Arqueología industrial
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Arqueología industrial

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Arqueología industrial

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La arqueología industrial es una metodología que permite profundizar en el conocimiento de la sociedad industrial-capitalista a partir de los restos materiales conservados, igual que la arqueología tradicional lo hace para períodos históricos más remotos. Hasta la fecha, sin embargo, ha predominado la identificación de la disciplina con el estudio y conservación del patrimonio industrial. Esto es así, fundamentalmente, porque la arqueología industrial no ha merecido la atención de los historiadores de la época contemporánea, ni de los arqueólogos, para quienes la historia de la humanidad parece que termine como mucho en la Edad Media. Analizar cómo se ha llegado a esta situación, explicar las diferencias entre arqueología industrial y patrimonio industrial, y examinar las técnicas propias de la disciplina, son el objetivo principal de este libro.

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Información

Edición
1
Categoría
Geografía
III. TÉCNICAS DE TRABAJO EN ARQUEOLOGÍA INDUSTRIAL
La práctica de la arqueología industrial implica la búsqueda e interpretación de todo tipo de restos materiales, independientemente de su estado de conservación, de si están en el subsuelo o sobre la superficie de éste, en el medio urbano o en el rural. La proximidad en el tiempo de los restos industriales hace que éstos se conserven en muchos casos sobre la superficie, lo cual supone que lo elevado tiene una especial relevancia. Esta circunstancia ha hecho que, en ocasiones, el trabajo de campo de la arqueología industrial se reduzca al estudio de la arquitectura de la época industrial, especialmente la fabril o de carácter productivo y las obras públicas, aislándola de su contexto, es decir, prescindiendo del paisaje que la rodea y la explica. La identificación de la disciplina con las tareas derivadas de la preservación y protección del patrimonio industrial ha supuesto que se haya prestado una especial atención a las construcciones arquitectónicas y las obras de ingeniería.
El estudio de la arquitectura, sin embargo, no consiste sólo en «enfatizar exclusivamente la parte técnica o inginierística o exaltar solamente aquello artístico y cultural» (Carandini, 1991: 20). Son éstas, obviamente, maneras distintas de acercarse a una misma realidad, todas ellas legítimas. Ahora bien, no pueden considerarse –como suele ocurrir en muchas publicaciones– técnicas propias de la arqueología industrial. Y esto no por una simple cuestión de terminología ni por velar por la pureza de la disciplina, sino porque son insuficientes para alcanzar el objetivo que la disciplina pretende. Como ya hemos dicho repetidas veces, éste es la obtención de conocimientos históricos de la sociedad industrial-capitalista a través del análisis y la interpretación de los restos materiales generados durante el mencionado período. ¿Cómo conseguir estos conocimientos sin poder identificar las diferentes partes que conforman una edificación y poderlas relacionar temporalmente entre sí? Y, sobre todo, sin tener en cuenta dónde están y por qué se ubican en un determinado lugar. ¿Qué puede hacer un historiador del arte o de la arquitectura ante un edificio cuyas características estilísticas/estéticas o arquitectónicas son inapreciables, o simplemente carece de ellas, cosa habitual?
Aproximarse al estudio de la sociedad industrial a través de los restos físicos exige el conocimiento de un amplio abanico de técnicas, entre ellas, y de manera primordial, las propias del método arqueológico. Sin conocerlas no se puede practicar la arqueología industrial. La observación, identificación, análisis e interpretación de lugares y estructuras necesitan la utilización de procedimientos como la estratigrafía, la prospección o la excavación. También necesitan los datos que nos pueden proporcionar la documentación escrita o la información oral. Unas y otras son necesarias, pero la realidad es que difícilmente se aúnan por parte de los que se dedican a la arqueología industrial.
En esta parte de la presente monografía trataremos de ver cuáles son los pasos que debe seguir quien quiera iniciarse en la práctica de la arqueología industrial, partiendo de que sus procedimientos –prospección, excavación y documentación y análisis del registro– son básicamente los mismos que los de la arqueología y que lo mismo ocurre con la mayor parte de las técnicas, especialmente la estratigrafía y, más concretamente, la estratigrafía muraria. Nos serviremos tanto de las aportaciones de varios autores como de nuestra experiencia a lo largo de los años en los que nos hemos esforzado por aplicar estas técnicas al estudio de la materialidad de la época industrial. El lector entenderá, en consecuencia, la gran cantidad de referencias que hacemos a la ciudad de Alcoi, puesto que es allí donde hemos llevado a término la mayor parte de nuestro trabajo, realizando varias campañas de prospección y excavación entre 1998 y el 2004.
1. TÉCNICAS NO DESTRUCTIVAS
Durante mucho tiempo se entendió que la excavación era el único procedimiento arqueológico capaz de aportar datos, de realizar hallazgos arqueológicos. Cualquier estudio arqueológico sobre el terreno se identificaba con la excavación de forma exclusiva. Excavar, sin embargo, significa destruir. A medida que la arqueología fue perfeccionando sus procedimientos de trabajo, esta identificación que se hacía de ella con lo que sólo es una fase de la investigación –esencial, pero no necesaria– fue perdiendo predicamento. Una cada vez mayor atención hacia la cultura material en su conjunto y la progresiva asunción de nuevos planteamientos respecto a las estrategias y los procesos arqueológicos, en gran parte por la influencia de la arqueología anglosajona, más avanzada que en el resto de países, llevaron a desarrollar técnicas de trabajo que, sin cuestionar la importancia de la excavación, permitían un acercamiento a la materialidad menos costoso económicamente y menos agresivo. Es lo que se conoce con la denominación de técnicas no destructivas.
Se entiende por técnicas no destructivas –o «poco destructivas», como algunos matizan– aquellos procedimientos cuya aplicación no supone la eliminación de estratos o unidades, o que, en todo caso, minimizan el impacto destructivo, tales como la prospección superficial –estudio sistemático de los restos existentes en la superficie del suelo– o las que se derivan del uso de las técnicas estratigráficas murarias. El conjunto de técnicas no destructivas es amplio. Cambi (Francovich: 259-270) incluye dentro de ellas el análisis de imágenes remotas (de satélite, aéreas) y de cartografía, los estudios geofísicos (prospección geo-eléctrica, prospección geomagnética, prospección electromagnética) y las prospecciones analíticas o intensivas. Señala, asimismo, que no hay un procedimiento único que sea válido para todas las situaciones, por lo que hay que escoger en cada una aquellos que mejor se adapten a los objetivos de nuestra investigación. Aquí nos centraremos, por lo tanto, en aquellas técnicas no destructivas cuya aplicación puede ser útil a la arqueología industrial en determinados casos (los métodos geofísicos) e imprescindible en otros (caso de la prospección intensiva, dentro de la cual, y como pasos de la misma, incluimos el análisis y la interpretación de cartografía y fotografía aéreas, además del análisis estratigráfico y el recurso a los registros no arqueológicos).
1.1 La prospección
El término prospección suele emplearse para el conjunto de trabajos que generalmente preceden a la excavación y que se aplican al estudio de una zona geográfica con el fin de averiguar los posibles yacimientos de ésta. Supone una inspección directa de zonas de territorio que tienen que estar bien definidas, definición que responderá en última instancia a los términos en los que hayamos planteado la pregunta de investigación. La prospección es especialmente relevante en arqueología industrial, no tanto –que también– por los descubrimientos que puedan hacerse durante el trabajo de campo, sino porque, como ésta generalmente trabaja con restos que se conservan sobre la superficie del suelo, una correcta aplicación de las técnicas propias del proceso puede dar resultados ampliamente satisfactorios. Una prospección bien hecha puede, así, hacer innecesaria la excavación. Además, la prospección no es destructiva y la excavación sí, por lo que siempre que sea posible debe preferirse prescindir de esta última. Por otra parte, las técnicas prospectivas han evolucionado de tal manera que son muchas las ocasiones en las que la prospección se convierte en un fin en sí misma para la obtención de los conocimientos históricos que justifican la investigación, dejando de ser sólo la fase que, según la arqueología más tradicional, precede a la excavación.
Podríamos decir que la prospección es más útil cuanto más nos acercamos al presente. Como pone de relieve Cambi (Francovich, 2001: 305) hasta finales de la década de los ochenta y principios de los noventa del siglo pasado
se insistía en la validez absoluta de la prospección arqueológica como instrumento para adquirir datos arqueológicos válidos indiferentemente para todos los períodos históricos, desde la prehistoria a nuestros días.
Mas esta apreciación ha ido cambiado a medida que se ha constatado que el método puede no resultar útil para aquellos períodos, como la prehistoria (el Neolítico) y la Alta Edad Media, y en general para las fases caracterizadas por formas de antropización poco intensas, ya que los restos generados por el hombre serán más escasos y dispondremos, lógicamente, de menos referentes para el estudio de la cultura material. Esto sitúa, consecuentemente, al período industrial como uno de los más apropiados para prospectar, en tanto que su paisaje es, de todos los períodos de la historia, el que mayor nivel de antropización presenta, cuando además sus testimonios materiales son los más recientes y, por tanto, los que mejor podremos observar por su, al menos sobre el papel, mayor consistencia.
La prospección es el instrumento fundamental para la reconstrucción de paisajes del pasado y tiene como objetivo principal la identificación sobre el terreno de los componentes genéticos que forman parte de un determinado paisaje. Es necesario que la entendamos como el conjunto de procedimientos empleados para el registro y análisis arqueológico de las evidencias de éste, por lo que debemos considerar el paisaje desde el punto de vista arqueológico. La evidencia física nunca puede aislarse de su amplio paisaje y de su contexto social sin situarse fuera de los límites de la arqueología: el trabajo, el capital, las materias primas, el transporte, la tecnología, la propiedad y el poder, todos han tenido un impacto sobre el paisaje y proporcionan el contexto de la industrialización (Clark, 1987). Aun así, los estudios sobre la industrialización, la mayoría de carácter económico,
se basan casi siempre exclusivamente en la evidencia documental; cuando utilizan la evidencia física es a menudo para confirmar o negar las fuentes documentales, y no generalmente como fuente primaria por derecho propio.
Hay que contemplar
todas las evidencias físicas que todavía se observan y pueden ser registradas y las que pueden reconstruirse a partir de mapas y documentos. Las principales fuentes para su estudio son las propias características del paisaje: forma y estructura del suelo, modificaciones hechas durante su explotación, las evidencias físicas de la industria, edificios, arquitectura e instalaciones (Alfrey y Clark, 1993: 3).
La prospección es, en consecuencia, un examen del paisaje que no puede llevarse a cabo si no es desde el conocimiento directo del mismo. Para ello, sigue una serie de procedimientos que atienden a un conjunto de pautas, o normas. La prospección no se hace arbitrariamente. Mediante la prospección seleccionamos el área que se va a estudiar y lo hacemos de forma razonada y realista. La delimitación de un área vendrá determinada en última instancia por la pregunta previa planteada en nuestra investigación. No se trata de recoger información de manera indiscriminada, sino que el planteamiento que hagamos tiene que estar en función de los resultados que queramos obtener. No se debe confundir con las tareas propias de un inventario.
La mayoría de los vestigios de la época industrial son visibles; en mayor o menor medida, se han conservado sobre la superficie del suelo. Esto hace que, aparentemente, la prospección, entendida como el procedimiento para descubrir las huellas de la acción antrópica sobre el paisaje, pueda parecer una tarea casi innecesaria en arqueología industrial. Sin embargo, como hemos visto anteriormente, esta aseveración dista mucho de ser cierta. No se trata únicamente de averiguar qué se esconde en el subsuelo, pues incluso aquello que se ha conservado casi intacto requiere la prospección para obtener unos resultados satisfactorios en su estudio. El reconocimiento del lugar es siempre el paso previo a cualquier actuación sobre él. La prospección sería, pues, la fase documental imprescindible en todo proceso de investigación una vez que hemos formulado la hipótesis, o las hipótesis, de trabajo. Como dice M. Palmer (1998: 79), las técnicas derivadas de la prospección, el examen geofísico y la fotografía aérea, no siempre son apropiadas para el estudio de las evidencias del período industrial conservadas sobre la superficie del suelo, si bien hay lugares sin evidencias sobre el suelo donde estas técnicas sí resultan valiosas. Lógicamente, si lo que queremos investigar son bienes muebles –máquinas, pongamos por caso– o un edificio que conserva la totalidad de sus estructuras, puede parecer que así es, pero incluso en estos casos el recurso a las técnicas derivadas de la prospección resulta inevitable: ¿dónde estaba situada la máquina?; ¿cuál era su disposición en el interior de la fábrica? En Alcoi, por ejemplo, uno de los factores que propiciaron el despegue de la industria metalúrgica local fue la fabricación de maquinaria para las fábricas textiles, y también las papeleras, la cual, siguiendo los modelos de la maquinaria importada, se adaptaba a las necesidades del espacio de que disponía quien la encargaba. Averiguar, pues, cuestiones como su disposición en una fábrica concreta difícilmente puede hacerse sin recurrir a una prospección, aunque sea superficial, sobre todo cuando, como es el caso, no hay documentación escrita que nos informe al respeto. Así, si nosotros sabemos que la máquina en cuestión pudo fabricarse en un período determinado –las selfactinas, por ejemplo, no se introdujeron a finales del XIX–, la inspección ocular y el análisis de las huellas que podamos encontrar en fábricas que se dedicaron al hilado en este período nos pueden dar razón de cómo se distribuía el espacio productivo y en qué condiciones se trabajaba en un lugar concreto. También un edificio, aunque conserve intacta la totalidad de sus estructuras, no puede entenderse sin relacionarlo con el medio físico en el que se halla, y ello tampoco puede realizarse sin acudir a la prospección. Nat...

Índice

  1. Portada
  2. portadilla
  3. Créditos
  4. Dedicatoria
  5. PRESENTACIÓN
  6. I. QUÉ ES LA ARQUEOLOGÍA INDUSTRIAL
  7. II. LA CULTURA MATERIAL DE LA SOCIEDAD INDUSTRIAL
  8. III. TÉCNICAS DE TRABAJO EN ARQUEOLOGÍA INDUSTRIAL
  9. IV. EL PATRIMONIO INDUSTRIAL
  10. BIBLIOGRAFÍA