De mujeres y partos
eBook - ePub

De mujeres y partos

Matronas y cambio social en la segunda mitad del siglo XX

  1. 324 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
eBook - ePub

De mujeres y partos

Matronas y cambio social en la segunda mitad del siglo XX

Detalles del libro
Vista previa del libro
Índice
Citas

Información del libro

Las transformaciones económicas y sociales que se produjeron en España durante la segunda mitad del siglo XX, provocaron un cambio sustancial en la vivencia del parto para las mujeres, que pasaron de ser actos íntimos en el domicilio de las parturientas con la atención de una matrona, a ser actos quirúrgicos y medicalizados en los grandes centros hospitalarios. Las matronas fueron testigos excepcionales de este cambio. A partir de entonces se subordinarán definitivamente a los médicos como efecto de la rígida jerarquía hospitalaria. Este libro recoge los discursos y las prácticas asistenciales de las matronas que protagonizaron esta evolución y sus reflexiones en torno a las actuaciones profesionales, las relaciones con los médicos, la defensa de sus competencias en la atención al parto normal y su constante labor por respetar la autonomía de las mujeres en el proceso de parir.

Preguntas frecuentes

Simplemente, dirígete a la sección ajustes de la cuenta y haz clic en «Cancelar suscripción». Así de sencillo. Después de cancelar tu suscripción, esta permanecerá activa el tiempo restante que hayas pagado. Obtén más información aquí.
Por el momento, todos nuestros libros ePub adaptables a dispositivos móviles se pueden descargar a través de la aplicación. La mayor parte de nuestros PDF también se puede descargar y ya estamos trabajando para que el resto también sea descargable. Obtén más información aquí.
Ambos planes te permiten acceder por completo a la biblioteca y a todas las funciones de Perlego. Las únicas diferencias son el precio y el período de suscripción: con el plan anual ahorrarás en torno a un 30 % en comparación con 12 meses de un plan mensual.
Somos un servicio de suscripción de libros de texto en línea que te permite acceder a toda una biblioteca en línea por menos de lo que cuesta un libro al mes. Con más de un millón de libros sobre más de 1000 categorías, ¡tenemos todo lo que necesitas! Obtén más información aquí.
Busca el símbolo de lectura en voz alta en tu próximo libro para ver si puedes escucharlo. La herramienta de lectura en voz alta lee el texto en voz alta por ti, resaltando el texto a medida que se lee. Puedes pausarla, acelerarla y ralentizarla. Obtén más información aquí.
Sí, puedes acceder a De mujeres y partos de Mª José Alemany Anchel en formato PDF o ePUB, así como a otros libros populares de Medicina y Enfermería. Tenemos más de un millón de libros disponibles en nuestro catálogo para que explores.

Información

Edición
1
Categoría
Medicina
Categoría
Enfermería
CAPÍTULO 1
DE TEORÍA Y METODOLOGÍA
1.1. EN TORNO A LOS FUNDAMENTOS TEÓRICOS
Como es sabido el varón ha sido durante mucho tiempo el sujeto histórico por excelencia y, por analogía, las mujeres han sido incluidas en la generalidad en los documentos escritos. A pesar de que las periodizaciones admitidas por la historia tradicional no funcionaban cuando se tomaba en consideración a las mujeres y de que existían pruebas de que ellas habían influido directa o indirectamente en los acontecimientos de la vida pública, durante siglos fueron las eternas olvidadas (Morant, 2005) y hubo que esperar hasta finales de los años setenta del siglo XX para que, con el desarrollo de la segunda oleada del feminismo como movimiento social y político de transformación de las relaciones de poder entre hombres y mujeres, se planteara la necesidad de intervenir en el discurso científico desde una perspectiva crítica y reflexiva sobre los modos de elaboración del saber. Surgieron diversos enfoques historiográficos que bajo el epígrafe de La historia de las mujeres (Hernández Sandoica, 2004) tenían el propósito de rescatarlas de la invisibilidad a la que habían estado sometidas, dotándolas de la relevancia que tenían como sujeto y como objeto histórico, en función de su peso demográfico y de su participación en el crecimiento y en el desarrollo de las sociedades de las que habían formado parte: “...no podrían añadir un suplemento a la Historia para que las mujeres pudieran figurar en el decorosamente? (Morant, 2005)”.
Fue a partir de la polémica suscitada por el ensayo filosófico de Simone de Beauvoir El segundo sexo, publicada en 1949, cuando se inicia el debate que culminaría con la construcción de la historiografía feminista. Beauvoir empezó cuestionando determinados presupuestos heredados de la Ilustración. Los historiadores del momento aceptaban de buen grado la doctrina roussoniana que afirmaba que las mujeres pertenecían por naturaleza al ámbito de lo privado y por ello estaban ausentes del mundo público y de la política. Ante el esencialismo determinista que justificaba la superioridad y el dominio del varón y el sometimiento de la mujer a causa de su biología, Beauvoir planteaba que habían sido las normas y leyes sociales, la cultura y el poder de los hombres, los que a través de los siglos habían puesto límites a su acción social y política, ubicándolas en una condición de subalternidad.
El otro tema que –a pesar del poco interés que suscitó entre los intelectuales de su tiempo– sería fundamental para las disciplinas humanistas es el de la construcción cultural e histórica de las identidades de los sujetos. Beauvoir negó que la vocación natural de la mujer fuera la maternidad y se opuso a los presupuestos del psicoanálisis que afirmaban que el hijo representaba para la madre lo mismo que el pene para el varón. También manifestó su disconformidad con el denominado instinto maternal apoyándose en testimonios de la literatura y en historiales clínicos. En ese sentido, treinta años después, la historiadora feminista E. Badinter realizó una investigación sobre el amor materno desde los siglos XVII al XX demostrando que no se puede hablar de instinto y sí de la influencia de los usos y las costumbres en cada momento histórico, que son los que marcan los comportamientos sociales (Badinter, 1981).
Los antecedentes de la historia de las mujeres hay que buscarlos, como sabemos, en la relación entre las diversas ciencias sociales, cuestionando planteamientos tradicionales sobre la consecución científica de la verdad. Se ha partido de los trabajos de la antropología social centrados en el estudio del otro –otras sociedades, otras culturas–, de la profundización en el tema de la familia, o de la historia de las mentalidades con su interés por el ámbito privado y por la vida cotidiana de las personas, tomando en cuenta su faceta individual y subjetiva. Surgieron las primeras intervenciones en cuanto al concepto de etnocentrismo, cuestionando la creencia generalizada en el mundo académico de la superioridad de los propios valores y creencias que había contribuido a la legitimación de la desigualdad entre poblaciones y grupos sociales1. En cuanto al debate historiográfico, las principales aportaciones realizadas por el feminismo han ido en el sentido de reformular dos términos: lo considerado político y lo tenido por cultural, admitiendo la subjetividad como mecanismo cognitivo y proponiendo una reescritura de la historia que incluya la reflexión profunda sobre el sujeto histórico consciente, como plantea Borderías (1990) (Hernández Sandoica, 2004, p. 36).
Otra aportación importantísima es la introducción del concepto de política dentro de la historia de las mujeres, superando los planteamientos antes comentados de “esferas separadas” en las cuales se situaban los conceptos binarios de sexo o política, familia o nación, mujeres u hombres, haciendo imposible una interpretación de los hechos relacional o multicausal. En ese sentido, nos sumamos a la reflexión de E. Hernández Sandoica cuando afirma que “la historia de las relaciones de género resulta ser por tanto la aplicación historiográfica de un planteamiento alternativo en las ciencias sociales” (2004, pp. 42-43). La utilización del término política se había realizado hasta entonces, casi exclusivamente, cuando se hablaba de la relación entre el feminismo y el sufragismo. Colaizzi afirma que hacer teoría del discurso de las mujeres es una toma de conciencia del carácter histórico-político de lo que llamamos realidad y, además, es “...un intento consciente de participar en el juego político y en el debate epistemológico para determinar una transformación en las estructuras sociales y culturales de la sociedad” (1990, p. 20). En definitiva, se trata de introducir las experiencias de vida y la subjetividad de las mujeres en la reflexión histórica con la misma categoría que las actividades públicas y políticas, sin olvidar la legitimidad que ha proporcionado el discurso científico, político o religioso a las actividades realizadas por los varones.
Desde el feminismo se planteó el paralelismo que se producía con la disciplina antropológica en cuanto al concepto de androcentrismo, que había generado una serie de sesgos relacionados con el sujeto que estudia –selección y definición del problema–, con la sociedad observada y, en tercer lugar, con las categorías, conceptos y enfoques teóricos utilizados en una investigación. Para resolver estos problemas se incluyó la perspectiva de las mujeres en dichas investigaciones, adoptando el género como categoría de análisis (Maquieira, 2001, pp. 128-129), procedente del debate feminista americano. Como sabemos, J. Scott (1990) definió el género como un modo de pensar y analizar los sistemas de relaciones sociales como sistemas también sexuales y una manera de señalar la insuficiencia de los cuerpos teóricos existentes para explicar la persistente desigualdad entre mujeres y hombres: “...una construcción cultural y social que se articula a partir de las definiciones normativas de lo masculino y de lo femenino, la creación de una identidad subjetiva y las relaciones de poder tanto entre hombres y mujeres como en la sociedad en su conjunto” (Scott, 1990, p. 43).
Inmediatamente se presentó el problema de clarificar si existía una uniformidad que permitiera escribir una historia común de las mujeres, haciéndose necesaria la elaboración de un concepto de género que pusiera de manifiesto el carácter cultural y social de las diferencias sexuales, superando las explicaciones biológicamente deterministas y filosóficamente esencialistas (Morant, 2000, p. 295).
Coincidimos con quienes defienden que ello permitió avanzar en el camino para desvelar el origen de la construcción de las relaciones de poder y la desigualdad entre los sexos, así como para pensar los procesos por los cuales se había construido –y todavía se mantiene– la diferencia sexual y las formas cambiantes que ésta adopta, vinculando directamente lo personal y lo social, el individuo y la sociedad, lo material y lo simbólico, la estructura y la acción humana, situando la experiencia vivida en el centro mismo del orden cognitivo (Hernández Sandoica, 2004, p. 35).
La pregunta a resolver era, en nuestra opinión, ¿son tan marcadas las diferencias biológicas entre varones y mujeres que justifican los distintos papeles y responsabilidades que ambos desempeñan en la sociedad? Ya desde los clásicos se había argumentado que las diferencias entre los sexos –y entre las clases sociales– venían determinadas por la naturaleza. Este determinismo biológico ha sido reelaborado hasta nuestros días, tomando fuerza esta teoría a partir de los estudios de Darwin sobre el origen de las especies, justificando las diferencias genéticas como un mecanismo para adaptarse al medio. Tanto desde la biología como desde la psicología se han realizado críticas a la sociobiología, porque apoyándose en la selección natural se justifican algunos comportamientos que generan desequilibrios de poder entre las personas –xenofobia, homofobia, dominación masculina o estratificación social–. Como ha señalado la bióloga (Bleier, 1984) habría mayor justificación científica para explorar y tratar de entender la gran variedad entre los individuos que la engañosa supuesta diferencia entre los sexos. También desde la antropología, Verena Stolcke afirma que “el estudio tanto de la diversidad como de las semejanzas entre los seres humanos y las sociedades es una tarea irrenunciable” (Maquieira, 2001, p. 165).
La sociedad victoriana, en la cual las ideas de Darwin rompieron con siglos de superstición, fue la que se propuso crear un modelo de relaciones de género basado no en cómo eran las mujeres en la realidad, sino en cómo ellos, los hombres, consideraban que debían ser: el varón se tenía que desenvolver en el mundo público y la mujer en la esfera doméstica. Esta dicotomía que se pretendió universal y ahistórica en la experiencia vital de los seres humanos, ha sido criticada desde el feminismo por diversas autoras que desde la antropología plantean la toma en consideración del contexto, es decir, el conjunto de características ecológicas, históricas, sociales, económicas y culturales que combinadas de una manera particular, configuran las prácticas, los procesos y las relaciones sociales (Maquieira, 2001, p. 146). M. Rosaldo afirma que existe –contrariamente al supuesto modelo homogéneo y universal– una gran diversidad por cuanto hace a los papeles desempeñados por las mujeres y por los hombres, ya que en función de la sociedad observada son realizados por unas u otros. Sí que existe, sí que se constata, esta vez sí con carácter universal, que en todas las sociedades las actividades atribuidas a los varones gozan de mayor consideración que las efectuadas por las mujeres. De esa valoración diferenciada se deriva que sean ellos quienes detenten el poder y la autoridad (Maquieira, 2001, p. 148).
Esta división del trabajo que genera desigualdades solo tiene un hecho biológico incuestionable y es que tanto la gestación como el parto se producen en el cuerpo de la mujer. El que a partir del nacimiento de los hijos, la mujer se haya dedicado no solo a la alimentación y al cuidado de sus crías, sino que también –por extensión– al del resto de los miembros de la unidad familiar, es una construcción cultural y socialmente aceptada.
Del mismo modo que se elaboró la dicotomía entre el espacio público y el doméstico, este planteamiento se extendió hasta otros conceptos de manera binaria, con valoraciones positivas y negativas de los mismos en función de que representaran categorías que se asimilaban al varón o a la mujer. Nos referimos a los binomios cultura/naturaleza, trabajo/hogar, razón/sentimientos o producción/reproducción, como simplificaciones realizadas para representar la vida de los hombres y de las mujeres. Uno de los primeros planteamientos de la crítica feminista fue revisar cómo dichos dualismos formaban parte del esquema conceptual de la ciencia moderna y cuáles eran las posibilidades de modificar dichas herramientas conceptuales. En cuanto a las atribuciones otorgadas a la privacidad, cuando se refieren al mundo masculino hacen énfasis en la individualidad; por el contrario, cuando se habla de la privacidad femenina se refiere a todo lo contrario, una especie de negación de la propia individualidad para dedicarse a los demás.
Uno de los problemas derivados de los planteamientos dualistas ha sido la preeminencia otorgada a la producción sobre la reproducción, con la consiguiente devaluación e invisibilidad de las actividades realizadas por las mujeres, ya que éstas se han realizado principalmente en la esfera doméstica, donde no se intercambia un salario. Diversos trabajos como los ya citados de Maquieira y Borderías, o los de otras autoras, han cuestionado dichos modelos teóricos proponiendo una redefinición del concepto de trabajo a partir de las actividades y aportaciones sociales y económicas efectuadas por las mujeres, y no desde la lógica de los planteamientos hegemónicos.
Como avanzábamos al principio, desde los años setenta y ochenta del siglo XX se empezó a trabajar con el concepto de género, con el objetivo de desentrañar ese complejo proceso de construcción de la diferencia entre hombres y mujeres que la convierte, rotundamente, en desigualdad. En un primer momento la tendencia que se siguió estaba relacionada directamente con los procedimientos de la historia social (Bolufer, 1999, pp. 531-550), haciendo énfasis en aquellos aspectos tradicionalmente significativos en las vidas femeninas como la maternidad o el parto, el trabajo y la riqueza o la pobreza, procesos entre los cuales discurrían sus vidas. Posteriormente, las historiadoras reconocerían el valor de las fuentes narrativas donde se escribía sobre lo que eran y lo que debían ser las mujeres, casi siempre por manos masculinas. También se rastreó en la literatura, incluso la considerada menor, como es el género epistolar donde se encontró la palabra de algunas mujeres. Se investigaron pequeños documentos relacionados con la vida privada y documentos judiciales donde algunas mujeres planteaban sus quejas ante los abusos de las autoridades, de sus maridos o de sus familias (Morant, 2005, p. 11). El análisis de estos textos ha puesto de manifiesto que las mujeres no siempre fueron críticas con el pensamiento y las actitudes que las sometían. Sin embargo, se ha podido reconocer que en muchos casos trataron de modificar las cosas a su favor, actuando desde los espacios que les eran más favorables como la casa, la familia, la religión o la educación de otras mujeres.
El siguiente paso consistió en distinguir entre sexo y género, ya que esta nueva dualidad se derivaba de otra más amplia: naturaleza y cultura, con la pretensión de trasladar a las mujeres desde el eterno mundo de la naturaleza al otro más elaborado de la cultura, del cual eran sujeto y objeto al mismo tiempo. Se define el sexo como el conjunto de características genéticas, hormonales, genitales y cromosómicas que se visualizan en los cuerpos de las personas. El término género se utilizó para detallar la construcción cultural de lo femenino y lo masculino2 (Hernández Sandoica, 2004, p. 40) (Bock, 1991, p. 51). En ese sentido, es fundamental la aportación de la antropóloga feminista Gayle Rubin, que ya en 1975 publicó un artículo que ha servido de referencia en posteriores teorizaciones feministas, en el cual afirmaba que entre los hombres y las mujeres son muchas más las similitudes que las diferencias, por tanto, “la idea de que hombres y mujeres son dos categorías mutuamente excluyentes debe surgir de algo diferente a una oposición natural inexistente” (Rubin, 1986, pp. 95-145).
Coincidimos con las autoras que plantean que al utilizar el género como categoría analítica se hace necesario dividir el concepto en diversos componentes para dotarlo de operatividad y, posteriormente, entender las relaciones entre los mismos. Dentro de la categoría género, entendida como un proceso multifactorial, formarían parte conceptos como la división del trabajo, que consiste en una asignación estructural de tipos particulares de tareas a categorías particulares de personas; la identidad de género, entendida como el complejo proceso elaborado a partir de las definiciones sociales y las autodefiniciones de los sujetos; las atribuciones de género, que se refieren a los criterios sociales, materiales y/o biológicos que las personas de una determinada sociedad utilizan para identificar a los hombres y las mujeres a partir del conocimiento de las diferencias anatómicas; las ideologías de género, que se definen como sistemas de creencias que explican cómo y por qué se diferencian los hombres y las mujeres; símbolos y metáforas culturalmente disponibles que son representaciones simbólicas y a menudo contradictorias; normas sociales, entendidas como expectativas ampliamente compartidas que prejuzgan la conducta adecuada de las personas que ocupan determinados roles sociales. Otro elemento a tener en cuenta son las instituciones y organizaciones sociales en las cuales se construyen las relaciones de género, como la familia, el mercado de trabajo, la educación y la política, que son capaces de crear normas de comportamiento que se transmiten de una generación a otra.
En el ámbito de la sanidad uno de los conceptos más interiorizados es el de estereotipo. Un estereotipo de género es una creencia u opinión, sin base científica, según la cual algunas actividades, profesiones o actitudes son más propias de un sexo o del otro. Uno de los estereotipos más generalizado en el sistema sanitario es aquél según el cual las mujeres se dedican a cuidar mientras que los hombres se centran en la tarea de curar. La jerarquización en las instituciones sanitarias recuerda el reparto de papeles en la familia tradicional, donde el maridovarón –y en este caso médico–, es quien toma las decisiones y la esposa-mujer –y en nuestro ejemplo enfermera o matrona–, tiene una posición subalterna. Subyace una concepción evidente, que atribuye al sexo masculino el dominio de la técnica y de la ciencia, mientras que las mujeres cuentan con una serie de destrezas y capacidades innatas que las convierten en mejores cuidadoras. La presencia o la ausencia de las mujeres en puestos de responsabilidad en el ámbito de la salud está asociada a varios factores, entre los que cabe destacar uno que está relacionado con otro de los estereotipos de género: el que niega la capacidad de ejercer autoridad a las mujeres. La autoridad es una cualidad que se vincula con lo masculino –tal y como hemos argumentado anteriormente– mientras que, tradicionalmente, el papel de las mujeres ha sido asociado al de la sumisión. Tanto es así que –a la hora de acceder a responsabilidades de dirección– a las mujeres se les exige mayor demostración de conocimientos, saberes y habilidades profesionales que a sus compañeros hombres.
Además, el peligro de naturalizar el cuidado como algo propio del sexo femenino es que se tiende a percibir el cuidado como algo vinculado a lo doméstico aunque se desarrolle en el contexto hospitalario. La propia naturalización de los cuidados implica una desvalorización de éstos, ya que lo natural es innat...

Índice

  1. Cubierta
  2. Portadilla
  3. Título
  4. Créditos
  5. Índice
  6. PRÓLOGO
  7. INTRODUCCIÓN
  8. CAPÍTULO 1. DE TEORÍA Y METODOLOGÍA
  9. CAPÍTULO 2. MUJERES, MATRONAS Y PARTOS. DE CASA AL HOSPITAL
  10. CAPÍTULO 3. MUJERES, MATRONAS Y PARTOS. EVOLUCIÓN Y CAMBIOS EN EL PARTO HOSPITALARIO. LOS ÚLTIMOS TREINTA AÑOS DEL SIGLO XX
  11. A MODO DE CONCLUSIONES
  12. BIBLIOGRAFÍA