CAPÍTULO IV
LA IRA
LA IRA es una locura pasajera: Horacio, Epístolas, I 2, 62
LA IRA ES el afán de vengar una injuria o el impulso del ánimo a hacer daño a aquel que, o te ha hecho daño, o ha pretendido hacértelo: Séneca, De ira, I 2, 3b
CUANDO TE IRRITES, comprende que no solo te ocurre este mal, sino que a la par engordaste el hábito y echaste sarmientos al fuego: Epicteto, Diatribas, II 18, 5
El De ira es, entre los llamados «diálogos» de Séneca, el más extenso con diferencia: abarca tres libros (citados aquí con números romanos: I, II, III), y sobre su origen, composición y alcance se han vertido, como es habitual en nuestra disciplina, ríos de tinta. Digamos, sucintamente, que, al igual que en otros apartados de la filosofía antigua, también sobre esta pasión hay antecedentes de los griegos: tanto Filodemo de Gádara, como Soción de Alejandría (coetáneo de Séneca y uno de sus maestros griegos vivos: los otros dos serían los romanos Fabiano y, sobre todo, Átalo) y Posidonio de Apamea escribieron sendos perì orguês (= «sobre la ira»).
Por otra parte, también los grandes filósofos (Pitágoras, Platón, Aristóteles, Epicuro y Zenón) se habían preocupado de esta pasión.
Pero en Roma todo adquiere un carácter más práctico. Como afirma Fillion-Lahille (o. c., p. 21): «Al romanizarse la filosofía del Pórtico Medio (a saber, la filosofía estoica de Panecio y Posidonio), aquella se hace más cuidadosa de la eficacia y de los consejos prácticos».
El De ira es una obra de principios de los años cuarenta de nuestra era, cuando el filósofo cordobés andaba por los cuarenta y cinco de su edad, por tanto, un par de décadas anterior a su obra más madura y conseguida, las Epístolas, de la que tan profusamente hemos extraído en este libro enseñanzas. Todavía, en esta última obra dirá (116, 3): «¿Quién niega que todas las pasiones dimanan de un principio en cierto modo natural? La naturaleza nos ha encomendado el cuidado de nosotros mismos, pero, cuando pones excesivo empeño en dicho cuidado, se convierte en vicio».
Pues, en efecto, erradicar por completo toda pasión equivaldría a convertirnos en autómatas, cuando, como opinaba Hegel, «nada grande se ha hecho en este mundo sin pasión» (dictamen que, por cierto, en prácticamente los mismos términos ya había formulado Aristóteles). Diríamos, pues, que las pasiones (y, en concreto, la ira) habría que modularla como se hacía con el viejo quinqué de petróleo, cuya llama se aumentaba o disminuía mediante una ruedecita giratoria, acrecentando o reduciendo, consiguientemente, de este modo, la iluminación.
No obstante, he aquí lo que aseveraba Marco Aurelio:
XI 18 Cuántas mayores dificultades nos reportan las cóleras y tristezas motivadas por tales cosas (a saber, los fallos y malas acciones de los demás) que lo que son aquellas mismas por las que nos encolerizamos y entristecemos. Hay que tener en cuenta, en lo de las cóleras, que enojarse no es varonil.
Asimismo:
I 9 De Sexto, no dar jamás la impresión de cólera.
II 1 Ni que se irrite con el destino presente.
VI 26 Conviene que tú, sin dejarte perturbar, sin enojarte con quienes se enojan contigo, lleves a cabo metódicamente tu propósito.
VI 38 Es innecesario irritarse con las cosas, pues de nada se preocupan.
VIII 8 No te es posible leer; pero dominar la cólera sí es posible.
XI 18 Quita y elimina el juicio (sobre las acciones de quienes yerran con nosotros), y remite la cólera.
XII 8 Igual que la tristeza es débil, también lo es la cólera.
XII 26 Cuando te irritas por algo, has olvidado (…) que cada uno vive solamente el presente y que eso es lo que pierde.
Epicteto, I 18, 16 Aquello que uno posee eso pierde. ´Perdí mi vestido´. Porque tenías un vestido (…) ¿Por qué te irritas? Pues lo que son riquezas son pérdidas y fatigas.
III 12, 10 Hombre, ejercítate, si eres arrogante, en sufrir verte denostado, menospreciado: en no irritarte.
Lucrecio, III 1045 ¿Y tú dudarás y te irritarás porque has de morir?
Juvenal, X 360 Que ignore la cólera.
SÉNECA
PRIMERO: Esencia de la ira
Epístolas, 18, 14 Dice Epicuro: ´La ira desproporcionada engendra la locura´ (…) Esta pasión se inflama contra todas las personas (…) No importa cuán grande sea la causa de la que nace, sino sobre qué clase de espíritu recae (…) Así es: el final de una gran ira es la demencia.
De ira, I 1, 1 Me pediste, Novato, que escribiese cómo se puede calmar la ira, y no sin razón me parece que has sentido miedo principalmente de esta pasión (adfectum), la más siniestra y rabiosa de todas. Pues las demás poseen algo de tranquilidad y calma, esta, empero, va toda lanzada y al ataque, enloquecida con una ansiedad, escasamente humana, de dolor, armas, sangre y tormentos; descuidada consigo misma con tal de dañar al otro, y se abalanza sobre sus propios dardos, ávida de una venganza (ultionem) llamada a arrastrar al vengador.
I 1, 2 Así que algunos de entre los sabios varones han dicho de la ira que es una «locura pasajera» (breuem insaniam).
I 1, 5 Los demás <vicios> cabe ocultarlos y alimentarlos a escondidas: la ira se exterioriza y salta a la cara, y cuanto más grande, tanto más a las claras se enardece.
I 1, 7 Y no ignoro que las demás pasiones (adfectus) son también difíciles de ocultar, que la lujuria, el miedo y la audacia emiten sus señales y pueden ser conocidas de antemano (…) Entonces, ¿cuál es la diferencia? Que las restantes pasiones se manifiesta...