Tono-Bungay 
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Tono-Bungay 

  1. 244 páginas
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Tono-Bungay 

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Información del libro

En esta novela publicada en 4 entregas que acabó de ver la luz en 1909, el conocido escritor de ciencia ficción H.G. Wells nos deleita con un ensayo que pretende contener todas las disciplinas de su interés: ciencia ficción, realismo, comedia y ensayo sociológico.Con el pretexto narrativo de la comercialización de la sustancia que da título a la novela, Wells expone su defensa del gobierno de la mayoría proletaria en lugar de un gobierno elitista intelectual. De esta manera, una vez más nos trae aquí un análisis sociológico y una descripción realista de la Inglaterra de principios del siglo XX que caracterizan su obra literaria.La pertenencia a una clase social y los choques entre clases están plasmados en la figura del protagonista, el narrador en primera persona George Penderevo, un aprendiz de farmacéutico cuya vida está condicionada por la marca de nacimiento que imprime el haber alumbrado perteneciendo a la clase social baja, y cómo el resto de su existencia girará en torno a la superación de esta premisa y su intento de escalar posicionesen la escala social.Además de la historia de su vida, George nos hace partícipes de la historia de su tío, el comerciante de este tónico que da título a la obra, Tono Bungay, una sustancia que pese a no tener ningún efecto positivo, gracias a una campaña publicitaria extremadamente inteligente y exitosa ha logrado convencer a toda la sociedad británica de sus propiedades curativas y milagrosas. George se verá en medio de una lucha interna cuando, gracias a ayudar a su tío en la comercialización del producto, se va lucrando económicamente, pese a que, según sus propias palabras: "la venta de Tono-Bungay es un procedimiento completamente deshonesto".Las apreciaciones de Wells acerca del significado de clase, dinero, publicidad o el poder de los medios de comunicación permanecen asombrosamente vigentes más de cien años después en nuestra sociedad occidental, haciendo de esta crónica acerca de la credulidad y esencia humana una de sus mejores obras literarias.-

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Información

Editorial
SAGA Egmont
Año
2021
ISBN
9788726672619
Categoría
Literature
Categoría
Science Fiction

LIBRO TERCERO

LOS GRANDES DÍAS DEL TONO-BUNGAY

I

El hotel Hardingham, y cómo nos convertimos en gente importante

1

Pero, ahora que reanudo la línea principal de mi historia, quizá sea conveniente que describa la apariencia personal de mi tío tal como la recuerdo durante esos magníficos años que siguieron a su paso del comercio a las finanzas. El hombrecillo engordó muy considerablemente durante la creación del montaje del Tono-Bungay, pero con las crecientes excitaciones que siguieron a su primera flotación llegó la dispepsia y una cierta flojedad y enflaquecimiento. Su abdomen —si me dispensa el lector el que tome sus rasgos en orden a su importancia— mostraba al principio una hermosa redondez, pero más tarde perdió su tono, sin perder de todos modos su tamaño. Siempre había parecido estar orgulloso de él, y desear ensancharlo tanto como fuera posible. Al final sus movimientos seguían siendo rápidos y bruscos, y sus cortas y firmes piernas, cuando caminaba, parecían pestañear en vez de andar con el clásico movimiento de tijeras de la humanidad común, y nunca parecía tener rodillas, sino una dispersa flexibilidad de toda la pierna.
Hubo, creo recordar, una intensificación secular de sus rasgos, su nariz desarrolló carácter, se hizo agresiva, surgió más y más al mundo; la oblicuidad de su boca, creo, se incrementó. Del rostro que regresa a mi memoria se proyecta un largo puro que a veces se halla inclinado gallardamente hacia arriba en la comisura superior, a veces cuelga de la inferior; era algo tan elocuente como la cola de un perro, y se lo quitaba tan solo para conferirle mayor énfasis a lo que decía. Añadió un amplio cordoncillo negro a sus gafas, que llevaba cada vez más oblicuas a medida que pasaba el tiempo. Su pelo parecía espesarse con éxito, pero hacia el clímax se hizo muy fino en la coronilla, y se lo peinaba muy hacia atrás sobre sus orejas, por encima de las cuales, sin embargo, montaba de una forma rebelde. Como también caía rebelde sobre su frente, formando una especie de flequillo.
Adoptó un estilo urbano de vestir con el comienzo del Tono-Bungay, y raras veces lo abandonó. Prefería las chisteras con ala ancha, a menudo un poco grandes para él según las ideas modernas, y las llevaba inclinadas en varios ángulos con respecto a su eje; su gusto en los pantalones se decantaba hacia las rayas agresivas, y su corte era elegante; le gustaba la levita larga y amplia, aunque esto le hacía parecer más bajo. Mostraba un cierto número de valiosos anillos, y recuerdo uno sobre su dedo meñique izquierdo con una gran piedra roja con símbolos gnósticos.
—Gente lista esos gnósticos, George —me dijo—. Saben mucho. ¡Son afortunados!
Siempre llevaba una cadena de reloj de mohair negro. En el campo llevaba siempre un traje gris y una chistera también gris, excepto cuando practicaba el automovilismo; entonces se ponía un gorra marrón con visera y un traje de pieles de corte esquimal con los pantalones metidos dentro de las botas. Por la noche llevaba chaleco blanco con botones dorados. Odiaba los diamantes.
—Ostentosos —decía que eran—. Es como llevar el recibo del pago de los impuestos. Todo eso está muy bien para Park Lane. Stock no vendido. Pero no es mi estilo. Yo soy un financiero sensato, George.
Ya es suficiente acerca de su presencia visible. Durante un tiempo fue una imagen muy familiar en el mundo, puesto que en la cresta del boom permitió que un buen número de fotografías y al menos un dibujo a lápiz fueran publicados en los periódicos de a seis peniques... Su voz declinó durante esos años de su primitivo tenor a una llana e intensa cualidad de sonido que mis conocimientos de música son inadecuados para describir. La irrupción de su Zzzz se hizo menos frecuente a medida que maduraba, aunque volvía en momentos de excitación. A lo largo de su carrera, pese a su creciente y menos sorprendente opulencia, sus hábitos más íntimos siguieron siendo tan simples como lo habían sido en Wimblehurst. Nunca se avino a los servicios de un valet; en el clímax máximo de su grandeza, sus pantalones eran doblados por una doncella, y sus hombros cepillados cuando salía de su casa o del hotel. Se hizo circunspecto con el desayuno a medida que avanzaba en la vida, y en un momento determinado habló mucho del doctor Haigh y del ácido úrico. Pero en las demás comidas siguió siendo razonablemente omnívoro. Era en cierta medida un gastrónomo, y comía cualquier cosa que le apeteciera de un modo audible, y su frente se cubría de transpiración. Era un bebedor estudiadamente moderado, excepto cuando el espíritu de algún banquete público o de alguna gran ocasión lo atrapaba y lo llevaba más allá de su precaución, en cuyo caso bebía sin recato y se ponía rojo y hablador... sobre cualquier tema excepto sus proyectos comerciales.
Para hacer el retrato completo pretendo transmitir un efecto de bruscos y rápidos movimientos como los saltos de un triquitraque para indicar que su pose, fuera cual fuese, fue y continuaría siendo como un torbellino. Si estuviera pintándolo, seguramente le daría como fondo ese afligido e incierto cielo tan popular en el siglo XVIII, y a una distancia conveniente un vibrante automóvil, muy grande y contemporáneo, una secretaria apresurándose con unos papeles y un chófer alerta.
Esa era la figura que creó y dirigió la gran empresa del Tono-Bungay, y de la exitosa reconstrucción de esa compañía pasó a un lento crescendo de magníficas creaciones y promociones hasta que el mundo entero de los inversores se maravilló. He mencionado ya, creo, cómo, mucho antes de que ofreciéramos el Tono-Bungay en participaciones al público, adquirimos la representación en Inglaterra de algunas especialidades americanas. A ello se le añadió luego nuestra explotación del Jabón Doméstico Moggs, y así emprendió su Campaña de Utilidades Domésticas que, emparejada con su rotundidad ecuatorial y una cierta e innegable convexidad en su porte, le valió a mi tío su napoleónico título.

2

El hecho de que mi tío conociera al joven Moggs en una cena —creo que era de la Compañía Embotelladora—, cuando ambos se hallaban bastante más allá de la sobriedad inicial de la ocasión, ilustra el elemento romántico del comercio moderno. Se trataba del nieto del Moggs original, y un ejemplo muy típico de un educado, cultivado y degenerado plutócrata. Aquella gente lo había adoptado en su juventud como John adoptó su Ruskin, y alimentaron en él una pasión por la historia, y la dirección real de la industria de Moggs había derivado a manos de un primo y un reciente socio. Mr. Moggs, de una disposición estudiosa y refinada, acababa de decidir —tras una cuidadosa búsqueda de un tema conveniente en el cual no se le recordara constantemente el jabón— dedicarse a la Historia de la Tebaida, cuando su primo murió repentinamente, y precipitó las responsabilidades sobre él. Con la franqueza de la jovialidad, Moggs se quejó de la poco conveniente tarea que había caído entre sus manos, y mi tío le ofreció aliviar su carga con una participación allí mismo. Llegaron incluso a establecer los términos, unos términos muy confusos, pero términos al fin y al cabo.
Cada caballero escribió el nombre y la dirección del otro en el puño de su camisa, y se separaron en un talante de fraternal descuido, y a la mañana siguiente ninguno pareció pensar en rescatar su camisa de la lavandería hasta que fue demasiado tarde. Mi tío hizo una dolorosa tentativa —era una de mis mañanas en el negocio— por recordar nombre y particulares.
—Era un tipo con cara de pecera, alto y rubio, George, con gafas y un acento cortés —dijo.
Lo miré desconcertado.
—¿Con cara de pecera?
—Ya sabes cómo te parecen. Su negocio era el jabón, estoy casi seguro de ello. Y tenía un nombre. Y el asunto era de lo más claro que jamás hayas podido imaginar. Era tan claro como para reconocer que...
Finalmente salimos con el ceño fruncido y caminamos hasta Finsbury buscando una droguería buena y bien surtida. Primero entramos en una farmacia para que mi tío tomara un tónico reconstituyente, y luego encontramos la tienda que necesitábamos.
—Deseo —dijo mi tío— media libra de cada tipo de jabón que tenga usted en existencia. Quiero llevármelo ahora... Espera un momento, George... ¿Qué tipo de jabón dice usted que es ese?
A la tercera repetición de la pregunta, el otro hombre dijo:
—Ese es el Jabón Doméstico Moggs.
—Correcto —dijo mi tío—. No hace falta que siga averiguando más. Vamos, George, busquemos un teléfono y localicemos a Moggs. Oh, ¿el encargo? Sí, por supuesto, lo confirmo. Envíelos todos... Envíeselos al obispo de Londres; seguro que sabrá darles un buen uso... (Es un hombre de primera clase, George, caridad y todo eso)..., y póngalo en mi cuenta... Aquí tiene mi tarjeta... Ponderevo... Tono-Bungay.
Luego fuimos en busca de Moggs, y lo encontramos enfundado en una bata de pelo de camello en una lujosa cama, bebiendo té chino, y volvimos a darle forma a todo excepto a las cifras fijadas en la cena.
El joven Moggs amplió mucho mi mente; era un tipo de persona a la que nunca había conocido antes; parecía muy aseado y bien informado, y me aseguró que nunca leía los periódicos ni utilizaba el jabón en ninguna de sus formas.
—Una piel delicada —dijo.
—¿Ninguna objeción a que demos amplia y libre publicidad a su nombre? —quiso saber mi tío.
—Pongo reservas a las estaciones de ferrocarril —dijo Moggs—, a los farallones de la costa sur, a los programas de teatro, a los libros con mi nombre y a la poesía en general, a los anuncios en el campo... Oh, y al Mercure de France.
—Lo tendremos en cuenta —dijo mi tío.
—Siempre que no me molesten —dijo Moggs, encendiendo un cigarrillo —, pueden hacerme tan rico como quieran.
Ciertamente, no le hicimos más pobre. La suya fue la primera firma que fue publicitada mediante una historia circunstancial; recurrimos incluso a los artículos en las revistas ilustradas contando el pintoresco pasado de los Moggs. Ideamos Moggsiana. Apoyándonos en la preocupación de nuestro socio por los aspectos no comerciales de la vida, dotamos de interesantes historias a Moggs I, Moggs II, Moggs III y Moggs IV. Ustedes, a menos que sean muy jóvenes, recordarán algunos de ellos, y nuestra admirable reproducción del escaparate de una tienda georgiana. Mi tío compró memorias de principios del siglo XIX, se empapó de su estilo, e imaginó historias acerca del viejo Moggs I y el duque de Wellington, Jorge III y el comerciante de jabones («casi con toda seguridad el viejo Moggs»). Muy pronto le había añadido al original
Moggs Primavera otras variedades perfumadas y supergrasas, una «especial niños... como la utilizada en la casa del duque de Kent y por la vieja reina en su infancia», una en escamas, «el Supremo», y una en barra. Nos hicimos cargo luego de una pequeña firma de segundo orden de grafito, y llevamos sus orígenes hasta las brumas de la antigüedad. Fue idea exclusiva de mi tío el asociar ese producto con el Príncipe Negro. Se volvió industriosamente curioso acerca del pasado del grafito. Recuerdo cómo atosigó al presidente de la Pepys Society.
—Oiga, ¿utilizan el grafito en la Pepys? Ya sabe, grafito... ¡Para las rejas! ¿O pasan de él como algo demasiado común?
Por aquellos días se convirtió en el terror de eminentes historiadores.
—No me interesa conocer su historia de bombo y platillos, no teman — acostumbraba a decir—. No me interesa saber quién era la amante de quién, ni por qué fulano devastó esa provincia; lo más probable es que todo no sean más que mentiras. No es asunto mío. Ya no es asunto de nadie, ahora. Los tipos que lo hicieron debieron tener sus motivos... Lo que me interesa saber es, ¿en la Edad Media hizo alguien algo por las rodillas de las pobres fregonas? ¿Qué ponían en sus baños calientes tras las justas? Y la armadura del Príncipe Negro, conocen ustedes al Príncipe Negro, ¿estaba esmaltada o pintada o qué? Yo creo más bien que estaba tratada con grafito, es muy posible, pero... ¿existía ya ese proceso entonces?
Así, pensando y escribiendo aquellos anuncios para el Jabón Moggs, que trajeron toda una revolución en el departamento de literatura, mi tío se dio cuenta no solo de la gran cantidad de historia perdida, sino también del enorme campo de inventos y empresas que se escondía entre los pequeños artículos, las palas para recoger la basura y los aparatos para picar la carne, las ratoneras y las escobas para barrer las alfombras que se alinean en las tiendas de los drogueros y los ferreteros. Recordó uno de los sueños de su juventud, su idea del Apartamento Patentado Ponderevo que había estado en su mente antes de que yo acudiera a servir a sus órdenes en Wimblehurst.
—El Hogar, George —dijo—, desea enderezarse. ¡Un estúpido embrollo! Siempre cosas de por medio. Hay que organizarlo.
Durante un tiempo desplegó algo parecido al celo de un genuino reformador social en relación con esos asuntos.
—¡Tenemos que Poner al Día el Hogar! Esa es mi idea, George. Tenemos que construir una máquina doméstica civilizada que ponga fin a esas reliquias de la barbarie. Voy a buscar inventores, crear una división de ideas domésticas. En todo. Ovillos de cordel que no se enreden al desenvolverlos, una goma que no se ponga dura como el cuerno. ¿Entiendes? Luego, tras las comodidades, la belleza. ¡La belleza, George! Habrá que hacer todas esas nuevas cosas de modo que encajen con la decoración, eso es idea de tu tía. ¡Hermosos botes para la mermelada! Pondré a uno de esos nuevos artistas a diseñar todas las cosas que ahora están haciendo feas. Barredoras para las alfombras ideadas por esos tipos imaginativos, arcones para las criadas sobre los que sea un placer posar los ojos... toallas de intensos colores. Zzzz. Los cubos, por ejemplo. Cuélgalos en las paredes como si fueran calientacamas. Con todos los trastos de la limpieza metidos dentro... ¡Desearás abrazarlos, George! ¿Entiendes la idea? Librémonos de todas las cosas estúpidas y feas que tenemos...
Tuvimos algunas visiones magníficas; me afectaron tanto que cuando pasaba por delante de una ferretería o una droguería me parecían tan llenas de promesas como árboles a finales del invierno, congestionados por el esfuerzo de estallar en hojas y flores... Y realmente hicimos mucho hacia ese nuevo resplandor que esas tiendas despliegan ahora. Eran cosas miserables en los años ochenta comparadas con lo que se han convertido hoy gracias a nuestros esfuerzos, grises y tristes exposiciones...
Bien, no pretendo describir aquí la tortuosa historia financiera de Moggs’ Limited, que fue nuestra primera ampliación de Moggs e Hijos; ni hablaré mucho de cómo a partir de ahí nos extendimos a conceptos cada vez más amplios a través de la ferretería doméstica, cómo nos convertimos en distribuidores de este pequeño artículo, socios en ese otro, lanzando tentáculos en torno al cuello de los fabricantes especializados, asegurándonos el abastecimiento sobre esta o aquella reserva de material en bruto, y preparando así el camino para nuestra segunda flotación. Artículos Domésticos: «Art Do», inundando la ciudad. ¡Y luego vino la reconstrucción del Tono-Bungay, y luego «Servicios Caseros», y el Boom!
Ese tipo de desarrollo no puede contarse con detalle en una novela. De hecho, ya he dicho mucho al respecto en otros lugares. Puede encontrarse explicado con minuciosidad, con dolorosa minuciosidad, en el examen de mi tío y mío en las actas de la bancarrota, y en mis propias declaraciones después de su muerte. Algunas personas lo conocen todo respecto a esa historia, algunas lo conocen demasiado bien, la mayoría no desean los detalles, es la historia de un hombre de imaginación en medio de cifras, y a menos que estén ustedes preparados para unir columnas de libras, chelines y peniques, comparar fechas y comprobar sumas, lo encontrarán todo muy desconcertante y carente de significado. Y a fin de cuentas, no encontrarán las primeras cifras tan erróneas, sino forzadas. En el asunto de Moggs y Art Do, así como en la primera promoción del Tono-Bungay y su reconstrucción, abandonamos los tribunales, según los estándares de la ciudad, sin ninguna mancha sobre nuestras personas. La gran fusión de Servicios Caseros fue la primera empresa de mi tío realmente a gran escala, y su primer despliegue de métodos más atrevidos; para ello adquirimos de nuevo Art Do, Moggs (fuerte, con un dividendo de un siete por ciento), y adquirimos Pulimentos Skinnerton, los derechos de Riffleshaw, y el negocio de la picadora de carne y el molinillo de café Runcorn. En esa fusión yo no participé realmente; se lo dejé a mi tío debido a que por aquel entonces estaba empezando a dedicarme a los experimentos de vuelo que había emprendido a partir de los resultados disponibles de Lilienthal, Pilc...

Índice

  1. Tono-Bungay
  2. Copyright
  3. LIBRO PRIMERO
  4. LIBRO SEGUNDO
  5. LIBRO TERCERO
  6. LIBRO CUARTO
  7. Sobre Tono-Bungay