Republicanas
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Republicanas

Identidades de género en el blasquismo (1895-1910)

  1. 344 páginas
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Identidades de género en el blasquismo (1895-1910)

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El republicanismo blasquista valenciano fue, sin duda una de las mejores demostraciones de esta cultura política que, en la Valencia de cambio de siglo logró de movilizar -y no nada más movilizar sino también culturizar- amplios sectores populares en un bloque social donde estaban presentes desde las clases trabajadoras a la pequeña burguesía. Un movimiento, por primera vez, de masas, las masas del nuevo siglo XX, articuladas alrededor de un ideario modernizador ilustrado, democratizador y laico. Así, las mujeres republicanas fueran articulando un progresivo cuestionamiento del modelo de feminidad doméstica, desde su progresiva implicación en las actividades educativas, culturales, organizativas, informativas y de vida política más estricta, de tal manera que sus prácticas de vida, privadas y públicas al mismo tiempo, fueran abriendo espacios para la incorporación de las mujeres a los derechos y libertades ciudadanas. El libro de la profesora Sanfeliu muestra con detalle este proceso, porque analiza el republicanismo desde la perspectiva de la construcción de identidades de género, y desde la investigación de aquello que representó en la historia de la ciudadanía, especialmente en la historia de la ciudadanía femenina y en la formación histórica de los feminismos al estado español.

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Información

Edición
1
Categoría
History
VI. REPRESENTACIONES Y PRÁCTICAS DE LA IDENTIDAD FEMENINA
1. EL IDEAL DE MUJER REPUBLICANA. UN CAMINO HACIA LA POLÍTICA
En los primeros tiempos del periódico, a las mujeres de las que hablaba El Pueblo en algunos casos se les atribuían funciones propias de la domesticidad.
Así, tras una conferencia a favor de la instrucción femenina que la profesora María Llorente pronunció en el ateneo en 1895, el periodista que hacía la crónica le recomendaba a la conferenciante:
Créame distinguida profesora, en tanto el mundo y las sociedades estén constituidas como lo están hoy por hoy; mientras el hombre y sólo el hombre sea el jefe de la familia, la mujer, la esposa, la madre, ni puede ni debe pretender fama, nombre, ni gloria fuera del estrecho círculo del hogar sin introducir en la familia la perturbación y la anarquía.1
Dos ámbitos de competencias bien delimitados, donde cada género tenía adjudicadas tareas específicas, parecían ser entonces la única garantía de la felicidad conyugal. La «profesora» que reclamaba la instrucción femenina (sutilmente) representaba un peligro ya que, al quebrarse las atribuciones previstas para hombres y mujeres en los ámbitos que les eran propios, dicha instrucción terminaría por llevar a las mujeres a desear famas, honores y nombres en el mundo público, lo que acabaría desestabilizando el equilibrio necesario que debía tener la propia vida familiar.
Sin embargo, esta representación no se prolongaría excesivamente en el tiempo y tampoco se consolidó como la imagen más habitual que los periodistas republicanos utilizaron para hablar de las mujeres.2
A medida que los blasquistas fueron afianzando su poder en la ciudad, desarrollaron sus propias formas de sociabilidad y extendieron prácticas de vida más acordes con sus principios ideológicos; fueron privilegiando representaciones femeninas más en sintonía con la nueva «visión» de la vida social que estaban tratando de consolidar.
Pero las mujeres continuaban sin gozar de atribuciones políticas (en su sentido más restrictivo). No era sólo que carecieran de derechos y no se les permitiera participar en las gestiones del gobierno, sino que a las mujeres no se las representaba como seres políticos. Su adhesión a determinados ideales, su «republicanismo», no parecía ser una atribución que estuviese en relación con su propia identidad.
Así pues, las mujeres sin un valor político claro para el partido o el movimiento mantenían en el periódico una presencia lateral y se las caracterizaba con conductas y rasgos ambivalentes. En cierto modo, las representaciones femeninas parecían ser fruto de una aspiración que debía hacerse, o que se estaba haciendo, paulatinamente realidad.3
Por ello, el arquetipo o el modelo deseable de mujer que difundieron los blasquistas es inconcreto e inestable. Sin embargo, las representaciones en torno a las mujeres experimentaron con el paso del tiempo una evolución que nos permite entrever cómo se fue haciendo posible que, a través de las imágenes femeninas y también a través de la propia experiencia parcialmente política a la que fueron accediendo, se fueran construyendo nociones que hacían referencia a una subjetividad femenina vinculada aún a los atributos de género, pero cada vez más relacionada con la llamada vida social de ámbito público.
Como hemos podido comprobar, las cualidades que se difundían respecto a las mujeres apenas habían logrado sobrepasar el ámbito de la vida privada y personal. Mientras que las virtudes masculinas se habían convertido en políticas, las cualidades femeninas continuaban dependiendo, en la mayoría de los casos, de las relaciones sentimentales y del apoyo que las mujeres prestaban a los hombres republicanos de sus propias familias, ayudándoles así, a mantener sus ideales. Sobre todo a partir de 1908 las mujeres irían gozando progresivamente de un reconocimiento que no dependería de ningún varón de su entorno, y que estaría en relación con nuevas formas de intervención de las mujeres en la vida social, a través de profesiones ligadas a la instrucción, del feminismo y de una mayor participación en la política entendida en un sentido amplio.
Así pues, con el paso del tiempo, la asignación rígida de dos ámbitos es-trictos de competencias entre los géneros que se percibe en los orígenes del perió- dico fue encontrando equilibrios y caminos de mediación para acercar la feminidad a la intensa vida política que caracterizaba, tanto al periódico, como a la propia vida social y cultural del movimiento republicano.
Para los blasquistas, el proyecto de renovación social dependía principalmente de una nueva identidad masculina. Las mujeres, por tanto, gozaban de su reconocimiento y admiración cuando eran capaces de permanecer al lado –sobre todo en los periodos difíciles– de algún hombre coherente con sus ideas y capaz de sacrificarse por ellas.
Las mujeres dignas de elogio eran las que, sin abandonar sus propios atributos femeninos, intervenían en la política progresista o en la cultura «moderna» a través de los varones de su propia familia. En cualquier caso, cuando intervenían en la política debían combinar decisión, valentía o arrojo y también ciertos valores femeninos como bondad, ternura o sensibilidad.
En una crónica del periódico se daba cuenta de la iniciativa de unas damas francesas que habían abierto una suscripción para hacer un regalo a la
valerosa mujer de Cronge el heroico caudillo del ejército boer, un objeto que sintetizará la admiración que [sentían] por esa ilustre matrona que [había] corrido todos los riesgos de la guerra junto al esposo amado, sin abandonarle, sin producirle desaliento, sino antes al contrario enardeciéndole en la lucha, violentándoles en el ataque, luchando junto a él en los días de victoria y bebiendo con él la copa de la amargura en los días de la desgracia.
La esposa se representaba contribuyendo decisivamente a los méritos del varón ya que ella le empujaba a la lucha en los momentos de desaliento. Pero en la conclusión del texto el cronista añadía: «A esa mujer indomable y heroica, pero santa y buena, es á la que las damas francesas envían un presente de admiración».4
Así pues, atributos masculinos y femeninos combinados eran la síntesis que debían tener las mujeres para ser elogiadas por los blasquistas.
Estas representaciones de la feminidad se repetían en muchos casos. Las mujeres habían alentado a los héroes de Sagunto y Numancia que lograron sus triunfos porque ellas levantaban sus ánimos, obligándoles a continuar con la resistencia, pero también con sus cuidados y cariños.5
Asimismo, algunos personajes de la galería popular como Donazetti,6 o el mismo Zola,7 disfrutaban de esposas que reunían estas características que combinaban valores ambivalentes.8 De esta forma las esposas eran a la vez entregadas y amorosas y decididas y resueltas, en la mayoría de los casos en función de las necesidades de sus propios maridos.
Los hombres ostentaban la representación política de la familia y las mujeres parecían compartir con sus maridos sus ideales y acciones sin cuestionar la autoridad del esposo.
Por lo tanto, las republicanas no eran criaturas domésticas en el sentido estricto del término y en ningún caso el periódico aludía al hogar o a la familia como espacios privados y exclusivamente femeninos al margen de la actividad política.
Al contrario, cuando las mujeres salían a manifestarse o a protestar por causas que los blasquistas consideraban justas, mencionaban abiertamente su valentía y no dudaban en calificar con orgullo a Emilia Pardo Bazán como «un talento masculino» o a George Sand como una escritora en cuyas novelas había virilidad.9 Las virtudes masculinas podían ser patrimonio de las mujeres que de- mostrasen ser merecedoras de ellas.10 Los hombres, en cambio, en ningún caso debían ostentar conductas femeninas y, por ejemplo, en los carnavales los blasquistas criticaban duramente a los hombres que se disfrazaban de mujer.11
Los hombres debían ser estrictamente viriles12 y las mujeres ambivalentes puesto que sus conductas, según el contexto y los intereses de quien escribía, podían ostentar rasgos propios de la masculinidad o de la feminidad.
Pero, en el fondo, las mujeres que representaban los blasquistas continuaban siendo criaturas domésticas, en el sentido de que sus intereses y sus atribuciones en la vida social estaban en función de los «otros»: de los miembros de su propia familia, de los ideales que los blasquistas decían eran los adecuados para ellas o de unas habilidades culturales que se relacionaban con el talento propio de los hombres de ideas avanzadas.
En este sentido se puede mencionar un ejemplo revelador. Rodríguez Abarrátegui, que es quien escribía el artículo, hablaba por boca de una joven que había conocido (o simulaba haber conocido) en el coche que hacía el servicio de viajeros desde Valencia hasta el pueblo de Montserrat. A través de las palabras de la joven podemos apreciar esa síntesis que define el nuevo ideal femenino que comparten los republicanos: la mujer subordinada respecto a sus papeles genéricos, pero con ideas propias y radicales respecto a toda una serie de cuestiones sociales. En este caso, el periodista hablaba de cómo es una mujer republicana cercana, puesto que la acción del relato se situaba en la propia provincia de Valencia.
Aburríame atrozmente, cuando la joven notando que yo llevaba un número de El Pueblo en la mano me dijo: «Me parece que es usted republicano. En mi casa todos lo somos. Mi papá es librepensador, yo también; no creemos en tonterías, y mire usted; quisiera ser hombre para combatir mejor el fanatismo y la superstición».
Sin embargo –prosiguió–, las mujeres podemos contribuir mucho en la lucha empeñada entre la libertad y la reacción. Podemos animar á nuestros hermanos y á nuestros maridos y educar á nuestros hijos en los sacrosantos ideales del progreso.13
Esta mujer de la que hablaba Rodríguez Abarrátegui era joven pero, sabiendo que estaba con un correligionario, expresaba abierta y claramente sus ideas políticas y eso que, como cuenta el articulista, viajaban en el mismo coche con un sacerdote y su ama, que escuchaban escandalizados la ...

Índice

  1. Portada
  2. Portada interior
  3. Créditos
  4. Dedicatoria
  5. PRÓLOGO
  6. INTRODUCCIÓN
  7. I. CONTEXTO HISTÓRICO
  8. II. EL PERIÓDICO EL PUEBLO
  9. III. REPRESENTACIONES Y PRÁCTICAS DE LA IDENTIDAD MASCULINA
  10. IV. LAS PARADOJAS EN LOS PRIMEROS AÑOS DEL BLASQUISMO RESPECTO A UN PROYECTO AUTÓNOMO DE IDENTIDAD FEMENINA
  11. V. LA FAMILIA REPUBLICANA: UN ENCUENTRO ENTRE POLÍTICA Y PRIVACIDAD
  12. VI. REPRESENTACIONES Y PRÁCTICAS DE LA IDENTIDAD FEMENINA
  13. EPÍLOGO
  14. APÉNDICE DOCUMENTAL
  15. BIBLIOGRAFÍA