La crisis de occidente
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La crisis de occidente

Orígenes, actualidad y futuro

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Orígenes, actualidad y futuro

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¿Qué ha pasado con Europa? ¿Sucumbirá finalmente o hay lugar para la esperanza?Europa hunde sus raíces en una fusión de cuatro elementos que han configurado su identidad: helenismo, romanismo, germanismo o eslavismo y cristianismo. Sobre ellos ha sustentado el mensaje que ha transmitido al resto de la humanidad y que ha dado origen a la civilización occidental, principalmente al proyectarse hacia América. Sin embargo, desde un cierto momento histórico comenzó a producirse una alteración progresiva con respecto a sus fundamentos y, a consecuencia de ella, en nuestro tiempo nos encontramos ante una verdadera crisis de civilización que amenaza con el mismo ocaso de ésta. "La crisis de occidente" se ha convertido en una obra imprescidible para reconocer nuestros orígenes, y cómo Occidente fue cimentada en base a una fe y una cultura cristiana que nos atañe a todos de una forma u otra. La obra está fundamentada desde una idea arquitectónica -y no es simple metáfora-, solo hay que ver cómo se titula cada parte del libro. El autor se retrotrae a una etapa de construcción donde Europa no era reconocida como lo que es hoy, una sólida agrupación de países ricos y desarrollados, si no cuando era un gran paraje de pueblos disueltos en una geografía que les sobrepasaba. La edific ación de Europa, a través del desarrollo de los monasterios benedictinos, fue la red necesaria para sostener lo que hoy conocemos como Occidente.

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Información

Año
2020
ISBN
9788418414480
Categoría
Historia
LA PRUEBA DEL TIEMPO
LA CRISIS DE LA IDENTIDAD EUROPEA
La plenitud de la Europa medieval vio venir su fin con la crisis y la ruptura que en diversos aspectos se produjo o se labró en el siglo XIV y explotó a partir del XVI en sucesivas fases. En conjunto, aquel edificio de la Cristiandad comenzó a amenazar ruina por la labor erosiva de diferentes agentes que configuraron lo que globalmente se ha conocido como la «Modernidad». No significa esto que la civilización triunfante del Medievo no permitiera el avance de la cultura humana en todas sus vertientes: al contrario, como hemos visto, fue en virtud de sus elementos constitutivos como precisamente pudieron lograrse en los siglos de la Edad Moderna notables conquistas. Sin embargo, lo dramático fue que, olvidando cada vez más los fundamentos esenciales de la civilización cristiana de la Europa medieval, se pensó en levantar una nueva era y una nueva construcción social y mental sobre bases distintas, en ocasiones incluso diametralmente opuestas. De ahí que, no sin razón, con frecuencia se haya resaltado la contraposición entre el Medievo y la Modernidad, si bien deben hacerse las matizaciones precisas, pues nos encontraremos con acertados y exitosos proyectos de progresar modernamente sin desenraizarse de la Tradición medieval, como sucedió en la España de los Reyes Católicos y de los Austrias.
Ciertamente, los componentes de lo que en conjunto suele entenderse como la «Modernidad», ofrecen en gran medida la explicación de la actual crisis de civilización que vive Europa y el peligro de la pérdida de su auténtica identidad, porque se está renegando de su esencia. La presente crisis de la sociedad europea arraiga en este desarraigo moderno respecto de las raíces que configuran el ser y la identidad de Europa.
* * *
Pero antes de entrar propiamente en este capítulo, es obligado hacer algunas reflexiones acerca de las deficiencias que en él sin duda podrán encontrarse y de las valoraciones del autor, que podrán ser criticadas —y no niego que tal vez en gran medida con justicia— por diversos motivos y desde distintas perspectivas. Ante todo, dejo manifiesto que, al ser éste un ensayo de pensamiento, está abierto a la crítica.
En este sentido, acepto la objeción que se me ha indicado, relativa a mi actitud general bastante severa hacia los autores de la Modernidad que aquí se mencionan con cierto detalle. Es verdad que quizá he incurrido en un juicio demasiado duro en ocasiones, si bien debe entenderse que no es tanto hacia ellos mismos como personas, cuanto a las ideas que sostuvieron y a los efectos que éstas han producido en la Historia de Europa y del Occidente. Por lo tanto, quede claro desde ahora mismo que la crítica que en las páginas siguientes se ofrece acerca de las ideas de la Modernidad, no significa una negación de la valía intelectual de sus representantes, muchos de los cuales, por supuesto, merecen el mayor reconocimiento en cuanto gigantes del pensamiento, aun con sus errores e incluso a pesar de sus contradicciones internas, cual es el caso de Kant, por ejemplo. Sin embargo, finalmente no he seguido, al menos de momento para este ensayo, una sugerencia encaminada a matizar más estas críticas a tales ideas, porque al repasar el capítulo y al contrastarlo con algunas otras lecturas, más bien me he confirmado en la tesis de que ellas son en gran medida responsables de la actual crisis de la identidad europea. Pero esta actitud que al final he mantenido, evidentemente, puede no estar exenta de error y tal vez incluso de obstinación por mi parte. El tiempo lo dirá y nuevas lecturas podrán aportar más luz al asunto, conforme a otra sugerencia.
Por otro lado, debo advertir que no soy propiamente filósofo y que en el terreno de la Filosofía me reconozco más bien aficionado, de tal forma que puedo estar desacertado en ocasiones en bastantes juicios. Y curiosamente, no siendo filósofo, en parte me sorprende a mí mismo el capítulo cuando lo releo, puesto que he incidido más que nada en el campo de las ideas a la hora de buscar las causas de la actual crisis de la identidad europea, en vez de indagar en otros elementos que sin duda han tenido su peso, de carácter sobe todo político, principalmente algunos como el revés de los tercios españoles en la batalla de Rocroi (derrota afrontada con el máximo heroísmo) y lo que ello significó para el declive de la hegemonía española en Europa y de su fuerza en la defensa de la causa católica, o el ascenso de Francia como nueva potencia que la suplantó y más tarde el de Inglaterra, o las nefastas consecuencias de la disolución del Imperio Austro-Húngaro en 1918 y la aniquilación de la Rusia zarista por el triunfo de la Revolución bolchevique de 1917. Todos éstos y otros más son aspectos, indudablemente, que poseen una importancia fundamental para la evolución del continente y de todo el Occidente e incluso del orbe entero, y me parece que habría de tenerlos más en consideración en otro estudio o ensayo posterior. Pero de momento opto por dejar lo escrito como está, dado que, desde luego, sigo pensando que el fondo de las batallas ha estado sobre todo en el campo de las ideas, a nivel teológico y filosófico.
También creo obligado establecer una distinción, según he apuntado un poco más arriba, entre lo que la historiografía conoce como Edad Moderna en sí y lo que aquí se denomina «Modernidad» en cuanto me refiero a «las ideas de la Modernidad». Y por eso, para evitar además dar la impresión de que el juicio sobre el campo de las ideas en la Edad Moderna es absolutamente negativo, se ha indicado igualmente antes que, por ejemplo en España, pero asimismo en otras naciones, en todo este tiempo y hasta nuestros días ha habido grandes figuras, notables corrientes y destacadas escuelas y centros de pensamiento que han ofrecido una línea de progreso sin romper con la Tradición anterior y sin negar de forma explícita ni implícita los fundamentos de la Cristiandad. Por referirnos al caso de España, baste citar las egregias escuelas de Salamanca y Valladolid, así como cabezas pensantes de la talla de los PP. Vitoria, Cano, Báñez, Soto, Suárez, Molina, Mariana, Zumel, Sáenz de Aguirre y tantos otros en los siglos XVI y XVII, con todas sus diferencias entre ellos, en ocasiones tan acusadas que en realidad reflejan la variedad y la riqueza de un pensamiento católico que para nada era un bloque cerrado y estático. Y al lado de ellos, habría que recordar los grandes santos de la Edad Moderna en toda Europa y América; por ceñirnos una vez más al caso español, parece suficiente mencionar a algunos como Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz, San Ignacio de Loyola y San Juan de Ávila, San Francisco Javier y San Francisco de Borja, San Juan de Ribera y Santo Toribio de Mogrovejo, entre otros muchos. Y posteriormente, ¿qué decir de figuras tales como las de Balmes y Donoso Cortés en el siglo XIX, siempre señeras en el pensamiento católico, y junto a ellas otras como Mons. Zeferino González y Antonio Aparisi y Guijarro en la misma centuria? ¿Qué decir de santos fundadores como el P. Claret, Micaela del Santísimo Sacramento y Soledad Torres Acosta, por sólo mencionar algunos?
Asimismo, teniendo en cuenta a los lectores de la edición italiana, ¿cómo no recordar a filósofos y teólogos de la categoría del cardenal Cayetano (Tomás Cayetano o Tomás de Vio) o santos como Felipe Neri, Carlos Borromeo, Camilo de Lelis, Jerónimo Emiliani o Roberto Belarmino? ¿Cómo no tener presentes, en el campo de la cultura y de la santidad, a pensadores católicos del siglo XIX como el Beato José Toniolo y santos renovadores de la pedagogía como Don Bosco, sin olvidar la talla de los grandes papas italianos de esta época? ¿Cómo no recordar a un misionero y defensor de la libertad de los negros africanos como San Daniel Comboni y a un campeón de la caridad como San José Benito Cottolengo?
La crisis en el campo de las ideas: la «Modernidad» europea
No es nuestra pretensión hacer una exposición detallada del proceso experimentado en el campo de las ideas en Europa desde el siglo XIV hasta nuestros días, pues para ello existen numerosas obras y sería muy prolijo. Sencillamente presentaremos las líneas generales de esta evolución y el modo en que han afectado con notoria gravedad al pensamiento europeo y a su proyección en las realidades religiosas, culturales, económicas, sociales y políticas.
Me veo obligado a advertir aquí que, si quizá se me ha indicado que la exposición del mencionado proceso puede dar la impresión de presentar un aspecto hegeliano, como de una necesidad dialéctica de sucesivas fases, no es ésa mi visión del conjunto ni ha sido, desde luego, mi intención. Sencillamente, tal proceso y evolución los entiendo si acaso en una relación causal, de causa-efecto, por influencias y derivaciones lógicas fundamentalmente en el campo de las ideas: esto es, me parece bastante claro que unas ideas influyen en el desarrollo de otras y muchas veces no sólo eso, sino que incluso conllevan una orientación o una explicitación posterior en un sentido determinado.
De forma global, para comprender lo que en la primera parte de este capítulo vamos a abordar, cabe incidir en el contraste que se observa entre el predominio antiguo y medieval de afirmación de la verdad objetiva y la tendencia moderna y contemporánea a la duda acerca de ésta, llegando incluso hasta su total negación. Si en el pensamiento medieval, recogiendo lo mejor del grecorromano y enriqueciéndolo notablemente, nos encontramos con la afirmación de la realidad objetiva como una evidencia, la «Modernidad» trajo la opinión de que es el sujeto quien configura esa supuesta realidad. En definitiva, si en la tradición clásica y medieval se sostiene la existencia de la verdad y de la realidad, la «Modernidad» apuntará en una línea que irá conduciendo poco a poco, o a veces de forma muy brusca, por el subjetivismo, el individualismo, el escepticismo y el relativismo178, llegando en último término hasta el nihilismo, del cual se acaba desembocando en la noción del absurdo y de la náusea, o bien en el extremo de un colectivismo asfixiante. Asimismo, de aquel teocentrismo medieval que valoraba al hombre en su justa medida y ensalzaba su dignidad singular como criatura salida de las manos de Dios y llamado a convertirse en hijo adoptivo suyo al hacerse partícipe de los méritos redentores de Jesucristo mediante el Bautismo, se pasaría a un antropocentrismo que progresivamente iría desplazando la realidad de Dios de la mente humana y de los proyectos de construcción de una nueva sociedad sin referentes sobrenaturales, pero que inevitablemente exigiría la adoración de nuevos dioses, de ídolos que constituyeran los nuevos valores y las nuevas metas.
He visto confirmada la línea general de la tesis aquí expuesta por lo que podido leer en un libro de San Juan Pablo II que, si bien no es un documento magisterial, cuenta con la autoridad moral e intelectual de este Romano Pontífice, un Papa filósofo. A la cuestión de cómo nacieron las «ideologías del mal» (comunismo y nacionalsocialismo), responde que para comprenderlo es necesario adentrarse «en el mundo de la fe, afrontar el misterio de Dios y de la creación y, especialmente, el del hombre», tocando aspectos tan importantes como el pecado original y la Divina Misericordia, en todo lo cual es muy clarificador el mensaje transmitido por la religiosa polaca Santa Faustina Kowalska179...

Índice

  1. PALABRAS PRELIMINARES A LA PRIMERA EDICIÓN
  2. PRÓLOGO A LA PRIMERA EDICIÓN
  3. PÓRTICO
  4. CIMIENTOSSER E IDENTIDAD DE EUROPA
  5. PILARES, ARCOS Y BÓVEDASLA FORMACIÓN DE EUROPA
  6. TÍMPANOS Y CAPITELESEL MENSAJE DE EUROPA
  7. LA PRUEBA DEL TIEMPOLA CRISIS DE LA IDENTIDAD EUROPEA
  8. RESTAURACIÓNLA ESPERANZA DE EUROPA
  9. PROYECCIÓN DE UN ESTILOEUROPA Y AMÉRICA
  10. APÉNDICEPATROCINIO MARIANO DE LAS NACIONES HISPANOAMERICANAS