará dormir. Ahora me marcho. La señorita Lyons le cuidará bien.
—Yo termino mi turno a las siete —dijo la señorita Lyons—.
Voy al cine con mi A.I. Pero la señorita Halsey es muy buena. Ella es la enfermera nocturna de esta planta. Cualquier cosa que desee, ella se la traerá. ¿Qué le puedo dar de comer, doctor?
—Nada, en absoluto. Hasta que yo venga mañana. Estará mejor sin nada. Encárguese tan sólo de que esté tranquilo. No le deje hablar, y no le hable; es decir, si puede evitarlo.
—¿Evitarlo? —dijo la señorita Lyons—. Mire: ¡cuando quie ro puedo estarme tan callada como la mismísima esfinge! A veces me paso las horas sentada, aunque no esté sola, sin decir una sola palabra. Sólo pienso y pienso. Y sueño. Tenía una A.I. en Bal ti mo re, 7
donde estudié; solía llamarme Mudita. No porque fuese de verdad muda, como alguna gente, usted sabe, sino porque me sentaba allí y no decía nada. «Un penique por tus pensamientos, Eleanor», decía ella. Ese es mi nombre de pila: Eleanor.
—Bueno, ahora debo irme corriendo. Los veré por la mañana.
—Adiós, doctor —dijo el hombre que estaba en la cama cuan do el médico salió.
—Adiós, doctor Cox —dijo la señorita Lyons mientras la puer ta se cerraba—. Parece un tipo terriblemente en cantador
—agregó—. Y un buen médico también. Es la primera vez que atien do a un paciente suyo. La mayor parte de estos doctores nos trata como si fuésemos mor mones o algo por el estilo. Él reconoce que una muchacha puede tener cierto sentido común.
No es el caso del doc tor Holland. Me tocó atender a un paciente suyo la sema na pasada. Me trató como si yo fuese mormona o algo por el estilo. Finalmente le dije: «No soy tan tonta como pa rece»; eso fue lo que le dije. Murió el viernes por la noche.
—¿Quién? —preguntó el hombre que estaba en la cama.
—La mujer. La paciente a quien yo atendía —dijo la señorita Lyons.
—¿Y qué contestó el doctor cuando usted le dijo que no era tan tonta como parecía?
—No lo recuerdo —dijo la señorita Lyons—. Dijo: «espero que no», o algo por el estilo. ¿Qué podía decir, en todo caso? ¡Jo!
Son las siete menos cuarto. No sabía que era tan tarde. Debo apresurarme y dejarle preparado para la noche. Y le diré a la señorita Halsey que cuide bien de usted. Vamos a ver «El precio de la gloria». Voy con mi A.I. Su N. le regaló las entradas y nos irá a buscar después de la sesión para llevarnos a cenar. Marian, mi A.I., está loquísima por él. Y él está loco por ella, a juzgar por lo que ella dice. Pero yo le dije este mediodía, cuando ella me llamó por teléfono: «Si está tan loco por ti, ¿por qué no te pide en matrimonio? Tiene muchísimo dinero y nada le ata, y por lo 8
que yo sé no hay razón alguna por la que no pueda casarse contigo si te quiere tanto como tú dices.» Así que ella me dijo que quizás se lo pidiese esta noche. Le dije: «¡No seas tonta! ¿Acaso me invitaría a mí si fuera a pedírtelo?». Pero eso de que él tiene mucho dinero es broma. Él le dijo que lo tenía y ella le creyó. Yo no le conozco todavía, pero en la foto parece uno de esos tipos que se consideran afortunados cuando ganan veinticinco dólares a la semana. Ella piensa que él es rico porque trabaja en Wall Street. Le dije: «Trabajar en Wall Street no significa nada. Lo que hace es la cues tión. Sabes que allí hay conserjes, igual que en cualquier otra parte»; eso le dije. Pero ella piensa que él es Dios o algo por el estilo. Se pasa la vida preguntándome si él no es la cosa mejor parecida que he visto jamás. Le digo que sí, claro, pe -
ro, entre nosotros, no creo que nadie le confunda nunca con Ri -
chard Barthelmess. ¿Sabe? ¡Le vi el otro día, saliendo del Al gon -
quin! ¡Es la cosa más maravillosa del mundo! Aún más guapo que en la pantalla. Roy Stewart.
—¿Qué sucede con Roy Stewart? —preguntó el hom bre que estaba en la cama.
—Oh, es el tipo del que le estaba hablando —dijo la señori -
ta Lyons—. El N. de mi A.I.
—Quizás yo sea un T.R. por no saberlo, pero ¿me podría de -
cir qué significa A.I. y N.?
—Pues si que es tonto redomado —dijo la señorita Lyons—.
Una A.I. es una amiga íntima, y un N. es un novio. Creía que to -
do el mundo lo sabía. Ahora voy a salir para buscar a la señorita Halsey y decirle que sea amable con usted. Aunque quizás sea mejor que no.
—¿Por qué no? —preguntó el hombre que estaba en la cama.
—Oh, por nada. Sólo estaba pensando en algo divertido que me ocurrió la última vez que atendí a un paciente en este hospital. Era el día en que había sido operado el tío más guapo que se haya visto. Así que cuando me marché le dije a la señorita Halsey 9
que fuese amable con él, lo mismo que voy a decirle sobre usted.
Y cuando volví por la mañana, estaba muerto. ¿No es divertido?
—¡Sí, muy divertido!
* * *
—Y bien —dijo la señorita Lyons—, ¿pasó bien la noche? Se le ve mucho mejor, de todos modos. ¿Le cayó bien la señorita Halsey? ¿Se fijó en sus tobillos? Sus tobi llos son casi los más finos que yo haya visto. Bonitos. Recuerdo que un día Tyler, uno de los médicos residen tes, dijo que si sólo veía nuestros tobillos, los de la seño rita Halsey y los míos, no podía decir quién era quién.
Claro que no nos parecemos en nada en otros aspectos. Ella está bastante cerca de los treinta y... bueno, nadie la tomaría jamás por Julia Hoyt. Helen.
—¿Quién es Helen? —preguntó el hombre que estaba en la cama.
—Helen Halsey. Helen; ése es su nombre de pila. Estaba comprometida con un hombre de Boston. Él iba al Tufts Co lle -
ge. Iba a ser médico. Pero murió. Ella todavía lleva la foto de él con sigo. Yo le he dicho que es una estupidez estar triste por un hombre que lleva muerto cuatro años. Y, además, una muchacha está loca si se casa con un médico. Tiene demasiadas coartadas.
Cuando yo me case deberá ser con alguien que tenga un horario re gular en una oficina, como él, que está en Wall Street, o algo por el estilo. Entonces, cuando no llegue a casa a la hora habitual, tendrá que buscarse una excusa mejor que «un paciente». Yo solía decirle eso a mi hermana cuando vivíamos juntas. Cuando yo volvía tarde, le decía a ella que había tenido un paciente. Nunca se enteró de cuándo no era cierto. ¡Pobre hermanita! ¡Se casó con una terrible lata de aceite! Pero ella no tenía la presencia necesaria para conseguirse un hombre de verdad. Estoy ha ciendo esto para ella.
Es un tapete para la mesa de bridge, para su cumpleaños. Cum pli -
rá veintinueve. ¿No le parecen mu chos años?
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—Quizá se lo parezcan a usted; a mí, no —dijo el hombre que estaba en la cama.
—Usted tendrá unos cuarenta, ¿no? —dijo la señorita Lyons.
—Aproximadamente.
—¿ Y cuántos años diría que tengo yo?
—Veintitrés.
—Tengo veinticinco —dijo la señorita Lyons—. Vein ticinco y cuarenta. Hay quince años de diferencia. Pero conozco una pareja, casados, en que él tiene cuarenta y cinco y ella sólo veinticuatro, y se llevan bien.
—Yo también estoy casado —dijo el hombre que esta ba en la cama.
—¡Tenía que estarlo! —dijo la señorita Lyons—. Los últimos cuatro pacientes que he tenido eran todos hombres casados.
Pero, en cuanto a eso, prefiero un hombre, de cualquier clase, a una mujer. ¡Odio a las mujeres! Me refiero a las enfermas. Tratan a las enfermeras como a perros, sobre todo a las enfermeras guapas. ¿Qué es lo que está leyendo?
—«La feria de las vanidades» —respondió el hombre que es -
taba en la cama.
—¿«La feria de las vanidades»? Creía que ése era el nombre de una revista.
—El caso es que hay una revista y un libro con el mismo nombre. Éste es el libro.
—¿Trata de una muchacha?
—Sí.
—Aún no lo he leído. He estado ocupada haciendo esto para el cumpleaños de mi hermana. Va a cumplir veintinueve. Es un tapete para la mesa de bridge. Cuando se llega a esa edad, casi lo único que queda es el bridge y los crucigramas. ¿Es usted aficionado a los crucigramas? Yo los hice religiosamente durante un tiempo, pero termi né asqueada de ellos. Ponen unas palabras tan absurdas. Como una vez en que ponían una palabra de sólo tres 11
letras y decía «pez alargado» y la primera letra tenía que ser una
«e». Y sólo tres letras. No era posible que estuvie se bien. Así que dije que si ponían cosas equivocadas, como ésa, ¿qué sentido tenía seguir haciéndolos? La vida es demasiado corta. Y sólo se vive una vez. Cuando este mos muertos, estaremos muertos por mucho tiempo. Es eso lo que un N. mío solía decir. ¡Era un peligro! Pero estaba loco por mí. Hubiera podido casarme con él, de no ser por una A.I. que le contaba mentiras sobre mí. ¡Y decía que era mi amiga! Charley Pierce.
—¿Quién es Charley Pierce?
—Era mi N., al que la otra muchacha le mentía sobre mí. Yo le dije: «Mira, si crees todas esas historias sobre mí, quizás sea mejor romper de una vez y para siempre. No quiero estar unida a alguien capaz de creer todas las porquerías que se digan de mí»; eso fue lo que le dije. Así que él dijo que no las creía realmente y que si le daba otra oportunidad no volveríamos a reñir nunca más. Pero yo le dije que me parecía mejor para los dos romper.
Recibí la participación de boda hace dos años, cuando todavía esta ba estudiando en Baltimore.
—¿Se casó él con la muchacha que le contaba mentiras sobre usted?
—Sí, ¡el pobrecito! ¡Y apuesto a que está satisfecho! ¡Están hechos el uno para el otro! Sin embargo, con todo, era bueno, hasta que cayó en las redes de ella. Era muy considerado conmigo, como si yo fuese su hermana o algo por el estilo. Me gustan los hombres que me respetan. Muchos tíos quieren besarla a una antes de preguntarle el nombre. ¡Buah...! ¡Tengo muchísimo sueño esta mañana! Y no me faltan razones. ¿Sabe a qué horas lle gué a casa anoche, o esta mañana, mejor dicho? Pues a las tres y media. ¡Qué diría mamá si pudiese ver a su pequeña aho ra! Pe -
ro lo pasamos bien. Primero fuimos al cine, «El precio de la gloria», yo y mi A.I., después su N. nos recogió con un taxi y nos lle vó a Berney Gallant’s. Peewee Byers está con su orquesta allí 12
ahora. Solía estar en Whi teman’s. ¡Cielos! ¡Cómo baila! Me refiero a Roy.
—¿El N. de su A.I.?
—Sí, pero no creo que esté tan loco por ella como dice que está. De todos modos, le diré, aunque esto es un secreto, que to -
mó el número de teléfono del hospital mientras Marian fue a re -
tocarse el maquillaje, y dijo que me llamaría alrededor de mediodía. ¡Cielos! ¡Qué sueño ten go! ¡Roy Stewart!
* * *
—Y bien —dijo la señorita Lyons—, ¿cómo se encuen tra mi paciente? He llegado veinte minutos tarde, pero, a decir verdad, es sorprendente que haya llegado. ¡Dos no ches seguidas son de -
ma siado para esta niña!
—¿Berney Gallant’s otra vez? —preguntó el hombre que es -
taba en la cama.
—No, pero sí a bailar, y casi hasta tan tarde como la noche pasada. Será diferente esta noche. Me iré a la cama al minuto de llegar a casa. Pero pasé una noche estupenda. Y estoy loca por cierto tío.
—¿Roy Stewart?
—¿Cómo lo adivinó? ¡Es que, francamente, es maravilloso! Y
tan diferente a la mayoría de los tíos que he conocido... Dice las cosas más locas, hasta que una se pone histérica de risa. Es -
tuvimos hablando de libros y lecturas, y me preguntó si me gustaba la poesía, sólo que él no emplea el término «poesía», y yo le dije que me chiflaba y que Edgar M. Guest era algo así como mi favorito, y luego le pregunté si le gustaba Tennyson y, ¿qué cree usted que me dijo? Dijo que no sabía, que nunca había jugado al tennis. ¡Es graciosísimo! No hicimos más que estarnos allí sentados en la casa hasta las once y media y no hicimos más que conversar y el tiempo pasó como si estuviésemos en el cine. Es 13
mejor que una pelícu la. Pero finalmente me di cuenta de lo tarde que era y le pregunté si no creía que era mejor marcharse y él dijo que se marcharía si yo me marchaba con él, así que le pregun té dónde podríamos ir a esa hora de la noche, y dijo que conocía un albergue de carretera que no estaba muy lejos, y yo no quería ir, pero él dijo que sólo nos quedaríamos a bailar una pieza, así que fui con él. A la Posada Jericó. Yo no sé qué habrá pensado de mí la portera de mi casa, saliendo a esa hora de la noche. ¡Pero es que él es ...

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