Prietas las filas
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Prietas las filas

La Falanges Juveniles de Franco

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Prietas las filas

La Falanges Juveniles de Franco

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Las Falanges Juveniles de Franco fueron un elemento privilegiado de la política de juventud del franquismo en las décadas de 1940 y 1950, cuyo principal objetivo fue la socialización de sus integrantes en el ideario nacional-sindicalista. Creadas en 1942 como la organización juvenil del régimen siempre estuvieron bajo el control directo de los falangistas. Tras casi dos décadas de intervención en la juventud española fueron sustituidas en 1960 por la Organización Juvenil Española (OJE). Dicho cambio se llevó a cabo mediante un complicado proceso de debate entre los máximos responsables de la política juvenil, con intervención en algunos momentos del ministro secretario general del Movimiento, en un contexto en que el franquismo intentaba abandonar sus rasgos más duros y se orientaba hacia una nueva etapa caracterizada por la «democracia orgánica».

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Información

LOS CAMINOS ABIERTOS ESTÁN
Adelante, muchachos de España
los caminos abiertos están
las banderas tremolan al viento
y nos guía el mejor Capitán
Estrofa de la canción «Caminos abiertos»
del Frente de Juventudes
Tras haber dedicado los capítulos anteriores a tratar cuestiones relacionadas con el modelo que orientó la creación de las Falanges Juveniles de Franco y a analizar algunos de los rasgos más característicos de su discurso doctrinal e institucional, voy a centrarme ahora en el estudio de determinados aspectos relacionados con los mecanismos que se emplearon para llevar a la práctica los objetivos de la organización. Lógicamente, resulta imposible incluir todos los elementos que se pusieron en marcha por parte de una estructura de dimensiones tan considerables como las Falanges Juveniles de Franco. Téngase en cuenta que, durante casi dos décadas, encuadró a decenas de miles de jóvenes, estuvo plenamente integrada en la administración del estado, desarrollando como tal una burocracia relativamente compleja, y además contó con implantación en numerosas localidades, con todas las diversas implicaciones de índole más particular que ello supuso. Ante la magnitud del objeto de estudio, me veré forzado a describir algunos de los aspectos que, en mi opinión, tuvieron mayor importancia y significación, a la par que resultan más destacados a la hora de comprender de un modo más cabal esta importante parcela de la política de juventud del franquismo.
Asimismo, aunque ahora voy a centrarme primordialmente en las actividades que llevaron a cabo, también tendré por fuerza que ocuparme en ciertos momentos de aspectos vinculados al discurso ideológico. La intensa relación entre ambos ámbitos lo hace inevitable, por lo que pienso que subrayar tales vínculos puede permitir comprender de un modo más completo el universo ideológico y la dinámica de iniciativas prácticas en los que estuvieron inmersos los jóvenes que integraban las centurias de las Falanges Juveniles de Franco.
ENCUADRAMIENTO Y ACTIVIDADES
Antes de adentrarme en el núcleo de este apartado, debo precisar algunas cuestiones básicas. Un primer aspecto que conviene tener en cuenta es el referente al encuadramiento. En cuanto al rango de edades, las Falanges Juveniles de Franco integraron a niños y jóvenes comprendidos entre los 11 y 21 años. Un amplio tramo que abarcaba desde el inicio de la pubertad hasta el momento de cumplir del servicio militar, que en aquella época tenía la consideración de uno de los ritos de paso más destacados, si no el que más, a la etapa adulta. De los 11 a los 15, los jóvenes falangistas eran flechas; de los 15 a los 18, cadetes, y de los 18 a los 21, guías. En lo que respecta a las unidades en las cuales se agrupaban, la menor era la escuadra, compuesta por seis jóvenes, de los que uno actuaba como jefe. La falange era la unidad intermedia entre la escuadra y la centuria, y estaba formada por seis escuadras, un jefe y un subjefe. Finalmente, tres falanges componían la centuria, que era mandada por un jefe y un subjefe. Sin ningún género de dudas, esta última fue la forma de encuadramiento más característica, y constituyó el núcleo sobre el que pivotó la entidad. Atendiendo a la estructura territorial, dentro de las delegaciones provinciales del Frente de Juventudes, las centurias dependían directamente del delegado provincial, el cual contó enseguida para atenderlas con el apoyo de un ayudante específicamente dedicado a ellas. Por último, cabe señalar que los delegados y ayudantes provinciales dependían de una ayudantía integrada en el organigrama de la delegación nacional, en la que siempre ocupó un lugar destacado.1
En lo que respecta a la infraestructura material, las centurias tuvieron como sede un local, el cual al principio se llamó cuartel y al poco tiempo cambió su nombre por el de hogar. Por lo general, se trataba de un piso o una planta baja –en algunas pocas ocasiones un edificio independiente– en un barrio no demasiado céntrico. Allí era donde se reunían los jóvenes falangistas para llevar a cabo la mayor parte de sus actividades. Además de emplearse para realizar las distintas actividades programadas, el hogar también se utilizó a modo de centro de reunión informal, con la finalidad de ofrecer un lugar de encuentro que reforzara los vínculos entre los miembros de las centurias. Durante bastante tiempo, la falta de locales apropiados fue uno de los principales problemas de las Falanges Juveniles de Franco. En repetidas ocasiones sus responsables se hicieron eco de tales carencias y de los inconvenientes que suponía para el normal desarrollo de las actividades. Se dio, por parte de estos, un llamamiento público casi permanente solicitando la colaboración de autoridades locales y provinciales para solucionar la cuestión, que no se atajó, mal que bien, hasta la mitad de la década de 1950.
Las centurias también emplearon, cuando la ocasión lo requería, los campos de deportes, los terrenos de campamentos y los albergues dependientes de las delegaciones provinciales o de la nacional. Y en lo que res-pecta al régimen económico, la mayor parte de los gastos de las actividades se sufragaban con cargo a los presupuestos de las delegaciones, los cuales, a su vez, estaban integrados en el de la Secretaría General del Movimiento. A esta fuente de financiación se le sumaban ayudas específicas de diputacio-nes y ayuntamientos. Los primeros eran denominados internamente fondos estatales y los segundos, fondos propios. Estos, según los especialistas, se emplearon en más de una ocasión de acuerdo con criterios particulares de los dirigentes provinciales.2 Además, por norma general, los miembros de la organización pagaban una pequeña cantidad a la hora de realizar cualquier actividad. Como indicaba la doctrina por la que se puso en pie la organización, las Falanges Juveniles de Franco tenían que regirse por el principio de que, a sus integrantes, «toda ventaja debe costarles algo». Asimismo, pagaban una pequeña cuota que era administrada en la propia centuria.
Otro aspecto básico que conviene tener como referencia se refiere al sistema de premios y castigos que se aplicó, a modo de mecanismo para que las centurias funcionaran de la mejor manera posible. Sáez Marín ya lo describió y enjuició en sus trabajos, por lo que no me extenderé mucho sobre el particular. En esencia, se trataba de motivar la aplicación –estímulo fue el término empleado– de las unidades y de sus integrantes, estableciendo un sistema de puntuaciones positivas y negativas. Cada militante en concreto solo podía recibir puntos negativos. Los motivos de la sanción podían ser diversos y afectaban tanto al ámbito del conocimiento como al del comportamiento: por desconocer la consigna o el tema tratado esa semana, por no asistir o llegar tarde a los actos, por fumar o hablar incorrectamente, etc. Por su parte, las escuadras y falanges podían recibir puntuación favorable o desfavorable. En este segundo caso acumulaban las que recibían algunos de sus miembros. Por el contrario, obtenían puntos favorables si ninguno de sus integrantes era penalizado en el periodo de un mes, si ganaban concursos y competiciones, si asistían a actos no obligatorios o si mostraban mejor uniformidad, disciplina y rapidez en las formaciones generales que las restantes unidades.3
Cada trimestre los mandos tenían que notificar a sus superiores los resul-tados, que debían reflejarse por escrito en un documento y ser archivados. Y de nuevo se iniciaba el proceso. Las unidades que obtenían la mejor pun-tuación podían recibir menciones honoríficas o premios, consistentes casi siempre en una excursión especial o en la asistencia a campamentos. En ese caso, la normativa señalaba que la mención les sería comunicada «públicamente con toda solemnidad ante la Centuria completa». Los responsables insistieron mucho en que la clave residía en que la puntuación fuera llevada «con toda seriedad y continuidad, siendo comunicada solemnemente a las unidades interesadas en presencia de las demás, lográndose así el mayor estímulo e interés».4
Como se puede apreciar, este sistema de valoración potenciaba sobre todo el cumplimiento de las obligaciones y tenía como eje la inculcación del principio de obediencia, tantas veces mencionado en el discurso doctrinal. Como señaló en su momento Sáez, potenciaba «conductas automáticas caracterizadas por la sumisión, la docilidad, el acriticismo, el acatamiento, la aceptación indiscriminada de mensajes y estímulos, etc.».5 Resulta innegable su procedencia castrense. Además de todo lo ya señalado con anterioridad, debe tenerse en cuenta que en aquellas fechas, no en vano, la mayoría de los mandos nacionales eran excombatientes y, entre ellos, hubo varios militares de carrera o que siguieron la carrera de las armas, por lo que el peso de lo militar resultó omnipresente.
En consecuencia, la figura del joven militante solo era concebida en cuanto miembro de una colectividad. Si se le puntuaba negativamente, perjudicaba a los miembros de su unidad y solo conseguía premios si sumaba su esfuerzo al de sus compañeros, la más de las veces para obedecer a sus mandos. La dimensión colectiva y la sumisión a las órdenes superiores eran lo que orientaba todo el proceso. El miembro de las Falanges Juveniles de Franco solo era concebido como parte de una colectividad, a la que debía entregarse con toda intensidad. Por último, debo señalar que tengo serias dudas de que el sistema de puntuación pudiera llegar a estar bien implantado en todos los lugares. Por las dificultades localizadas en relación con la aplicación de algunos otros elementos de la organización de la entidad, como se verá a continuación, pienso que podrían existir algunas delegaciones provinciales en las cuales costase implantar y aplicar el sistema de puntuación con el celo que los mandos nacionales demandaban.
En lo que respecta a las actividades que realizaban los jóvenes afiliados a las Falanges Juveniles de Franco, a grandes rasgos pueden ser agrupadas en dos apartados: las de formación y las de actividad física. En las primeras destacaban sobremanera las orientadas a la formación política. La norma señalaba que debía celebrarse al menos una reunión semanal de centuria, a la cual tenían que asistir todos sus miembros con los mandos al frente, incluido el capellán. Entre otros aspectos, en la reunión debían tratarse la consigna y los temas marcados por el departamento correspondiente de la delegación nacional. Era rarísima la ocasión en la que estos no se centraban en cuestiones directamente relacionadas con la doctrina nacionalsindicalista, la cual predominó por delante de cualquier otra consideración. Los dirigentes también recomendaron que la reunión tuviera «cierta solemnidad en algunos momentos: la oración a José Antonio al comenzar y un Padrenuestro pidiendo gracias para la Reunión; las novedades; la enunciación de la consigna en posición de firmes: el prieta las filas al final de la Reunión, etc.». Todo ello, en su opinión, debía «constituir un armazón que imprima carácter, orden disciplinado y estilo propio».6
Esas iniciativas, directamente vinculadas a la socialización política, se vieron completadas por parte de algunas centurias con la edición de periódicos. Incluso en ciertos casos también hubo prensa de escuadras. Se trataba de sencillas publicaciones realizadas en multicopista o de periódicos murales, los cuales a partir de 1945 recibieron bastante atención por parte de los dirigentes. Estas experiencias, que podían suponer, al menos de acuerdo con los casos de otros grupos juveniles, un mínimo contrapunto a la abrumadora presencia de actividades dirigidas por los mandos adultos y permitir a los jóvenes falangistas un mecanismo de expresión algo menos condicionada, no tomaron ese sesgo, sino más bien el contrario. Como cualquier actividad de las Falanges Juveniles de Franco, fue objeto de una detallada reglamentación por parte de la delegación nacional. En este caso, las normas abarcaron desde la primera a la última página, que, según se precisaba, debía ser la sexta, sin permitir ninguna rendija para que los incipientes redactores pudieran expresar ni autoafirmar sus propias inquietudes.
A modo de ejemplo se puede señalar que las instrucciones superiores señalaban que en la primera página debía aparecer siempre la cabecera, en la cual se indicaría el nombre de la centuria, región, localidad y provincia; además de un dibujo «referido siempre a la consigna o efeméride más sobresaliente del mes» y de «la consigna semanal y la orden urgente». Lo mismo ocurría con las páginas siguientes, cuyo contenido quedaba minuciosamente detallado, lo mismo que el modo y los materiales con los que debían confeccionarse. Eso sí, el título quedaba «a elección del jefe de centuria». Pero, aunque fuera un mando formado por la propia organización, por si acaso no había comprendido correctamente sus funciones, las metas de la entidad y la finalidad de la prensa de centurias, tenía que someter su decisión a la «previa autorización del Mando Provincial».7
Según datos de la organización, en septiembre de 1946 el número de centurias que editaban un periódico superaba los cuatro centenares. Algo después, a principios de 1948, para promover esa actividad, se convocó un «concurso nacional de prensa de centurias», con premios que oscilaban entre las quinientas y las mil pesetas según las categorías.8 Con el tiempo, la prensa de centurias fue modificándose, al menos en algunos lugares. Por una parte, el número de cabeceras fue reduciéndose. Y por otra, algunas fueron ganando en independencia, llegando a ser auténticos portavoces, o al menos aproximarse mucho a ello, de las inquietudes de los jóvenes falangistas, aunque casi exclusivamente en el ámbito político. Fue el caso, por ejemplo, de la revista Nosotros, editada por la legión de guías de las Falanges Juveniles de Franco de Valencia, esto es, por todos los miembros de la organización entre los 18 y 21 años de las centurias de la ciudad, la cual se publicó entre 1952 y 1953.9
El otro gran ámbito en el que se desenvolvieron los jóvenes de las Falanges Juveniles de Franco fue el de la actividad física y el deporte. Siguiendo los antecedentes establecidos por otras organizaciones que durante la II República,...

Índice

  1. Cover
  2. Half Title
  3. Title Page
  4. Copyright Page
  5. Table of Contents
  6. INTRODUCCIÓN
  7. LA GUARDIA DEL MAÑANA
  8. EL BALUARTE MÁS SÓLIDO DE LA REVOLUCIÓN
  9. LOS CAMINOS ABIERTOS ESTÁN
  10. EL FINAL DE LAS FALANGES JUVENILES DE FRANCO