¡¡España nos roba!!
«¡España nos roba!» es el «grito de guerra» que los nacionalistas catalanes repiten sin descanso y sin cansancio.
Al comenzar este capítulo queremos hacer tres observaciones. Primera, que a pesar del tema que vamos a tratar, no nos vamos a meter en política. Segunda, que algunas de las cosas que necesariamente tendremos que exponer tienen a sus más claros responsables en dos de los hombres que han alcanzado La Moncloa: Rodríguez Zapatero (PSOE) y Pedro Sánchez (PSOE). Y tercera, en los conflictos que vamos a ver —sola y exclusivamente, de bienes artísticos y culturales— vamos a evitar la exposición pormenorizada de los procesos jurídicos: denuncias, tribunales, juicios, sentencias, dictámenes, fallos, apelaciones, etc. Lo evitaremos porque, de lo contrario, se haría muy tediosa la lectura del texto.
«España nos roba» es un grito de guerra bien elegido. No importa si es verdad o mentira. Los nacionalismos de todos los tiempos no hacen distinción entre sinceridad y falsedad, solo aprecian algo si sirve para su causa. ¿Por qué está bien elegido? Primero, porque al ser una afirmación tan indeterminada es imposible defenderse; esto es verdaderamente astuto. Segundo, porque como es muy corto (tres palabras) es fácil de aprender. Basta que se oiga una vez para que suene. Si encima se martillea a los niños de los colegios una vez y otra, entonces, «el pastel» está servido. Tercero, porque es de tal contundencia que, si alguien se atreve a llevar la contraria, puede ser tachado de lerdo y casposo. Y cuarto, porque tiene tal carga negativa que sirve muy bien a sus propósitos: crear animadversión hacia España. Adoctrinar no es bueno, por eso, en principio, es juego sucio.
Pero vayamos al grano. Así, al pronto, parece un poco insensato lanzar semejante grito de guerra. No parece que sea verdad, ni serio, ni real. Por ejemplo, hacemos una brevísima explicación sobre el trato que recibe Cataluña por parte del Gobierno del Estado en Madrid. Si analizamos los presupuestos presentados por Pedro Sánchez (PSOE) para 2019 y su aprobación en las Cortes, podemos ver lo que cada comunidad autónoma recibiría, de más o de menos, respecto al año anterior. Y así podemos ver una cosa curiosa. De todas las comunidades autónomas, la que más crece es…, ¿adivinan?, premio: Cataluña. Crece un… ¡66 %! No es poco, teniendo en cuenta que son 17 comunidades autónomas y dos ciudades autónomas. En total 19. Y, encima, que la que menos recibe, recibe un 39 % menos. Queríamos exponer este dato para que sepamos el verdadero trato que recibe Cataluña por parte de esa España que, al parecer, tanto les roba.
Pero vamos a ponernos en el peor de los casos. Vamos a admitir, como hipótesis de trabajo, que, efectivamente, España roba a Cataluña. Aparte de que España no puede robar a una parte de España, porque es una contradicción, de todas formas, vamos a admitirlo. ¿Y ahora qué? Pues hagamos un razonamiento lógico y normal. Un razonamiento muy muy fácil, casi evidente. Si Cataluña se queja de que España le roba, está claro que lo que Cataluña no hará nunca es robar, desvalijar, saquear, expoliar, retener o apropiarse de bienes que no son suyos. No, no lo hará nunca, nunca jamás. Pues estaría bueno, ¿cómo iban a hacer a los demás lo que les indigna que les hagan a ellos? Vamos, hombre… Cataluña no se quedaría «na de nadie». Bueno, en realidad, sí. Se quedaría alguna cosilla. Pero poco. Apenas unos pocos miles de objetos de gran valor artístico y cultural y no más de unos cientos de miles de documentos históricos, y casi nada más. Pero, eso tampoco es tanto, ¿no?
Conflicto de los bienes de Sigena
Los llamados «bienes de Sigena» (con «g», o con «j») son un conjunto de obras de arte muy conocido por tres razones. Primera, porque fueron objeto de un proceso interminable para que se devolvieran al monasterio de Sigena, Huesca. Segunda, por las múltiples negativas de la Generalitat de Cataluña a devolverlas. Y tercera, sobre todo, por cómo fueron devueltas. Es lo que vamos a ver a continuación.
Esos bienes fueron vendidos a la Generalitat en tres etapas. En 1983, se vendieron 44 obras: tallas, pinturas, orfebrería, etc. En una segunda fase, en 1992, les tocó el turno a puertas medievales de madera policromada, documentación paleográfica, iconográfica y heráldica. Y en la tercera etapa, en 1994, todo lo que quedaba (que no era poco). La cantidad total que se pagó no llegó a cien millones de pesetas. Esto puede parecer mucho pero, al examinar cada una de las piezas que se vendieron, se comprende que fue una cantidad ridícula. El total de las piezas vendidas fueron 97. Casi la mitad de ellas son de tanta calidad, que cualquier museo desearía tenerlas.
Ahora bien, y ya puestos, ¿por qué la Generalitat de Cataluña tendría que devolver tantas obras de arte si las compraron? ¿No las compraron? Pues son suyas, que se las queden. Sí, se las deberían quedar si fueran suyas, y serían suyas si hubieran sido compradas legalmente. Pero ahí está el asunto. De legal nada. La Generalitat no puede comprar las cosas saltándose la ley, por muy Generalitat que sea. Porque si a los españoles se les aplican unas leyes de compra-venta, la Generalitat tiene que respetarlas también. Nótese que nadie reclama los bienes vendidos antes de 1923, que los hubo, pues esas ventas fueron legales. Fue en aquel año cuando el monasterio se declaró monumento nacional y por tanto, desde ese momento, su patrimonio quedó protegido. Y para aquellas compras posteriores, la Generalitat no solicitó los permisos necesarios, ni al Ministerio de Cultura en 1983, ni a la DGA (Diputación General de Aragón, el Gobierno de la comunidad autónoma).
Tenían que haber respetado el derecho de tanteo del Gobierno autónomo aragonés, y no lo respetaron. Por esa razón hubo interminables juicios. Como consecuencia, el juzgado de Huesca dio la razón a Aragón en 2015 y anuló la venta. Bueno, pues se devuelven los bienes y ya está, ¿no? Pues va a ser que no. Al menos, ni tan pronto, ni voluntariamente. ¿Y eso por qué? Porque son de un altísimo valor artístico y el Museo Nacional de Arte de Cataluña (en adelante MNAC) no tiene prisa en deshacerse de uno de sus grandes conjuntos expositivos. ¿Conclusión? Nada de conclusión. De nuevo, el Gobierno de Aragón comienza otro proceso. Y este es para que se haga cumplir el que ya se dictó… Parece broma y sería para reírse si no fuera porque, de broma…, nada.
Este sarcófago o caja sepulcral encontró del Monasterio de Santa María, construido en el siglo XII en Sigena, Huesca, y fue realizado a finales del siglo XV para la priora Francisquina d’Erill y Castro. Los tribunales obligaron a Cataluña a devolver las obras de arte del monasterio de Sigena. Hasta ahora, son los únicos bienes que Cataluña ha devuelto a sus dueños. Y esto, a pesar de las múltiples sentencias que se han dictado para que restituya muchos otros. (Fotografía de Ángel M. Felicísimo).
Los bienes de los que estamos tratando provienen del monasterio de Santa María de Sigena, en Villanueva de Sigena, Huesca (Aragón). Este monasterio, uno de los más importantes de la comunidad autónoma, lo fundó en el siglo XII (en 1183) la reina doña Sancha de Castilla, esposa de Alfonso II de Aragón. En él vivieron reinas y princesas de la familia real de la Corona de Aragón, lo que explica la alta calidad de las piezas en litigio. Y fue panteón real de Pedro II de Aragón.
Pero la historia contemporánea no trató bien al monasterio. En el siglo XIX la desamortización de Mendizábal provoca su abandono. Un siglo después, en la Guerra Civil, las tropas republicanas lo incendiaron. Además, tras el incendio, llegó el regimiento Engels también republicano, y realizó una orgía de profanaciones. Abrieron los enterramientos y los sarcófagos. Se «esmeraron» en el Panteón Real. Dispersaron los huesos de las monjas por el suelo y profanaron los huesos de los reyes de Aragón. Los restos de la reina doña Sancha, del siglo XII, fueron sacudidos y le pusieron un cigarro en la mandíbula. Llevaba muchos siglos en su tumba, era parte de la historia de España, y había que acabar con su descanso.
Después, en el mismo año 1936, la Generalitat cogió las pinturas al fresco que no habían sido calcinadas y se las llevó a Barcelona para restaurarlas. Sin embargo, después, «se olvidaron» de devolverlas. Tras la guerra, la Diputación de Huesca pidió en diversas ocasiones su devolución, pero no se le hizo caso. A continuación, tomó el relevo la ...