Hijas del viejo sur
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Hijas del viejo sur

La mujer en la literatura femenina de Estados Unidos

  1. 310 páginas
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Hijas del viejo sur

La mujer en la literatura femenina de Estados Unidos

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El estudio de la mujer es fundamental para entender los mitos y las realidades de la cultura del Sur de los Estados Unidos. Este volumen estudia cómo la producción literaria de autoras sureñas, blancas y negras, se vio condicionada por el sistema esclavista y por la segregación racial, y cómo estas escritoras se sintieron afectadas de diversas maneras por los roles y las imágenes sexuales y raciales que las definieron. Las obras de todas estas autoras destacan la participación de la mujer sureña tanto en el mantenimiento como en la destrucción de los mitos de un Sur que el viento no parece haberse llevado todavia.

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Información

Edición
1
Categoría
Literature
Capítulo III
Damas y esclavas, madres y mamis en el Viejo sur:
Gone with the Wind de Margaret Mitchell
y “The Old Order” de Katherine Anne Porter
Susana María Jiménez Placer
La publicación de la obra de Anne Firor Scott The Southern Lady: From Pedestal to Politics, 1830-1930 en 1970, suscitó un renovado interés por el estudio del papel de las mujeres blancas en el devenir histórico del sur de los Estados Unidos. La literatura ya había rendido homenaje a las mujeres que ocupaban los puestos más altos en la escala social del Viejo sur, es decir, a las esposas de los dueños de las grandes plantaciones que tradicionalmente habían detentado el poder político, social y económico en el sur prebélico. De hecho, notables escritores sureños habían expuesto con magistral claridad las contradicciones implícitas en la caracterización de las damas sureñas como ejemplos de perfección, belleza, modestia, piedad, moralidad, virtud, educación, saber estar, dulzura, inocencia, pureza, etc. Sin embargo, la historia seguía arrinconando a estas mujeres en los limitados confines de un devaluado espacio doméstico que parecía irrelevante a los ojos de la mayoría de los historiadores, más acostumbrados a escudriñar las hazañas, aventuras y desventuras de notorios personajes normalmente masculinos. La ciencia histórica se había hecho así eco de la distinción que Bakhtin había identificado como uno de los momentos definitorios en la evolución de las sociedades humanas: el momento de abandono de un primitivismo original, “when the time of personal, everyday family ocassions had already been individualized and separated out from the time of the collective historical life of the social whole, […] a time when there emerged one scale for measuring the events of a personal life and another for measuring the events of history” (“Forms” 208). Evidentemente las experiencias de las mujeres sureñas habían caído dentro del saco de las ocasiones familiares y cotidianas, y por tanto fuera de los intereses de la historia.
Como acabamos de sugerir, mientras en la literatura escrita a finales del siglo XIX y en las primeras décadas del siglo XX, escritoras como Kate Chopin, Katherine Anne Porter, o incluso Margaret Mitchell, habían puesto en entredicho la veracidad de la imagen tradicional de la dama sureña al intuir que tal imagen encerraba una realidad divergente, la historia había destinado limitados esfuerzos a escudriñar las circunstancias reales que habían condicionado la existencia de las mujeres sureñas, las mismas circunstancias que el velo idealizador del mito del Viejo sur había ocultado.1 En este sentido, la obra de Scott fue innovadora, ya que, como la autora indica en su “Prefacio” fue el interés por descubrir “how much of what I thought I knew about earlier southern women, those fabled antebellum ladies, was […] wrong” (Scott ix), lo que la llevó a estudiar los diarios, cartas y documentos escritos por estas mujeres para intentar acercarse de un modo más certero a su universo y conocer así cómo vivían, sentían, disfrutaban y sufrían las mujeres de clase alta del sur prebélico.
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Kate Chopin
The Southern Lady: From Pedestal to Politics, 1830-1930 inauguró pues una línea de investigación que elevaba a la categoría de protagonistas a las mujeres blancas sureñas y con ellas a su entorno más inmediato: la familia y la vida doméstica. Siguiendo en modos y medidas diversos la estela de Scott, estudiosas del tema como Elizabeth Fox-Genovese, Anne Goodwyn Jones, Sally G. McMillen, Victoria E. Ott o Catherine Clinton, entre otras, han rescatado del olvido documentos legales y personales relacionados con estas mujeres, y partiendo de una maraña de datos han intentado hilvanar una serie de conclusiones lógicas que nos permiten acercarnos a diversos aspectos de la realidad de este sector de la población sureña. Todos estos estudios coinciden en resaltar lo que en ocasiones la literatura ya había sugerido: la distancia que separa el mito de la dama sureña de la realidad que se desprende de los textos y documentos históricos, especialmente en lo que concierne a la cuestión de la ociosidad que supuestamente habría caracterizado la existencia de las mujeres de clase alta en las plantaciones del sur. Frente a la imagen de placidez y sosiego que solía ir asociada a la representación de las bellezas sureñas entregadas a una vida relajada y de relativo confort cuyo único motivo de ajetreo era la celebración de un baile o algún evento social, estas historiadoras concluyen que los diarios y cartas escritos por estas mujeres revelan una existencia de actividad constante, en ocasiones frenética y casi siempre extenuante dentro de los límites domésticos. McMillen, por ejemplo, explica que la idea de que la vida de las damas sureñas era tranquila y apacible constituía simplemente parte del mito del Viejo sur y distaba mucho del trabajo real que estas mujeres llevaban a cabo, especialmente en lo referente al cuidado doméstico y al control y supervisión de las labores de los esclavos (Southern Women 118-119, 129-131). Scott se refiere a esta última actividad como una de las más pesadas atribuciones de las damas sureñas (29, 36, 46-50), cuya vida real era dura y entregada al trabajo casi constante (23-36). Incluso Jacqueline Jones, aunque con sobrada reticencia, menciona que para las amas blancas la supervisión de los esclavos era una labor ardua (25). Fox-Genovese hace alusión a ejemplos concretos de tal situación (22-23, 129) y enumera entre las ocupaciones de las mujeres de clase alta aquellas relacionadas tanto con la gestión y almacenamiento de suministros alimenticios (118-119) y textiles (120-129), como con el cuidado y la salud de los miembros de la unidad familiar, incluyendo los esclavos (129-130). Por su parte Clinton advierte que estas mujeres no eran un mero objeto decorativo en el sur prebélico sino que tenían funciones esenciales y complejas generalmente dentro del ámbito doméstico (xv, 5-8). En resumen, la mayor parte de los estudios históricos escritos a partir de los años setenta llevan a cabo una reivindicación del papel activo desempeñado por las mujeres sureñas en su ámbito de acción —es decir, la esfera doméstica— e intentan así contradecir la opinión tradicional que sistemáticamente había anulado la relevancia de tan laboriosos esfuerzos.
Aunque, como acabamos de sugerir, estos estudios de las actividades que recaían en manos de las mujeres sureñas dibujan un retrato de las mismas que dista mucho de la imagen idealizada por el mito del Viejo sur, todos ellos reconocen la vigencia de tal imagen idealizada primero en la educación de las niñas y las jóvenes, y después como formulación del objetivo último deseable a la hora de dar forma a la vida adulta femenina dentro del sistema eminentemente patriarcal sureño. Con respecto a la educación, la disparidad entre las disciplinas que constituían las enseñanzas básicas para las jóvenes sureñas, ya fuera en academias, por medio de tutores privados o a través de sus propias madres, y las labores reales que les esperaban tras el casi inevitable matrimonio es apreciable no solo para los ojos ajenos, sino también para los de las propias jóvenes “víctimas” del sistema quienes, ya como mujeres casadas, se veían superadas por una realidad de trabajo para la que no se sentían preparadas (Fox-Genovese 110-115; Clinton 19). A pesar de ello, la fidelidad al ideal, incluso en la edad adulta, raramente flaqueaba: como se ha resaltado repetidamente, las mujeres sureñas raramente cuestionaban en profundidad el sistema en el que estaban inmersas y el papel que se les había asignado en él, incluyendo el ideal definitivo que formaba o deformaba sus vidas (Fox-Genovese 47; Clinton 14-15). En otras palabras, a pesar de todas las falacias que el mito pudiera encerrar, tal ideal constituía el molde al que las mujeres debían de adaptar el material del que disponían en la realidad de su existencia, de modo que ignorarlo a la hora de escudriñar los entresijos de sus vidas no dejaría de ser otra falacia más.
La idealización extrema de las mujeres constituía una de las señas de identidad del Viejo sur, un mundo a caballo entre las estructuras de producción medievales y la incipiente economía de mercado del sistema capitalista del siglo XIX,2 un mundo donde seguía plenamente vigente un tipo de ideología de carácter feudal que según Bakhtin había iniciado su andadura en el ámbito medieval. En “Forms of Time and of the Chronotope in the Novel” Bakhtin vincula el advenimiento de lo que él llama una “vulgar convencionalidad” con el desarrollo de las estructuras feudales y afirma que en este contexto, “the healthy ‘natural’ functions of human nature are fulfilled, so to speak, only in ways that are contraband and savage, because the reigning ideology will not sanction them” (“Forms” 162). Esta ideología, que renegaba de los aspectos más naturales, instintivos y materiales del cuerpo humano, seguía determinando las vidas de los habitantes del sur con una fuerza pasmosa en pleno siglo XIX.
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El ama, ilustración de las señoras Cowles
Social Life in Old Virginia Before the War, Thomas Nelson Page, 1897
No sería justo seguir adelante sin reconocer al menos que tal ideología no era exclusiva de esta región, sino que caracterizaba en su conjunto a todo el universo victoriano: en el norte de los Estados Unidos, las mujeres de una incipiente clase burguesa que tomaba cada vez más fuerza gracias al desarrollo industrial, veían cómo el avance de la economía capitalista les cerraba rotundamente las puertas de la esfera pública y reducía su ámbito de acción al mundo doméstico y de consumo, ahora claramente diferenciado del espacio de producción. Como analizaremos más adelante, dentro de la esfera doméstica, la “vulgar convencionalidad” de Bakhtin campaba a sus anchas obligando a las mujeres burguesas a olvidar “the healthy natural functions of human nature” para poder convertirse en un parangón de virtud y moralidad intachables. Si la bien conocida doctrina de las esferas suponía una división del espacio primordialmente en base a distinciones de género, como veremos la ideología señalada por Bakhtin sirvió para mantener vivas las distinciones de clase dentro del ámbito doméstico: las mujeres burguesas podían ser inmaculados angels in the house y dedicarse a la salvaguarda de la moralidad familiar, porque dejaban en manos de sus criadas las labores más directamente asociadas a “the healthy natural functions of human nature”, es decir, las labores menos angelicales del hogar.
Aunque nosotros nos concentraremos en la aplicación del modelo propuesto por Bakhtin a la hora de delinear las atribuciones de las mujeres sureñas, es conveniente reconocer la existencia de diversos estudios que han analizado la pertinencia de utilizar el modelo victoriano de la división de esferas y lo que se ha llamado cult of true womanhood a la hora de definir las peculiaridades del mito y de la realidad de las mujeres del sur. En casi todos los casos, se reconoce la vigencia generalizada de este modelo en la totalidad del mundo anglosajón y se hace especial hincapié en todos aquellos aspectos de este culto que se reproducían en el ideal de la dama sureña. Sin embargo, el reconocimiento de puntos compartidos por la ideología victoriana y la ideología del Viejo sur es en la mayor parte de las ocasiones matizado para reafirmar la singularidad que afectaba a la dama sureña. Scott, por ejemplo, habla de “fanatismo” a la hora de marcar diferencias entre el culto en el norte y en el sur (14-15). Fox-Genovese asocia la doctrina de las esferas en el norte al desarrollo urbano y puntualiza que tal desarrollo fue limitado en el sur, donde además los ámbitos de producción y consumo no estaban tan divorciados como en el Norte, lo que obligó a los sureños a elaborar su propia adaptación de esta ideología victoriana (60-82). McMillen coincide en esta última apreciación al resaltar que la doctrina de las esferas no se podía aplicar de modo tan contundente en el sur porque allí los casos de superposición de ambas esferas no eran excepcionales (Southern Women 45-46, 75, 120). A todas estas apreciaciones Clinton añade además la consideración de los efectos que tanto el aislamiento que caracterizaba la vida de las mujeres sureñas como las diferencias que afectaban a la educación que estas recibían tuvieron en la aplicación de esta doctrina en el sur (8-15).3
Inevitablemente, el matiz que repetidamente se resalta como distintivo o peculiar en la caracterización de la dama sureña como “True Woman” se refiere a la cuestión de la esclavitud negra: el sistema esclavista definía el contexto socioeconómico del sur y el papel de las mujeres en tal contexto no era inmune a su influencia. Como ha sugerido Fox-Genovese, fue en parte la persistencia del sistema esclavista lo que convirtió al sur en un anacronismo al dejarlo sumido en modos de producción y de relaciones laborales y sociales más propios del espacio feudal medieval que del incipiente capitalismo del siglo XIX, y la pervivencia de estas estructuras feudales se dejó sentir con fuerza en la configuración de la imagen de las damas sureñas convertidas en descendientes directos de las mujeres de virtud sin par que inspiraran los más heroicos actos en los romances caballerescos medievales. Según Bakhtin estos romances se caracterizaban por la existencia de un intento de glorificación ajeno a la tradición clásica: en ellos “heroic deeds are performed by which the heroes glorify themselves, and glorify others (their liege lord, their lady. . . . Glory and glorification are features completely alien to the Greek romance, and this fact heightens the similarity between the chivalric romance and the epic” (“Forms” 153). Esta glorificación caballeresca, que fue probablemente la herencia más destacable que las damas del sur recibieron de sus ancestros medievales, constituía sencillamente una manifestación directa de la ya mencionada “vulgar convencionalidad”, el orden ideológico inaugurado tras la disolución de las comunidades primitivas caracterizadas según Bakhtin por una completa simbiosis del tiempo humano y los ritmos de la naturaleza: el tiempo humano era entonces colectivo, y por ello era sinónimo de crecimiento, no de decadencia; en ese momento, “individual life-sequences [had] not yet been made distinct, the private sphere [did] not exist, there [were] no private lives” (“Forms” 209), y “the healthy ‘natural’ functions of human nature” podían ser disfrutadas con plenitud (“Forms” 206-208). En este contexto, todos los elementos de lo que Bakhtin llama el complejo o la matriz, esto es la comida, la bebida, la muerte y el sexo, tenían la misma validez: “The single great event that is life (both human and natural) emerges in its multiple sides and aspects, and they are all equally indispensable and significant within it” (“Forms” 211).
Pero esta concepción del mundo, el tiempo y la vida toca a su fin en cuanto se inicia la estratificación del todo comunal en clases sociales, y el tiempo humano deja de ser colectivo para tornarse individual y vestirse de privacidad. Se origina entonces una “bifurcación” en los elementos de la matriz que determina el inicio de la “vulgar convencionalidad” feudal:
Insofar as stratification of the comunal whole into social classes occurs, the complex undergoes fundamental changes . . . Such elements of the matrix as food, drink, the sexual act, death, abandon the matrix and enter everyday life, which is already in the process of becoming compartmentalized. From another point of view they enter into ritual, acquiring in this new context a magic significance (which is in general highly specific as regards its cultic or ritualistic meaning). Ritual and everyday life are tightly interwoven with each other, but there is already an interior boundary between them: bread in a ritual is already no longer the actual ordinary bread that one eats every day. This boundary becomes ever sharper and more precise. Ideological reflection (the word, the symbolization) acquires the force of magic. (“Forms” 211-212)
Bakhtin hace coincidir este momento con el advenimiento de una renovada preponderancia de la representación, la simbolización, la sustitución, o en términos de Derrida, el suplemento, en detrimento de lo inmediato, lo material, lo corpóreo:
As class society develops further and as ideological spheres are increasingly differentiated, the internal disintegration (bifurcation) of each element of the matrix becomes more and more intense: food, drink, the sexual act in their real aspect enter personal everyday life, they become predominantly a personal and everyday affair, they acquire a specific narrowly quotidian coloration, they become the petty and humdrum “coarse” realities of life. On the other hand, all these members are to an extreme degree sublimated in the religious cult, and partially in the high genres of literature and other ideologies. (“Forms” 213)
Así nace lo cotidiano como una esfera independiente, separada tanto de la producción4 como del ritual —el culto religioso, los géneros literarios elevados y otras ideologías—, degradada y despreciada desde sus orígenes. Al margen de la exposición de Bakhtin y aunque él no establezca distinciones de género, parece apropiado sugerir ahora que esta degradación en buena medida arrastró consigo a aquellos seres humanos que como consecuencia de una confabulación de la naturaleza y la tradición parecían haber quedado indisolublemente ligados a la experiencia doméstica cotidiana, la aportación de alimento y la procreación en su versión más inmediata y cotidiana: las mujeres.5
Para estudiar el comportamiento de los elementos de la matriz en la literatura, Bakhtin esboza una distinción entre géneros literarios altos, medios y bajos, y sugiere la existencia de diversos grados de sublimación dependiendo de la categoría genérica. Tomando como ejemplo la sexualidad, Bakhtin asegura que esta participa en los géneros altos solo en su forma sublimada, es decir, como amor, mientras que en los géneros medios el elemento sexual está presente básicamente en su versión cívica a través de referencias al matrimonio, la familia, los hijos, etc. Como consecuencia, según él la faceta más realista e inmediata del componente sexual quedaría fuera de los géneros oficiales y del discurso de los grupos sociales dominantes (“Forms” 213). Nos interesa esta referencia a determinados sectores de la sociedad porque introduce directamente la cuestión de la clase social en la discusión del comportamiento del complejo: el nivel de sublimación quedaría así íntimamente ligado no solo al género literario, sino también a la marca social —dos aspectos ya vinculados entre sí— de modo que la degradación asociada a la versión más inmediata y cotidiana de los elementos del complejo sería solo palpable en las referencias a las clases sociales más bajas, y primordialmente en los géneros literarios bajos. Si cruzamos esta información con la argumentación con la que cerrábamos el párrafo anterior, podemos encontrarnos ante una paradoja: en el caso de las mujeres que ocupaban los estratos sociales más bajos, la situación no revestía complicación ya que todos los ingredientes se conjuraban para mantenerlas pegadas al aspecto más inmediato y realista de un degradado mundo cotidiano. Pero ¿qué ocurría con las mujeres de clase alta? Como mujeres, pertenecían al ámbito de lo domés...

Índice

  1. Cubierta
  2. Anteportada
  3. Portada
  4. Página de derechos de autor
  5. Índice
  6. INTRODUCCIÓN: La mujer en la historia y en la literatura del sur de los Estados Unidos
  7. CAPÍTULO I: Louisa S. McCord: la mujer sureña como ángel custodio de la civilización esclavista
  8. CAPÍTULO II: La mujer en la novela de Ellen Glasgow: el rechazo de la lady sureña y la defensa de la “nueva mujer”
  9. CAPÍTULO III: Damas y esclavas, madres y mamis en el Viejo sur: Gone with the Wind de Margaret Mitchell y “The Old Order” de Katherine Anne Porter
  10. CAPÍTULO IV: El tomboy cuestiona las rígidas dicotomías de género y raza de la sociedad sureña
  11. CAPÍTULO V: Sureña y subalterna: narrando la rebelión de la mujer en Alice Walker