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© Antonio Linares Rodríguez
Diseño de edición: Letrame Editorial.
Maquetación: Juan Muñoz
Supervisión de corrección: Ana Castañeda
Fotografía de portada y del autor: Félix Castañón Rodríguez
Diseño de portada: Carlos Ortega Fernández
ISBN: 978-84-1114-346-2
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A mi familia, a los vecinos de mi aldea de Souto de Mogos (A Pontenova) y a mis amigos.
A todas cuantas personas he conocido en mi infancia, que me trataron con inmenso cariño y ternura.
Con un emotivo recuerdo a los que ya no están.
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«Ningún ser humano desea venir al mundo. Un buen día, sin que nos hayan consultado, nos encontramos en medio del escenario, algunos obtienen el papel de protagonista, otros son simples comparsas, otros salen de la escena antes de finalizar el acto o prefieren bajar y disfrutar del espectáculo desde la platea; reír, llorar o aburrirse, según el programa del día».
Susana Tamaro.
Prólogo
Antonio Linares Rodríguez, nacido en una pequeña aldea gallega (Souto de Mogos, en A Pontenova), amante de la lectura, médico de profesión y por fin escritor, nos presenta en esta obra autobiográfica mucho más que la descripción del modus vivendi de los habitantes de un determinado pueblo de Galicia en un determinado contexto histórico o la narración de algunos de los hechos que marcaron su vida; además de ello, nos presenta sus reflexiones vitales sobre los grandes temas que nos asolan: la infancia, el primer amor, la fe, las relaciones familiares, la enfermedad, la vejez, la vida y la muerte, sin que en ningún momento todo ello nos avasalle; muy al contrario, lo hace sin pretender describirlo todo o adoctrinarnos, sutilmente, como a cuentagotas, sin darse importancia: y para entonces ya estamos imbuidos en su autobiografía y disfrutando de ella. Como si lo conociéramos de todo la vida y necesitáramos descubrirlo todo.
Y tal ejercicio no es sencillo. Oscar Wilde ya nos dijo que para escribir solo se necesitan dos requisitos: tener algo que decir y decirlo. Antonio tiene algo que decir y lo dice. Pero además no lo dice todo y todo lo que dice nos aporta, cosas que se agradecen. Porque me han interesado tanto las características del medio rural en el que vive como los hechos concretos y los acontecimientos vividos a lo largo de su vida o la naturaleza de los personajes a los que se acerca y describe; y, desde luego, algunas de sus reflexiones vitales que aporta y que completan una obra que termina siendo entretenida y enriquecedora. Porque además todo ello lo hace con verbo ligero, lenguaje rico y tono sentido, consecuencia tanto de sus habilidades lingüísticas como de su humildad, su sencillez y su cercanía, atributos que todo escritor debería trabajar y, a ser posible, poseer, lo cual no suele ser ni fácil ni, por lo tanto, habitual.
Este es un libro que anima a la cultura y a la lectura, al compromiso social y al compromiso vital, o sea, a no pasar por la vida como si tal cosa. Y a que no gane el olvido. Es un libro que suma y que aporta; y que no solo a las personas más cercanas a Antonio encantará leer; también a mí me ha encantado hacerlo; y a todos los que se acerquen a él; lástima que no puedan hacerlo quienes ya no están. Estoy seguro que a Antonio le habría encantado. Y Laura, ¿qué dirá?
Introducción
«No existen más que dos reglas para escribir:
tener algo que decir, y decirlo».Oscar Wilde.
«Miramos el mundo una sola vez, en la infancia.
El resto es memoria».
Louise Glück
Es difícil escribir con sinceridad sobre los asuntos más íntimos, o al menos hacerlo sin importantes elementos de ficción y de anacronismo; recordar es volver a construir el pasado, sin otros elementos que breves escenas alojadas al azar en nuestra memoria; por otra parte, intentar ser fiel al pasado podría hacer daño a personas que nos quieren más de lo que nos merecemos. Intencionadamente he cambiado algunos algunos nombres y existen partes del relato que son imaginarias.
Es posible que al lector se le antoje un discurso muy pobre, además de incompleto. Ha de ser necesariamente incompleto, porque los recuerdos que aporto son fruto de situaciones o más bien emociones totalmente fortuitas que los evocan; dichos recuerdos podrían dilatarse hasta mi muerte, y más aún si llego a ser anciano con demencia, cuando uno recuerda vivamente las escenas de la infancia, pero se olvida de las del día a día. Dios no quiera que llegue a ese estado de deterioro intelectual.
Este relato comenzó como un pequeño diario en el que habituamente cada mañana escribía siempre que visitaba mi aldea, merced a los recuerdos que vivamente aparecían en la situación más insospechada. Yo siempre he madrugado mucho, y me encanta la soledad de los primeros momentos del día después de tomar un café. Son esos momentos de lucidez, tal vez incluso de cierta creatividad, que aprovecho para escribir, para estudiar e incluso para hacer planes que algunas veces han cambiado mi futuro.
Aprovecho esa soledad cortita, llena de energía, hasta que se levantan mi esposa y mis hijos, o hasta que aparece mi madre para invitarme a un chocolate como los de antes, en un viejo tazón de porcelana. En esos momentos el detalle más nimio me trae una enorme cantidad de evocaciones de mi infancia, y eso hace mi vida más intensa y apasionada.
Comencé a escribir esos sentimientos e impresiones en un fichero, «Escritos de aldea», y lo fui haciendo lentamente porque visito menos de lo que desearía mi casa de aldea y el tiempo para la reflexión es breve si se compara con la multitud de tareas que me esperan; ahora que tengo hijos de corta edad, también madrugadores, el tiempo libre es aún más exiguo. Por eso el contenido le puede parecer insuficiente al lector.
Una vida plena de recuerdos es una vida más intensa, es realmente la vida porque lo que somos está construido a base de recuerdos; los recuerdos nos desligan y eluden del tiempo real, del tiempo del reloj, para de alguna forma sumergirnos en el tiempo subjetivo, en donde no existe propiamente un antes y un después, sino esa sensación de plenitud en la que en el presente se mezcla el pasado y las esperanzas de futuro, y de ese modo se rompe con la monotonía de la vida cotidiana.
Mi infancia se desarrolló pobre hasta el extremo en recursos, pero por el contrario resultó extraordinariamente rica en imaginación; mi infancia transcurrió aislada en un insignificante reducto del planeta, llamado Soto de Mogos, ahora Souto de Mogos, aunque en adelante lo llamaré simplemente Soto, aislado de cualquier información porque mis padres no se habían podido comprar una radio, la televisión no existía, la prensa no tenía cabida en aquel mundo, y mi vida cotidiana se centraba en el colegio, en la iglesia (misa, catecismo, labor de monaguillo…) y en el tiempo de ocio, sin juguetes, solo con los objetos de la vida cotidiana, transformados en objetos de juego con mi imaginación.
El contraste con el mundo actual, tan sobrepasado de ideas y utensilios, es radical. El m...