Enemigos íntimos
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Enemigos íntimos

España y los Estados Unidos antes de la Guerra de Cuba (1865-1898)

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Enemigos íntimos

España y los Estados Unidos antes de la Guerra de Cuba (1865-1898)

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Este libro pretende averiguar qué papel jugó España en la evolución de la política exterior norteamericana durante las tres décadas que precedieron al estallido de la Guerra de 1898. Andrés Sánchez Padilla estudia los principales problemas que afectaren a las relaciones hispano-norteamericanas durante esos años, combinando por primera vez fuentes inéditas norteamericanas y españolas. Obviamente, la cuestión de Cuba figura en un lugar prominente, pero en ningún momento se reducen las relaciones bilaterales a ese asunto, puesto que también se presta especial atención a la diplomada económica y la cooperación cultural que se desarrolló entre los dos países. El análisis sistemático del período sirve para ofrecer una interpretación completamente novedosa de las relaciones hispano-norteamericanas en una época crucial en la historia de ambos países.

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Información

Edición
1
Categoría
Historia
Acercamiento frustrado
(1877-1889)
El sistema internacional empezó a equilibrarse al acabar los años setenta del siglo XIX. La rivalidad franco-alemana, exacerbada después de la victoria del Segundo Reich en la Guerra Franco-Prusiana (1870-1871), fue mitigándose a medida que Berlín utilizó su poder para desactivar los conflictos abiertos en la periferia del continente europeo y conciliar los intereses de las grandes potencias. El canciller Bismarck fue capaz de construir un sistema de alianzas que garantizaba a la vez la hegemonía de Alemania en el continente y el aislamiento de la Tercera República Francesa. España y los Estados Unidos no formaron parte de este sistema de alianzas, pero la estabilidad internacional consiguiente coincidió con — y contribuyó a— un acercamiento bilateral sin precedentes.
La crisis de identidad de los Estados Unidos
El final de la Reconstrucción en 1877 clausuró el largo conflicto interior que la Guerra Civil norteamericana no había resuelto enteramente, aunque fuese a costa de ratificar la segregación legal de la población negra en los Estados del Sur. Sin embargo, no resolvió la profunda crisis de identidad de la política exterior estadounidense. Uno de los principales elementos de esa crisis fue la inestabilidad política que siguió al final de la Reconstrucción. La hegemonía política de la que disfrutaron los republicanos inmediatamente después de la Guerra Civil norteamericana sólo persistió mientras los antiguos Estados Confederados fueron ocupados militarmente. Una vez restablecido su autogobierno, el Sur se convirtió en un bastión demócrata y el dominio del Partido Republicano se redujo a Nueva Inglaterra y las Grandes Llanuras. A nivel nacional, republicanos y demócratas se mantuvieron igualados electoralmente hasta finales de los años noventa del siglo XIX1. Como consecuencia de ello, el control del Congreso cambió repetidamente de manos durante esas décadas. Por su parte, ninguno de los presidentes que sucedió a Ulysses S. Grant (1869-1877) disfrutó de una mayoría electoral o permaneció más de cuatro años en la Casa Blanca hasta la victoria de William McKinley en 18962.
Durante esos decenios, conocidos como la Gilded Age en los Estados Unidos, los republicanos defendieron un gobierno tan activo en los asuntos diplomáticos como en los domésticos. El nacionalismo definía igualmente la política industrial y la política exterior del Partido Republicano. Por su parte, los demócratas, de acuerdo con la tradición jeffersoniana, promovieron la misma inactividad gubernamental en el exterior que en el interior, excepto en aquellos casos en que la seguridad nacional estuviera en peligro. Por desgracia para los demócratas, sólo estuvieron en condiciones de dirigir la política exterior durante las dos presidencias de Grover Cleveland (1885-1889 y 1893-1897) 3. En realidad, los ejecutivos republicanos tampoco se atrevieron a salir de los límites tradicionales. La administración Hayes (1877-1881) se limitó a resolver los problemas fronterizos con México y a denunciar el proyecto europeo para el canal interoceánico, absteniéndose de iniciativas más arriesgadas4. Aunque el fomento del comercio exterior fuese una de las prioridades de la administración, la diplomacia económica no llegó a dar ningún salto adelante5. Por otro lado, las acciones del ejecutivo republicano se vieron coartadas tanto por su polémica elección6 como por la necesidad de convivir con un Congreso controlado por los demócratas7.
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Rutherford B. Hayes
Fuente: NARA
El sucesor de Hayes, James A. Garfield, contó con una mayoría republicana en el Congreso, pero no dispuso mucho tiempo para gobernar antes de ser tiroteado en julio de 1881 —cuatro meses después de su inauguración— por un miembro de una facción rival de su propio partido, falleciendo a causa de las heridas el 18 de septiembre 8. Su secretario de Estado, James G. Blaine, había formulado una ambiciosa agenda diplomática que incluía tratados de reciprocidad comercial, el arbitraje multilateral de los conflictos en Latinoamérica y la construcción norteamericana de un canal interoceánico, pero no tuvo tiempo de ejecutarla9.
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James A. Garfield
Fuente: NARA
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Chester A. Arthur
Fuente: NARA
Garfield fue sucedido por su vicepresidente, Chester A. Arthur (1881-1885), que inició negociaciones bilaterales con varios gobiernos de América Latina para establecer acuerdos de reciprocidad comercial. Blaine también había incluido los tratados de reciprocidad entre sus objetivos, pero no les había dado el protagonismo que les concedió su sucesor en el Departamento de Estado, Frederick T. Frelinghuysen. La administración Arthur entendió que era necesario corregir la balanza comercial negativa con sus vecinos hemisféricos por motivos a la vez políticos y económicos.
Las repúblicas latinoamericanas y el Imperio de Brasil comerciaban más estrechamente con Europa que con los Estados Unidos a pesar del liderazgo económico norteamericano en el Hemisferio Occidental. Washington temía que esa relación transatlántica abriese la puerta a las intervenciones europeas en el continente. Por otro lado, a pesar del volumen de sus propios intercambios con el Viejo Continente, los Estados Unidos no podían introducir todas sus mercancías al otro lado del Atlántico a causa del proteccionismo europeo, e incluso empezaban a sufrir problemas con algunos de sus productos más exitosos debido al apoyo gubernamental que recibían sus competidores autóctonos. Entre 1879 y 1891, hasta diez países europeos (incluyendo brevemente a España) prohibieron la importación de carne de cerdo de los Estados Unidos, ostensiblemente por motivos sanitarios, pero sobre todo para proteger a sus comerciantes de carne.
En América Latina, en cambio, no existían industrias rivales con las que competir y sí importantes artículos demandados en los Estados Unidos. Después de que la oposición proteccionista en el Congreso hiciese descarrilar la reforma arancelaria de 1883, que pretendía aliviar la crisis económica iniciada el año anterior, la administración Arthur apostó por ampliar los mercados para las mercancías estadounidenses y mejorar el acceso a las materias primas latinoamericanas mediante tratados de reciprocidad. Se firmaron tratados con México, Santo Domingo y España (en este caso, referido exclusivamente a Cuba y Puerto Rico), siendo las concesiones de esos tratados exclusivas a causa de la imposición por parte de Washington de una interpretación condicional de la cláusula de nación más favorecida (NMF). De esta manera, la administración Arthur creyó poder armonizar los intereses opuestos de comerciantes e industriales, acrecentando el comercio exterior sin debilitar en ningún momento la protección arancelaria10. Sin embargo, la administración no fue capaz de articular ningún tipo de respuesta frente a los problemas que sufrieron el comercio y las empresas estadounidenses en Europa11.
Aunque los republicanos se esforzaron por evitar las objeciones proteccionistas a sus tratados de reciprocidad, no contaron con la oposición demócrata. Los tratados firmados por la administración Arthur nunca llegarían a ser ratificados, encontrando obstáculos insuperables tanto en el Congreso como, sobre todo, en la administración demócrata que sucedió a Arthur. Grover Cleveland llegó a la Casa Blanca, entre otras cosas, para detener los peligrosos experimentos con los que la administración republicana había puesto en peligro la política exterior tradicional de los Estados Unidos. En consecuencia, el nuevo presidente no dudó en retirar del Senado todos los tratados pendientes de ratificación.
La administración Cleveland (1885-1889) fue la primera administración demócrata después de la Guerra Civil norteamericana12. Su prioridad, por tanto, estuvo en cuestiones domésticas como la corrupción en el gobierno y la reforma arancelaria13. No obstante, Cleveland no fue reacio a reafirmar la autoridad de los Estados Unidos en el exterior. En 1885, de acuerdo con el tratado de alianza firmado con Colombia en 1846, desembarcó tropas en Panamá (entonces una provincia de Colombia) a causa del estallido de una revolución que amenazaba el comercio en el Istmo. En 1888 se enfrentó agriamente con Canadá por la cuestión de las pesquerías en las aguas fronterizas entre ambos países. En 1889 incluso enviaría cañoneras a las Islas Samoa para evitar la imposición de un protectorado alemán en el archipiélago. Ninguno de esos conflictos, sin embargo, fue duradero ni planteó excesivos riesgos: las tropas estadounidenses abandonaron Panamá una vez que las autoridades colombianas restablecieron el orden; el enfrentamiento con Canadá sólo se exacerbó a causa de las necesidades electorales de Cleveland, acusado de anglofilia; y el conflicto de Samoa se acabó resolviendo mediante una conferencia multilateral con Alemania y Gran Bretaña14.
La lealtad a la tradición no era la única razón detrás de la oposición demócrata a los tratados de reciprocidad republicanos. La administración Cleveland apoyó decididamente una política comercial librecambista, que esos tratados hubieran obstaculizado.
Aunque los demócratas también deseaban fomentar el comercio exterior, entendían que el camino no era una red de tratados que comprometiera internacionalmente a los Estados Unidos y redujese los poderes del Congreso, sino la progresiva reducción de la protección arancelaria. Sus esfuerzos por reformar los aranceles, sin embargo, resultaron infructuosos debido a la fuerza de los intereses proteccionistas en el Congreso15.
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Grover Cleveland
Fuente: NARA
El apogeo de la Restauración
La España de la Restauración consolidó su reconocimiento internacional desde 1877. No sólo había restaurado la monarquía legítima y afianzado el sistema de propiedad, sino que también había resuelto momentáneamente el conflicto interior peninsular y restablecido su dominio sobre las colonias antillanas. En definitiva, la Restauración era un régimen con el que las potencias europeas podían entenderse. La estabilidad política fue preservada mediante la consolidación del turno pacífico entre partidos: los gobiernos conservadores de Cánovas (1875-1881), sólo interrumpidos por el breve experimento de Martínez-Campos (marzo-diciembre de 1879), fueron sucedidos por una década de gobiernos liberales (1881-1884 y 1885-1890). No obstante, el nuevo régimen fue incapaz de integrarse en el sistema de alianzas europeo. El principal obstáculo para la integración internacional de la Restauración siguió siendo el nudo diabólico entre política colonial y política exterior. Las colonias españolas en el Caribe y en el Pacífico —como había demostrado recientemente la Guerra de los Diez Años (1868-1878)— eran muy difíciles de defender en caso de rebelión interna o de amenaza exterior debido a la ausencia de una escuadra. A pesar de ello, los gobiernos restauradores no dudaron en reafirmar, tal y como lo habían hecho sus antecesores isabelinos, la integridad territorial de la monarquía como nación ultramarina.
Por otra parte, la integridad territorial de la Península no estuvo amenazada internacionalmente en ningún momento. Pero, al no ser capaz de sostener por sí misma la seguridad de sus colonias, la España de la Restauración subordinó su política exterior a la búsqueda de una garantía exterior. Sin embargo, difícilmente podría despertar la monarquía de Alfonso XII el interés de ninguna de las grandes potencias europeas por defen...

Índice

  1. Cubierta
  2. Anteportada
  3. Portada
  4. Página de derechos de autor
  5. Agradecimientos
  6. Índice
  7. Prólogo, Rosario de la Torre del Río
  8. Introducción
  9. Años de incertidumbre (1865-1877)
  10. Acercamiento frustrado (1877-1889)
  11. Áreas periféricas (1877-1889)
  12. El final de la amistad bilateral (1889-1898)
  13. Conclusiones
  14. Fuentes y bibliografía
  15. Contracapa