Cultura y conciencia imperial en la España del siglo XIX
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Cultura y conciencia imperial en la España del siglo XIX

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Cultura y conciencia imperial en la España del siglo XIX

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Por medio de una exploración de diversas representaciones culturales que se llevaron a cabo en la segunda mitad del siglo XIX, este volumen muestra que en el imaginario de la España metropolitana de la época existía una identidad imperial que ha desaparecido casi por completo de la historiografía contemporánea. La autora analiza las huellas del imperio que se encuentran en la Exposición de las Islas Filipinas en Madrid (1887) y la conmemoración del IV Centenario del Descubrimiento de América (1892), entre otras representaciones del repertorio simbólico del imaginario nacional, y explora una serie de textos, objetos y prácticas culturales que ponen de manifiesto aquella conciencia imperial que, hasta bien entrado el siglo xx, estaba imbricada en la identidad de la nación a pesar de haber sufrido el imperio dos importantes descolonizaciones en 1824 y en 1898.

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Edición
1
Categoría
Histoire
EL IV CENTENARIO. EL ESPECTÁCULO IMPERIAL (1892)
Desde que poco después de la vuelta de Cristóbal Colón a España en 1493 empezara a circular en Europa su carta sobre el viaje a través del Mar Tenebroso y su desembarco en Guanahaní, el «descubrimiento» del Nuevo Mundo ha ocupado un lugar de gran relevancia en el imaginario histórico europeo.1 En 1552, por ejemplo, Francisco López de Gómara, el historiador oficial de Castilla, escribía que el descubrimiento de las Indias era nada menos que «[l]a mayor cosa después de la creación del mundo».2 Años antes, Sebastián Gaboto, el explorador y cartógrafo veneciano-inglés-español, a cuyo padre se atribuye haber descubierto Terranova (con Gaboto de niño a bordo), dio la noticia de que «[e]n Londres, cuando llegaron a la corte de Enrique VII las primeras noticias del descubrimiento de las costas de la India [...] todo el mundo convino en que era cosa casi divina navegar por Occidente hacia Oriente, donde las especies se crían.».3 Pero aun sin recurrir a lecturas «a lo divino», las interpretaciones posteriores proponían que el «descubrimiento» había transformado el mundo. Así, por ejemplo, en el origen de las versiones modernas que postulan que el encuentro con el Nuevo Mundo inauguró una nueva era, Alexander von Humboldt proclamaba que «[j]amás descubrimiento alguno puramente material, ensanchando el horizonte produjo un cambio moral más extraordinario y duradero».4 Y no es de extrañar que el «descubrimiento» de Colón haya llegado a considerarse como el origen del mundo moderno, dado que, como bien sabemos, impulsó la exploración marítima y la expansión territorial hacia nuevas fuentes de riqueza y comercio de un pequeño grupo de naciones marítimas europeas cuyos imperios dominaron la escena política y la economía mundial.5 Sin embargo, este acontecimiento fundacional no sería objeto de celebración pública hasta la segunda mitad del siglo diecinueve, a la que podríamos llamar la «era de las conmemoraciones».
A diferencia de su hazaña, que desde que se tuvo noticias de ella fue reconocida como algo de gran trascendencia, en vida Colón estuvo rodeado de gran controversia y a partir de su muerte en 1506 cayó en un olvido que duraría poco más de tres siglos. Apareció de nuevo en la imaginación histórica y cultural en el siglo XIX debido en gran medida al best-seller internacional de Washington Irving Life and Voyages of Columbus (1828).6 Haciendo uso de la documentación que había recopilado Martín Fernández de Navarrete en su monumental libro Colección de los viajes y descubrimientos que hicieron por mares los españoles desde fines del siglo XV (1825), Irving recuperó a Colón como la figura principal del descubrimiento. Es probable que la publicación de la biografía de Irving y la de los documentos de Fernández de Navarrete alentaran al Papa Pío IX a emprender la canonización del «Almirante del Mar Océano», proceso que se inició al encargársele al conde Antoine Roselly de Lorgues que escribiera una nueva biografía de quien este llamó «el héroe del catolicismo». Así, su Christophe Colomb: Histoire de sa vie et ses voyages (1856) elabora la figura de Colón, principalmente, como el evangelizador del Nuevo Mundo. Aunque la iniciativa pontificia fracasaría al despuntar la era de las conmemoraciones, el olvidado y calumniado Colón era ya el personaje más ilustre de la época de los descubrimientos y, por ello, fue la figura emblemática de las rememoraciones del encuentro con el Nuevo Mundo que tuvieron lugar por primera vez en 1892 a lo largo del continente americano, España e Italia.7
En España, entre agosto y noviembre de 1892, se conmemoró el «IV Centenario del Descubrimiento de América» para rememorar el acontecimiento que se consideraba como el de mayor importancia de su historia nacional. El hecho de que se privilegiara este evento en el imaginario nacional no ha de sorprendernos, pues estaba estrechamente vinculado al establecimiento y ascenso de España como el primero de los imperios modernos europeos y, quizá más importante, como el poder internacional de gran estatura en la edad moderna, cuya prominencia en el quehacer mundial duró varios siglos. Aunque los organizadores del IV Centenario eran plenamente conscientes de que la talla de España como nación imperial estaba muy disminuida, la empresa de Colón tenía un gran valor simbólico, ya que para ellos representaba su pasada «grandeza». Haciendo hincapié en que había sido la Corona de Castilla la que había financiado la expedición de Colón, el centenario pretendía recuperar, dar forma y cimentar en la memoria histórica este pasado de la nación. Si fue la nostalgia de las glorias imperiales españolas la que enmarcó la conceptualización del IV Centenario y forjó sus muchas festividades y eventos públicos, no fue este el único sentir que les dio vida. Al igual que la Exposición General de las Islas Filipinas, tenía como objetivo estrechar la presente y la futura relación entre la antigua metrópoli y sus pretéritas colonias con fines comerciales. Así pues, se entrelazó -incluso podríamos decir que se enmarañó- la nostalgia del pasado con una mirada hacia el futuro, que produjo la fascinante complejidad de este evento, que es el tema de este capítulo.
Dada la diversidad de prácticas culturales que se utilizaron en todo el territorio nacional durante el centenario (desfiles, inauguración de monumentos, exposiciones, despliegues navales, congresos nacionales e internacionales) y la gran cantidad que hubo de estas, es imposible discutirlas todas aquí. Por lo tanto, he seleccionado aquellos espectáculos públicos que considero fueron emblemáticos como modo de plasmación de la conciencia imperial, una práctica cultural del recuerdo que fue inscrita en el IV Centenario del Descubrimiento de América.
LA PROBLEMÁTICA DEL PASADO ESPAÑOL
En la segunda mitad del siglo XIX aparecieron dos nuevos tipos de prácticas culturales emblemáticas de lo que Baudelaire llamó la «vida moderna», que se convirtieron en fenómenos de gran realce: las ya mencionadas exposiciones universales y las conmemoraciones de acontecimientos y personajes históricos. A pesar de que ambos tipos de eventos pretendían poner en exhibición la nación, se diferenciaban en sus objetivos inmediatos. Si las exposiciones universales se conceptualizaban como exhibiciones del poder y la riqueza de la nación a la vez que de su imperio, en las que, como hemos visto en el anterior capítulo, sus visitantes eran interpelados a tomar posesión del imperio como algo suyo, los actos de memoria realizaban representaciones históricas de eventos nacionales con la intención de establecer una identificación entre sus espectadores y el recuerdo que se representaba. Impulsaba al evento público del recuerdo la percibida necesidad de que la nación emprendiera el trabajo de rememorar el pasado, bien para establecer una nueva narrativa histórica, bien para reforzar una que ya existía. El que surgiera en el siglo XIX esta apremiante necesidad de elaborar narrativas históricas ha sido explicado así por el historiador cultural Andreas Huyssen: «El interés principal de las naciones-estado en el siglo diecinueve era el de movilizar y monumentalizar los pasados nacionales y universales para legitimar y darle sentido al presente e imaginar el futuro: cultural, política y socialmente».8
La propuesta de Huyssen ofrece un fructífero marco teórico para identificar las entrelazadas razones por las cuales España «movilizó» y «monumen- talizó» su pasado en 1892. Así, propondré que en 1892 el Gobierno español conmemoró el descubrimiento del Nuevo Mundo porque percibía la necesidad de recordarle a la nación, que parecía haber olvidado su propia historia, que España, a pesar de haber perdido su talla como nación imperial, había sido una gran potencia internacional cuyos territorios se habían extendido por todo el mundo. A su vez, la rememoración del pasado realizada en el centenario buscaba legitimar un menguado imperio ultramarino español que estaba en un momento frágil de su existencia, habiendo ya tenido que enfrentarse a dos insurrecciones en Cuba, las llamadas Guerra Grande (1868-1878) y Guerra Chica (1879-1880), y porque los debates políticos acerca del futuro de las colonias no solo estaban en el aire, sino también en las Cortes. Asimismo, se pretendía apuntalar el proyecto del hispanoamericanismo, movimiento de acercamiento entre España y sus pretéritas colonias fundamentado en la premisa de que, dada la histórica relación entre España y Latinoamérica, existían vínculos «naturales» con los países de ambos lados del Atlántico que convenía estrechar.9 De ahí que hubiera consenso entre los organizadores del IV Centenario en que el resultado deseado de la celebración era el de establecer relaciones comerciales, intelectuales y literarias con Latinoamérica y fortalecer las que ya existían. Y, mirando hacia el futuro, los diseñadores del centenario aspiraban a asegurar el futuro de España como nación imperial en el imaginario político europeo, aspiración que, como hemos visto, era un aspecto esencial del proyecto político internacional de Cánovas.
Pero si en la teorización de Huyssen el pasado no parece ofrecer una narrativa problemática, para los organizadores del IV Centenario y sus participantes la apropiación del pasado para bien del presente se tornó en un asunto complejo. Así, el esfuerzo del Gobierno español de «movilizar» el pasado -en este caso, el descubrimiento de las Indias- y de «monumentalizarlo», con las muchas y diversas prácticas culturales de recuerdo que se llevaron a cabo en 1892, dio pie a que el pasado se convirtiera en terreno de contienda ideológica, ya que sus múltiples interpretaciones a menudo entraron en conflicto suscitando polémicas de índole histórica. En parte, esto se debió, como veremos, a que la naciente historiografía nacional ofrecía interpretaciones y apreciaciones variadas de la época moderna, en particular con respecto al imperio español.10
Una de las más significativas polémicas fue la espinosa cuestión de si el pasado imperial español, inaugurado por el descubrimiento de Colón, podía o debía ser recordado como «glorioso». Juan Valera, literato, diplomático y editor de El Centenario, la elegante y lujosa revista producida para el IV Centenario, alude a este debate en el artículo introductorio a la revista, al proponer que:
Sin duda que hemos abusado del recuerdo de dichos triunfos hablando á cada paso, y no siempre con motivo, del sol que no se ponía en nuestro territorio; de Lepanto, de Otumba, de San Quintín y de Pavía: pero la repetida é inoportuna exhibición de nuestras póstumas grandezas no justifica la frialdad y el despego con que las miramos hoy cuando viene tan a propósito el ensalzarlas.11
Quizá lo más significativo de esta ambivalente crítica de Valera sea su reconocimiento de que las alabanzas nacionalistas del pasado -que rayan en el pa- trioterismo- pueden no tener fundamento. Su resistencia a que, por lo general, se «exhiba» el pasado en términos de las hazañas militares y el dominio territorial concuerda con las versiones alternativas de la historia imperial española que, a pesar de no ser dominantes a finales del siglo XIX, estaban sin embargo presentes y circulaban dentro del imaginario historiográfico y político. Ejemplo de la negación más rotunda de la interpretación del pasado imperial como glorioso la encontramos en la obra de Francisco Pi i Margall (1824-1901), que usó su lúcida pluma para cuestionar no solamente la narrativa tradicionalista de la historia de España, sino también del colonialismo español. En las páginas de su revista El Nuevo régimen leemos su versión del pasado imperial:
Nuestras pretendidas glorias no fueron sino una interminable serie de hechos que nos deshonran [...]. América toda se ha sublevado en este siglo contra nosotros, y ha conseguido al final dejarnos sin una pulgada de territorio. Es el justo castigo de los crímenes que hemos convertido en glorias.12
Esta comparación muestra que si bien el moderado Valera pone en entredicho la glorificación nacionalista del pasado imperial, punto de vista que no fue compartido por la mayoría de los participantes españoles en el IV Centenario, también establece su desacuerdo con aquellos que como Pi i Margall reinter- pretaban las «glorias» de España como crímenes.
El que hubiera diferentes interpretaciones del pasado es el resultado de la relación que existe entre la memoria del pasado y la propia naturaleza del recuerdo. Ello es así porque, según Stéphane Michonneau, «el acto de memoria solo tiene sentido en el contexto del momento donde se halla enunciado».13 Por lo tanto, en lo que sigue, exploraremos brevemente las maneras en que algunos sectores de la intelectualidad española le dieron sentido al momento presente en que se encontraba España para así identificar el momento de enunciación.
Según Salvador Bernabéu Albert, el principal estudioso del IV Centenario, «[c]risis y pesimismo son las notas dominantes al iniciarse el año del Centenario (1892)».14 Valera verifica esta valoración al describir el presente como un momento en el cual la pobreza, la crisis económica y una peseta débil habían llevado a una «angustiosa» situación para los españoles. «Triste comienzo», escribe Valera en 1892:
va teniendo para este desgraciado país el presente año. La situación es angustiosa por todos los estilos, y no se ven ni se oyen sino lástimas: por la calle pordioseros que piden limosna; los capitalistas lamentando la ominosa baja de fondos públicos, y la high-life deplorando lo mucho que le costará, en el próximo verano, ir a Francia y traer de allí vestidos y otros elegantes primores, por culpa de la diferencia enorme de valor, mayor cada día, entre la peseta y el franco. El oro va siendo invisible y, sobre todo, intangible para los españoles; los hacendados no hablan más que de crisis agrícolas; los contribuyentes afirman que los tributos abruman; no hay político que no pida economía, mucha rebaja en el presupuesto de gastos.15
Sin embargo, la crisis económica española así descrita tan vivamente por Valera no afectó a los planes para el centenario que estaban ya en marcha. Que el proyecto conmemorativo no fuera perjudicado por las dificultades económicas se debe, en gran medida, a que uno de sus principales objetivos era, según Valera, «el desarrollo de nuestro comercio material, que abra nuevos mercados» para remediar sus problemas económicos.16
Para gran parte de la intelectualidad, así como para los organizadores del IV Centenario, la actual pobreza y debilidad política de España en el escenario internacional, apreciación fruto de la comparación con la percibida riqueza económica, poderío militar y prestigio de otros países europeos, estaban vinculadas simbólicamente a un sentimiento generalizado de que la nación que había hecho posible el viaje del descubrimiento de Colón se hallaba en un deplorable estado de «decadencia». Sería imposible enumerar aquí el sinfín de lamentos expresados acerca del decaimiento de España que se encuentran en los textos relacionados con el IV Centenario, ya que, de una manera u otra, aparecen en la práctica totalidad de ellos. Las palabras del literato Francisco Blanco y García son típicas en cuanto que captan lo que para los organizadores del centenario era el grado al que había decaído España: «¡Singular contraste el que forma la actual y mísera decadencia de España con los épicos recuerdos que evoca el Centenario del descubrimiento de América!».17 La noción de la decadencia de España permeó la conmemoración hasta tal punto que nos es fundamental trazar aquí, en breve, cómo se conceptualizaba para así llegar a un entendimiento de las maneras en que el evento fue concebido, forjado y, a menudo, textualizado.
Importa recordar que la idea de la decadencia de España, obsesivamente reiterada por los intelectuales organizadores del centenario, no era un nuevo concepto en el discurso político e historio...

Índice

  1. Cover
  2. Halftitle
  3. Title
  4. Copyright
  5. Dedication1
  6. Dedication2
  7. Índice
  8. Agradecimientos
  9. Introducción
  10. La guerra de áfrica en sus textos
  11. La exposición general de las islas filipinasen madrid
  12. El iv centenario: el espectáculo imperial (1892)
  13. El iv centenario explica el imperio
  14. Dos novelas poscoloniales
  15. Bibliografía