La privatización de la verdad
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La privatización de la verdad

La continuidad de la ideología esclavista en Estados Unidos

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La privatización de la verdad

La continuidad de la ideología esclavista en Estados Unidos

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Estados Unidos es el país de las máscaras y de la doble personalidad del superhéroe de la cultura popular: la obsesión de la 'unión' enmascara sus profundas divisiones, así como el discurso sobre la expansión de la 'libertad' acompañó la permanente expansión del sistema esclavista en cada una de sus conquistas territoriales. Aunque los confederados, los esclavistas del sur, perdieron la guerra civil en 1865 y luego perdieron la guerra cultural durante el siglo XX, inadvertidamente ganaron la guerra política y, sobre todo, la guerra ideológica que hizo de Estados Unidos un imperio basado en los mitos de superioridad racial, primero, y de superioridad cultural y moral después. Así mismo, de forma subrepticia, la ideología de los perdedores logró demonizar a los pobres y a la clase trabajadora y elevar a categorías bíblicas a los ricos y a la clase inversora, de la misma forma que antes había demonizado a los esclavos mientras santificaba a los amos esclavistas. "La privatización de la verdad" es un contrapunto entre el pasado y el presente más reciente (sobre todo, el último año de la presidencia de Donald Trump), una muestra de la continuidad de la guerra civil y de la ideología de los esclavistas del sur por otros métodos. El nuevo capitalismo estadounidense es la continuación del sistema de esclavitud derrotado en la guerra. No lo distinguen las narrativas sobre la libertad y el mesianismo de los de arriba; solo algunas leyes que prohíben el azote físico e imponen un salario, y la sustitución de algunas palabras por otras, como la palabra 'negro' por 'comunista'.

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Información

AMÉRICA LATINA NARRADA

Dodecálogo del éxito
ESTA FÓRMULA HA SIDO PROBADA e implementada desde los orígenes de la política internacional hasta nuestros tiempos. Su vigencia es de absoluta actualidad.
1) Llama “régimen” a todo gobierno no alineado.
2) Acósalo y bloquéalo.
3) Destruye su economía.
4) Contribuye al caos social tanto como puedas.
5) Repite que el fracaso es prueba de que no existen alternativas.
6) Financia a los “luchadores por la libertad”.
7) Reemplaza sus gobiernos irresponsables por regímenes amigos.
8) Llámalo “restauración de la democracia”.
9) Suspende el acoso y el bloqueo económico.
10) Envía barcos llenos de capitales con “ayuda para el progreso”.
11) Asegura la “libre competencia” para tus negocios.
12) Repite.
Serás obediente y prosperarás
HACE YA MUCHO TIEMPO QUE LOS DÍAS del presidente venezolano Nicolás Maduro parecen contados. No ha tendido muchas oportunidades de brillar, como su predecesor, pero está claro que la oposición no es mejor. M[as bien es terriblemente mediocre y entreguista, pero, de llegar al poder, le ir mejor. Por dos simples razones. Cualquier puede ser mejor presidente que Maduro, sobre todo, cuando se cuenta con el beneplácito y la ayuda económica de Estados Unidos.
Esta verdad es un patrón rígido que se repite desde finales del siglo XIX. La misma Venezuela ha sido, durante todo el siglo pasado, un país de dictaduras y democracias liberales cruzadas de conflictos sobre la mayor reserva petrolera del mundo.
En 1989, como consecuencia de las políticas neoliberales que el FMI le asignó al presidente Carlos Andrés Pérez y que hundieron al país en una crisis brutal después de la orgía petrolera de los setenta, el descontento popular terminó en el conocido Caracazo, que dejó cientos de muertos. La escalada inflacionaria de muchos años, la corrupción del gobierno y la masacre final fueron premiadas por Estados Unidos. El presidente de entonces, George H. Bush, no llamó al miembro de la oposición para que depongan al presidente, sino que rescató a éste con casi quinientos millones de dólares (más de mil millones de dólares de hoy ajustados por inflación).
Exactamente la misma cifra que pocos días atrás el presidente venezolano intentó retirar en oro del Banco de Inglaterra, pero el secretario de Estado de EE.UU. presionó al gobierno británico para que le negaran este retiro, ya que la política del jefe es bloquear todos los activos de Venezuela en el exterior.
A los amigos se los rescata. A los enemigos, aquellos que vienen con la retórica infantil de la independencia o del socialismo, se los hunde. Nacionalismo para nosotros sí. Para los otros no.
Este modus operandi con los países petroleros comenzó después de la segunda guerra y el nuevo orden mundial. En 1953, el pueblo iraní tuvo la mala idea de elegir un presidente democráticamente y Mohammad Mosaddegh, el líder de los laicos, tuvo la mala idea de prometer la nacionalización de los pozos petroleros en manos del alicaído imperio británico. A los ingleses no les gustó esta propuesta electoral y menos que Mosaddegh decidiera cumplirla, por lo cual convencieron a la nueva superpotencia mundial, Estados Unidos, para financiar grupos de desestabilización en el país. Como resultado Mosaddegh debió renunciar y en su lugar las potencias pusieron a un títere, el último Shah, que gobernó hasta la revolución islámica en 1979. El sentimiento antiamericano por esas décadas de infamias no es necesario explicarlo.
La misma historia ocurriría en Guatemala un año después del derrocamiento de Mosaddegh. Otro presidente democráticamente electo, Jacobo Árbenz, prometió nacionalizar (pagando por las tierras el precio declarado en los impuestos) una ínfima parte de las tierras en manos de la United Fruit Company para dársela a los campesinos sin tierra. La CIA contrató al publicista Edward Bernays para desestabilizar al gobierno de Árbenz, lo que logró etiquetándolo de comunista y financiando grupos rebeldes, aparte de la presión directa de la marina y la aviación estadounidense. Árbenz fue sustituido por un títere (según los ex miembros de la CIA, que reconocieron que Árbenz ni siquiera era comunista), a lo que siguió una sangrienta represión y guerra civil que duró décadas y dejó cientos de miles de muertos. Cuando el joven Ernesto Guevara abandona Guatemala tras los bombardeos y se convierte en el Che en Cuba, promete que “Cuba no será otra Guatemala”. La historia es muy lógica.
Cuando en 1964 Eduardo Frei le ganó las elecciones a Salvador Allende, no hubo protestas masivas. Washington había financiado al candidato ganador, pero no se supo hasta décadas después, como siempre, cuando la verdad ya no importa o es inofensiva. Cuando, pese a todo, Allende ganó las elecciones en 1970, Kissinger, Helms y otros ya se habían reunido durante dos años para bloquear el triunfo del socialista y, cuando esto no fue posible planificaron el sangriento golpe de Estado que llevó a uno de sus dictadores favoritos al poder. Para desestabilizar a Allende, Nixon había ordenado estrangular la economía. Cuando el golpe se consumó, todos declararon en la prensa que ellos no habían tenido nada que ver.
Cuando Pinochet llegó al poder, el dinero volvió a fluir y siguió fluyendo pese a que en 1976, a través de sicarios cubanos, hizo explotar una bomba en Washington para matar a Letelier, evento terrorista que hoy nadie recuerda. Lo mismo continuó haciendo Washington con el resto de las dictaduras amigas, como la brasileña y tantas otras que asolaban el continente al mejor estilo nazi (y con la ayuda de algunos nazis alemanes, como en el caso de Bolivia): ayudas para el progreso, tsunamis de dólares para inversiones hasta el extremo que algunos, como en México, se quejaron de que no podían absorber tanto dinero. Claro que los intereses eran flotantes y cuando vino la crisis del petróleo y la escalada inflacionaria en EE.UU., la FED tuvo que subir las tasas de interés hasta el 18 por ciento, lo que hizo crujir y hasta caer a más de una de aquellas dictaduras amigas.
La idea de financiar grupos de rebeldes ya había funcionado cuando Teodoro Roosevelt le arrancó un brazo a Colombia para crear Panamá y así poder construir su canal sin resistencia del congreso de Bogotá. La misma estrategia fue la usada para financiar el terrorismo de los Contras (“Luchadores por la libertad”) para desestabilizar al gobierno sandinista que había derrocado a uno de los títeres preferidos de Washington, el último de los Somoza. Lo mismo en El Salvador and so on.
Por entonces, los asesores de Reagan le recomendaron embarcarse en una aventura fácil para levantar la moral de Estados Unidos por los recientes reveces en Vietnam e Irán. Nicaragua era una pieza fácil.
Ahora Trump, a un año de entrar en su propia crisis, después de una orgía de recortes de impuestos para los supermillonarios como él y una economía estable (esto lo venimos anunciando antes que ganara las elecciones), necesita distraer la atención. Las relaciones carnales con Corea del Norte no funcionaron como estrategia publicitaria. Siempre es mejor la conquista que el amor, la victoria del macho a través de la fuerza que la seducción femenina.
Es aquí que Venezuela, como en los casos anteriores, resulta la pieza ideal. Nada de ayudas multimillonarias como para Andrés Pérez o para Mauricio Macri. Lo contrario: amenaza, bloqueo y apoyo a la oposición.
Pero si mirar a la historia no agrada, miremos el presente: todas las dictaduras de los países petroleros de la península arábiga que son aliados de Washington gozan de prosperidad y buena salud. No importa que Arabia Saudí haya probado hasta el hastío que es una de las dictaduras más brutales del planeta, que encarcela homosexuales y blogueros, que mantiene a las mujeres como ciudadanas de tercera categoría o las condena a muerte por protestar. Son amigos. Irán, por el contrario, se lo castiga con repetidas sanciones económicas, violando los mismos acuerdos firmados por Washington. No importa que en Irán haya elecciones y las mujeres sean la mayoría en sus universidades. No importa que Irán sea un país mucho más libre que Arabia Saudita o los Emiratos Árabes o Kuwait. Lo que importa es que no se ha alineado a los dictados de las superpotencias occidentales y que, para peor, sea la cuarta reserva de petróleo del mundo.
Sí, Maduro ha sido una calamidad. No supo administrar y menos jugar el juego de Gran Hermano. Sí, cualquier otro va a mejorar la economía. Hasta un niño de diez años podría hacerlo. La culpa es del socialismo. Las dictaduras capitalistas son mejores. Es mejor el comunismo chino, o la monarquía Saudí siempre y cuando protejan a Don Dinero.
Como decía un aviso promocionando matrimonios convenientes que leí de paso por Los Angeles en 1995: “recuerde que cuesta lo mismo enamorarse de un rico que de un pobre”.
El peligro eran los votos, no las balas
EN 1957, HOWARD HUNT FUE ASIGNADO A MONTEVIDEO. Hunt era uno de los cerebros de la CIA en la campaña de propaganda que culminó con el derrocamiento de Jacobo Árbenz en Guatemala tres años antes. Poco después, el mismo Árbenz llegó con su familia y alquiló una casa a pocas cuadras de la residencia de Hunt. Ambos coincidieron en una reunión social pero Hunt, copa en mano, no le reveló la verdad a su víctima, a quien en 2007 todavía llamaba “dictador”.
El nuevo embajador de Estados Unidos, John Woodward, le había dicho que esperaba que no hiciera en Uruguay lo que había hecho en Guatemala. Hunt, seguro de su impune independencia, le informó que su único objetivo era que los comunistas no llegasen al gobierno en Uruguay, a lo que el embajador Woodward respondió: “vas a encontrar más comunistas en Texas que en todo el Uruguay”.
Según Hunt y el embajador anterior, el presidente conservador Luis Batlle era antiamericano; el hecho de que Uruguay fuese uno de los tres países de América Latina que tenían una embajada de la Unión Soviética era suficiente prueba. Por esta razón, Hunt había reclutado a Benito Nardone, un periodista aficionado y político mediocre, sin preparación, pero con una gran audiencia rural gracias a su programa de CX4 Radio Rural. Contra todos los pronósticos, Nardone ganó las elecciones presidenciales de 1958.
En los años sesenta, las protestas sociales se habían incrementado al igual que las acciones secretas de Washington. Los cargos más importantes de la policía habían sido reemplazados por individuos entrenados por la CIA, según sus propios agentes, y la tortura en las comisarías se había convertido en práctica conocida. En Argentina y en el resto del continente, las guerrillas sesentistas se fundaron más de una década después que Washington decidiera inocular los ejércitos del sur. En Uruguay, entre 1963 y 1965 se fundó el grupo guerrillero Tupamaros, lo que les dio una excelente excusa a las fuerzas de represión en un contexto de fuerte decadencia económica y social. Aunque los tupamaros de indígenas solo tenían el nombre, un análisis secreto del Departamento de Estado sobre las actividades subversivas fechado el 31 de diciembre de 1976 afirmaba que “el terrorismo en América Latina tiene raíces indígenas”.
Pero el mayor temor de Washington y de la oligarquía criolla no eran los tupamaros sino el Frente Amplio. No eran las balas, sino los votos que herían mil veces más los intereses de las transnacionales y de las elites criollas. El 27 de agosto de 1971, la embajada de Estados Unidos en Buenos Aires le envió un telegrama secreto al Departamento de Estado detallando la preocupación del gobierno militar de Alejandro Lanusse sobre las elecciones en Uruguay. La embajada preveía que el gobierno argentino, con o sin la ayuda de Brasil, intervendría en Uruguay de forma secreta para evitar un triunfo del Frente Amplio en las elecciones “a través de un autogolpe comandado por el presidente Jorge Pacheco Areco”. En marzo de 1970, Pacheco Areco se había reunido con el dictador argentino Juan Carlos Onganía, y en febrero del año siguiente con su sucesor, el general Levingston. Poco después, Argentina le envió equipos especializados en interrogatorios. En diciembre de 1970 y en julio de 1971, hubo contactos entre las cúpulas de Argentina y Brasil. Los agregados militares de Brasil informaron a sus pares de Estados Unidos (USMILAT) que desde mucho antes, durante las pasadas dictaduras de Onganía y Artur da Costa e Silva, existía un acuerdo para intervenir en Uruguay cuando ellos lo considerasen necesario.
Sin embargo, el mismo Lanusse enfrentaba una fuerte oposición popular en Argentina y la opción de una intervención directa fue sustituida por el apoyo al presidente Pacheco Areco para un autogolpe que impidiese la toma de poder por parte del Frente Amplio en caso de una votación favorable a la izquierda, como había ocurrido en Chile un año atrás y para lo cual Washington ya había resuelto un nuevo golpe de Estado. Señalando fuentes directas vinculadas a los altos mandos, la Embajada de Estados Unidos reportó: “este plan ya se encuentra en marcha”. Más adelante: “los recientes eventos en Bolivia, en los cuales el gobierno de Argentina estuvo involucrado, han alentado a sus militares a repetir la misma solución” (Se refiere al ...

Índice

  1. Cubierta
  2. Anteportada
  3. Portada
  4. Página de derechos de autor
  5. Citación
  6. Índice
  7. EN POCAS PALABRAS
  8. LA LITERATURA DE LOS DIOSES
  9. LA DEMONIZACIÓN DE LOS TRABAJADORES
  10. LA DESMORALIZACIÓN DE LOS POBRES
  11. LOS REFUGIADOS DEL CAPITALISMO
  12. LAS RAÍCES DEL NAZISMO
  13. LA MANO INVISIBLE DEL CAPITALISMO
  14. AMÉRICA LATINA NARRADA