La bahía de Venus
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La bahía de Venus

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"La bahía de Venus" se adentra en la etapa de la Segunda República española que comienza con el triunfo de la CEDA y del Partido Radical en las elecciones generales de noviembre de 1933 y concluye con la victoria electoral del Frente Popular en febrero de 1936. Durante este periodo de predominio político del centro-derecha y la derecha, fracasa el intento de construir en España una República distinta de la republicano-socialista que encarnó destacadamente Manuel Azaña. Los egoísmos políticos, la miopía institucional de unos y otros, el fraccionamiento económico y social, el frentismo y los escándalos de corrupción, todo ello, unido al rechazo de los que perdieron en las urnas a reconocer con todas sus consecuencias este resultado, no lo hicieron posible.Por esta espléndida novela histórica que es "La bahía de Venus", enclave geográfico situado en la guineana isla de Fernando Poo, transitan personajes históricos como Lerroux, Alcalá-Zamora, Gil-Robles, Núñez de Prado y otros muchos, junto a ficticios integrantes de la familia Ninet, a los que el autor ya dio vida en "La ciudad del Lucus", primera de sus tres novelas ambientadas en el Protectorado español de Marruecos.

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Información

Año
2020
ISBN
9788418578069
Categoría
Literatura
I
DON NICETO MANIOBRA CON LA AMNISTÍA
Una vez que recibió oficialmente la ley de amnistía aprobada por el Congreso de los Diputados a última hora de la tarde del viernes 20 de abril de 1934, Niceto Alcalá-Zamora, desempolvando la mejor toga de su larga trayectoria de jurisperito, se aferró todo el sábado y el domingo al estudio desmenuzador de tan controvertido texto legal que ponía en la calle, entre otros, a los actores de la rebelión del 10 de agosto de 1932, y principalmente a su cabeza más visible y popular, el general José Sanjurjo Sacanell.
Evacuó también varias consultas, y en la misma mañana del sábado recibió al exministro republicano Miguel Maura, opuesto pública y parlamentariamente junto a los socialistas y a republicanos de izquierda a la tan manoseada ley de amnistía.
Lerroux, tras la ardua victoria que supuso para él la aprobación de esta ley, se desplazó a Villa Rosario, su relajante retiro situado en el barrio de Gudillos del segoviano pueblo de San Rafael. Acariciaba la intención de reponerse del desgaste de aquellas duras jornadas parlamentarias, aunque todavía reinaba un tiempo frío y lluvioso y no era descartable la nieve.
Había disfrutado de un sábado plácido contemplando la lluvia mezclada con tímidos copos de nieve refugiado tras los ventanales que se abrían a un espléndido horizonte montañoso. En Villa Rosario se sentía otro, alejado de la mezquindad de la vida política que tanto había conocido a lo largo de su larga carrera y que hoy, en su último tramo, soportaba muy fatigosamente.
El domingo amainó la lluvia para acabar desapareciendo. Después de desayunar con más reciedumbre que lo hacía en Madrid, se dispuso a echar un breve vistazo a los documentos que había traído consigo más para cubrir las apariencias que para otra cosa. Se había calzado los botines con los que se pertrechaba para pasear por la ladera de Cabeza Líjar cuando chirrió el teléfono que, para estar siempre comunicado como exigía la alta función política que desempeñaba, habían instalado los servicios de la Telefónica. Hizo caso omiso de aquel desagradable ruido que se abría paso desde el interior de la vivienda y siguió con sus preparativos dando una muestra más de que la agilidad de movimientos lo había abandonado.
—Don Alejandro, siento importunarlo, pero es una llamada urgente —irrumpió con voz temblorosa un joven sirviente a quien adornaba aún el pelo de la dehesa.
—¿Urgente, qué urgencia ni cachocuartos?, ¡pero no saben que he venido a San Rafael para descansar de las insufribles sesiones del Congreso de esta última semana! ¡No me dejan vivir ni a tantos kilómetros de Madrid! —bramó Lerroux.
La cara de aquel gañán padeció durante unos segundos el azote de la duda angustiosa. Pero algo muy gordo o que él lo creía así lo empujó a volver a la carga.
—Perdone, perdone, don Alejandro —balbució con el miedo ante la reacción de este cincelando sus facciones—. Me han repetido varias veces que el presidente de la República —silabeó recalcando estas últimas palabras para justificar su impertinente insistencia— necesita comunicarse urgentemente con usted —repitió de memoria lo que le habían soltado por teléfono tres veces.
—Vaya, ya tenemos a don Niceto con sus cuitas. ¡Es que este hombre no deja de maquinar ni en domingo! —exclamó el jefe del partido radical ante la cara de asombro de aquel joven a quien la invocación de la presidencia de la República le sonaba a música celestial.
El muy veterano político acabó volviendo sobre sus pasos y reclamando que le pusieran con Alcalá-Zamora sin ahorrarse el soniquete despectivo con el que solía aludir al campanudo jurista de Priego de Córdoba.
* * *
La conversación fue breve y cortante. Mediaba entre ambos un mutuo recelo y una apenas disimulada animosidad que no los abandonaba ni en aquella rápida conversación telefónica obstaculizada por ruidos como de arrastre de piedras.
Lerroux colgó con enfado el auricular. «Ya está otra vez el eximio jurisconsulto con los tiquismiquis jurídicos con los que pretende encubrir su permanente obstaculización a mi política —rugió en su interior moviéndose nerviosamente de arriba abajo en el vestíbulo de aquella amplia vivienda de dos plantas coronada por un recio torreón—. Que es muy peligroso que los militares que participaron en la sanjurjada se puedan reincorporar al ejército, que si no está bien resuelta jurídicamente la devolución de los terrenos que se quitaron —en su ofuscación no supo encontrar término jurídico más acorde con su condición de licenciado en Derecho—, en fin, pegas y más pegas, tantas pegas que, para que acabe firmando la dichosa ley de amnistía, no me queda más remedio que convocar un consejo de ministros extraordinario en el Palacio Nacional bajo su presidencia. A ver si se acaba de convencer de que no le queda más remedio que firmar porque por mucho que se encabezone no va a encontrar ningún ministro que le dé el refrendo necesario para devolver la ley al Congreso», comentó interiormente para ordenar después que el coche lo recogiera a las cuatro de la tarde para volver a Madrid.
* * *
Cuando a media tarde del lunes siguiente su vehículo oficial atravesó la puerta de fina rejería madrileña del palacio de Villamejor, sede de la presidencia del consejo de ministros, Lerroux seguía enfadado tras la reunión que este órgano había celebrado por la mañana con carácter extraordinario en el Palacio Nacional.
El bello palacete de corte clasicista y huellas eclécticas situado en el arranque del paseo de la Castellana lo vio entrar con la mandíbula prieta como si quisiera impedir que se escaparan las ideas que bullían en su cabeza y la indignación que lo carcomía.
Antonio Sánchez Fuster, con la diligencia y obsequiosidad que le caracterizaban, se anticipó a su encuentro como secretario de la máxima confianza, puesto al que había llegado por su vieja relación política con Lerroux y su calidad de funcionario auxiliar de primera clase.
Subieron en el ascensor de propulsión hidráulica, cuya instalación en el hueco de la escalera principal había supuesto una gran innovación en la última década del siglo anterior. El líder republicano no hablaba pero sus ojos, reducidos a la mayor pequeñez por el efecto óptico de las lentes de miope, lanzaban destellos de contrariedad y hastío.
Instalados en el despacho del presidente, situado en la planta primera próximo al antiguo salón de música del palacete, don Alejandro se deshizo del abrigo observado por su secretario desde su considerable altura.
Como el silencio se prolongaba y el veterano político no arrancaba a hablar obstinado en rebuscar papeles en el cajón superior de su escritorio, Sánchez Fuster se adelantó:
—Bueno, tú dirás, presidente, pero por las trazas que traes no parece que la reunión del consejo haya ido bien —soltó Sánchez Fuster haciendo uso del tuteo que auspiciaba su larga relación con el prohombre republicano, algo que ambos evitaban ante terceros.
Como si estuviera aguardando esta señal de salida, Lerroux arrancó a hablar mientras que las ojeras se le agudizaban. Don Niceto lo había tenido esperando un buen rato «hasta que ¡regresó de la Iglesia de las Trinitarias, donde asistió a los funerales en sufragio del alma de Miguel de Cervantes organizados por la Academia de la Lengua! —exclamó contrayendo sus facciones con dureza—. A las doce empezó el consejo después de que los ministros esperaran más de una hora su llegada», aclaró lanzando venablos que los gruesos cristales de sus gafas no atenuaron.
—Pero, ¿qué ocurrió en el consejo extraordinario? —reclamó el secretario recordándole a continuación que las siete de la tarde, hora a la que había convocado una nueva reunión del consejo, casi estaban llamando a la puerta.
—Todo fueron marrullerías por parte del excelso jurista para dinamitar la ley de amnistía —soltó Lerroux con un marcado tono despectivo hacia el presidente de la República—. El ataque al principio fue frontal. No cabe duda de que él mismo y la camarilla que lo rodea encabezada por Sánchez-Guerra —el aire desconsiderado que envolvió la mención al secretario general de la presidencia de la República se cargó de fetidez—, ayudados por Miguel Maura, han trabajado intensamente todo el fin de semana para buscarme las cosquillas —hizo una pausa, se levantó y dio unos pasos en la amplia estancia con las manos entrelazadas en la espalda—. Como no tuvo eco ni en mí ni en ningún ministro se enzarzó en agotadores tiquismiquis jurídicos propios de un mal profesor de Derecho. Estos tiquismiquis, aunque en algún punto puedan tener razón, no tienen entidad para impedir que plasme su firma en la ley de amnistía con la de los ministros de Justicia y de la Guerra. Como eran ya muy pasadas las dos de la tarde y aquello amenazaba con no acabarse, zanjé el asunto dando por buenas las minucias que tanto encandilaban a don Niceto y convocando una nueva reunión del consejo para esta tarde liberados ya de la agobiante presencia de un presidente de la República que más que tal parece un abogaducho de pueblo —concluyó Lerroux con un movimiento de la mano derecha cargado de desprecio hacia la persona a la que acababa de mencionar.
Sánchez Fuster, conocedor como nadie del momento adecuado para plantear los asuntos a su jefe, comprendió que no lo era para despachar los asuntos que se amontonaban en la carpeta que traía. Después de manifestarse comprensivo con las quejas que aquel le acababa de transmitir, se limitó a recordarle que eran las siete y que los ministros debían estar ya en la sala donde el consejo se reunía.
Sin embargo, cuando el presidente del consejo se dirigía hacia la puerta del despacho, su secretario, que lo seguía de cerca como el mejor escudero, lo abordó con una sonrisa amortiguadora de una posible respuesta intempestiva y, pasando a hablarle de usted por la cercanía física de los ministros, comentó: «Un segundo, don Alejandro, hemos de dar una respuesta al diputado Melchor Marial, que a primera hora de esta misma mañana ha llamado por tercera vez insistiendo en que le conceda una entrevista fuera del Congreso para tratar un delicado asunto relacionado con el pasado de usted en Barcelona».
Lerroux compuso un gesto desdeñoso suficiente para que la entrevista con el diputado federal catalán quedara para mejor ocasión.
* * *
El segundo consejo de ministros convocado aquel mismo día fue mucho más rápido que el primero.
Salvador de Madariaga, ministro de Instrucción Pública e interinamente de Justicia tras la dimisión de Ramón Álvarez-Valdés, y Diego Hidalgo, que lo era de la Guerra, aportaron con diligencia los proyectos de decretos que desarrollaban la ley de amnistía y calmaban las preocupaciones comineras que Alcalá-Zamora había esgrimido por la mañana para no plasmar su firma. Todos los ministros se reafirmaron en la negativa de prestar su refrendo al de la República en el supuesto de que llevara al extremo su cabezonería y se inclinara, como había amenazado varias veces, por devolver la ley al Congreso de los Diputados.
Con los textos en su cartera, Lerroux abandonó Villamejor a las ocho de la tarde. Se dirigía al «bunker de don Niceto», como comentó antes a Sánchez Fuster refiriéndose a la residencia oficial de aquel situada en Francisco Giner de los Ríos número 32, donde corrían habladurías de que Alcalá-Zamora se había hecho construir un refugio subterráneo de hormigón con capacidad para albergar algo más de veinte personas.
En la puerta del palacete se agolpaban varios periodistas que seguían minuto a minuto las vicisitudes de tan intensa jornada política. Lerroux se detuvo brevemente con ellos, y, después de comentar que se desplazaba al domicilio particular del jefe del Estado, afiló la siguiente contestación ante el acoso informativo al que era sometido: «No se ocultará a la suspicacia de ustedes que nos hallamos en un momento especial».
* * *
Don Niceto llevaba un rato intranquilo ante la anunciada visita del presidente del gobierno. Lo recibió con muestras visibles de cansancio que no desinflaron su verbosidad. Lerroux la conllevó inicialmente, pero pronto hizo con su lenguaje corporal la advertencia de que no estaba dispuesto a que el derroche oratorio de aquel se prolongara sin término previsible.
Accedieron al despacho donde el presidente de la República solía atrincherarse para sus cavilaciones y cabildeos. Lerroux le entregó con modo desafiante los proyectos de decreto, según el deseo que había expuesto en el consejo extraordinario celebrado aquella misma mañana en el Palacio Nacional. Alcalá-Zamora los recogió con un rictus de indiferencia y volvió a plantear los reparos que la ley de amnistía le suscitaba. Lerroux lo interrumpió cortante; «señor presidente, el compromiso de mi gobierno está cumplido, ahora confío en que usted cumpla con su obligación constitucional», manifestó perfilando cada una de sus palabras.
Un espeso silencio se encadenó con esta tajante manifestación del político de La Rambla. Don Niceto, en contra de lo habitual en él, calló, pero enseguida levantó la ceja y con las pupilas dilatadas pontificó campanudamente: «Yo, señor presidente del Gobierno, siempre cumpliré a rajatabla mis obligaciones constitucionales como jurista y republicano», afirmación que revolvió las tripas de su destinatario.
La entrevista no dio para más. La ...

Índice

  1. PRIMERA PARTE
  2. I UNA NUEVA ETAPA LLAMA A LA PUERTA
  3. II UNA SUGERENTE CONVERSACIÓN CON ALFREDO BAUER
  4. SEGUNDA PARTE
  5. I GUINEA ECUATORIAL EN EL HORIZONTE
  6. II EL DESEMBARCO EN SANTA ISABEL
  7. III LOS PRIMEROS DÍAS EN SANTA ISABEL
  8. IV MUJERES NEGRAS Y HOMBRES BLANCOS
  9. V LA IRRESISTIBLE BEBA
  10. VI EL HASTÍO DE GLORIA GÓMEZ
  11. VII LA FIESTA DE LA BAU
  12. VIII EL DESCARRILAMIENTO DE TENOLL
  13. IX DOS REUNIONES COINCIDENTES Y MUY DISTINTAS
  14. X TENOLL EMPIEZA A HACER NEGOCIOS POR SU CUENTA
  15. XI UNA CELEBRACIÓN FALLIDA
  16. XII DE NUEVO EN LAS DELICIAS DE BASILÉ
  17. XIII EL ASESINATO DE BEBA
  18. XIV LAS PESQUISAS POLICIALES DE JULIÁN AYALA
  19. XV LAS DUDAS DE JULIÁN AYALA
  20. XVI UN BUEN CONSEJO
  21. XVII SIEMPRE QUEDARÁ MADRID
  22. TERCERA PARTE
  23. I MALAS NOTICIAS PROCEDENTES DE GUINEA
  24. II MADRID EN EL HORIZONTE
  25. III TURMOIL Y TENOLL EN EL ESPECTACULAR NEGRESCO
  26. IV ENCUENTRO CASUAL EN EL CAFÉ NEGRESCO
  27. V GLORIA GÓMEZ ACOMPAÑA A SU MARIDO A MADRID
  28. VI EL SÍ DE TENOLL
  29. VII ENCUENTRO PRECIPITADO EN EL SOTANILLO
  30. CUARTA PARTE
  31. I DON NICETO MANIOBRA CON LA AMNISTÍA
  32. II LA CITA DE NOMBELA Y ROBI EN LA GRANJA DEL HENAR
  33. III VUELTA A LA NORMALIDAD
  34. IV UN VERANO POLÍTICAMENTE TREPIDANTE
  35. V LOS AFANES REFORMADORES DE NOMBELA
  36. VI LA ALEGRÍA DE TENOLL, TURMOIL Y GÓMEZ PIÑÁN ANTE EL NOMBRAMIENTO DE GUILLERMO MORENO CALVO
  37. VII EL DIPUTADO MELCHOR MARIAL PIDE UNA REUNIÓN A LERROUX
  38. VIII SEÑOR SUBSECRETARIO, OCÚPESE DEL ASUNTO DE ANTONIO TAYÁ
  39. IX ROBI ACUDE A SU AMIGO CARLOS POZO
  40. X LAS PRESIONES SOBRE NOMBELA
  41. XI LA ANSIADA SENTENCIA
  42. XII EL ASUNTO TAYÁ SIGUE SU CAMINO ADMINISTRATIVO
  43. XIII NOMBELA DESPACHA CON LERROUX
  44. XIV LA TRAMITACIÓN DEL EXPEDIENTE TAYÁ SE ACELERA DE NUEVO
  45. XV ROBI DA POR PERDIDO A SU SOBRINO
  46. XVI ¿HUBO O NO HUBO ACUERDO DEL CONSEJO DE MINISTROS?
  47. XVII LA INDIGNADA REACCIÓN DE NOMBELA
  48. XVIII GIL ROBLES Y LUCIA TOMAN CARTAS EN EL ASUNTO
  49. XIX LA REACCIÓN DE GIL ROBLES Y LUCIA
  50. XX LA REACCIÓN DE MORENO CALVO
  51. XXI LA REACCIÓN DE NOMBELA
  52. XXII UNA CHOCANTE NOTA DE PRENSA
  53. XXIII ROBI INTERRUMPE SUS VACACIONES VERANIEGAS EN RÍO MARTÍN
  54. XXIV EL TIEMPO PONDRÁ TODO EN SU SITIO
  55. EPÍLOGO
  56. LO QUE SUCEDIÓ DESPUÉS
  57. Nota del autor