EL NOMBRE QUE SIEMPRE SE NOMBRA
Antonio Domínguez Rey
UNED
El lenguaje procede singularizando por más que sólo retengamos de él la acción común y la conveniencia que el uso nos reporta. Sin embargo, hasta siendo algo comunitario y reducido a género también común, cada expresión suya pasa por una mente y una boca singular. Ninguna palabra es, en tal sentido, genérica. Asocia en sí parte individualizada y parte comunitaria,
y
,
langue y
parole según las famosas divisiones respectivas de W. von Humboldt y F. de Saussure, sin que coincidan correlativamente. En esto muestra el lenguaje la misma ambivalencia del concepto: se concibe en uno y en tanto es o sirve a todos, pues la palabra adquiere esencialidad, dice Humboldt, en el otro que oye, escucha y ya por ello responde. Al hablar o pensar, la mente establece una relación interna común/propio, singular/plural, al menos dos, un Yo/Tú o un Yo/Tú//Él, considerados Yo/Tú en este caso como complementarios de la esfera humana de un «actuar común [
durch Einwirkung gemeisamen Handelns]»
y subsumida en la más genérica de la contraposición Yo (no-yo)/Él, donde, no obstante, el Yo se descubre además inmerso en ella como otro y otro-Tú en cuanto (no-yo) de Yo y (no-yo) de Él, a su vez (no-tú) también de éste, todo un cúmulo de negaciones e identidades nunca
mismas, pues contienen diferencia nada más afirmarse. El conjunto Yo-Tú forma en tal sentido la palabra que resalta luego M. Buber como esencial y donde Humboldt intuye un carácter específico del lenguaje, una impronta traslapada que ya viene implícita en cada lengua como rumor ontológico de mundo.
Y ese trazo inherente afecta en lo sucesivo al conocimiento, de tal modo que sólo la conciencia crítica puede precisarlo, pero tampoco se libra de él al hacerlo. Hay textos que, como ciertos poemas, parten de este
gramma del lenguaje, por ejemplo algunos de S. Mallarmé y P. Valéry.
En el diálogo fundacional del lenguaje ya coinciden tres esferas o un conjunto y dos subconjuntos formados, aquél, por la universalidad de los seres representada en el pronombre Él, y estos otros por la esfera mancomunada –atiéndase al valor etimológico del vocablo– Yo/Tú y la particular, incluso individual, de Yo y no-Yo, primero como parte de lo común –objeto de la representación– y luego, pero al unísono, lo propio de cada uno, el Yo singularmente experimentado. El diálogo concita, pues, un juicio traslapado de relación género-especie y de éste con lo particular singularizado, lo cual amalgama otras relaciones psicológicas y lógicas inherentes además de complementarias. La palabra «Yo» es un juicio sintético múltiple, una síntesis procesualmente analítica. Y por derivación, cabe concluir, como advierte Á. Amor Ruibal, que en toda palabra subyace este tipo de juicio. La esfera del subconjunto Yo/Tú polariza de inmediato otra relación pronominal Él (Ello) también prelatada siempre en toda comunicación. No habría entonces conceptos propiamente individualizados, aunque sí singulares, o lo individuo suyo sería también Otro, es decir, una correlación polarizada.
El lingüista G. Guillaume sitúa una «persona objeto» o «persona lógica» en Yo y Tú, un ille inherente al lenguaje y reflejado en la estructura del verbo. El Yo del lenguaje se nos presenta entonces como aquello que no me siento o me sorprende, me extraña, no siendo el Yo que toco, identifico y protejo incluso, según algunas observaciones intrauterinas, con instinto retráctil en estado de feto, cuando éste se siente amenazado. El Yo del lenguaje sería enunciado de ese otro Yo ineludible, presente en uno mismo sin darnos cuenta de él hasta que nos extraña, nos sitúa en circunstancia prepositiva. Un Ego/Ille, un Tú/Ille, un Él en realidad Illud, un Él/Ello. El Yo locutivo encierra una distancia al menos fónica, un tránsito inherente a toda emisión fonémica, un fundamento pneumático, respirativo, que ya nos conecta con el mundo al tiempo que nos damos cuenta de estar en él siendo parte suya, sístole y diástole, dice el filósofo M. Blondel, del pensamiento cósmico. Respiramos mundo y producimos conceptos, palabras. El lenguaje lleva implícita por ello la dimensión objetiva ille que descubrimos ontológicamente en la relación espontánea, ontológica [Yo/no-yo: Tú (no-yo)/(no-yo: no-tú) Él] y filogenética Yo/Tú, ya presente en la interrelación materna del hijo.
La diferencia establecida entre concepto y palabra al mentar el pensamiento y el hecho del habla nos remite a esa otra dimensión interna que nos induce a considerar por separado uno y otro término, o bien se fusionan e identifican, hipótesis poco probable tanto en Lingüística como en Filosofía del lenguaje. ¿Qué hay, pues, intermedio? ¿Más concepto? ¿Más palabra? Seguro que más mente o inteligencia, es decir, más actividad cognoscitiva, más
y
, más
,
y
.
La relación aludida es, por una parte, el espacio nombre de la denominación y Sinngebung husserliana, y por otra, del nexo o vínculo entre sonido e intención significativa del concepto, que aportan esencia a la palabra según Humboldt y luego Merleau-Ponty, por ello también lazo ontológico del nombre con lo nombrado y respecto de sí mismo, en cuya relación se muestra mundo del mundo. Alcanzamos el límite del signo lingüístico, pero no de una voz supuesta, en cierto modo aún viva por su filiación a un pasado remoto, primero indefinido y luego infinito. El lenguaje habla más acá de un más allá inaprensible. No sólo, pues, el futuro aún no abierto, en expectativa, sino también el pasado son dimensión o entretiempo de un presente inmemorial, paradójico. La palabra y el signo quedan flotando como islas ni siquiera pegadas al subsuelo de un océano infinito.
Sabemos, sin embargo, que el nombre nombra porque ha nombrado. Contiene una evocación, ni siquiera hilo, del proceso ya invisible e inaudible, una filiación imaginaria fundada en un presente suyo que se deslíe tan pronto lo pensamos. El nombre nombra el intersticio del tiempo que posibilita su existencia y le permite sustituir o transitar a otro según el ahijamiento o la afinidad expresiva que lo configura en un enunciado. Pero si pretende nombrarse a sí mismo, bien redunda, bien capta en cierto modo la moción que lo favorece: reddere y prendere fundidos como rendere en la Edad Media y, de ahí, rendre, se rendre compte, por ejemplo, en francés. En el primer caso redunda, pero en el segundo entra aún más en la nominación o acto de dar nombre a algo configurándose como la conciencia al darse cuenta de sí misma. El nombre nombre es lo que es en segunda instancia de la moción que lo subtiende, pero gracias a ello nomina también a otros nombres concebidos como palabras. El lenguaje implica un acto nominal continuo y éste una dimensión interna discursiva que sólo comprendemos al analizarla, reflexionando sobre ella.
La Lingüística circunscribe este problema con el nombre de metalingüística o referencia del lenguaje a sí mismo, pero prescindiendo del discurso en él incurso. Sólo él y la conciencia descubren esta sobredimensión o espacio tiempo del acto nominal. Husserl resolvió el problema con la noción de recubrimiento de actos que se objetivan y fundamentan traslapados hacia el universal trascendente o Yo último cuya moción tensional se retrae proyectándose, no obstante, sobre el nexo de las vivencias primero, de los nudos noéticos después, y de las estructuras racionales, categóricas, finalmente. Se sobrentiende que las transiciones entre nexo, acto y las estructuras de cadenas objetivas, categorizantes, siguen siendo fl ujo noético, seelischen Fluidum, y que su entrecruzamiento, motivado por la realidad percibida y designada, fija los límites conceptuales o noemas. El hecho de referirse un término o signo a otro determinándose mutuamente (quien determina es determinado a su vez) presupone una moción interna de largo alcance hasta llegar a la energeia, la innere Sprachform y el innere Sprachsinn de Humboldt y sus comentarios en H. Steinthal. Tanto la Lingüística como la Filosofía presuponen esta fuerza interna y procesual en la facultad cognoscitiva. Puede decirse incluso que ésta es la vis, virtus, Potenz o energeia, la semilla que, constante, brota en un punto determinado del pensamiento como metáfora inevitable de su propia descripción, es decir, como recurso nominal inel...