La querella de los novelistas
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La querella de los novelistas

La lucha por la memoria en la literatura española (1990-2010)

  1. 340 páginas
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La querella de los novelistas

La lucha por la memoria en la literatura española (1990-2010)

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La configuración del pasado, permanentemente en cuestión, entraña una disputa política que nunca se limita a este, sino que atañe también a cómo nos situamos ante el futuro. Este libro analiza la lucha por establecer un relato hegemónico de la historia reciente de España que tuvo lugar a caballo entre los siglos XX y XXI. En ella los novelistas españoles tuvieron un protagonismo muy relevante. La querella sobre la Segunda República, la Guerra Civil y la posguerra conllevó una confrontación en torno al significado de la Transición y su legado. Desde una perspectiva interdisciplinar, que combina -entre otras- la historia cultural y los estudios de memoria, estas páginas iluminan los entresijos de esa lucha a partir del estudio de cinco destacados novelistas: Juan Marsé, Rafael Chirbes, Almudena Grandes, Antonio Muñoz Molina y Javier Cercas.

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Información

Edición
1
Categoría
Histoire
IV. LA DESMITIFICACIÓN DE LA REPÚBLICA EN DEFENSA DEL PACTO CONSTITUCIONAL. ANTONIO MUÑOZ MOLINA Y LA NOCHE DE LOS TIEMPOS
Desde mediados de los años ochenta del siglo XX, Antonio Muñoz Molina ha mostrado un empeño constante por narrar la memoria del pasado reciente español. El escritor y académico de la lengua consagró su primera novela, Beatus Ille (1986), a la reflexión en torno a la dificultad de conocer y hacerse cargo de lo ocurrido durante la Guerra Civil y el franquismo, y siguió haciéndolo en novelas posteriores como Beltenebros (1989) y El jinete polaco (1991). La noche de los tiempos, que salió a la luz en noviembre de 2009, representa una nueva aportación del escritor sobre dicha cuestión. La interpretación de Antonio Muñoz Molina sobre el pasado y su concepción de la nación española no son invariables en toda su obra, sino que han ido cambiando a lo largo del tiempo. El propósito de este capítulo es estudiar los discursos que en torno a la Segunda República y la Guerra Civil atraviesan esta novela a partir del análisis de las concepciones sobre el pasado, la memoria, la historia y la literatura que se desprenden de ella. Situaré para ello La noche de los tiempos en el contexto en que ha sido publicada y leída, y compararé la novela del escritor ubetense con otros textos literarios suyos y de otros autores aquí estudiados. El análisis comparado de La noche de los tiempos nos permitirá poner de relieve los cambios presentes en su obra y también las constantes, ya que atender a las continuidades y a las transformaciones resulta obligado en una empresa que tiene por objeto pensar su obra históricamente.
1. LA NOVELA COMO MÁQUINA DEL TIEMPO
La noche de los tiempos narra la historia de amor de Ignacio Abel y Judith Biely en 1936, meses antes de que estalle el conflicto civil, tal y como es recordada por este último poco tiempo después, en su exilio estadounidense. Ignacio Abel, nacido en una familia humilde, ha medrado socialmente gracias a su formación y a su matrimonio con Adela, una mujer católica procedente de una familia pudiente y conservadora, con la que tiene dos hijos. Arquitecto de la Ciudad Universitaria formado en la Escuela de la Bauhaus, Abel se enamora apasionadamente de una mujer americana, Judith Biely, de ascendencia judía. Judith es hija de emigrantes rusos instalados en los Estados Unidos. Esta mujer joven llega a Madrid tras un periplo por varias capitales europeas y queda fascinada ante el reconocimiento de una ciudad cuyos rincones ha disfrutado antes en la lectura de autores como Benito Pérez Galdós o John Dos Passos. Esta novela se sirve también de una historia de amor para hablarnos del pasado reciente de España y lo hace desde una estética realista. Los avatares del idilio entre Judith Biely e Ignacio Abel marcan el ritmo de los acontecimientos que tienen lugar en el tiempo cronológico.
La noche de los tiempos posee una estructura compleja. Al igual que en Inés y la alegría, en esta ocupa un lugar privilegiado un narrador externo a la historia narrada en la novela. Sin embargo, el narrador de La noche de los tiempos –que actúa como un narrador omnisciente– no aparece (como en Inés y la alegría) en capítulos que alternan con otros narrados por otras voces, sino que vertebra toda la narración, aunque trata de pasar desapercibido para dar protagonismo a los personajes. El narrador puede identificarse, como veremos a continuación, con el propio autor. Esa voz, que se refiere a sí misma en primera persona, desaparece durante la mayor parte del relato, oculta tras una voz en tercera persona, hasta que vuelve a hacerse visible hacia la última parte de la novela. Su presencia y su ausencia aparente condicionan toda la lectura. Estas cuestiones, propias del análisis narratológico, son tratadas aquí por el significado que se desprende de ellas en relación con la concepción de la memoria y la experiencia. Me interesa distinguir las dos formas fundamentales a través de las cuales se resuelve en el relato el problema del conocimiento de la experiencia. En él se distinguen, siempre en el ámbito de la ficción –por supuesto–los «recuerdos de la experiencia» y la «experiencia misma». Cabe prestar atención a la relación que se establece en la novela entre la voz del narrador y el focalizador principal, en tanto que esa relación da lugar a una estructura temporal compleja, en cuyo significado (relativo a la memoria y la historia) profundizaremos en el último apartado de este capítulo.1 El narrador omnisciente utiliza en gran parte del relato a Ignacio Abel como focalizador, ya que el lector asiste a aquello que este está recordando durante su viaje al exilio, fundamentalmente durante un viaje en tren que ha partido de Nueva York y avanza junto a la orilla del río Hudson en dirección a una pequeña universidad donde espera ser contratado. Sin embargo, Abel no actúa como narrador de sus recuerdos.
La estructura temporal de la novela permite distinguir tres momentos temporales principales –aunque habría muchos más– en tanto que genera varios momentos de acción, es decir, diversos tiempos que el narrador muestra de diferentes maneras. En este sentido, el viaje de Abel hacia el exilio americano es solamente uno de los múltiples presentes que aparecen en ella. Respecto a ese presente se establece un pasado, constituido por aquello que Abel recuerda, su relación con Judith, sus desencuentros con Adela, la relación con sus hijos, todo ello durante los últimos meses de la República y el inicio de la guerra. El narrador en primera persona y autoconsciente parece diluirse cuando se adentra en los recuerdos de Abel y nos presenta a un hombre atrapado por su pasado reciente. Esa voz narrativa se oculta cuando se traslada al pasado que recuerda Ignacio Abel, un pasado que explica como si estuviera asistiendo en presente a la sucesión de los hechos. Esa voz posee además la capacidad de conocer los deseos, temores y sentimientos de todos los personajes, así como su pasado. El narrador no siempre mira el mundo desde la perspectiva de Ignacio Abel, aunque esa es la mirada predominante, ya que su afán es mostrar el pasado tal y como fue o, mejor dicho, tal y como pudo haber sido, y no únicamente como lo recuerda el personaje Ignacio Abel. La voz del narrador resulta misteriosa desde la primera página de la novela, en la que sitúa a Ignacio Abel a punto de coger un tren en la estación neoyorkina de Pennsylvania. El lector se identifica entonces con una voz que se sitúa próxima a él, en el presente: «Lo veo primero de lejos, entre la multitud de la hora punta, una figura masculina idéntica a las otras, como en una fotografía de entonces, empequeñecidas por la escala inmensa de la arquitectura».
Si recordamos, durante la lectura de la novela Inés y la alegría, publicada un año después que La noche de los tiempos, el lector posee la certeza de que asiste a la narración de dos voces que recuerdan, la de Inés y la de Galán. La tercera voz, aquella que contaba los acontecimientos «al modo del historiador», era reivindicada para sí por la propia autora, Almudena Grandes. Por el contrario, en el caso de La noche de los tiempos, los protagonistas, Ignacio Abel y Judith Biely, no actúan como narradores, a pesar de que la voz narrativa explica el mundo a través de sus ojos. En esta novela el lector no sabe con certeza, hasta bien avanzada la lectura, si la historia narrada ha tenido lugar (y por tanto el narrador es un testigo de los hechos) o si, quizá, la historia le ha sido transmitida. Como en Rabos de lagartija, el relato mantiene la incertidumbre acerca del estatus del narrador, aunque poco a poco se irá esclareciendo la condición del narrador, un narrador que imagina y cuya voz podría identificarse con la del escritor.
La voz del personaje-narrador en primera persona se deja ver en contadas ocasiones, pero es su intervención la que da lugar a múltiples presentes que pueden ser reducidos a dos presentes fundamentales: el del Abel que recuerda y el presente del narrador. A su vez, cada uno de esos momentos posee su pasado y su futuro, respectivamente. El narrador está, por tanto, situado en un tiempo y un lugar determinados. La perspectiva del narrador está definida temporalmente y apenas sugerida espacialmente. Su voz nos transmite la historia de Abel setenta y tres años después de la caída de la Segunda República y conoce, presumiblemente, los lugares donde tuvieron lugar los hechos. Dentro del universo de la novela su voz es una voz que puede saltar del presente al pasado, adentrarse en sus pensamientos y explicar incluso aquello que les sucedió años antes de que tuvieran lugar los hechos. Este narrador actúa, en tanto que imagina, como un narrador omnisciente, y en este sentido nos recuerda al narrador de Rabos de lagartija, de Juan Marsé, que imaginaba lo vivido en el pasado. El narrador de La noche de los tiempos es (como aquel) un fabulador consciente de que narra. Esa autoconsciencia se manifiesta de forma subrepticia a través de una voz en primera persona. Sin embargo, el narrador relata la mayor parte de la historia en tercera persona (como narrador externo a la diégesis), aunque nos permite acceder al pasado, a mi modo de ver, de dos formas distintas. El narrador conoce siempre el pasado, el presente y el futuro de los personajes y sus sentimientos, pero en ocasiones se centra en su experiencia tal y como es recordada por ellos. Pues bien, aquí me interesa identificar cómo se aborda y resuelve en el texto el problema del conocimiento de la experiencia. Mi objetivo es subrayar la oposición que tiene lugar en el interior de la novela entre «recuerdo» y «experiencia vivida». Esta distinción se realiza a través de la utilización de mecanismos lingüísticos.
El narrador actúa como si conociera todo lo que recuerda Abel y fuera capaz, además, de trasladarse al pasado de su memoria como si ese momento estuviera ocurriendo en el instante presente de la lectura. Es decir, el narrador, que describe el pasado que está recordando Ignacio Abel, accede (y nos presenta a su vez) directamente –y no por medio de los recuerdos de aquel– a dicho momento temporal. Esta maniobra es posible porque todo ocurre en la mente de un narrador que imagina –Antonio Muñoz Molina, en última instancia– a alguien que recuerda su pasado inmediato, durante el viaje de huida en busca de otro destino. Así se explican los diversos presentes de la acción, ya que el lector no tiene conocimiento de lo recordado por Abel, sino que asiste en presente al momento en el que se producen los hechos, gracias a la perspectiva del narrador omnisciente. Este mecanismo, junto con la aparente disolución de la voz narrativa en primera persona, permite crear la ilusión de que observamos, con el narrador, el pasado tal y como este debió de suceder, en el momento mismo en el que sucedía. El narrador de La noche de los tiempos está buscando «la clarividencia de un pasado muy anterior a la propia memoria», es decir, aspira a conocer el pasado sin mediación alguna de la memoria, sin distorsión posible. Por ello, podemos decir que se trata de un narrador omnisciente y autoconsciente ya que sabe (y nos hace saber) que imagina lo vivido.
Hablamos de un narrador omnisciente cuando queremos enfatizar su aparente conocimiento absoluto e integral de todo lo que sucede y ha sucedido, tanto en el exterior como en el interior de los pensamientos de sus personajes. Sin embargo, nos referimos a él como narrador autoconsciente en tanto que se trata de una voz reflexiva que, cuando habla en primera persona, sugiere al lector que aquello a lo que asiste es fruto de su imaginación. En escasos pero álgidos momentos esa voz se muestra consciente de sus limitaciones, pero no quiere renunciar al empeño de conocer el pasado tal como pudo ser vivido por otros. Su anhelo es vivir el pasado «en carne propia» como si fuera presente, desconociendo por tanto el futuro. En la medida que imagina, no tiene limitaciones. Puesta al servicio de la novela, la imaginación actúa como la única máquina del tiempo que los seres humanos han sabido construir. Pese a lo que pueda parecer a simple vista, la autoconsciencia del narrador –que utiliza mecanismos propios de la metaficción– no sirve para atenuar su omnisciencia, sino para hacerla más persuasiva. El objetivo es la tarea imposible de traspasar la frontera del tiempo.
Cómo será haber vivido ese domingo, esa semana entera. Cuántas personas quedarán que todavía recuerden, que conserven como una frágil reliquia una imagen precisa, no agregada retrospectivamente, no inducida por el conocimiento de lo que estaba a punto de ocurrir, lo que nadie preveía en su escala monstruosa, en su sanguinaria sin razón, prolongada durante tanto tiempo que ya nadie se acordaría de la vida normal y ni siquiera tendría capacidad de añorarla [...] Quiero imaginar con la precisión de lo vivido lo que ha sucedido veinte años antes de que yo naciera y lo que dentro de no muchos años ya no recordará nadie: el brillo de esos pocos días de julio en la distancia y la negrura del tiempo, esa tarde precisa, los días que la han precedido; y para hacerlo de verdad necesitaría algo así tan imposible como la clarividencia de un pasado muy anterior a la propia memoria: necesitaría la inocencia sobre el porvenir, la ignorancia absoluta sobre lo que es ya inminente en la que viven cada una de esas personas, su ceguera asombrosa y unánime, como una de esas epidemias arcaicas de las que morían en oleadas millones de seres humanos.2
Esta forma de narrar representa la propuesta más reciente de Antonio Muñoz Molina para afrontar el problema de cómo narrar un pasado no vivido, y difiere notablemente de las propuestas de otros autores que hemos analizado anteriormente. Este escritor ha expresado en diversas ocasiones que una de sus preocupaciones fundamentales a la hora de escribir la novela fue cómo dar cuenta de unos hechos que él mismo no había vivido. La estrategia narrativa de esta novela responde sin duda a esa preocupación. El prestigio del que hoy gozan los testigos (considerados depositarios de la experiencia) como garantes de que algo tuvo lugar es puesto de manifiesto en una novela que tiene por meta no solo relatar unos hechos, sino acceder a lo más cotidiano de la experiencia vivida. «Quiero imaginar con la precisión de lo vivido lo que ha sucedido veinte años antes de que yo naciera y lo que dentro de no muchos años ya no recordará nadie», dice el narrador, y es que el hecho de que los supervivientes de la Guerra Civil estén desapareciendo poco a poco, y que la «memoria viva» esté abocada a una extinción inevitable, dota de sentido una empresa...

Índice

  1. Cubierta
  2. Anteportada
  3. Portada
  4. Página de derechos de autor
  5. Dedicación
  6. ÍNDICE
  7. AGRADECIMIENTOS
  8. INTRODUCCIÓN: LA LUCHA POR EL PASADO
  9. I. LA MEMORIA COMO FORMA DE INTEMPERIE. JUAN MARSÉ
  10. II. UNA INTERPRETACIÓN DE LA HISTORIA RECIENTE DE ESPAÑA. RAFAEL CHIRBES
  11. III. LA REPÚBLICA ESPAÑOLA COMO PROYECTO DE FUTURO. ALMUDENA GRANDES
  12. IV. LA DESMITIFICACIÓN DE LA REPÚBLICA EN DEFENSA DEL PACTO CONSTITUCIONAL. ANTONIO MUÑOZ MOLINA Y LA NOCHE DE LOS TIEMPOS
  13. V. LOS ORÍGENES DE LA DEMOCRACIA: LA RECONCILIACIÓN NACIONAL. JAVIER CERCAS
  14. CONCLUSIONES