La desaparición de Agatha Christie
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La desaparición de Agatha Christie

y otras historias sobre escritores misteriosos, excéntricos y heterodoxos

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La desaparición de Agatha Christie

y otras historias sobre escritores misteriosos, excéntricos y heterodoxos

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¿Imaginan a la joven Mary Shelley dando forma al monstruo de Frankenstein en las lúgubres noches del que fue conocido en todo el mundo como el año sin verano en Villa Diodati? ¿Sabían que Arthur Conan Doyle era un crédulo que creía en fantasmas, hasta el punto de que hubiera hecho avergonzarse a Sherlock Holmes, el analítico detective surgido del talento de su pluma? ¿O que el escritor japonés Yukio Mishima protagonizó en su país una intentona golpista de dramáticas consecuencias... para su propia vida? ¿Y que Guy de Maupassant recibía visitas de sí mismo? ¿Qué le ocurrió durante los once días perdidos de Agatha Christie, que provocaron una conmoción en el Reino Unido y una de las búsquedas de desaparecidos más grandes que había visto aquel país? Las respuestas a estas y otras sorprendentes preguntas sobre las biografías de algunos de los escritores más destacados de la literatura universal podemos encontrarlas en las páginas de este nuevo libro de José Luis Hernández Garvi, obra en la que las biografías de sus protagonistas cumplen el tópico de que la realidad supera la ficción.Con la fuerza de un estilo vigoroso que nos impide abandonar la lectura, el autor de La desaparición de Agatha Christie y otras historias sobre escritores misteriosos, excéntricos y heterodoxos nos conduce por el laberinto de las complejas personalidades de novelistas retratados con una paleta rica en matices y claroscuros. Un libro imprescindible para aquellos que quieran descubrir qué se esconde, realmente, detrás de la inspiración y la génesis literaria.Margaret Atwood dijo: "Querer conocer a un escritor porque te gustan sus libros es como querer conocer a un pato porque te gusta el paté". Este libro discrepa de la aseveración de la gran literata, pues disecciona los secretos más misteriosos, excéntricos y heterodoxos de los grandes genios de las letras universales.

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Información

Año
2020
ISBN
9788418578076
Categoría
Historia
— II —
Víctimas del lado oscuro
Desde siempre, los escritores que adquieren cierta fama han estado sometidos al escrutinio público, en una exhibición que en nuestros días ha alcanzado su punto álgido con el sometimiento dictado por las redes sociales. Los lectores agradecidos quieren saber más sobre sus autores favoritos, descubrir qué personalidad se esconde tras la mente del demiurgo que ha creado a los protagonistas de los libros que les cambiaron la vida, o si nos ponemos menos trascendentes, les hicieron olvidarse, mientras pasaban un buen rato, de lo que había más allá de los márgenes de las páginas que los encandilaron. De ahí la tendencia a idealizarlos mientras ponen cara a personalidades que imaginan virtuosas, conclusiones precipitadas que lo más probable es que no tengan nada que ver con la realidad.
Antes de que el marketing y los responsables de prensa fueran todopoderosos, eran los propios escritores los encargados de presentarse ante sus lectores sin usar demasiados filtros. También hay que decir que eran menos accesibles para el gran público, circunstancia que facilitaba la contención de sus manías, defectos o vicios dentro de una parcela privada hasta que sus biógrafos eran autorizados —o no— a desvelarlas. De esta forma, su intimidad, honesta o depravada, apenas era conocida por unos pocos que tampoco disponían de los medios para su difusión.
Sin embargo, en estos tiempos en los que impera la dictadura de lo políticamente correcto, los defectos, las particulares aficiones, los pasados incómodos o los simples comentarios en las redes sociales que comparten los autores, pueden tener un efecto catastrófico en las cifras de ventas, por lo que se hace necesario tenerlos bajo control y ofrecer una imagen mediática adecuada que no desentone de la que se han formado lectores y mitómanos. De esta forma, solo se nos permite la doble vida que llevamos en los libros que escribimos. La auténtica, la del día a día en nuestra existencia, la que nos presenta como hombres y mujeres de carne y hueso, queda restringida a un círculo íntimo o a merced de la vanidad o de las filtraciones.
Tengo claro que el capítulo que se disponen a leer no les va a dejar indiferentes por las sorpresas y decepciones que desvela. Y es que los escritores también tienen un lado oscuro, hasta reprobable en muchos casos, que permanece adherido a ellos durante toda la vida. Qué les voy a contar. Como el resto de los mortales.
— Uno —
Guy de Maupassant: el meteoro y el rayo
Tengo claro que el retrato de Guy de Maupassant serviría para ilustrar una entrada enciclopédica dedicada a los autores considerados malditos. Esta afirmación, por exagerada que pueda parecer, se afianza al conocer los detalles escabrosos de una biografía marcada por una personalidad hedonista dominada por la satisfacción inmediata de los instintos más bajos. Amoral, escatológico, cínico, provocador, pesimista o visionario son algunos de los adjetivos que han servido para definir un estilo literario de valores estéticos difícilmente clasificable en las corrientes de la época. Maupassant tuvo la suerte, y también la desgracia, de respirar la fragancia excitante que flotaba en el París de finales del Segundo Imperio. Trastornado por la intensidad de sus propias emociones y sentimientos, el escritor se zambulló en la procelosa corriente de los excesos, lastrado por la rueda de molino de sus propios traumas y los síntomas de una enfermedad mental que literalmente le consumieron.
Los orígenes de Guy de Maupassant son ya de por sí oscuros, sin que sus biógrafos se hayan puesto de acuerdo a la hora de determinar la fecha y lugar de su nacimiento. Las últimas investigaciones apuntan a que realmente nació el 5 de agosto de 1850 en el castillo de Miromesnil en la localidad de Tourville-sur-Arques, cercana al puerto de Dieppe. Su padre, Gustave de Maupassant, era un veleta y mujeriego impenitente, descendiente de una familia de ricos comerciantes, que se sentía atrapado en su matrimonio con Laure Marie Le Poittevin, dama distinguida que padeció las continuas aventuras amorosas de su licencioso esposo.
Laure había vivido la pasión por la literatura que se respiraba en su casa y desde joven había mostrado gran interés por todo aquello que tenía que ver con la cultura, especialmente por las obras de los clásicos, algo que era poco habitual entre las mujeres de su época. Su padre fue el padrino del escritor Gustave Flaubert y su hermano, Alfred Le Poittevin, poeta y abogado en la ciudad de Ruan, fue amigo íntimo del autor de Madame Bovary. Para cerrar el círculo de las conexiones familiares, Alfred se casó con Louise de Maupassant, hermana de Gustave, el marido de Laure.
El pequeño Guy tuvo una infancia como la de cualquier otro niño, pero la mala relación entre sus padres, marcada por la ausencia del amor y respeto entre marido y mujer, dejó una impronta traumática en el hijo, testigo de sus constantes discusiones que en algunas ocasiones llegaban a las manos. A esta herida de la infancia se unió la conmoción provocada por la enfermedad mental y muerte prematura de Hervé, su hermano pequeño, que había iniciado una prometedora carrera literaria que pronto quedó truncada. El síndrome del hermano ausente pesó como una losa sobre la conciencia de Guy, que para no defraudar el deseo de una madre neurótica, obsesionada con la pérdida de un hijo en el que había depositado grandes expectativas, dirigió sus pasos hacia la literatura con una dedicación absoluta que impresionó a sus contemporáneos por su fuerza arrolladora.
Guy tenía 12 años cuando sus padres decidieron separarse. El nacimiento de Hervé, cuando su hermano mayor tenía 6 años, no consiguió enderezar la marcha de un matrimonio que estaba condenado al fracaso desde hacía mucho tiempo. La decisión tomada por sus progenitores marcó un antes y un después en la vida de los dos hermanos, que experimentaron un sentimiento de indefensión y abandono que nunca les abandonó y que en el caso de Guy quedó plasmado en muchas de sus obras, impregnadas de un temor presentido e irremediable.
En 1859, Gustave de Maupassant encontró trabajo en la Banca Stolz en París y la familia se trasladó allí. Guy estudió en el Lycée Impérial Napoléon, una de las escuelas secundarias públicas con más solera de Francia. Cuando en diciembre de 1860 se formalizó la separación de la pareja, Laure obtuvo la custodia y tutela de sus hijos y se mudó con ellos a Étretat, bella localidad de Normandía famosa por sus espectaculares acantilados. Se instalaron en Les Verguies, una gran casa señorial del siglo xviii que Laure había adquirido antes de casarse siguiendo el consejo de su hermano Alfred.
En este entorno Guy vivió los años más felices de una infancia que pronto dejó paso a la adolescencia. Muy apegado a su madre, que le transmitió su amor por la literatura, el joven se crio en plena naturaleza, recorriendo los espectaculares paisajes que rodean Étretat y conviviendo con pescadores y campesinos del lugar, con los que compartió faenas y precoces tragos de aguardiente mientras le contaban leyendas y relatos que posteriormente influyeron poderosamente en su obra literaria. A su remilgada madre no le gustaban demasiado aquellas compañías y a los 13 años le matriculó en un internado católico de Yvetot. Guy no se mostró demasiado contento con una decisión que le obligó a abandonar un lugar al que se sentía íntimamente ligado, pero para no defraudar su deseo obedeció con resignado silencio.
Fue en esta nueva etapa de su vida cuando empezó a escribir sus primeros versos, quizá para olvidar los rigores del internado, un lugar sombrío y de rígida disciplina en el que al joven Guy, acostumbrado a disfrutar de una libertad sin ataduras, le faltaba literalmente el aire mientras languidecía lentamente. En esos años creció en él un profundo sentimiento anticlerical y contrario a la religión, tal vez como reacción a la opresión que experimentó en Yvetot, que perduró a lo largo de toda su vida. Ante el evidente empeoramiento del estado anímico del joven, su madre tuvo que acudir en su rescate para sacarlo de una institución que estaba consumiendo, literalmente, la vida de su hijo. Otras versiones menos amables de la historia cuentan que Guy fue expulsado al ser sorprendido leyendo un libro del Marqués de Sade.
Tras su paso por el internado, Guy de Maupassant completó sus estudios de secundaria en el liceo de Ruan. Considerado como un buen estudiante, entre clase y clase siguió escribiendo poesía y participó en varias obras de teatro, aficiones que indudablemente habían sido trasmitidas por su madre. Allí entró en contacto con el poeta y dramaturgo Louis Bouilhet, mentor y guía de Gustave Flaubert, del que había sido compañero de clase. En 1868, durante unas vacaciones de verano en Étretat, Maupassant rescató del agua al poeta británico Charles Algernon Swinburne cuando estaba a punto de ahogarse. El escritor, que a pesar del susto y la temprana hora —eran las diez de la mañana— todavía estaba borracho cuando consiguieron subirlo al bote, había decidido bañarse con el mar picado ignorando el peligro.
Swinburne estaba considerado como el l´enfant terrible de las letras victorianas y le gustaba escandalizar a sus contemporáneos puritanos con la temática controvertida de sus obras, de latente erotismo sadomasoquista y referencias recurrentes a cultos paganos. Homosexual representante del dandismo y escritor temerario candidato eterno al premio Nobel que nunca recibió, ejercía de inglés excéntrico entre la colonia británica que residía en la costas normandas. A pesar de su fama, Oscar Wilde dijo de él que todo era apariencia, incluidos unos vicios que predicaba pero nunca practicaba, opinión que seguro que estaba condicionada por la rivalidad entre ambos. El escritor rescatado de las aguas por el brazo decidido de aquel muchacho quedó impresionado por su fuerza y al día siguiente le invitó a comer a la casa con techo de paja en la que se hospedaba junto a su amigo George Powell, un coleccionista compulsivo que gastaba la fortuna heredada de su familia en viajar y atesorar valiosos objetos bizarros. Según las malas lenguas, era un fugitivo de la justicia británica, que le perseguía por supuesto abuso de menores.
Los pescadores que conocían al joven Guy le advirtieron de las perversas intenciones que podían albergar sus anfitriones, pero el muchacho desoyó el consejo y se presentó confiado a la cita, atraído por la intrigante personalidad de los dos ingleses. Swinburne y Powell le recibieron en la puerta de la rústica casa, sobre la que había una inscripción en la que su invitado no reparó en un principio. Al atravesar el umbral fue como si de pronto el rudo adolescente criado al aire libre entrase en un ambiente sofisticado que nada tenía que ver con la apariencia exterior de la vivienda. El comedor y las estancias estaban decorados con gruesos terciopelos de colores densos, libros raros apilados por los rincones, valiosos cuadros y objetos inquietantes.
La comida se desarrolló en un ambiente desenfadado, mientras los dos ingleses se preocupaban porque la copa del muchacho siempre estuviera llena de licor. En todo momento estuvieron acompañados por un pequeño mono que Powell tenía como mascota y al que no dejaba de azuzar para que molestase a Swinburne. Ante sus nuevos amigos el joven provinciano se sintió por primera vez como un auténtico paleto que no estaba a la altura de la sensibilidad artística de la conversación que mantenían sus anfitriones. Tras retirar los platos, Powell y Swinburne debieron pensar que el joven francés había bebido lo suficiente para ir un poco más allá. Sacaron entonces varias carpetas que abrieron ante él y que contenían una serie de fotografías de gran formato, supuestamente artísticas, en las que aparecían imágenes pornográficas de hombres desnudos y masturbándose.
Los dedos de largas uñas de Powell no dejaban de acariciar una mano momificada, que servía de pisapapeles y supuestamente había pertenecido a un condenado a muerte, mientras mostraba las láminas ante los ojos achispados de Guy, que en ningún momento mostró signos de excitación. La exhibición se interrumpió bruscamente cuando un joven criado, un refinado adolescente de color que había acompañado a la pareja de anfitriones desde el otro lado del canal, hizo acto de presencia para retirar la mesa. Ante la falta de resultados a sus insinuaciones los dos ingleses debieron pensar que no había nada que hacer con el muchacho y la sobremesa transcurrió por otros derroteros relacionados co...

Índice

  1. Raros y poco recomendables
  2. Inspirados por fantasmas
  3. Víctimas del lado oscuro
  4. Armas de mujer
  5. Bibliografía