Erotismo, vanidad, codicia y poder
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Erotismo, vanidad, codicia y poder

Las pasiones en la vida contemporánea

  1. 250 páginas
  2. Spanish
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  4. Disponible en iOS y Android
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Erotismo, vanidad, codicia y poder

Las pasiones en la vida contemporánea

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Las pasiones son el motor oculto de la literatura y el cine, y rigen de manera secreta a las personas, que sucumben a su poderoso influjo trastocando vidas y haciendas. Pese a esta fuerza, no son un tema recurrente de la psicología ni del debate público. Este libro rompe ese tabú y se adentra en el estudio, de una manera interdisciplinaria, de las pasiones humanas.También es un análisis detallado de cuatro estaciones pasionales: el erotismo y las razones por las que nos atrae lo exótico y diferente, el imán del polo opuesto; el poder patológico, no solo desde el punto de vista del que lo ejerce, sino de las masas cautivadas; el afán de acumular sin medida, y el mundo de la vanidad reflejado en la pulsión de las redes sociales.

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Información

Editorial
Turner
Año
2021
ISBN
9788418428296
i
la experiencia de pasión
“No soy feliz, pero estoy bien”,1 escribió el marqués de Sade en una de sus últimas cartas a su abogado y amigo Gaufridy. Sade subrayó las tres primeras palabras de la frase. Daba cuenta de una especie de resignación, de renuncia, de una profunda nostalgia por su juventud colmada de desenfrenos. Su necesidad de vivir en el exceso y su ansia de experimentar hasta el límite las sensaciones extremas nunca llegaron a ser compatibles con la serenidad y la sabiduría requeridas para aceptar los compromisos y los términos medios de la vida civilizada. La ordinaria infelicidad humana de la que habló Freud en El malestar en la cultura, ese “no ser feliz pero estar bien”, era, para Sade, el producto de la imposición de las restricciones y los límites de la realidad sobre el poder sexual, la violencia y la destructividad ilimitadas, el resultado del miedo a las conmociones y vibraciones potentes que producen en todos nosotros el impacto de la pasión y las transgresiones del deseo.
Sade fue, sin duda, una personificación de la desmesura, una manifestación del anhelo por las fuerzas oscuras que alteran el alma con pugnacidad volcánica. Su defensa del vicio y del dolor se debe, precisamente, a la intuición de que estos nos afectan mucho más profundamente que el placer o la virtud. Ser alterado por algo más poderoso que uno mismo es la sensación que, con más propiedad, define la experiencia de pasión: ser poseído por los celos, dejarse llevar por la lujuria, estar ciego de codicia. Vivencias que los autores clásicos describieron como perturbaciones del alma (perturbationes animae, concitatio animi o passiones animae), cualidad de lo que le sucede y modifica al alma, carácter pasivo que, según los estoicos, amenazaba la autonomía del alma racional.
Así como entre los siglos xvii y xviii surgió una peculiar ideología del libertinaje y un público deseoso de sensaciones fuertes encontró satisfacción en la imaginación sádica de un pornógrafo genial, en las últimas décadas se ha expandido la argumentación de un cierto modo de vivir que valoriza la búsqueda de lo emocionante y que concibe la felicidad y la plenitud como experimentación de acontecimientos espontáneos y vivencias intensas; una actitud que entiende la pasión como salida alternativa a las repeticiones insignificantes de la vida cotidiana, como epifanía de Dionisos,2 ese desgarramiento, esa ráfaga del suceder espontáneo donde la sensación de significado se fusiona con el daimon3 o destino de cada cual.
El anhelo de experiencias vehementes espoleadas por la pasión es un tópico en muchas existencias privadas. En la década del 2000 fui asesor de un proyecto internacional para el análisis de la ciudad informal en los barrios marginales de Caracas, un extenso estudio multidisciplinario compuesto por urbanistas, arquitectos, artistas plásticos, filósofos, sociólogos, más de setenta profesionales de todo el mundo. Al final de la investigación, una arquitecta suiza, doctorada por la Escuela Politécnica Federal de Zúrich (ETH) se acercó a mi oficina y me dijo que había decidido quedarse a vivir en uno de los barrios estudiados. Me sorprendió sobremanera su decisión por la pobreza del barrio, por el rudo estilo de vida que implicaba, en contraste con el confort de una ciudad como Zúrich. Me confesó que, efectivamente, viviría en una zona muy pobre, marginal, en una casa estrecha, incómoda y frágil, con falta de agua y fallas eléctricas recurrentes, pero que ella había descubierto una manera distinta de vivir, con personas apasionadas, comprometidas con una causa política más grande que ellas. Se había enamorado de un atractivo mulato, activista revolucionario y gran bailador de salsa. La idea que las personas se hacen de la pasión es muy variada. En ocasiones significa la dedicación entusiasta a una profesión, el empeño con un objetivo, el dominio de un estado afectivo, la monomanía, la fe y el compromiso con un movimiento político o el afán religioso. Con frecuencia se refiere a la atracción erótica o al amor total y una forma de vida emancipada de convenciones.
El escritor puertorriqueño Luis Rafael Sánchez comienza su novela La importancia de llamarse Daniel Santos4 con la enumeración de las mujeres del famoso cantante boricua, que implicaba una celebración de la sensualidad, la erótica y la fiesta. Sánchez comenta que la sola mención del nombre del popular compositor caribeño, riguroso crítico de la razón y destacado maestro de lascivia, producía un caos genital. Daniel Santos había tenido, efectivamente, una vida sexual exaltada e intensa para su tiempo. El “inquieto anacobero”, como se le conocía a partir de la palabra que en el dialecto afrocubano ñañiga significa ‘diablillo’, era, según sus conocidos, un hombre “cumplido” con las mujeres. Aparte del profuso número de relaciones casuales y pasajeras y de su íntima afición al burdel, se casó doce veces y tuvo doce o catorce hijos de distintas mujeres. Más que una representación del machismo o del macho latinoamericano, la vida de Daniel Santos, sus canciones y su voz dislocada, su nacionalismo, su exaltación emotiva y su conexión popular se han convertido en mito de la bohemia caribeña, en símbolo de la transgresión y de la pasión como intensidad y desorden. Rebelde e independiente, compuso en 1957 la canción Sierra Maestra, dedicada a Fidel Castro, que se convirtió en el himno de la revolución cubana. Bebedor, mujeriego y buscapleitos, dedicado plenamente a una vida nocturna y disipada, terminó preso muchas veces.
El género musical que mejor cultivó Daniel Santos, y del cual se convirtió en su más extraordinario exponente, el bolero, es una ética de la pasión apegada a la etimología clásica del término como aflicción o sufrimiento, un culto de la pasión como la experiencia que nos abre al misterio y el encanto de la vida. El bolero es un himno al poder de las pasiones intensas, un canto a esa energía que el filósofo francés Claude-Adrian Helvétius consideró el germen del espíritu, la fuerza que, para el mundo moral, equivale a lo que es el movimiento para la física. Daniel Santos quiso suicidarse, como Alfonsina Stormi, ahogándose en el mar y su vida estuvo llena de reveses y frustraciones, pero a pesar de sus desaciertos y altibajos emocionales, creía fervientemente en la superioridad del hombre apasionado por encima del hombre prudente y sabio. Pensaba, como Helvétius, que la falta de pasiones nos hace estúpidos.5
El deseo de una vida apasionada, de vivir más intensamente, más peligrosamente, en el borde de la imposibilidad, es una aspiración tan fuerte en muchos seres humanos que aún una personalidad tan racional como la de Aristóteles parece haber sido atrapado, en algún momento, por el virus romántico, por el remolino de la tempestad y el empuje (Sturm und Drang), el mismo sentimiento que en cierto momento de la juventud cautivó a Goethe y que luego logró mayor expresión en el Romanticismo. Así lo revela una curiosa frase del filósofo de Estagira, quien, en la traducción del erudito Werner Jaeger de la Ética nicomáquea, afirma que:
quien se sienta impregnado de la propia estimación preferirá vivir brevemente en el más alto goce que una larga existencia en indolente reposo; preferirá vivir un año solo por un fin noble, que una larga vida por nada; preferirá cumplir una sola acción grande y magnífica, a una serie de pequeñeces insignificantes.6
Frase en la que se cuela de manera inadvertida uno de los rasgos culturales más relevantes de la vida griega, el heroísmo, un código que concedía valor a la vida vivida en extremos, de espaldas a los compromisos, a la moderación y al camino intermedio, una tradición ...

Índice

  1. Prefacio
  2. I La experiencia de pasión
  3. II Una nota sobre exotismo y erotismo
  4. III Biografía del selfi o por qué nos queremos tanto
  5. IV Codicia y voracidad (‘Cupidus pecuniae’)
  6. V Poder e inferioridad psicopática
  7. Nota editorial