Mision y Escape durante la Guerra Fria
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Mision y Escape durante la Guerra Fria

Lado desconocido contado de primera mano por Hector G. Aguililla Exdiplomatico cubano exiliado en los Estados Unidos

  1. 190 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
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Mision y Escape durante la Guerra Fria

Lado desconocido contado de primera mano por Hector G. Aguililla Exdiplomatico cubano exiliado en los Estados Unidos

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En estas fascinantes memorias personales de un exdiplomatico cubano de alto rango, se dan a conocer hechos de las relaciones internacionales, que muchas veces se mantienen envueltos de una mistica oculta para el publico. Se pone al descubierto el uso de la diplomacia como medio para realizar operaciones especiales encubiertas y, en particular, suministros de armas y entrenamientos militares por parte de Cuba a las narcoguerrillas latinoamericanas asi como su presencia militar poco divulgada en Siria durante la guerra de Yom Kippur en 1973.

Relata de primera mano sucesos secretos o poco conocidos, ocurridos durante la guerra fria, donde la diplomacia, el espionaje, el trafico de armas y la intervencion militar se entrelazan en la injerencia de los asuntos de otros estados, principalmente en el Medio Oriente, Africa y America Latina.

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Información

Año
2021
ISBN
9781662492280
III
Llegada a Damasco, retrospectiva
1979. —“¡Marhaba, ahla wasahla!” —nos saludaban y daban la bienvenida en lengua árabe algunas personas a nuestra llegada al viejo Aeropuerto Internacional a Damasco, por primera vez, el 16 de diciembre de 1976.
Varios mendigos nos extendían las manos pidiendo “masari” (dinero), otros sentados y arrodillados en pequeñas alfombras rezaban el Corán. Las mujeres portaban el típico “hiyab” (velo islámico), conocido igualmente en un estilo más moderno como “shayla”. También las túnicas negras o el “chador”, que cubren casi todo el cuerpo, brazaletes y anillos de oro. Muchas vestían ropa moderna como en el Occidente, pero discretamente. Siria es uno de los países árabes más “progresistas” relativamente en la vestimenta de la mujer.
Muchos hombres con barba o bigote portaban el “thobe”, túnica o traje árabe; otros el “ghutra”, un pañuelo de rayas rojas y blancas con una cuerda negra alrededor en la cabeza, el “shermagh”, bufandas árabes o el modelo “kaffiyeh” palestino. Pero también una gran parte vestía a la manera occidental.
Los letreros escritos en árabe de derecha a izquierda parecían a nuestros ojos una especie de jeroglíficos. Había una muchedumbre haciendo sonidos, que no entendíamos, y un fuerte olor a comida cocinada a base de manteca de carnero y muchas especies. Por religión y tradición como se sabe los árabes comen preferentemente la carne de carnero o res en segundo lugar, ya que comer cerdo está prohibido por el islam. Pensé que efectivamente habíamos llegado a un mundo muy diferente al nuestro como era de esperarse.
—Compañero Aguililla —alguien me llamó.
—Sí, dígame —le dije.
—Mi nombre es Antonio Torres, pero me puede llamar Tony, soy el Administrador de la Embajada (cubana).
Tony tenía el rango de Agregado Diplomático. Yo ya tenía referencias de que era un hombre de confianza del Embajador y por eso le llevaba las finanzas.
—Tony te presento a mi esposa, Miriam Rodríguez Varela, y a nuestra pequeña hija, Maitelis.
Mi esposa, a quien familiarmente llamamos Mirita, todavía usaba sus apellidos de soltera, como era costumbre en Cuba. Maitelis en tres meses cumplía solo dos años de edad.
Después de las presentaciones y saludos Tony nos dijo:
—Por favor, denme los tickets del equipaje porque Said, uno de los chóferes nativos de la Embajada, se hará cargo de llevar las valijas en otro carro. Nosotros nos vamos en mi auto.
En el camino a la ciudad Tony nos preguntó:
—¿Cómo les fue en el viaje?
—Nuestra primera escala fue en Madrid —le contesté—, el taxista que nos llevó desde el aeropuerto de Barajas hasta el hotel nos comentó que los españoles estaban perdiendo su trabajo por culpa de la inmigración cubana. Que existía un refrán que decía: “si no quieres cortar caña, vete para España”, lo cual nos hizo reír. En Madrid —continué narrando—, lo primero que hicimos fue ir a la tienda por departamentos llamada el Corte Inglés. Allí le compramos a la niña un abrigo nuevo, pues, traía uno hecho, con muy buenas intenciones, por una vecina nuestra en Cuba, adornado con piel de conejo, que fue a parar al cesto de basura de la tienda. Yo me compré dos pares de zapatos buenos de piel de vestir y también dejé en el cesto de basura los que traía puestos de Cuba. Mirita aprovechó igualmente para habilitarse de lo que más necesitaba.
—Vamos hacia el apartamento —indicó Tony—, que ocupaba originalmente Ramiro Rodríguez, el antiguo Consejero de la Embajada, donde ustedes van a residir, pero Aguililla sígame contando sobre el viaje.
—Claro Tony —agregué—, en Madrid estuvimos alojados en el Hotel Moderno, ubicado en el centro de la ciudad en la Puerta del Sol, donde está situado el kilómetro cero. Cruzando la calle encontramos un banco, donde cambiamos dólares por pesetas españolas. Solo permanecimos tres días —seguí diciendo—, pero en ese tiempo vimos la Casa de Correos, la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, el Museo del Prado, el Palacio Real, la Gran Vía, la Plaza de Cibeles y la Puerta de Alcalá. Al hotel solo íbamos a dormir. En cuanto a compras —seguí comentando mientras Tony manejaba—, fuimos también a otra tienda llamada Galerías Preciados, la peletería Los Guerrilleros y el mercado conocido como El Rastro. También fuimos a un Museo del Jamón y a varios restaurantes, entre ellos a Los Montes, una fonda que se hizo muy conocida entre los cubanos que pasan de tránsito, por sus buenas comidas y precios. Entre los variados platos que más me gustaron durante la estancia en Madrid fueron el solomillo de ternera, las gambas al ajillo, la caldereta de langostas y el cocido madrileño. Por supuesto, todos ellos acompañados por un buen vino tinto o una caña (un vaso de cerveza). Igualmente me gustó mucho el carajillo, que es una mezcla de café con brandy o coñac, muy bueno para combatir el frío. El nombre de “carajillo” dicen que viene de cuando las tropas españolas invadieron a Cuba. Al escasear las provisiones los españoles usaron productos autóctonos como el café y el ron. La mezcla de ambos les daba “coraje” y la frase usual era “vamos a coger corajillo” antes de entrar en combate. De ahí la expresión “corajillo-carajillo”.
—Por cierto —dijo Tony—, olvidé decirles que el Embajador Barber y su esposa Clarita les envían sus saludos y les dan la bienvenida. Ellos estaban muy ansiosos por la llegada de ustedes. El Embajador me dijo que los llevara al apartamento para que se instalen y puedan descansar esta noche. Ya está habilitado incluyendo algunos víveres. Mañana —siguió diciendo Tony—, vendré por usted, Aguililla, para recogerlo y llevarlo a la Embajada. Pero síganme contando ¿cómo les fue en París?
Mirita, que hasta ahora se había mantenido callada, se animó a hablar y dijo:
—Imagínese Tony, que cuando llegamos a París, yo llevaba puesto el abrigo que compré en Cuba y Héctico — así me llaman familiarmente—, un sobretodo que le prestó Félix Pita —periodista amigo que fue Consejero en el Líbano—, el cual le queda grande. Entonces dos de los guardias franceses de la Aduana en el Aeropuerto Charles de Gaulle nos miraron y comentaron entre ellos en voz baja: “¡Qué clase de diplomáticos!”. Pero Héctico, como sabe francés, los pudo escuchar. Después —continuó Mirita—, en una cafetería en París, Héctico le reclamó al camarero que la cuenta estaba un poco alta, y este le respondió: “París es así, aquí hay que venir con bastante dinero”. En realidad fue una estafa —dijo Mirita—, por un par de panecillos y dos pequeños vasitos de coca cola cobraron el equivalente a unos $55 dólares, en una cafetería ordinaria. Algunos franceses —siguió diciendo Mirita—, me dieron la impresión de que creen ser “la última coca cola en el desierto”. Claro como en todas partes, también hay mucha gente amable y buena. Pero en fin de cuentas, su famoso río Sena tiene muchas partes sucias y la Torre Eiffel estaba cerrada al público por reparación. De la Torre nos fuimos apresurados para el hotel porque continuaba nevando mucho y hacía demasiado frío para la niña. También —agregó Mirita—, vimos el Arco de Triunfo en la Avenida Champs Élysées, pero no tuvimos tiempo de visitar el Museo del Louvre, que es lo que más me hubiera gustado ver. Aunque si fuera por mí, sinceramente, no regresaría más a París. Sin embargo —dijo Mirita—, me encantó Madrid, no solo debido a la afinidad cultural sino porque me gustaron todos los lugares que visitamos y su gente es mucho más acogedora y amable.
Tony interrumpió y dijo:
—Estamos ya dentro de la ciudad. La carretera que ven allá saliendo de la rotonda va hacia la parte más nueva de Damasco llamada el Mezze, donde se encuentra la Residencia del Embajador.
Por fin llegamos al apartamento, que era un piso completo ubicado en el subsuelo de un edificio de un barrio distinguido. Era enorme, tenía un pequeño recibidor a la entrada donde colgamos los abrigos y a continuación había un pasillo. En su primera puerta a la izquierda había un recibidor formal, que comunicaba por otra puerta con una oficina. Recto al final el pasillo se comunicaba con la sala, y a la derecha con una gran cocina. La sala tenía una puerta para un gran comedor con una mesa para doce personas. También tenía otra puerta de acceso a una sección de tres cuartos. En toda la parte trasera del apartamento había un amplio patio de losas al aire libre con un par de fuentes de agua, al cual se podía acceder a través de tres puertas diferentes.
Después de mostrarnos el apartamento, algunos víveres que nos habían comprado y de entregarme las llaves, incluyendo las de la embajada, Tony se despidió prometiendo regresar al siguiente día a las 10:00 a.m. para recogerme. Era recomendado entonces por el gobierno cubano que los funcionarios en el exterior utilizáramos apartamentos para tener una mayor seguridad y, por supuesto, por economía. Ese apartamento originalmente, como había comentado Tony, había sido ocupado por el antiguo Consejero Ramiro, pero en los últimos dos años cuando ya Ramiro había regresado a Cuba, fue utilizado por el Tercer Secretario, Sergio (Bebo) Montané Oropesa, hermano de Jesús Montané Oropesa, Miembro del Buró Político del Comité Central del Partido Comunista de Cuba. Este Sergio evidentemente tenía en La Embajada lo que antes se conocía en Cuba como “una botella”, posición conseguida por su hermano a pesar de su incapacidad para esa función.
Al amanecer del siguiente día, siendo las 6:05 a.m., nos despertó un sonido muy alto, creyendo yo a la primera impresión, pues, estaba todavía medio dormido, de que había unas potentes bocinas amplificadoras introducidas dentro del inmueble. Entonces le dije a Mirita:
—Tal vez se trata de una broma pesada de bienvenida de los compañeros de la embajada, aunque realmente me extrañaba.
Al darme cuenta de que el sonido venía de afuera salí a la terraza y descubrí que teníamos una mezquita en la acera de en frente cerca del edificio. Los potentes portavoces de las mezquitas atraen a los fieles, y suenan cinco veces al día para cumplir con la cantidad de veces que hay que rezar al día, según el Corán. En toda la ciudad se oyen los gritos de Alá akbar, Alá akbar (Alá es grande).
Tony me recogió, tal como había prometido, y me llevó a la embajada, que se encontraba a solo diez minutos de allí. Cerca de ella había muchos guardias sirios con armas largas custodiando un gran edificio que hacía esquina enfrente de la misma, el cual era nada más y nada menos que el Palacio P...

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