Archipiélago sonoro, poemas sinfónicos
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Archipiélago sonoro, poemas sinfónicos

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Archipiélago sonoro, poemas sinfónicos

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Esta es la edición definitiva revisada por el autor de los poemas que publicó por primera vez en París, en 1913, bajo el título «Archipiélago sonoro» y divididos en siete salmos. Los poemas de esta recopilación están escritos con el tono apasionado que caracterizó a su autor.-

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Información

Editorial
SAGA Egmont
Año
2021
ISBN
9788726680898
Categoría
Literatura
Categoría
Clásicos

SALMOS
DE LA VOLUPTUOSIDAD

I

En los jardines de Eros
Tus pupilas, semejaban esa tarde, dos violetas que el crepúsculo hacía tristes;...
un crepúsculo amoroso, que en tu almohada deshojaba muchos besos, como rosas en sus lentas agonías...
el azul de tus pupilas, que se ahogaba en el crepúsculo, era obscuro como el ala de un cisne negro, extendida sobre el lago, en esa hora inexpresable, en que el Silencio duerme, en las corolas de los nínfeos pálidos; exhaustos corazones en destierro...
la cólera y los celos, hacían torva tu mirada; una gran agua turbada por el viento, parecía;
desnuda, como el mármol de una Victoria, de antigua memoria, a la cual el tiempo rompió las alas, que protegían la Ciudad;
como una perla, que la tempestad arrojó sobre la arena; llena de una belleza helena, soñabas con tu rencor inicuo, bajo el rayo del divino sol oblicuo;
del edredón forrado en rojo, sobre el blando plumaje, emergías como una Diana, dormida sobre el follaje purpúreo de una selva autumnal;
había mucho de salvaje en tu actitud altanera; mitad diosa y mitad fiera;
pero había más de pantera que de diosa, en tu mirada de mujer celosa;
no eras bella así;
y, en cuanto a mí, te hallaba simplemente odiosa;
al verte inerte, fuí feliz, creyendo que la Muerte te había herido en tu lecho de Lujurias;
tus hermanas las Furias, tardaban en llevarte al Erebo:
estatua del Pecado, tendida en un sepulcro...
estatua del Deseo, sumida en la quietud...
desnuda como un nardo, sobre el fondo escarlata..., que no quiso servirte de ataúd...
¡cómo la Muerte es esquiva!...
¿por qué es necesario que el Mal viva?
tus grandes ojos se entreabrieron...
los abismos del Mal se enternecieron...
se distendió la curva de tus labios; cansados del Silencio, después de los agravios...
con un ritmo de serpiente entre el boscaje, tu cuerpo se movió, en las penumbras del cortinaje; con una gracia perezosa, en un bello gesto lascivo, lleno de encanto animal...
y, sonó tu risa de cristal;
¿irónica?
¿cínica?
a mí, me pareció brutal...
¿por qué se animaron tus pupilas, que semejaban aguas muertas?
¿por qué hablaste?
¿qué dijiste?
hecha divinamente triste...
y, otra vez fuiste bella...
y, en tus ojos de estrella, tu espíritu proteo, prendió otra vez los fuegos del Deseo...
y, tus labios ambiguos, prometieron los besos, esos besos antiguos, besos llenos de perversidades y de refinamientos...
y, en el fondo turbado de tus pensamientos, surgieron las escenas malsanas de las viejas orgías...
y, tus manos vacías, se extendieron hacia mí...
y, me atrajiste...
y, me besaste...
y, me venciste...
perdoné tus agravios;
sobre tus labios,
sobre tu seno,
bebí el veneno
cálido y triste...
que tú me diste...
y, abyecto, y miserable y sin Honor;
el Placer me venció, que no el Amor...
y, en los brazos mefíticos del Vicio, celebramos el nuevo Esponsalicio...

II

El crepúsculo amatista, como el alma de un geranio, en el cielo se moría...
y, envolvía la Ciudad en el manto sinfonista de su gran duelo calmado...
hora místicamente triste...
en esa iluminación de vieja acuarela, apareciste...
con tus ojos de miosotis, tus cabellos de oro viejo, y el reflejo espiritual de algo muy noble, en el porte distinguido de tu cuerpo, alto y erguido, principesco y, señorial...
llevabas tu cabeza como una hostia, con el supremo orgullo de tu raza, una raza de Honor...
tu silueta exquisita, semejaba un pistilo de flor,
¿por qué adiviné en tus ojos, el resplandor siniestro del adorable Amor?
¡del Amor Insondable!...
tenebroso, insaciable;
esa serpiente alada, que vuela y, que se arrastra...
que no se sacia nunca...
¡que no muere jamás!...
¿por qué, tu altivez, inmutable y, soñadora, se detuvo ante el viajero triste, que tantos años separaban de tu radiosa adolescencia, y, que miraba pasar tu Belleza, como un buitre vencido mira en el fondo de un lago, el resplandor de una estrella?
¡fué triste nuestro Idilio! ¡triste y breve!...
la copa de mis labios, bastante fué para apagar tu sed...
pero, ¡ay! mi corazón amortajado, no pudo vivir para el Amor, que no vino entonces, que no ha venido nunca, que no vendrá jamás...
y, fatigados de las fiebres encantadoras que el Imposible aviva:
ebrios del secreto doloroso de nuestro Amor;
torturados por el veneno mortal de nuestros besos...
exhaustos del goce letal de las caricias...
la Piedad por nosotros mismos, nos venció...
y, nos separamos;
un día, en una hora de obscuridad y, de Dolor... nos dijimos: ¡Adiós!...
se fué tu juventud, en las tristezas de su Inmutable Sueño...
«llevando mi imagen en el turbado espejo de tus ojos»;
y, «en el abismo del corazón sin calma»;
así me lo dijiste;
¡en tus ojos, donde se ahogó el último reflejo de mis sueños!...
en tus ojos, que poco después, se habían de cerrar para siempre, en las riberas de un canal dormido, en la ciudad de los lirios lacustres, y los divinos sueños de cristal...
avivada tu Voluptuosidad por los mirajes, de las obscuras aguas tornasoles...
pensando en los estremecimientos de la fiebre, que hacía temblar nuestros abrazos...
en las voluptuosidades, tan divinamente crueles, que hacían sangrar nuestros labios...
y, triste, de la esquivez helada de este mi corazón...
mundo sin Vida, donde el Amor, no ha pasado nunca... no pasará jamás...

III

Acaricia las melenas de este león viejo y. vencido, que nadie ama...
acaricia sus melenas;
y, el secreto de sus penas... no lo digas; no lo digas...
pon tus dos manos amigas, en la frente del salvaje Solitario, que no tiene más corona que el silencio de los montes;
los siniestros horizontes del crepúsculo incendiario que reflejan sus pupilas;
apágalo;
inclinando sobre ellas, las tuyas tan tranquilas;
con la serena limpidez de un lago, coronado de estrellas;
el halago de tu voz, apague el estertor de su rugido...
¡pobre león vencido, que no tuvo otro encanto, que la emoción suprema del combate y el espejismo audaz de la Victoria!...
sobre su frente, triste en ese Poniente de la Vida y de la Gloria, lleno aún del rumor de los agravios... pon tus divinos labios;
¡labios puros, como los albos nardos, y los lirios!...
apaga los delirios del león en agonía, poniendo la corona de rosas de tus besos, llenos de tan ideal Melancolía, sobre aquella cabeza, por tantas tempestades consagrada;
adorna con las rosas de la terneza, la melena hirsuta, encanecida...
y, que muera de rosas coronada, la pobre fiera, que cayó vencida.

IV

El estanque...
¿lo recuerdas?
era obscuro y, enigmático;
silencioso como un Símbolo;
pesado de Misterio...
doliente y pálido moría el crepúsculo...
azules, lánguidas, las ondas se dirían hechas de átomos de almas, ahogadas en su seno;
florecía la luna;
iris cándido en el azul lejano;
el sueño del agua se hacía tétrico bajo el reflejo de oro de los cañaverales, que se inclinaban a su orilla, con una gracia de adolescentes pensativos...
los lises acuáticos, se cerraban lentamente, con una suave gracia de holocausto;
bajo la sombra de los sauces melancólicos, el reflejo inquietante de las aguas, proyectaba ramajes angustiosos...
¿por qué absortos, a la orilla de ese lago, pe...

Índice

  1. Archipiélago sonoro, poemas sinfónicos
  2. Copyright
  3. PREFACIO PARA LA EDICIÓN DEFINITIVA
  4. ESTAS PROSAS... PRÓLOGO
  5. Chapter
  6. SALMOS DE LA VICTORIA
  7. SALMO DE LA GLORIA
  8. SALMOS DE LA PIEDAD
  9. SALMOS DE LA VOLUPTUOSIDAD
  10. SALMOS DE LA AMISTAD
  11. SALMOS DE LA VIDA Y DE LA MUERTE
  12. SALMOS DEL HIMENEO
  13. Sobre Archipiélago sonoro, poemas sinfónicos
  14. Notes