Del huerto provinciano
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Del huerto provinciano

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Del huerto provinciano

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Información del libro

Del huerto provinciano es una obra de corte lírico del autor Gabriel Miró. En ella se realiza una defensa de la vida sencilla, de la conexión con la naturaleza, una defensa de lo rural como puro y auténtico y del sentido artístico que se extrae de lo bucólico, todo ello con la habitual prosa poética y la sensibilidad del autor.-

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Información

Editorial
SAGA Egmont
Año
2021
ISBN
9788726509069
Categoría
Literatura
Categoría
Clásicos

La fiesta de Nuestro Señor

Acabado el enjalbiego, dijo la señora tía, ya doblada por senectud, al sobrinico huérfano:
-Anda, Ramonete, anda; anda, hijo, y acuéstate, como a buen seguro hicieron ya todos los muchachos, que muy de mañana se ha de ir a la parroquia.
-¿Qué hay entierro o casamiento, señora tía?
-Pues, descabezado, ¿que no recuerdas el día que es? ¿Qué dijo el señor maestro?
-¡Que no había escuela!
-¿Y no paró en hablar de la grande fiesta de Nuestro Señor?
-Sí dijo de fiesta, señora tía, sí dijo.
-¿Y no entendiste que había de ser la del Corpus la más preciosa y bendita, hijo Ramonete?
-Sí que podrá ser, señora tía; que Damián y Javierico, los de la «Corrionera», y Luis y «Gabiel» y Barberá hablaron que estrenaban botas de cordones y gorras de visera reluciente y trajes de...
-Anda, Ramonete, hijo; anda y acuéstate, que bien supiste las fantasías de los rapaces... Corpus es mañana y el señor rector predica, con que...
Y el sobrinico huérfano bebió de una cántara sacada al sereno; besó la mano sequiza y rugosa de la señora tía y entrose muy despacio por la negrura del portal.
Desde lo hondo llamó tímidamente:
-¡Señora tía! ¡Señora tía!
-¡Ay, Ramonete, ay, hijo! ¿Qué antojo es ése?
-¿Ha de venir pronto, señora tía? ¡Mire que todo está fosco, y en «lo» corral sentí ruido y pasó como una fantasma, señora tía!
-¡Ay, hijo Ramonete! Encomiéndate al buen Ángel; mira que recelo que todo eso es el Enemigo que te lo hace ver...
A poco sosegaba el chico; y la vieja cerró con cautela el postigo; guardose en la faltriquera del refajo la llave, trabajosa y pesada como de puertas de ciudad, y fuese a la casa de la mayordoma, cuyo zaguán bullía de gente devota y picotera. Conversaban de la fiesta. El señor rector y otro eclesiástico forastero paseaban gravemente celando al vicario, recién afeitado, que platicaba en un ruedo de doncellas afanadas por acabar el recamado de cañutillo de la nueva palia para el Sagrario. En un aposento alto, los mozos ensayaban el «Credo» de la misa.
Ya cerca de la media noche llegaba la señora tía a su dormitorio. El sobrinico quejábase en pesadilla.
-Hijo Ramonete... -llamó la vieja, signándose.
Y como Ramonete balbuciera de la visión manifestando que soñaba, la señora tía murmuró para sí: «No sosiega una con criaturas».
Ya acostada percibió la congoja del sobrinico. Y ella sopló al candil y rezó tres veces su jaculatoria: «San Pedro, con vuestra licencia voy a dormir; mis ventanas guarden San Joaquín y Santa Ana; mi aposento, el Santísimo Sacramento».
Ramonete despertó espantado al «sentir» en su carne las manos afiladas del fantasma. Se había caído de la cama. Subiose muy medrosico; ensanchó los ojos y gimió:
-¡Señora tía!... ¡Señora tía!
Y estuvo aguardando.
La señora tía roncaba.
* * *
-¡Hijo! ¿Qué regodeo es ése?... A buen seguro que te pudrirías durmiendo si no te tuviera a mi cuidado... ¡Pues qué, no oíste aquel estrépito de campanas y de morteretes, que no parecía sino que era venida «la» fin del mundo! ¡Y la bulla de los mozos que llegaban del monte con sus costales de pino y romero para enramar la casa de Nuestro Señor! ¿No piensas en la fiesta? Darán las cinco y te estarás ahí como un gusano... Anda, hijo Ramonete, anda, despabila; y en tanto que yo avío la clueca y los cochinos, colócate este devantal lavado y el pañolico de pita... y venga, Ramonete, anda, hijo, que vayamos a la parroquia para bien acomodarnos...
Y la señora tía saliose muy presta a su corral, donde la pollada y los cerdos la recibieron con alborozos y contiendas por gula.
Atolondrado se incorporó el sobrino; entrose las calzas que sujetó a las rodillas con ataderas verdes; luego descuidó su atavío para estregarse los ojos. Dulce emperezamiento le rendía y se acostó diciéndose: «¡Corpus, Corpus es! ¡La fiesta de Nuestro Señor! ¿Qué será Corpus?».
Mas, desde la pocilga, acuciábale la señora tía:
-¡Hijo Ramonete!, ¿qué negocio tan largo es el que me llevas que no acabas de salir?
Muy azorado levantose de nuevo el sobrino. Se puso las alpargatas y salió a bañarse la cara en la pila del pozo.
La señora tía ya estaba en su cámara mudándose las haldas; prendió su mantellina de pana negra y raída, con larga cruz de ébano tendida sobre el seno, cuya lisura y enjutez se confesaban por lo lacio del corpiño; alcanzó del clavo de la cabecera su rosario de dieces cabales y asió de la mano del sobrinico, sin permitirle enmendar la lazada del cenojil que se le había desceñido.
-¡Ay, señora tía, que se me cae una calza!
-¡Hijo Ramonete!, ¿qué nuevo antojo dices para ir reacio?
-¡Mire, señora tía, que muestro el calcañar!
-Obra es del Enemigo, hijo Ramonete, para que no oigamos al señor predicador.
Y tiraba del zagalico que había de jadear y brincar como un chivo zaguero para poder seguirla.
Cuando arribaron a la iglesia, colgaba los muros el vicario, ayudado de dos mozos. Otros esparcían juncia y espadañas en las losas.
Una lámpara pestañeaba en la lobreguez de la capilla de las benditas Ánimas.
Llegó la mayordoma de la Cofradía. Las hijas entraron una butaca de su estrado, que había de servir para el oficiante.
-¡Hijo Ramonete, no miras cuánto lujo!... Ahora quédate sin menearte ni resollar en este puesto, que es el más acomodado, y yo iré a cumplir mi trabajo.
Y la señora tía acercose al hormiguero de amigas que colocaban la palia nueva.
Quedó Ramonete custodio del codiciado asiento; y pensaba: «Corpus, Corpus ¡La fiesta de Nuestro Señor! ¡Qué será Corpus!». Y miraba a los muchachos que pasaban libres y gozosos. Todos estrenaban ropas; chupaban regalicia. Damián y Javierico traían bastones de hombrecito y Barberá lucía cadena de reloj y todo.
...Ramonete se aburría... «Corpus... Corpus... Corpus...». Y se quedó dormido.
...Lo despertó muy enojada la señora tía.
-Hijo Ramonete, ¿no acabarás de afrentarme? Atiende, que está aquí todo el pueblo y nos conoce... Mira que comenzó la fiesta...
Descaecía el sobrino entre la muchedumbre, y pareciole que su estómago recogía como un ávido olfato olores mezclados de pisadas verduras, de cera ardiente, de sudor de carne sucia, de telas tiesas y nuevas...
Los cantores gritaban rudamente el «Gloria in excelsis Deo».
La señora tía, de rato en rato, mandaba al sobrinico: «Ponte en pies, hijo Ramonete...» «Anda, hijo, y ponte de hinojos...» «Ahora, Ramonete, puedes "asentarte" en tierra si te cansas...».
Hacíalo puntualmente el sobrino, y suspiraba de cansancio y hastío.
-¡Señora tía! ¡Señora tía!
-¡Calla, hijo Ramonete, calla y mira a Nuestro Señor, que te ve desde la Custodia!
Subió Ramonete la mirada por el altar y la puso medrosamente en el viril, en cuyo centelleo se apagaba la blancura de la Hostia.
Estuvo Ramonete muy quieto, muy quieto, y sin apartarse de la contemplación, musitó:
-¡Señora tía, no me mira Nuestro Señor!
Y sudaba y se removía buscando descanso con la mudanza de actitud.
Avizorábale indignada la vieja.
-Pero, hijo Ramonete, ¿qué nuevo antojo te dio?
-¡Ay, señora tía, es que... es que me estoy orinando!...
-¡En la casa de Dios esos pensamientos!... Reza, hijo Ramonete, que todo es el Enemigo que te posee… Pero, calla, hijo, que el señor rector subiose ya al púlpito… ¡Qué bendición de hombre!
Ramonete miró a lo alto. Los anteojos del señor rector resplandecían como los del señor maestro en la malhumorada lección de los lunes...
* * *
Ya era cerca del medio día cuando la vieja y el sobrinico huérfano llegaron al portal de su casa.
La quejumbre de los goznes inquietó a los cerdos.
-Vamos, vamos, ¿no conocéis al ama?
Y la risica de la señora tía fuese entrando por los oscuros cuartos, hasta que sonó muy zalamera y despejada en el corral calentado de sol, ruidoso de moscas. De la umbría de la pila y de la leña salieron las gallinas.
Ramonete aguardaba.
Al entrar, reparó en él la señora tía.
-¡Mustio hoy, Ramonete! ¿Pues qué maquinas, Ramonete?
Y alcanzó del último vasar de la alacena un cuarto de hogaza; goteó la miga con aceite de la alcuza, añadiole sal, y se lo entregó al sobrino, diciéndole:
-Anda, Ramonete, y hártate; la señora tía come en casa de la mayordoma, que da comida a la congregación y a los señores curas. Pero, hijo, no voy a regalo, sino a faena, que bien me conoces, y no acertara llevándote. Hártate cuanto quieras, pues eres chico... Y ya sabes que en la procesión hemos de vernos. Amigos tienes, pero mira cuál es tu comportamiento, que quedaste a mi guarda... No se diga, hijo Ramonete, no se diga...
Y así murmurando llegaron a la calle; cerró la casa la señora tía y se apartó del sobrinito huérfano…
* * *
Estaba en quietud toda la aldea; y por las calles repasaban muy bajas las golondrinas. En la sombra de un cornijal sesteaba un perro.
Ramonete se acercó a la casa de la mayordoma y oyó voces de gargantas espesadas al engullir; la señora tía no sosegaba de hablar.
Ramonete se alejó mordiendo el pan y marchose al ejido. Comía y miraba el valle ancho, suave y arbolado. Lo abría un río de aguas silenciosas que trasparentaban las trémulas frondas de los chopos.
Y el paisaje le envió toda su tristeza en aquella tarde de la fiesta de Nuestro Señor.
De la aldea surgió una vocecita campanil que parecía pasar voladora entre la calina y perderse en los campos.
El sobrinico estuvo atendiendo y sus ojos se regocijaron y pensó: «¿Será Gregorico?... Gregorico es, que dijo que helaría limón para Corpus». Y guardose en sus bolsillos los zoquetes que le quedaban de su yantar, y tornó al pueblo.
Ya estaban empaliados los principales balcones y las calles rociadas.
En un cantón de la plaza estaba Gregorico cercado de muchachos que lamían la garrafa con la mirada.
Llegó Ramonete al grupo y saludó risueño y humilde al vendedor; pero los ojos claros y fríos de Gregorico no le acogieron amigos. ¡Oh! Gregorico no tenía cara de chico, sino de hombre abobado y cermeño. Miraba desdeñoso la rapacería anhelante; destapaba la heladora; con el largo cazo arrancaba de las paredes del cañón los grumos de dulce nieve y alzando la mano caía estrepitoso el rico y codiciado suco de oro... Y cuando algún labriego o lugareño pedía de su refresco, le servía solemnemente con hazañería y melindre de poner, en apariencia, más de lo que cabía en el vaso de vidrio recio y nublado. Y luego preguntaba chancero: «¿Va otro? ¡Vaya otro!».
Ramonete se perecía de risa al oírlo para celebrarle la chanza. Y Gregorico no lo notaba.
Vinieron Barberá, Damián y Javierico y también refrigeraron, que llevaban dineros. Bebían muy despacio contemplados por Ramo...

Índice

  1. Del huerto provinciano
  2. Copyright
  3. Dedication
  4. El reloj
  5. Día campesino
  6. La fiesta de Nuestro Señor
  7. Plática de amigos
  8. La doncellona de oro
  9. Las águilas
  10. El señor Augusto
  11. Dos lágrimas
  12. El beso del esposo
  13. El señor maestro
  14. La llegada
  15. Crónica de festejos
  16. El final de mi cuento
  17. Parábola del pino
  18. La compasión
  19. El presagio1
  20. La mirada
  21. Un vagar de Sigüenza
  22. Notas del mismo
  23. Sobre Del huerto provinciano