Capítulo 1.
Los faros
Faros históricos
No toda luz que se enciende y apaga es un faro. Precisa el ritmo.
Eugenio D’Ors
Aunque describir faros históricos no es el propósito principal de este trabajo, es imprescindible empezar por el principio, para después pasar a lo específico.
Hay muchos faros que por su antigüedad, por sus especiales características o por su monumentalidad, se han convertido en faros históricos, apreciados por mucho más que su simple utilidad como señales marítimas, que no es poco. Unos siguen en pie, otros desaparecieron por los avatares de la historia y algunos pueden desaparecer si no se toman medidas para su conservación.
Para empezar tenemos el faro de Alejandría, el más conocido del mundo, a pesar de que no quedan restos visibles. Se construyó entre los años 295 y 280 antes de Cristo. Estuvo situado en la isla de Pharos, en la desembocadura del Nilo, frente al puerto de Alejandría.
Ptolomeo II se propuso construir una alta torre para guiar a los numerosos barcos que acudían a Alejandría y para que identificase a la ciudad desde lejos. El arquitecto Sostrato de Cnido dirigió las obras que, enseguida, adquirieron un aspecto impresionante. El faro era una torre de tres cuerpos: el primero de base cuadrada, el segundo octogonal y el tercero cilíndrico. La altura total se estima en 122 metros, pero varía según las fuentes. Al parecer, el faro tenía un juego de espejos que reflejaban el sol por el día y por la noche ayudaban a dar más alcance al fuego que se encendía en su linterna.
El antiguo faro fue desmontado, en parte, por los bizantinos entre los años 661 y 715, creyendo, por leyendas que se contaban, que había tesoros escondidos en su interior, pero desistieron al darse cuenta del engaño. En el 736, un terremoto destruyó la parte superior de la torre y dañó sus cimientos, ya deteriorados por la acción del mar. 130 años después, el sultán egipcio Ahmed-Ben-Tutún reparaba el faro, colocándole una linterna de madera. En el año 995, otro terremoto volvía a causar daños en la parte superior, desmoronando 30 codos. En 1274, el sultán mameluco Vibras sustituía la cúpula y construía una pequeña mezquita en la parte baja. En 1302, un nuevo temblor lo destruía casi por completo, y, en 1349, ya no quedaban vestigios del más famoso de los faros sobre la isla que les dio nombre a los demás. En los últimos años, las prospecciones submarinas realizadas en la zona han descubierto algunos restos del histórico faro, que fue una de las siete maravillas del mundo antiguo.
El personaje que dio nombre a la isla de Pharos fue un piloto de la nave de Menelao, en su regreso a Troya, llamado Pharo, que murió en la isla a causa de la mordedura de una serpiente.
Rodas es la más importante de las islas Esporadas y la ciudad del mismo nombre es la capital del archipiélago griego del Dodecaneso. Su situación geográfica privilegiada para comerciar entre Grecia, Asia Menor y Egipto la convirtió en el centro comercial más importante del Mediterráneo oriental.
Con su rey Demetrio I Poliarcetes a la cabeza, conocido por su experiencia en el arte militar de los asedios, los macedonios decidieron atacar Rodas, pero la ciudad resistió con valentía y paciencia. Para celebrar el triunfo, se decidía elevar un monumento en el puerto, dedicado a Helios o a Apolo, según los autores consultados.
El famoso coloso se construyó entre los años 285 y 277 antes de Cristo, bajo la dirección de Cares de Lindos. Era una gran escultura de bronce de un tamaño que varía entre 30 y 70 metros de altura, según las fuentes. En ella el dios aparecía desnudo y con las piernas abiertas, con un pie descansaba en cada muelle de la bocana y entre sus piernas pasaban los barcos que arribaban al puerto de Rodas. En la mano derecha sostenía una gran copa, con acceso interior, donde se encendía una hoguera para orientación de los navegantes.
En el año 225 a.C., un terremoto lo derribó, quebrándolo por las rodillas. El coloso permaneció caído sobre el puerto mucho tiempo. Aunque Ptolomeo ofreció ayuda para repararlo, no volvió a levantarse porque los habitantes de Rodas, siguiendo el consejo del oráculo, decidieron dejar sus restos donde cayeron.
En el año 653, la ciudad fue tomada por los sarracenos. Su jefe, Mauviah, vendió la estatua a Jew, un mercader judío de Edessa, que la desmanteló y tuvo que emplear mil camellos para transportar sus pedazos, terminando así con la historia del mítico coloso, que fue otra de las siete maravillas del mundo antiguo.
Los romanos, que navegaron durante siglos por el Mediterráneo y demás costas de Europa, edificaron más de cuarenta faros para guiar a sus flotas, y para levantar algunos de ellos aprovecharon anteriores torres púnico-cartaginesas. De esta red de faros romanos, pocos siguen en pie y solo uno, la torre de Hércules, sigue funcionando como faro.
Un ejemplo de faro romano era el de Messina, al noreste de Sicilia. Dos monedas de Sexto Pompeyo, del año 35, lo muestran como una torre cilíndrica acabada en cúpula, sobre la que se hallaba una estatua de Neptuno con su tridente. En 1546, Carlos V ordenaba levantar una nueva torre sobre las ruinas del faro romano, que es la del actual faro de san Raineri.
Otro ejemplo fue la torre de Orden, en la costa norte francesa. Este faro fue edificado por Calígula, cerca de Boulogne. Su forma era octogonal, con doce pisos en disminución y una altura de 200 pies. Después de varias restauraciones, se derrumbó en 1644. Enfrente, al otro lado del canal de la Mancha, se situaba el faro romano de Dover.
En la península ibérica había cinco faros romanos. Dos estaban situados en Cádiz: la torre de Cepión y la torre de Gádir. Tres se ubicaban en Galicia: la torre de la Lanzada, las torres del Oeste y la torre de Hércules. En Mallorca, por su parte, se encontraba la torre de Pollensa.
Torre de Hércules. Foto: Mario Sanz.
Sin duda, el faro romano más conocido es la Torre de Hércules, situado en la ciudad de La Coruña. También es el faro más antiguo que permanece funcionando en el mundo.
La de Hércules es una torre de planta cuadrada, hecha de piedra granítica, con dos cuerpos superiores, uno octogonal y otro cilíndrico. Tiene casi 50 metros de altura y su altura focal es de 106 metros sobre el nivel del mar.
Este faro romano fue edificado en el siglo ii, por mandato del emperador Trajano al arquitecto Cayo Servio Lupo. Algunos historiadores consideran que la torre de Hércules tiene unos 3000 años. Según la leyenda, después de que Hércules matara a los gigantes, enterró sus huesos y construyó el faro sobre la tumba. De momento, los huesos de los gigantes no han aparecido en las excavaciones que hay en su sótano, pero merece la pena visitarlas.
Las creencias populares hablaban de un espejo mágico situado en su cima y de un candil maravilloso que permitían descubrir barcos a gran distancia.
En la Crónica general, de Alfonso X el Sabio, se dice que un sobrino de Hércules, el rey Ispahán, fue el continuador de la obra y que, como era «Ome muy Sabidor», construyó un gran espejo en el que se viesen las naves que a larga distancia cruzaban el océano y lo puso sobre la torre para resguardarlo de gentes que pudieran arribar al puerto con ánimo de guerrear.
Florián Ocampo rechaza la existencia de ese espejo afirmando que lo que había sobre la torre era fuego de lumbreras.
Baltasar Porreño, en su Nobiliario del Reyno de Galicia, de 1572, al hablar de este faro, unía, a la fábula del espejo, la del candil cuya llama nunca se apagaba.
Las revueltas de los siglos xv y xvi, las luchas entre familias feudales en las que intervino la iglesia, la guerra de los Irmandinos y el sitio de la ciudad por el pirata Drake, dejaron el faro en ruinas, hasta que Carlos III mandó restaurar su luz en 1785.
En este antiquísimo faro se han vivido muchas historias personales. Una de ellas la publicaba el Heraldo de Madrid del 15 de mayo de 1915. El torrero de Hércules, Manuel Navarro, al ver a una joven que pretendía suicidarse, se arrojó al agua para salvarla, sin conseguirlo, y pereció también ahogado. El farero dejó viuda y dos hijas pequeñas huérfanas, a quienes no quedó pensión, porque solo llevaba diez meses en el cuerpo.
La Torre de Hércules ha visto muchos naufragios en su dilatada vida. Primero pequeñas embarcaciones cargadas de ánforas, después barcos mercantes de vela, como El Gallego, que naufragó en 1770 y produjo la pérdida de muchas vidas humanas. En épocas más cercanas, el 13 de mayo de 1976, el petrolero Urquiola entraba en la bahía de La Coruña, cargado de crudo para la refinería. Antes de las ocho de la mañana enfilaba el canal para entrar en el puerto. Cuando el práctico se dirigía hacia él, el Urquiola tocaba fondo y en su casco se abrían las primeras grietas. La decisión de sacar a mar abierto el petrolero no resultó como se esperaba, ya que por segunda vez y con mayor fuerza, el buque tocó en el mismo bajo, reventaron varios tanques y comenzó el vertido de petróleo. Cuando la proa estaba casi sumergida debido a la inclinación que sufrió la nave, el capitán ordenó su evacuación. Solo él perdió la vida. Hasta el último momento el práctico, Benigno Sánchez, permaneció a bordo del buque y cuando se produjo el incendio se lanzó al mar, alcanzando a nado la costa tras nadar dos millas.
El 3 de diciembre de 1992, otro petrolero, el Mar Egeo, en medio de enormes olas, se golpeaba con la costa de punta Herminia, partiéndose en dos. Tras una explosión, las llamas y el crudo se propagaron por el mar. Desde el primer momento se pensó en una negligencia, ya que el buque comenzó la maniobra sin práctico y terminó derramando 80.000 toneladas de crudo.
La Torre de Hércules continúa en su sitio, a pesar del paso de los siglos, dando su característica orientación para los navegantes. Actualmente el faro es visitable y desde su balcón puede verse una magnifica panorámica de la ciudad de La Coruña y del océano Atlántico.
Como colofón, me complace comentar que el 1 de febrero de 2008 todos los faros importantes de España se encendían, a medio día, para apoyar que este faro...