Capítulo XV
Daniel y el Apocalipsis. Similitudes que ratifican las certidumbres proféticas.
Si hay algo que llama poderosamente mi atención son las palabras de Jesús diciendo al sumo sacerdote en ocasión del juicio de su crucifixión (Mt. 26:64b): “Y además os digo, que desde ahora veréis al Hijo del Hombre sentado a la diestra del poder de Dios, y viniendo en las nubes del cielo”.
No piensa en su crucifixión. La copa, no puede ser traspasada (Mt. 26:42), pero él sigue el camino que el Padre le señaló. El sumo sacerdote no soportó su promesa de volver otra vez. El “desde ahora veréis”, no lo declara como que es un evento futuro, sino que asegura como que es un acontecimiento presente; “veréis al Hijo del Hombre sentado a la diestra del poder Dios y viniendo en las nubes del cielo”. Ninguna duda en aquel cielo abierto para todos aquellos que como esperanza bienaventurada, ya gozan de esa maravillosa visión de Ap. 19:11; el del “he aquí un caballo blanco, y el que lo montaba se llamaba fiel y verdadero, y con justicia juzga y pelea”. vs. 12: “Sus ojos eran como llama de fuego, había en su cabeza muchas diademas; y tenía un nombre escrito que ninguno conocía sino él mismo”. vs. 13: “Estaba vestido de una ropa teñida en sangre; y su nombre es: el Verbo de Dios”.
No existen dudas respecto a que Juan conocía las profecías de Daniel. Pero de la lectura de su libro de Apocalipsis concluimos que sus similitudes con Daniel se basan exclusivamente en la revelación del Espíritu Santo.
La primera de las similitudes es la referente a la descripción de la cuarta bestia de Daniel 7. Comienza en el versículo 7: “Mirando en las visiones de la noche”, en la oscuridad que se cierne sobre esta humanidad carnal y depravada. En la oscuridad que no deja posibilidad de distinguir para razonar. La visión de la noche que ya no seguirá con el nuevo día. Es la noche oscura de la conmoción de los cielos, y de los elementos ardiendo, que precede al día de Jehová, presagio del infierno que cruje los dientes, lamento sin arrepentimiento de una raza humana sin Dios. En esa visión de la noche, se encontró con una bestia espantosa y terrible y en gran manera fuerte, la cual tenía uno dientes grandes de hierro. Causaba miedo y terror, y su fortaleza imposible de superar. Sus características sobresalientes eran que devoraba, desmenuzaba y las sobras hollaba con sus pies.
Es la bestia (A.C.) que no da chance alguna de escape. Todo está controlado, no hay sobras posibles que no sean holladas, ni tan siquiera como remota esperanza. La otra característica que Daniel describe es realmente importante, ya que no la puede asociar con ningún otro animal conocido por el hombre. Es decir que este imperio no será parecido a ningún otro que haya existido, ni posible de ser detectado. El símil apocalíptico es la del cap. 13 vs. 16: “Y hacía que todos, pequeños y grandes, ricos y pobres, libres y esclavos, se les pusiese una marca en la mano derecha (chips) o en la frente”. Ya está, sin cadenas, sin esposas, ni capuchas; no interesa el escondite si está abajo o arriba de la tierra; en la profundidad del mar o del espacio, sin posibilidad alguna de escape.
Cabe hacer notar que la categoría de bestia, no es la que el mundo así la reconozca, sino que es como Dios la considera. Lo notable de esta descripción está al final del vs. 7, cuando Daniel dice que era “muy diferente” de todas las otras bestias que vio antes.
Y esto como ya dicho, es un toque de atención muy importante para nosotros, ya que nos quiere indicar que el mundo no va a poder detectar que su encumbramiento será para desgracia de la humanidad. La esclavitud hacia la cual va el mundo será como un lazo invisible, que se hará sentir cuando todo esté controlado por medio del tarjeteado plástico universal, y el cuerno que de última le había salido al Anticristo, se proclame como Dios, haciéndose pasar por Dios. En cuanto a la similitud de este siniestro personaje con el que Juan describe en Ap. 13:2 no cabe ninguna duda de que es el mismo, y completa sus características comparándolas con las peculiaridades distintivas de varios animales salvajes: respecto a la rapidez de sus decisiones, como el leopardo, y que respecto a su fortaleza, comparable a la de un oso, y su boca como de león, en el sentido de su porte regio y léxico elocuente.
Pero lo más notable de esta bestia está referido a que una de sus diez cabezas —G10— (la que será el Anticristo escatológico), sufrirá una herida de muerte y que no habiendo esperanza de vida, no obstante revivió, alcanzando, como dicho, a través de esta maravillosa curación, el reconocimiento y alabanza mundial, esto es, al promediar la última semana de la profecía de las setenta semanas de Daniel.
La segunda de las similitudes es la referente a dos órdenes opuestas dadas por Dios a Daniel y a Juan respecto a sus visiones y revelaciones consignadas en los libros de Daniel y Apocalipsis respectivamente.
En Dn. 12:4 dice: “Pero tú Daniel, cierra las palabras y sella el libro hasta el tiempo del fin”.
En Ap. 22:10 dice: “Y me dijo: No selles las palabras de la profecía de este libro, porque el tiempo está cerca”.
De estos pasajes bíblicos concluimos: Que ni Daniel, ni los que vivieron contemporáneamente con él, estaban en aptitud para entender y aceptar tales profecías, pues los acontecimientos históricos a los que ellas se referían, habían demudado su rostro y turbado sus pensamientos. Pero respecto a las visiones apocalípticas, sí es procedente comenzar a cotejarlos con los hechos históricos dado que ya es cierta la posibilidad racional de su correcta concatenación, pues los tiempos del fin están a filo de una generación.
En Dn.12:7b dice: “Y cuando se acabe la dispersión del poder del pueblo santo, todas estas cosas serán cumplidas”.
La dispersión del poder del pueblo santo, como dicho, concluyó; desde 1948 Israel es nación.
La declaración de Ap. 22:10 está escrita para que este libro sea estudiado y esclarecido a la luz de los actuales acontecimientos mundiales.
La ciencia que aumentó (Dn. 12:4b) y seguirá aumentando, nos da acceso a toda información mundial que trascienda los límites de lo cotidiano, al segundo. Las calamidades naturales, los desajustes en el mar, tierra y aire, las guerras, los terremotos, inundaciones, la contaminación de los ríos y mares, la polución en el aire, el calentamiento global, los huracanes y tsunamis. En otro orden la disolución de las familias con la consiguiente falta de seguridad y apoyo de los hijos, la música diabólica de los recitales, el sexo y su distorsión, el alcohol, las drogas, la televisión, internet y cuantas cosas más que cada lector pueda agregar, son presagios de ...